miércoles, 30 de noviembre de 2011

PICOS DE EUROPA EN EL CORAZÓN


A nuestra espalda va quedando de Torre Altaiz a Torre Blanca. Bajo sus crestas duerme el agua.

Llevamos un rato de camino.
Jose va alentando mi esperanza:
“Cuando volvamos la curva de la Vueltona y enfilemos la pedregosa senda hacia Cabaña Verónica, busca el misterio bajo las montañas de la izquierda”
Yo miro y descubro el misterio de la cueva donde mana entre la magia, un agua fresquísima que es vida para las aventureras aves y para el reducido número de animales que pueblan aquellas secas laderas.
¡Atento, caminante!:
La vida brota entre la piedra
más allá del miedo y la desesperación;
como una promesa de lumbre y crecimiento
o como canciones de esperanza y de contento
la vida brota entre la piedra.  

 Hoyos Sengros, camino hacia el Llambrión.

Semejanzas y horizontes.
Allá abajo los perros – grises y alhelí –
despiertan a los corazones dormidos,
con sus arrumacos de ansia amistosa.
Entre estas piedras – vencedores de la injusticia –
suenan cascabeles de misterio
en lo profundo de la montaña
donde el silencio anida,
la lumbre del misterio enciende un fuego
en lo profundo de la vida.
Mas arriba el cielo – amapolas y violines –
regala plumas  a las aves
y las llevan entre bailes
a beber de su alegría.

Javier Agra.

sábado, 12 de noviembre de 2011

EN EL CORAZÓN DE PICOS DE EUROPA

Picos de Europa tiene muchos posibles acercamientos, muchos lugares desde donde las vistas son hermosas, montones de valles desde donde se contempla y se toca la hermosura como pocas veces se ha podido imaginar; se llega a sus cumbres desde diferentes refugios; se pasea por sus alturas desde numerosos puntos de partida.

Tal vez el modo más cómodo de caminar por el corazón de Picos de Europa sea subir en el teleférico de Fuente Dé. Allí cualquier mañana, poco antes de las nueve, ya están los ciclistas y los montañeros en movimiento para iniciar una jornada de hermosura, esfuerzo y disfrute que es recompensada siempre con las vistas impactantes que inmediatamente se van ofreciendo como una aparición progresiva.

 
Pasamos antes por Potes y el Santuario de Santo Toribio de Liébana, donde disfrutamos de sosiego, paseos y láminas-recordatorios del más famoso de los Beatos (así se llaman las pinturas realizadas en el Libro del Apocalipsis)


Expresiones asombradas van sumando literatura a medida que el cable gana suspensión y se empequeñece en la dilatadísima montaña. Los animales, hasta hace unos segundos vacas y caballos, semejan ahora juguetes con algún mecanismo que les permite movimientos entre el asombro y el viento. Y ahí estamos elevándonos sobre nosotros mismos. La técnica nos impulsa y los corazones ponen vuelos y mariposas entre las diminutas nubes que ofrecen su algodón incluso en los días más despejados. Vuela le pensamiento y anida entre las cumbres.

Con la boca aún asombrada y el corazón risueño, avanzamos los primeros kilómetros por la imponente pista entre La Sierruca y los llanos que terminarán en la Canal de la Jenduda o en los lejanos Picos de la Padierna. Dentro de unas horas pasearán por aquí grupos de amigos en zapatillas y aún con zapatos, tal vez lleguen hasta la Peña Olvidada donde sale otra pista para llegar con sosiego hasta el Hotel-Refugio de Áliva.

Aquí, con asombro y voluntad, aún se puede continuar, pues la pista lo permite, mirando con embeleso el roquedal inmenso de la Peña Olvidada a nuestra derecha y la diminuta inmensidad de los Hoyos de Lloroza a nuestra izquierda. Entre asombro y asombro llegamos a la Vueltona donde hacer una primera parada, Jose me muestra la cueva de agua permanente y yo – ¡me siento tan pequeño entre estas inmensas rocas! – sólo la descubro por el revoloteo de unas aves que acuden a beber cada mañana.

 Un alto en la subida para contemplar desde Torre Altáiz a Torre Blanca.

Algunos montañeros continúan por la pista hasta la antigua mina de Altáiz. Tal vez se aventuren cumbre tras cumbre por el Pico San Carlos y la Torre del Hoyo Oscuro hasta Madejuno. Nosotros, ahora ya somos montañeros, subimos con nuestro lento ritmo hasta Cabaña Verónica; entre el asombro y el respeto saludamos a las cumbres imponentes de los Horcados Rojos, paso a paso hacia la altura se va vaciando la fuerza y se llena la esperanza, paso a paso hacia la altura el sudor de nuestro esfuerzo va regando la ilusión de nuestra empresa; atrás va quedando el miedo y la violencia, ha de ser más fácil el ascenso con la mochila libre de tales pesadas cargas; tal vez por eso es tan atormentada la visión del despiadado roquedal del Hoyo Sin Tierra; tal vez, atadas a sus rocas, queden las desventuras humanas, mientras los montañeros seguimos hacia la luz de la montaña.

En Cabaña Verónica se pierde el camino que hasta aquí habían trazado los muchos montañeros que hacen esta ruta, tal vez camino del paso al refugio de Vega de Urriello más allá del Jou de los Boches. A nuestra izquierda Cabaña Verónica y nosotros cruzando los Hoyos Sengros  ¿Nos perderemos en esta inmensidad caliza? De nuevo Jose guía la expedición: ¡tenemos que subir más a la derecha! ¡No bajes a las cárcavas de los Hoyos! Guiado por un experto montañero, es más llevadero el esfuerzo. El camino aparece dibujado escasamente por algún hito aislado: descubrir una señal, en esta pálida roca agrietada, es un consuelo. Han pasado varias horas antes de llegar hasta la Collada Blanca.

