jueves, 31 de mayo de 2018

EL SALÓN DEL PÁJARO


La Pedriza de Madrid tiene lugares escondidos llenos de magia y asombro. El aparcamiento de Canto Cochino se va llenando de coches con las primeras luces de esta mañana de primavera. Suena con brío el agua del Manzanares cuando cruzamos sobre su puente de madera para emprender la marcha entre pinos y arizónicas por “la autopista” de La Pedriza.

Estamos en el Salón del Pájaro. Es nuestro objetivo de la jornada. Ya adelanto que llegamos ¿cómo podríamos haber hecho la fotografía de otro modo?

El Arroyo de La Majadilla es una sinfonía de agua. Imagino la novena sinfonía de Mahler con sus instrumentos de cuerda y de metal entre la armonía del conjunto y la queja, el grito, el silencio porque la vida es una agonía irregular  en busca de serenidad en su primer movimiento. Arpas, oboes, violonchelos suenan entre el agua desbocada y los pasos primeros de los montañeros. Dejamos atrás la charca Kindelán hundida en el abismo y la altura de Peña Sirio recortando el cielo.

Desde el Jardín de los Guerreros contemplamos el circo de Las Arañas Negras por donde pasamos hace un momento.

La danza del segundo movimiento coincide con nuestro inseguro caminar entre las piedras y las inmensas raíces que los árboles hacen aflorar en el sendero. Atrás han quedado Los Llanos del Peluca y el puente que lleva hasta el refugio Giner. Una empinada cuesta deposita nuestro resuello en el descansillo desde donde indefectiblemente hago una parada, con El Pájaro al fondo, para desprenderme de ropa y recomponer el resuello.

Poco más allá, justo antes de la curva que tiene un vivac, baja un sendero hasta el Arroyo de los Poyos; estos días va crecido, pero siempre se encuentra algún lugar por el que vadearlo. El alegro del tercer movimiento de la novena de Mahler se llena de instrumentos de metal, de fagots y clarinetes mientras subimos hasta La Calavera y continuamos montaña arriba buscando hitos y recuerdos de marchan anteriores.

Al pie del Pájaro me detuve a conversar con esta piedra grácil y volatinera a la que llamé “El Murciélago”.

Esta es una subida entretenida, es necesario usar manos, pies…y un poco de pericia para llegar hasta la base del Pájaro. Aquí me encuentro con una piedra grácil y volatinera a la que llamé “El Murciélago” nombre que acaso se pierda en el olvido nuevamente porque yo no tengo ascendiente social. En la base del Pájaro conversamos con unas personas que están preparando su equipación para ascender en escalada por una de sus vías; nos muestran tipos y nombres de cuerdas, de clavijas…

Continuamos la ascensión. Hace un rato que estamos entre robles y piedras, entre lagartijas y buitres con el sonido del Adagio del cuarto movimiento entre el estallido y el reposo de la música que salva el corazón y la mente de los montañeros, que nos conecta en armoniosa unidad a la naturaleza. Salimos al final de estos escondidos recodos por encima del Platillo Volante y entonamos con Mahler “en las cumbres el día es hermoso”.

En el Jardín de los Guerreros está preparada la piscina; los buitres contemplan el espacio cercano y la distancia lejana.

Continuamos entre el pedregal y los hitos por la cuenca de Las Cerradillas hasta su final que se cierra como si quisiera formar un circo con las cumbres de las Arañas Negras y Los Guerreros; desde aquí asciende una canal hasta el Jardín de los Guerreros. La erosión ha construido poesía en estas piedras a través de tantos milenios de silencio y truenos, de sosiego y literatura. Los montañeros nos sentamos entre la admiración y el asombro para contemplar, a nuestro lado, La Muela que hoy está coronada por media docena de buitres; también los buitres observan a la distancia la Pedriza Posterior y la Cuerda Larga y el horizonte y el futuro soñado en libertad y en PAZ.

Dejamos aquí las mochilas, al regresar nos sentaremos otro rato para disfrutar y comer. Continuamos hacia el Jardín del Pájaro y hacia el Salón del Pájaro, convencidos de que somos minoría los que hemos visto estos recoletos lugares. A veces reptando, a veces sirviéndonos del culo como punto de apoyo, a veces haciendo malabares, siempre con el mayor respeto hacia la montaña, entramos a disfrutar también de este escondido espacio del Salón del Pájaro. Espacio de serenidad, de asombro, de poema, de latidos en armonía con la canción sutil del viento en la montaña.  

