viernes, 29 de abril de 2016

CERRO DE SAN PEDRO



Desde el parque de mi barrio vemos el Cerro de San Pedro. Cada vez que salimos de Madrid observamos el Cerro de San Pedro. En nuestros viajes a la Sierra pasamos ante el Cerro de San Pedro. Sola y aislada frente al Guadarrama, yo no había estado nunca en la cima de esta pequeña montaña tantas veces nombrada y admirada. 

Desde el Cerro de la Prestancia te muestro, amigo lector, la zona cimera del Cerro San Pedro. El recorrido trascurre junto a esta valla de piedra.


Como en esta vida todas las cosas tienen su momento, también ha llegado el día y la ocasión de subir al Cerro de San Pedro que hoy no será objeto de nuestras miradas mientras pasamos de largo en nuestro camino a la Sierra para hacer cumbres más altas. El Cerro de San Pedro es hoy nuestra cumbre. De modo que Jose y yo nos montamos en el coche y nos plantamos en el kilómetro siete y medio de la carretera de Colmenar a Guadalix. Desde este aparcamiento junto a una antigua casa de peones camineros comenzamos la ascensión.

Está bellísimo el campo estas tardes de final de abril. Las insistentes y copiosas lluvias han llenado de brillantes colores, de fértiles laderas, de musicales arroyos nuestros prados, colinas, cerros, cabezos, cumbres. Junto a la antigua caseta de camineros está la cerca señalada como paso hacia la finca por donde iniciamos la subida.

Grupo de enebros en el camino hacia el Cerro de San Pedro.

Es solamente subir y subir. Lo demás será poesía pues no necesitamos más atención ni brújula ni mapa, sino continuar la senda y disfrutar del aire y las palabras libres que el camino susurra a los paseantes. El sendero va cantando la lección: mi tierra fue gneis como puedes ver en las rocas que se apilan acá y acullá; atended a este grupo de enebros que encontraréis tras la curva del Alto del Mojón que ahora viene, no pienso mostraros más árboles.

Nos sentamos sobre las rocas del Cerro de la Prestancia.

Al Cerro de la Prestancia llegamos tras una “fuerte” subida. El Cerro de la Prestancia merece una breve pausa, la tarde está brillante de luz y aromas de primavera. Los dos montañeros, también hoy somos montañeros pues estamos ascendiendo la montaña admirada tantas veces y queremos que mantenga su  belleza y dignidad aunque no sean más que escasos cuatrocientos metros de desnivel, nos detenemos y aún nos sentamos sobre las rocas y en medio de la pradera de tan prestoso nombre.

En esta amplia nava, un grupo de vacas y terneros de brillante pelo amarillo no se molestaron por nuestro paso y continuaron ora en el pasto ora en la siesta, según fuera su gusto. Un segundo repecho nos dejó a la vista de la cima del Cerro de San Pedro, coronado por una misteriosa atalaya que acaso en otros tiempos sirviera como punto de señales de este lugar muy visible desde largas distancias.

La cima está coronada por una atalaya de piedras. Sobre ella el vértice geodésico abraza diferentes municipios de Madrid y abraza a todos los pueblos de la tierra.

Una cerca de piedra nos acompañó desde el inicio, la cruzamos dos veces sin tener que hacer ningún esfuerzo. De ellas la primera tiene un obstáculo acaso de treinta centímetros, la segunda se cruza a paso llano. Llegados, como dicho tengo, a la cima y su vértice geodésico, disfrutamos largos minutos de las vistas que rodean este Cerro, que son muchas y de delicioso sosiego. En su vértice se abrazan los municipios de Colmenar Viejo, Guadalix, Miraflores de la Sierra, Pedrezuela y en ellos toda la tierra que no entiende de fronteras. 

Mirada descansada hacia la Sierra de Guadarrama, La Pedriza, Cuerda Larga, La Cabrera, Mondalindo, la Morcuera, embalse de Santillana, Ayllón, Abantos y alturas del Escorial que da paso a Gredos, las obras del ave que se traga la tierra, llanuras de Madrid…

Nada dejamos escrito en el buzón que tras la atalaya guarda un cuaderno de apuntes; aquí escribo lo que estás leyendo amigo lector, en el corazón dejo señalado el recuerdo cariñoso de una tarde de final de abril sosegada y placentera.

Javier Agra.

miércoles, 27 de abril de 2016

CABEZA ARCÓN



Además de los variados cordales por los que transitamos los montañeros, la Sierra de Guadarrama tiene diferentes cimas exentas con frecuencias ocultas por la deslumbrante brillantez de las altas cimas. Son un tesoro de fantasía y sosiego, de senderos sinuosos y musicales, de paz y ambrosía; excelentes miradores desde los que divisamos renombrados picos del Guadarrama, Ayllón y aún Gredos. 

Cabeza Arcón desde el lugar donde aparcamos el coche.

Cabeza Arcón está en este grupo de pequeñas cumbres que podemos recorrer por separado en solazados paseos o bien combinar para que resulte una jornada de mayores dimensiones. Cerro de los Canteros, Cabeza Cristiana, el Pendón (acaso la cima más visitada de la zona por ser la más escarpada y de un poco mayor exigencia montañera),  son algunos de los puntos de cumbre por los que podemos disfrutar de una bella jornada de montaña. 

