martes, 27 de septiembre de 2022

MAJADA DE QUILA


Cada vez que recorro la llamada autopista de la Pedriza me admiro del bello y curioso entramado de raíces y piedras que acompañan nuestro caminar cuando comenzamos desde Canto Cochino buscando alguna de las escondidas maravillas de la Pedriza.


Siempre me han parecido elegantes y curiosas las formaciones entretejidas de raíces y piedra en la autopista de la Pedriza.

Sobre el puente de madera del Manzanares, el altímetro indica el inicio de la jornada. Multitud de senderos se ofrecen a ser recorridos por el elevado número de montañeros que comenzamos a buscar la alborada por estos sinuosos senderos.

Entre las arizónicas suenan las aves con sus flautas y violines para entonar la canción del corazón de la tierra, para que entremos en comunión inmediata con la naturaleza y la libertad, con la paz y el esfuerzo. El sendero entretejido de raíces y piedra va marcando pasos y escalones a nuestra marcha. Atrás va quedando el refugio Kindelan, Peña Sirio, la Cueva de la Mora; atrás queda el puente del desvío hacia el refugio Giner cuando alcanzamos los primeros espacios abiertos avistando ya la Cuerda de los Pinganillos, el Pájaro, las Cuatro Torres brillantes de ilusión con los primeros rayos de sol recorriendo las cumbres.


Como una trenza de brillo y música, el Arroyo Poyos se desliza en cascada para dar su nombre al que hasta aquí era el Arroyo de la Ventana.

El sol busca recodos entre los elegantes pinos cuando cruzamos el Arroyo de Poyos sin necesidad de puente estos últimos días de un septiembre seco y caliente; produce entusiasmo escuchar agua estos días y encontrar, después de unos recodos al pie de una enorme roca, la cascada del arroyo Poyos que casi como un suspiro trenzado se une al cauce del Arroyo de la Ventana que cruzaremos más arriba sin ningún problema salvo la tristeza del corazón al comprobar la total ausencia de agua.

El sendero se dibuja con claridad, subimos ligeramente buscando la explanada que nos lleva hasta los cuatro caminos, lugar de encuentro y dispersión posterior de diversos grupos de montañeros que nos dirigimos hacia diferentes destinos. Jose y yo continuaremos la senda del Icona  pues estamos buscando la Majada de Quila. En nuestra inspección entre la cercana línea de rocas crece en nuestro corazón la admiración a aquellos primeros montañeros que transitaron la Pedriza desde el pueblo de Manzanares, que era lo más cercano que tenían, recién iniciado el siglo veinte. Hombres valientes acostumbrados a dominar cansancios varios, múltiples fatigas, siempre sin sendas que ellos fueron marcando y ahora nos facilitan el recorrido placentero de los rincones de la Pedriza.


Majada de Quila. Con respeto y admiración entramos en el misterio del tiempo y agradecemos los trabajos de los primeros exploradores de la Pedriza.

Una majada antigua con un inmenso madroño, rocas y concavidades, silencioso recorrido de lagartijas, ecos de las aves, musgo añojo, corrientes de aguas de otros momentos del año… ¡Mira, la Majada de Quila! Aquí nos sentamos, respiramos la historia, la soledad de otros tiempos, la libertad ansiada, la paz repoblada en estos espacios, la eternidad que nos igualará a la montaña, al pájaro y al agua.

A la majada de Quila llega un sendero desde la senda del Icona, suficientemente claro como para no necesitar hacer investigaciones. El sol ha entrado de lleno en nuestro corazón y en los recónditos escondrijos de la Pedriza; el sol y las aves nos acompañas, la vegetación nos arropa y protege, las rocas nos dejan admirados, las vistas son magia y salto hacia el infinito mientras bajamos hasta llegar al Collado Cabrón desde donde salen, otra vez más, cuatro senderos que nos invitan a elegir el camino de descenso.


El descenso es un camino abierto a las vistas, a la vida, a la eternidad.


Descendemos por la senda del Icona. Jose me invita a hacer una parada y admirar juntos la naturaleza y la vida, me cuenta el nombre de algunas piedras, de callejones que suben hasta los collados… yo le pido que pose un momento para la fotografía.

Cinco horas después de iniciar la marcha, estábamos de regreso en Canto Cochino. A lo lejos aún se veía un grupo de escaladores subiendo alguna vía del Pájaro. El sol y las nubes en dulce armonía bailaban la sinfonía de la paz.

Javier Agra.   

