martes, 28 de agosto de 2018

ENTRE ESPAÑA Y PORTUGAL: RECUERDOS DE PIEDRA



Desde Moveros, los paseos por el monte se expanden tanto como el viajero aguante. En la entrañable compañía de los perros Brauni y Blanquito, esta mañana cruzamos hacia Constantantim en Portugal (de esta parte de la Raya escribiré en otra ocasión) para retornar a la Raya por la antigua caseta de vigilancia fronteriza; hoy esta parte está en sobras de pinares con unos senderos muy bien acomodados por donde sin duda circula alguna vez más de un acondicionado coche.

Esta encrucijada invita a un momento de sosiego y contemplación de la caseta de los guardiñas, la cruz, la marra o poste indicador de las dos naciones hermanas desde siempre y a pesar de algún mal entendido de otros tiempos. Aquí Blanquito y Brauni buscan diferencias entre uno y otro lado de la Raya, tampoco los perros encuentran sentido a las separaciones entre pueblos y personas.

De modo que continuamos nuestra marcha, siempre por senderos bien cuidados; ahora los conejos invisibles y acaso asustados se esconden entre las urces y los robles que se están rehaciendo del último incendio de hace una década. Entre el canto despreocupado de las aves y mi despreocupado silencio, llegamos a la ruinosa construcción de lo que fue otro puesto de vigilancia: “La Caseta de las Terrezuelas”.

La Caseta de Las Terrezuelas está escondida entre rebollos y tozas.

La pared de pizarra lanza reflejos antiguos bajo el sol aún más antiguo. Aquí conversamos Blanquito, Brauni y yo de aquellos tiempos que conocemos porque unimos nuestra memoria a la memoria de nuestros antepasados, muchas generaciones antes de que ni ellos ni yo pisáramos estos suelos, antes aún de que estas tierras se llamaran España o Portugal, en el tiempo de los lobos y de las águilas, cuando la tierra no tenía líneas de pasaporte. Eran otros tiempos y era la sangre derramada por otras causas.

Poco a poco caminamos hacia “La Canda” donde estuvo el edificio principal de todos estos lugares dedicados a controlar la frontera que hoy es solamente La Raya porque la frontera ya no existe. Brauni, Blanquito y yo pensamos que tal vez algún día se caigan todas las fronteras, sobre todo las que los humanos ponemos en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestro espíritu. A los dos perros, les gusta La Canda, porque la vista se ensancha hacia Vivinera y otros pueblos, porque muy cerca tienen una pecina de buenas proporciones para beber y darse un buen chapuzón. Hoy me dicen que van ellos solos a bañarse, que yo les espere aquí pues mi caminar es más lento y más cansino.

Esta fotografía reciente recuerda como antiguo daguerrotipo la Caseta de LA CANDA. Estos puestos de frontera intentaban evitar el contrabando de azúcar y café; de aceite y otros productos de uso básico. Más de una vez, guardines y guardias, evitaron enterarse de estos contrabandos menores, contrabandos de supervivencia.  

Vuelven de su baño y continuamos por otro camino que llega hasta las paredes caídas de lo que fue el puesto de “La Emboscada”. Cerca están los trigales de Ceadea. Entramos por senderos secundarios, por rastrojos y pequeñas roderas para hacer un atajo que nos acerque nuevamente hasta el Pinar en dirección a Moveros.

Quedan las ruinas de la caseta de La Emboscada. Las rebollas y la maleza han cercado su tiempo y su memoria.

Blanquito y Brauni se alegran tanto como yo de terminar esta caminata más larga que de costumbre. No importa, los tres sabemos que al llegar al pueblo tendremos sombra y agua.