En el kilómetro doce y medio de la carretera de Miraflores a Bustarviejo, hay un aparcamiento desde el que comenzamos a buscar y encontramos un amplio camino que baja por la falda del monte hasta encontrar un cortafuegos al que accedimos deseosos de culminar Cabeza Arcón; puede ser un poco engorroso el citado cortafuegos con la tierra humedecida por la continuada lluvia de estos pasados días, pero los montañeros sabemos encontrar senderos secos juntos a los pinos.

Nuestra cima elegida no tiene pérdida, es siempre hacia arriba como el futuro y la vida que son cumbres a construir. En medio de nuestra ruta conviene detenerse para admirar las montañas circundantes, para escuchar a las aves. En este roquedal anida una familia de águilas que nos recibió con lastimosos quejidos, vieron nuestra cordialidad mientras conversamos con ellas y nos despidieron con vuelos y acrobacias de ánimo.

Terminó el cortafuegos que no los pinos. Sobre una planicie de hierbazal y roca nos paramos a contemplar la armonía de luz y silencio, de brillo y serenidad que se extiende por la Sierra, por el horizonte, por la respiración y las venas de la tierra; allí era el éxtasis y la quietud, allí el encuentro entre la sonrisa del alma enamorada y la libertad de fantasía que construye fortaleza para añadir al calendario de la vida.

Y llegamos a la cumbre. Mil quinientos cincuenta y ocho metros de aire y de paz sobre el nivel del mar, de relajada pausa y de futuro trabajado sobre el nivel del mar, de esfuerzo y sosiego sobre el nivel del mar.

Y en la cumbre nos sentamos a contar las hazañas de la tierra y de los siglos, de la nieve y las estrellas, de las semillas y del agua. Y en la cumbre conversamos cuerpo a cuerpo con el sol y con las nubes para rogar y tal vez para exigir la fortaleza y la paz. Y la cumbre que callaba entendía la palabra y la esperanza de un futuro feliz para todas las personas de la tierra.

Descendimos,  entre pinares y piedras a las que nombramos con nombres ya olvidados, con el valle del Badén a nuestros pies, hasta un collado donde dimos cuentas de la fruta y otros manjares en forma de frutos secos, regado todo con exquisita agua y sublimes pensamientos.

Estamos en el Collado desde el que comenzamos el descenso hacia Bustarviejo en un camino circular. Un rato después llegamos al GR-10 y cerramos el círculo de este bellísimo recorrido alejándonos del pueblo en ligera subida hasta el lugar donde nos aguardaba el coche entre la paciencia y los suspiros.

Javier Agra.   

miércoles, 20 de abril de 2016

ALCORNOQUES EN EL MONTE DEL PARDO



Llueve sosiego esta tarde de abril en el Monte del Pardo.

Este alcornoque del Monte del Pardo está catalogado como árbol singular por la Comunidad de Madrid con el número 207.

El Monte del Pardo es nuevo esta tarde de abril bajo el sosiego del agua de lluvia. Bajo este alcornoque singular  nacen en mi memoria recuerdos de infancia cuando soñaba con poder ser águila para mirar la tierra con ojos profundos desde la distancia, más arriba que todas las aves entre el aire y las estrellas y así entender el conjunto de los montes y las llanuras, los trigales y los colores vivos de las flores.

Palomas en el cielo del Monte del Pardo una tarde azul de domingo cuando las jaras comenzaron a entregar sus flores para el deleite de los ojos y del corazón. Quise volar con las palomas. Después de varios intentos entendí que me pesaban los pies y los zapatos, de modo que entregué mi corazón al viento como si fuera un barco de vela y de sueño.

Ahora paseo entre la vida y la geografía de los acantilados con mis pies pegados a los arroyos y los caminos que nos entrega la tierra. Aunque pise los mismos senderos una vez y otra, parece siempre ser la primera porque están crecidos los arroyos y mecen con nuevo brío las ramas. En mis paseos me llamo jara entre las pegajosas ramas y las tricolores flores de la jara, me llamo arcilla en el barro de la tierra, me llamo ave cuando miro hacia su vuelo, me llamo cielo en el azul inmenso.

Árbol transparente.

Duerme la armonía del monte en estos vegetales brazos y más allá de los huecos de sus entrañas entregan ramas de siglos; paseo y callo.


Javier Agra.

domingo, 17 de abril de 2016

CONTRASTES





La gran ciudad tiene los ojos en llanto por el azul lejano, inalcanzable; la gran ciudad se ha salido del mapa y suspira soledad entre los carromatos del silencio que busca su pan; la gran ciudad suena con roncas toses de queroseno y gases de malestar; la gran ciudad ha perdido su nombre entre las alas del dolor y mira en silencio hacia el futuro por conquistar, mira entre gritos hacia los cardos secos, hacia las caídas hierbas, hacia las hojas sin brillo; la gran ciudad recuerda aún los tiempos de olivos y de olor a pan y hoy comienza otra vez a caminar.



Entre los pinares de Lozoya pasean senderos de agua y la suavidad de seda de invierno cubre con sosiego la respiración de la primavera; los pinares besan a la gran ciudad y la redimen de su soledad, de su miedo, de su fracaso; los pinares de Lozoya brillan de promesas de primavera y vitalidad para que los humanos canten en la fiesta de la solidaridad; los pinares de Lozoya se van por los silbidos del aire y llevan el baile de la vida para curar las heridas de los corazones tristes; los pinares de Lozoya cantan libertad y poesía, futuro y PAZ.

Javier Agra.