Y aquí estoy, sentado en estos karst junto a Hoyos Sengros.

Allá lejanos, quedan el Tesorero, la Torre de la Palanca; más cerca, sobre nosotros, La Torre Blanca luce con brillos de lágrima, después la Torre Sin Nombre y Tiro Tirso, antes de culminar en El Llambrión. A Jose se le hace la boca agua pensando y nombrando esas cumbres – él las conoce muy bien, alguna desde lo más alto –; hoy entramos en el Hoyo Tras Llambrión, removemos un puñado de tierra entre nuestras manos, enjugamos una ínfima parte de su arenisca con nuestro sudor y regresamos, entre la comida y el agua de la cantimplora. La ciudad capital nos espera. Mañana, Picos de Europa, estarán para siempre anidados en nuestro corazón.

 Desde la Collada Blanca estamos suspirando, en el inicio del Hoyo Tras Llambrión, por el grupo del Llambrión y Tiro Callejo.

Javier Agra.  
    

jueves, 3 de noviembre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (VI)


Estamos en La Huetre. Seguramente será la última noche, de modo que nos llegamos hasta Casa Marisol donde pasaremos la noche. Después de un baño que nos deja nuevos, el posadero nos muestra desde el balcón de su casa todo el valle del río Hurdano. Desde este descansado siego la vista se humedece de emoción entre colores y brillos de la naturaleza. Hemos ganado altura a medida que pasaban las jornadas y los kilómetros río arriba hacia su origen. Ahora estamos en un semicírculo frondoso y de floreciente cultivo pues La Huetre se encuentra intentando escalar la espectacular Sierra de la Corredera (que por aquí llaman también Sierra de Casares) con el Pico del Embocadero superior a los mil doscientos metros, donde el naciente río tiene un embalse en la “majá robledo” que abastece de agua a estas tierras y gentes.

Puesto que aún tenemos algunas horas de sol, nos llegamos hasta el río, cruzando el pueblo – entre el poleo, el calamento y la siempreviva – donde predominan las casas típicas de las Hurdes, muchas reformadas manteniendo la antigua arquitectura, unas pocas sostienen aún entre su construcción el sabor de más de un siglo luchando contra el tiempo; llegamos a las huertas acompañados por una persona mayor:
-          Si me acompañáis os llevo hasta la vera del río, voy a una tierra.
-          ¡Qué bien cultivados están los huertos!
-          ¡Claro! Así podemos comer higos y cerezas y también guindas.
-          Lo más admirable es el buen aprovechamiento de cada palmo de terreno.
-          Ahora trabajamos menos la tierra. Nuestros hijos están fuera. Yo tengo un hijo ingeniero en Madrid.
-          ¡No me extraña que sea ingeniero! Seguro que le viene el gusto de ver los trabajos de estas tierras tan cariñosamente cultivadas.
-          A la tierra también hay que acariciarla con mimo, pues ella nos alimenta.
Y con las mismas con quedamos junto al puente, en un remanso del agua; otra piscina natural preparada por estos habitantes viejos, pues a cualquier edad que tengan ya han aprendido la sabiduría antigua de ser unos con la tierra: otra lección de las Hurdes, ¡somos parte de la tierra, como el árbol, la lagartija o el águila que vuela!

La noche ha sido muy relajante, entre sábanas y duchas, después de una cena de patatas y huevos fritos…Nos hemos dado todos los lujos del mundo la última noche de las Hurdes. Me levanto temprano para seguir la indicación de los que conocen los caminos: por el monte llegaré hasta la carretera que está en lo más alto de Casares de las Hurdes. Jonatan tendrá que seguir apurando los riñones para trenzar estos tres kilómetros de curvas cuesta arriba hasta el Puerto.

Montaña arriba me he perdido; irresponsable y engreído salí de las casi invisibles sendas pensando que podría atravesar la intrincada maleza. He vuelto a descubrir que se paga caro ignorar los senderos, todos los espinos del mundo, todas las ramas secas y cortantes, todas las jaras y su constante carcajada se me enroscan e impiden el paso: ¡aquí querría ver a las huestes de Don Rodrigo Díaz de Vivar intentando conquistar el monte! Afortunadamente, los humanos, tenemos con frecuencia una segunda oportunidad; yo la aproveché para llegar por una senda hasta lo alto del pueblo de Casares de las Hurdes.
Estoy en lo alto del Puerto de Casares. A mi espalda las Hurdes de las que mi hijo y yo, temblando de embelesada emoción, damos testimonio de hermosura y cordialidad; delante los pinares que bajan hacia los primeros pueblos de Salamanca y hacia Ciudad Rodrigo, los encinares y las tierras secas de Salamanca.

Aún nos sobre mucho día. Comemos una naranja y conversamos entre añoranzas, como si fuéramos un padre y un hijo que han pasado siete años juntos día a día compartiendo en el camino cada paso y cada pedalada. Se va terminando el pinar, llena la tierra llana.
-          Papá, haz auto-stop y nos vamos para casa.
-          Creo que es buena idea.
Estamos a la altura de Serradilla del Llano. Un chico que trabaja en la apicultura me lleva hasta Ciudad Rodrigo, me cuenta que mueve las colmenas hacia las flores del Las Hurdes o hacia los encinares de Ciudad Rodrigo, según convenga por el calor o el frio. Encontramos el coche dormido donde lo habíamos aparcado.
Javier Agra.