La vuelta fue otro cantar.

Javier Agra.

miércoles, 23 de mayo de 2018

LA PEÑOTA (DESDE CERCEDILLA)



En el vértice geodésico de La Peñota se llenó mi corazón de sosiego y libertad.

Una de mis entradas, en el año dos mil ocho, cuenta la aventura nunca suficientemente ponderada de La Peñota desde el Alto del León. Así como es conocido el dicho de que “todos los caminos llevan a Roma”, son unos cuantos los senderos que confluyen en la cumbre de La Peñota y en otra multitud de cimas y de lugares a los que nos apetece regresar con frecuencia.


Comenzamos nuestra marcha por el Camino Puricelli entre la sinfonía de las retamas, de las aves, del arroyo…

Desde la estación de Renfe Cercanías en Cercedilla, cuando la mañana aún está entre el clarear y el olor de los churros, salimos buscando el Camino Puricelli muy bien trazado en la falda de la montaña. Sinfonía de retamas alientan nuestro caminar,  las aves ponen sonidos de contratenor y el arroyo de La Venta acompasa acordes de cuerda y viento en esta mañana de luz. El arroyo de la Venta trae sueños y agua desde la Fuenfría, trae rumores reposados de las concurridas Dehesas.

Nuestra marcha se desvía, ahora buscamos el Collado de Los Amigos y el prado del antiguo Campamento de las Berceas. Pastan una cuantas vacas ausentes a nuestro silencioso caminar. Nuestro corazón palpita con la vida nueva de los robles, nuestros ojos caminan muy lejos con el pensamiento y con las puntiagudas miradas de las altas copas de los pinos.


Estamos cruzando las praderas de Las Berceas.

Una amplia pista nos conduce hacia nuestra derecha montaña arriba. Nosotros sabemos que este sendero de sedoso caminar es efímero; muy pronto saldrá un empinado desvío; se inicia con una mezcla de raíces y brevísima pradera  que confluye en una fuente; a partir de aquí el camino que hemos de seguir se torna en suelo pedregoso, entre guijarro y pedernal. Es la Senda Poyalejos.

Allá abajo, la niebla juega a construir puzles de preciosas vistas y temblores ocultos. Los montañeros continuamos despacio y esperanzados, pronto llegaremos a La Senda del Infante, más arriba del arroyo del Helechar y la cuesta de Matalobos. Mientras resoplamos entre la fatiga del desnivel y el asombro del lugar conversamos sobre los muchos nombres que en estos y otros lugares se han perdido, han variado su significado. Los helechos crecen en estos paisajes de la sierra como si permaneciéramos para siempre en siglos antiguos, los lobos se han perdido en la memoria ahuyentados por la desmedida ferocidad de los humanos.

Cerromalejo queda a nuestra espalda. La niebla oculta los pinos que disminuyen su tamaño y cantidad mientras continuamos ganando altura en esta jornada de ochocientos metros de desnivel casi sin descansillos en el trayecto. Ante nosotros se presenta como una siniestra aparición la línea de rocas que da comienzo al último tramo del sendero.

Se han terminado los pinos,  ha concluido la vegetación; entramos entre la niebla en el terreno de las rocas, la memoria de otros paseos por estos lugares nos ayuda a pisar en suelo seguro. Las gafas se oscurecen por completo entre las gotas de niebla. Es como si esta hora, aún antes del mediodía, fuera un símbolo terrible de destrucción.


Llegamos a la cima. La Peñota extendió su luz sobre las cumbres y los valles.

Llegamos a la cima. El vértice geodésico de La Peñota exige al montañero usar las manos y aún la paciencia y un poco de pericia. La montaña es agradecida hasta términos insospechados. Cuando pensamos que ya estamos ante un telón invisible, se disipa la niebla en un instante y ofrece al montañero la vista de otras cumbres y sus nombres, de llanuras, de embalses, de poblaciones, de arroyos, de bosques, de inmensidad.


Descendemos por la Senda Poyalejos hasta encontrar las praderas de Las Berceas.

La Peñota se viste de asombro para que podamos regresar con el esfuerzo realizado, el alma henchida, el corazón iluminado, la vida entregada a la sosegada quietud y la actividad productiva. Regresamos hasta los campos de las Berceas por un sendero directo, a veces más claro otras veces perdido por completo. No nos preocupó, nuestro corazón ya se había encontrado, se había acompasado al respirar de siglos pausados de la naturaleza.

Javier Agra.