 

viernes, 2 de septiembre de 2022

TEJOS DE VALHONDILLO, OTRA VEZ.


¿Qué suponen las décadas de una vida humana puestas en paralelo con los diecisiete siglos del viejo tejo de Valhondillo? ¿Cuántas respiraciones y sonrisas entrega la vida de una persona a la naturaleza entera que lleva tantos siglos de sosiego y libertad?

Otras diferentes conversaciones mantenía conmigo mismo mientras el coche avanza con serenidad buscando el kilómetro treinta y uno y medio entre Rascafría y el Puerto de Cotos para encontrar el aparcamiento en el entorno de “La Isla”.


Junto al restaurante La Isla, bordeamos peñascos buscando el sendero.

Entre peñascos sale un sendero que bordea el restaurante La Isla y lo deja a nuestra derecha. Pronto encontramos una portezuela abierta para cruzar y adentrarnos en la vegetación buscando una clara senda a la que accedemos por una puerta muy bien dispuesta. La senda está señalada como PR, entre frondas de helechos y acebos, sobresalen los altos y derechos pinos que son parasoles magnánimos en esta soleada mañana.


Abundan los acebos de brillante presencia.

A nuestra derecha escuchamos el agua cadenciosa del arroyo de la Angostura, poco más allá se le unirán los arroyos de la Umbría y El Aguilón y cambiará de nombre para ser el Lozoya,  ensanchado en el inicio de nuestra marcha en el pequeño embalse del Pradillo de transparentes aguas con juguetones patos. Los abundantes acebos relucen felices en su permanente juvenil figura, los helechos de proporciones gigantescas cubren la tierra entre el verdor de la vida y el inicial tono plateado de la senectud, los pinos acompañan nuestro caminar con  canciones de siglos y melodías de antiguas trompetas de seguros caminos. Estamos en el lugar conocido como “pinar de los Belgas”.

Más adelante, la pista hace un recodo en uno de los arroyos que encontramos en nuestra marcha; el camino parece ramificarse. Por nuestra izquierda monte arriba, nace una senda por la que los montañeros salimos abandonando la placentera pista que hasta ahora habíamos seguido. El monte continúa acompañando nuestro paso, el sol se entremezcla con las ramas de diferentes árboles, se entremezcla con nuestro corazón, se entremezcla con los recuerdos, se entremezcla con la palabra y el paso firme de esta última mañana de agosto.

Un corzo salta entre los árboles dejándose ver magnífico y solemne durante unos instantes antes de señalarnos la unión del sendero con una pista que hemos de cruzar y continuar otro sendero que nos llevará hasta otro recodo de la pista, una curva bastante cerrada con un puente y una construcción que pensamos es un depósito de agua.


Paso a la altura de 1550 metros, cruzamos el arroyo y subimos por la senda de la derecha. Es el camino seguro para alcanzar los tejos de Valhondillo (Estos datos, como todos los que son ciertos, me los cuenta Jose que es el que entiende montañas y caminos).

Desde aquí hacemos una marcha circular pues subimos un sendero hasta la tejeda, teniendo siempre precaución de ir subiendo por los arroyos que nos van dirigiendo hacia nuestra derecha Valhondillo arriba. Van aumentando los tejos, el valle se cierra buscando la falda de la Cuerda Larda, llegamos al punto culminante de nuestra marcha en el tejo milenario protegido por un vallado.


Descansamos y meditamos a los pies del milenario tejo.

Todo el entorno permanece igual, siempre igual desde la primera visita que hice al lugar hace ya una docena de años. El viejo tejo y sus raíces, los otros tejos del entorno, las rocas por las que subo para contemplar el conjunto, hasta el susurro del aire parece estar allí buscando su eternidad…Solamente ha variado el tono blanco de mi cabello, las arrugas nuevas de mi frente, la historia de mi vida ahora con los hijos en otra situación y con más nietos…transcurre mi vida entre el transitar sereno de los años pausados del sosegado tejo…

Me siento.

Disfruto.

Espero.

Bocadillo.

Silencio para que entre en mi corazón el aire y el tiempo, la paz y el misterio, la contemplación…el mundo entero.


Aquí estoy, absorto ante otro de los diferentes tejos del entorno.

El regreso será cruzando el arroyo para buscar la pista y caminarla hasta volver al puente y el depósito del agua, después de nuevo el sendero y el PR y el coche y el motor y el silbido de la vida y…

Pero antes dejad que me quede unos siglos meditando sosiegos entre los tejos.

Javier Agra.