domingo, 28 de junio de 2015

TIEDRA: PRESENTE DE PIEDRA ANTIGUA



Me acerco hasta el Castillo, hoy poco más que una grandiosa torre hermosamente conservada. Los páramos inmensos de Castilla juegan a esconderse entre los oteros que forman estos Montes Torozos. El pasado eleva romances a esta tierra donde nuestros antiguos emplearon tiempos entre conversaciones, pactos y peleas.

He subido desde el punto más bajo donde aún se conserva el lavadero. Imagino a los guerreros con el calor de junio más agobiados por el llanto de ausencias que por temor a la pelea. Aún es visible el muro y el puente en su puerta de entrada. Hoy es fácil llegar sin más armas que el bolígrafo y el sombrero, sin más enemigos que algún gorrión que observa entre la sombra de algún hueco y no tiene fuerza ni ánimo para volar con este sol.

Castillo de Tiedra.

Las piedras que están en la umbría de la reluciente fortaleza, mantienen frescor suficiente como para reconfortar mi breve descanso en el camino.

Frente al castillo se levanta el edificio de la escuela. A través de sus muros aún se escucha la lección del último maestro. Hoy están dedicadas a diferentes usos que requiera el pueblo. En su viejo patio continúan dando fruto los manzanos y las dalias mantienen el entusiasmo de la palabra.

Ruinas del templo de San Pedro, rodeada de edificios y verdor.

Grito de pasado ilustre, las ruinas de la iglesia mudéjar de San Pedro son visibles desde cualquier parte cuando el viajero se aproxima a Tiedra, donde esta noche representará teatro en el antiguo Pósito hacia el que se dirige. Antes ha de pasar por la amplia Plaza Mayor, levantada sobre un solar de lo que fue hospital.

La Plaza Mayor de Tiedra se edificó en el siglo diecinueve.

Las distancias son cortas. Me aproximo al gótico del templo dedicado al Salvador. Su espadaña está adornada con un pequeño balcón para que sea más cómodo el esfuerzo de hacer sonar las campanas…hoy pueden ser monótonos sus sonidos de acero. Pero las campanas de los templos dieron muchos avisos diferentes a lo largo de nuestra historia. Recuerdo en mi infancia… (Sí, lo añado) sus llamadas a las hacenderas colectivas para trabajar en beneficio del pueblo, los lamentos doloridos que nos llamaban a la casa de algún muerto, las sonrientes carcajadas de los festejos, la hora de llevar las vacas a pacer a los prados comunales…Recuerdo…

Templo del Salvador. De los diversos templos que tuvo el pueblo, éste es el único que mantiene el culto religioso.

Ya estoy a la puerta del Pósito. El Pósito es un almacén de grano, boyante en épocas de bonanza agrícola y al que se acudía en la necesidad; el municipio prestaba a quien necesitaba para la siembra, para harina, para el ganado. Ya cuenta el bíblico libro del Éxodo que José proveyó de Pósitos a Egipto, fue costumbre extendida en el Imperio romano y aceptada como buena idea en la Edad Media en Castilla y en la mayoría de los Reinos.

Pósito.

Hoy en Tiedra, el Pósito reparte teatro que es hermosa forma de cultivar futuro en libertad y en PAZ.

Javier Agra.  

martes, 23 de junio de 2015

TIEDRA: ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE TIEDRA VIEJA.



Los gorriones ponen música a las acacias en la siesta de Castilla.
Llegamos a Tiedra para representar teatro en el Pósito, tenemos por delante todo el día y lo dedico a pasear bajo el tórrido cielo de junio.

Abajo las casas de Pobladura de Sotiedra.

Fue exquisita la comida en Pobladura de Sotiedra. Cuesta arriba entre los trigos, llego a la Ermita de Nuestra Señora de Tiedra Vieja; el camino suena a gorriones y a cigarras. El sombrero es, a esta hora, el mejor invento de la humanidad.

Ermita de Nuestra Señora de Tiedra Vieja, entre trigos, nogales y acacias.

El patio de la ermita y sus antiguas celdas otrora habitadas por monjes y hoy en conversaciones de fantasmas, están en proceso de rehabilitación. Sobre estos montes Torozos se levantaron las tiendas de lona trashumantes de los Vacceos hasta que edificaron los sedentarios muros de la ciudad que los romanos llamaron Amallóbriga.

