miércoles, 23 de mayo de 2018

LA PEÑOTA (DESDE CERCEDILLA)



En el vértice geodésico de La Peñota se llenó mi corazón de sosiego y libertad.

Una de mis entradas, en el año dos mil ocho, cuenta la aventura nunca suficientemente ponderada de La Peñota desde el Alto del León. Así como es conocido el dicho de que “todos los caminos llevan a Roma”, son unos cuantos los senderos que confluyen en la cumbre de La Peñota y en otra multitud de cimas y de lugares a los que nos apetece regresar con frecuencia.


Comenzamos nuestra marcha por el Camino Puricelli entre la sinfonía de las retamas, de las aves, del arroyo…

Desde la estación de Renfe Cercanías en Cercedilla, cuando la mañana aún está entre el clarear y el olor de los churros, salimos buscando el Camino Puricelli muy bien trazado en la falda de la montaña. Sinfonía de retamas alientan nuestro caminar,  las aves ponen sonidos de contratenor y el arroyo de La Venta acompasa acordes de cuerda y viento en esta mañana de luz. El arroyo de la Venta trae sueños y agua desde la Fuenfría, trae rumores reposados de las concurridas Dehesas.

Nuestra marcha se desvía, ahora buscamos el Collado de Los Amigos y el prado del antiguo Campamento de las Berceas. Pastan una cuantas vacas ausentes a nuestro silencioso caminar. Nuestro corazón palpita con la vida nueva de los robles, nuestros ojos caminan muy lejos con el pensamiento y con las puntiagudas miradas de las altas copas de los pinos.


Estamos cruzando las praderas de Las Berceas.

Una amplia pista nos conduce hacia nuestra derecha montaña arriba. Nosotros sabemos que este sendero de sedoso caminar es efímero; muy pronto saldrá un empinado desvío; se inicia con una mezcla de raíces y brevísima pradera  que confluye en una fuente; a partir de aquí el camino que hemos de seguir se torna en suelo pedregoso, entre guijarro y pedernal. Es la Senda Poyalejos.

Allá abajo, la niebla juega a construir puzles de preciosas vistas y temblores ocultos. Los montañeros continuamos despacio y esperanzados, pronto llegaremos a La Senda del Infante, más arriba del arroyo del Helechar y la cuesta de Matalobos. Mientras resoplamos entre la fatiga del desnivel y el asombro del lugar conversamos sobre los muchos nombres que en estos y otros lugares se han perdido, han variado su significado. Los helechos crecen en estos paisajes de la sierra como si permaneciéramos para siempre en siglos antiguos, los lobos se han perdido en la memoria ahuyentados por la desmedida ferocidad de los humanos.

Cerromalejo queda a nuestra espalda. La niebla oculta los pinos que disminuyen su tamaño y cantidad mientras continuamos ganando altura en esta jornada de ochocientos metros de desnivel casi sin descansillos en el trayecto. Ante nosotros se presenta como una siniestra aparición la línea de rocas que da comienzo al último tramo del sendero.

Se han terminado los pinos,  ha concluido la vegetación; entramos entre la niebla en el terreno de las rocas, la memoria de otros paseos por estos lugares nos ayuda a pisar en suelo seguro. Las gafas se oscurecen por completo entre las gotas de niebla. Es como si esta hora, aún antes del mediodía, fuera un símbolo terrible de destrucción.


Llegamos a la cima. La Peñota extendió su luz sobre las cumbres y los valles.

Llegamos a la cima. El vértice geodésico de La Peñota exige al montañero usar las manos y aún la paciencia y un poco de pericia. La montaña es agradecida hasta términos insospechados. Cuando pensamos que ya estamos ante un telón invisible, se disipa la niebla en un instante y ofrece al montañero la vista de otras cumbres y sus nombres, de llanuras, de embalses, de poblaciones, de arroyos, de bosques, de inmensidad.


Descendemos por la Senda Poyalejos hasta encontrar las praderas de Las Berceas.

La Peñota se viste de asombro para que podamos regresar con el esfuerzo realizado, el alma henchida, el corazón iluminado, la vida entregada a la sosegada quietud y la actividad productiva. Regresamos hasta los campos de las Berceas por un sendero directo, a veces más claro otras veces perdido por completo. No nos preocupó, nuestro corazón ya se había encontrado, se había acompasado al respirar de siglos pausados de la naturaleza.

Javier Agra.  

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