Javier Agra.


viernes, 24 de agosto de 2018

ENTRE ESPAÑA Y PORTUGAL: LA RAYA SIN FRONTERA


Ya hace tantos años que no necesito pasaporte para construir camino por España y Portugal que me parece que siempre fue así. Sé que hubo tiempos más difíciles. ¡Es tan hermoso poder caminar por el mundo sin fronteras! Cuando el alba apunta los primeros colores sobre la tierra, me levanto en Moveros, Aliste, Zamora y acompañado del dúo perrito Brauni y Blanquito salgo por el Sierro hacia la Raya, recorro el antiguo camino que llegaba a Cicouro en Portugal.

Moveros conserva dos casas donde trabajan la alfarería tradicional del barro. La cerámica de Moveros es internacionalmente conocida.

Entre antiguos robles y más nuevos pinares, la Raya está constituida como un largo y amplio sendero que une las dos naciones por estos numerosos pueblos más al norte del Río Duero y mucho más abajo del Miño. Por aquí lleva el nombre de Sierra de Bozas. Después cambiará de nombre. De modo que necesitaría más de una jornada para recorrer toda la Raya que se puede hacer a pie sin más dificultad que algún suave otero y su collado breve.

Caminamos con armonioso sosiego por la Raya a la vista de España y Portugal
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Esta mañana llegamos hasta “El Piricueto”, así llamamos por estos pueblos a la construcción elevada que se encuentra en el cueto “La Luz” con una altura de 914 metros. Desde aquí, como en otros muchos puntos a lo largo de La Raya, la vista se dilata hasta la Sierra de la Culebra y aún llega hasta Peña Trevinca y las sierras donde convergen Zamora, León y Orense; se divisa también la Sierra de Montesinhos en Portugal, al norte de Braganza y la Sierra de la Estrella, más al sur.

El río Angueira tiene una de sus nacientes ramas en estas laderas; irá después a Alcañices, se adentrará en Portugal para dar nombre a una pequeña comarca, descansará sus aguas más tarde en el Duero para llegar asombrado al inmenso Atlántico.

En el cueto “La Luz” construyeron este “Piricueto” entre vértice geodésico y observatorio.

Un águila solitaria ha hecho de este lugar su espacio de vida, nos acompaña con su aviso durante un largo trecho mientras continúo caminando hasta la siguiente loma con su pinar y desciendo entre cortafuegos y caminos en busca de la antigua caseta de la Canda con su caserón caído y engullido por las zarzas, los castaños sin fruto, los piornos, la soledad, el recuerdo vacío de un tiempo que acaso nunca existió.

En el entorno de la Canda han construido una pecina que almacena gran cantidad de agua para que los animales diferentes puedan encontrar alivio al calor y la sed; allí llegan también Brauni y Blanquito para beber y darse un chapuzón, yo no me atrevo porque sus orillas son barro y juncos y ya me he acomodado a las duchas y aguas limpias. A partir de aquí, el águila sabe que abandonamos su territorio y deja su insistente melodía.

Cerca de la Canda está construida una pecina donde los diferentes animales beben y alivian tu calor; también Brauni y Blanquito llegan hasta sus aguas.

La Raya ha quedado allá arriba. Los tres viajeros, dos perros y un humano, volvemos hacia Moveros cerrando un recorrido que no podemos llamar circular porque se parece más a un rectángulo perfecto. El monte de estos pueblos está, en su mayor parte, abandonado a las urces y las jaras; hace años, décadas seguramente, estos montes eran tierras labrantías de las que hoy solamente quedan unas pocas, salpicadas en las cercanías de los pueblos, para que recordemos el color del trigo, el dolor del trabajo de otros tiempos cuando se cultivaba con el arado romano, la guadaña, el trabajo de toda la familia…

Han pasado cuatro horas desde el inicio; Blanquito camina a mi lado con la lengua en chasquidos de acorde respiración, Brauni se acerca a nosotros moviendo nervioso su rabo; así, en reducida y sosegada comitiva, llegamos a la sombra donde ellos dos se tumban y yo me siento sobre una piedra.

Javier Agra.