Patio.

Me siento en un moderno banco a conversar con la historia y me cuentan recuerdos y ternuras de siglos, me dice tormentos, me relata guerras; escaramuzas y alianzas; trueques certeros, encuentros brumosos que tuvieron lugar en este mismo lugar desde donde se ven torozos…puede derivar del latín “altarium” hasta llegar a ser otero; pues son numerosas colinas las que se contemplan desde el asiento que acoge mi reposo en este torozo lleno de historia.

Escucho la oración cercana, es tan profundo el silencio que suena armonioso el vuelo de los pájaros; escucho las conversaciones del Cid con Doña Urraca en los salones del cercano Castillo, han llegado hasta aquí traídas por la ligera brisa que acurruca a los nogales y a las acacias; escucho en sosidos de otro tiempo los crueles llantos de la batalla…me quedo en silencio para que el espíritu vuele con la música de los gorriones sobre las acacias.

Interior del templo con la imagen de Nuestra Señora de Tiedra Vieja.

Seguramente fue monasterio o acaso hospedería, o tal vez el pasado haya concedido suficiente tiempo para ambos usos. Mi corazón pone gregoriano entre los arcos del patio de recuerdo mudéjar; sobre el tejado una mano extiende sus cinco dedos hacia la espadaña y hacia el cielo, acaso demanda piedad y justicia para esta desigual tierra, acaso la mano permanezca extendida hasta que no se erradique la desigualdad y la miseria; hasta que el trigo que está granando con este calor del inicio del verano no llegue a todas las mesas y a todas las bocas.

En el templo de una sola nave brillan ancianos órgano, facistol y coro.
  
El interior del templo está presidido por un retablo para honrar a la Virgen patrona del pueblo; una hermosa reja cierra el presbiterio con las pinturas de los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob en la pared izquierda, en la derecha están pintados los reyes Salomón, Josafat y Ozías. El templo gozó de un prestigioso órgano que muestra sus tubos hoy vacíos de notas; arrinconado duerme un viejo facistol entre la pátina y la carcoma del tiempo.

Por los restos de una calzada romana, me dirijo hacia el pueblo; Tiedra está apenas a cuatrocientos metros. Me espera el Castillo… eso será otra entrada…de momento camino entre los gorriones musicales de las acacias.

Javier Agra.

lunes, 15 de junio de 2015

PEÑA CITORES




La Sierra de Madrid tiene rincones alejados del circuito general de paseantes y montañeros. Rincones, alguno, recónditos donde parece que el misterio es mayor que en el resto de la montaña serrana; también tiene lugares bien visibles y poco visitados. Esto le sucede a Peña Citores. A pesar de tener una altura superior a dos mil metros, está a la sombra de Dos Hermanas y de Peñalara, la mayor altura de Guadarrama.

Decidimos hacer de Peña Citores una cumbre de llegada. Tal vez continuemos hacia otras alturas…Hoy nuestra salida es a “Peña Citores”, madrugamos en el aparcamiento de Cotos –muy pronto será imposible dejar el coche en esta placidez– para subir entre los pinos de la Senda del Batallón Alpino.

Hemos llegado junto al ruinoso recinto del Batallón Alpino en Peña Citores.

Apenas abandonamos la preparada escalinata de madera, suena melodía de pájaros y olor de piornal; la luz tiene brillos verdes y amarillos entre la vegetación y la piedra; el sol acaricia el pensamiento, ahora sosegado y sin tiempo; los pasos del montañero llenan el alma de pausa, saben que están haciendo el sendero con la serenidad del trigo, poco a poco hasta germinar en fruto.

El enebro de pequeño tamaño y fortalecida rama verde ofrece los últimos frutos casi transformados en pasas, a su lado crecen nuevas margaritas blanquísimas en el rumor del aire de la primavera; a dos mil metros de altura el calor parece aplastar en menor medida la vida siempre pujante y garbosa; danzan las lavanderas de larga cola y esparcen colores y brillo entre la alta pradera.

Las retamas florecidas en amarillo relucen al sol y extienden por la planicie de Citores luz y serenidad; estamos ante la cerca de piedra que se conserva de lo que fue el recinto del Batallón Alpino. Junto a la placa que un hijo dedicó a su padre recordamos las tristezas y las luchas de la historia reciente y de toda la historia humana. Llegamos hasta el punto más alto de Peña Citores. Ante nosotros se abre una cortada que terminará allá abajo por la Cancha de los Alamillos.

Peña Citores no tiene vértice geodésico. Estas rocas sobre las que nos asentamos y las que a nuestra vera se amontonan, son la señal inequívoca de que hemos llegado al punto más elevado de la extensa planicie.

No es la mitológica Hiperbórea griega eternamente rejuvenecida, pero en esta pequeña cima gozamos de soledad y sosiego. Siete Picos, el antiguo dragón del Guadarrama sonríe siempre y llama con susurros a los montañeros, más lejos Abantos señala el Escorial antes de llevar la vista hacia las Machotas y terminar en la prolongada redondez de Almenara donde se cierra la Sierra de Guadarrama; regresamos hacia las cimas de la Mujer Muerta y posamos la vista en la más alta cumbre, Peñalara y su serenidad solemne.

Estamos regresando desde la cima de Peña Citores hacia el recinto del Batallón Alpino por el amplio collado que nos llevará hacia Dos Hermanas, la mayor se ve al fondo; después seguiremos hasta Peñalara.

Un collado con amplitud de miras nos llevará hasta las Hermanas y a Peñalara, entre el silencio del paseo, el rumor del aire, la fantasía del espíritu, la fábula pastoril de la retama, la esperada libertad de todos los tiempos…

Al llegar a la altura de Dos Hermanas, nos unimos a la multitud de personas –acaso no todos sean montañeros– que caminan con más o menos ilusión hasta la más alta cima de Madrid y de Segovia. Peñalara es romería de suave palabra, de silencio diluido.

Cima de Peñalara. ¡Tantas veces visitada desde el asombro! ¡Tantas veces impresa en el celuloide y en la memoria! Peñalara, sencillez y sosiego de la montaña.

Javier Agra.

miércoles, 3 de junio de 2015

MIRAR DESDE ARRIBA



Con sigilo místico llegamos al final de las cortadas rocas.
La cumbre era nuestro impulso en medio de la dureza de inmensidad de piedra y llanto.
Sentados en la inmensidad, sosegado ya el latir violento del corazón, conversamos silenciosos con el cielo desde su misma horizontal mirada y callamos para escuchar el vuelo libre de un buitre que acude a olisquear la mochila y ruega un trozo de manzana.
Hace mucho rato que las aves han dejado de temer nuestra presencia, allá abajo incluso un zorro se atrevió a dejarse ver por estos lentos humanos que desafían la soledad y el misterio de la montaña y se adentran siguiendo el impulso de su respiración a nombrar escondidos recovecos de la Pedriza. Hace tiempo que el carbonero garrapinos no sigue nuestra huella porque sobrepasamos su vivienda y sabe que no suponemos peligro para su nido.



El buitre se ha sentado entre el azul y la piedra.
El buitre espera.
De la mochila extraemos unos frutos secos y los depositamos en un cuenco que formó caprichosa hace muchos siglos la historia de la piedra.

Allá abajo, El Tolmo cuenta desde el presente, la lentitud misteriosa de los siglos, del roce del agua con la arena, del silbido suave del viento, del formidable huracán de la tormenta que esconde misterios de siglos entre la titánica roca. El Tolmo fue diminuta piedra en la inmensidad de la Pedriza y hoy, desgajado de la madre piedra, después de rodar entre arroyos y retamas, es una mole que enseña las primeras escaladas y asombra a quienes se acercan a su sombra.


Silencio.
Más allá del Tolmo comienza el silencio de la sierra, paso a paso disminuyen los viajeros que se adentran por los recónditos senderos.

Sosiego.
Mira hacia el suelo.
Mira hacia abajo con ojos libres y verás también lo más alto del cielo manando en los arroyos y en las hierbas limpias del valle inmenso; en lo profundo de la tierra suenan los salmos del cielo para hacer inmenso a lo que es pequeño.

Desde Peña Blanca en la Cuerda de los Porrones, baja la mirada hasta la inmensa grandeza del valle y vuela sobre crestas y nombres de La Cuerda Larga.

Javier Agra.