lunes, 30 de noviembre de 2015

CUEVA VALIENTE: CUEVAS Y FUENTES



Saludamos al Arroyo de la Gargantilla. En cada ocasión varía su musicalidad de agua, hojas y aire; renueva su escenografía de luz y verdor. Siempre repetimos la coreografía de ascensión con el arroyo a nuestra derecha. Trescientos metros sendero hacia arriba hasta encontrar una bifurcación; nos dirigimos por otro amplio sendero que sale a nuestra izquierda hasta encontrar la Fuente de Bellver Marqués.

Entre helechos y pinos, la Fuente de Bellver Marqués ofrece su agua libre a la libertad de aves y animales.

Enseguida la ascensión se hace más empinada; el pinar pierde fortaleza y nos entrega un claro para que nuestra subida hasta el Peñoncillo se llene de claridad, se agrande el monte, se dilate la visión. Hoy también continuamos hasta la cueva, su interior tiene igual temperatura en las diferentes épocas del año que la hemos visitado; repetimos como un rito el tiempo de reposo a su boca, el descanso de conversación y de silencio, el momento de fotografía y de sonrisa.



La cumbre.
Las cumbres son siempre apogeo gozoso de los senderos de la vida. 



El descenso fue una invención continuada. Aquí podemos intentar caminos nuevos, no existe ningún riesgo cuando la visión es absoluta y el lugar al que llegar está muy visualizado. Así cruzamos senderos y rutas diversas hacia variados objetivos. La montaña es la misma vida llena de senderos y de opciones que parten de un lugar común y a él regresan después de saltar peñascos tal vez descocidos, acaso desacertados, siempre elegidos por los montañeros que hacen la ruta de la vida.

Cerca del Collado de la Gargantilla está la Fuente de Juan Bellver, adecentada con un cuidado mimo para que los animales encuentren siempre agua a recado.

Hemos dejado el pedregoso camino de descenso utilizado en anteriores ocasiones para adentrarnos a media ladera del Cerro de Arteseros en busca de nuevas fuentes y chozos viejos. El pinar es sosiego y belleza, el suelo de vegetal hermosura tiene canciones de mansedumbre y fortaleza. Durante un buen trecho llaneamos montaña adelante entre los silbidos suaves de las aves. Así llegamos a la Fuente de Lavacoñitos.


La Fuente de Lavacoñitos en un plácido sendero, mantiene un hilo de agua en este otoño seco.

Diversos senderos, ramales de la vida y del tiempo salen acá y acullá. Los montañeros avanzamos por el horizontal Camino de los Ingenieros entre la brisa soleada, los pinos inmensos, la frescura verde del suelo, entre los helechos y los cantuesos hasta llegar a la última de nuestras fuentes: Peña Morena. 



Fuente de Peña Morena. Hasta aquí llegan los coches. Aquí termina el sosiego montañero. Estamos pisando el sendero que aún conserva el antiguo asfalto. Miramos a los pinos, conversamos con los árboles y con el viento. Muy cerca está el coche que nos trajo y nos llevará de nuevo a nuestros hogares.

Javier Agra.

viernes, 20 de noviembre de 2015

ENCINAS DEL MONTE DEL PARDO



Pasea el corazón solitario entre las encinas del Monte del Pardo con el rocío matinal del mes de noviembre; dulce silencio del aire entre el pensamiento y la luz; amanece entre sus hojas, ni los pájaros se atreven a piar para que sigan dormidas las encinas.



Pero las encinas no duermen, tienden sus ramas para acunar a los últimos jabalíes, a los ágiles conejos, a los primeros humanos; mi corazón entona pasos limpios entre las encinas y busca calmar la sed infinita de lugares eternos entre las raíces frondosas de sujeción segura.

Están caídas las bellotas escondidas entre la tierra buscando primaveras en los metafísicos surcos de la tierra; allí duermen suspiros de las almas  que lloran, de las que quieren nacer más allá del tiempo y más allá de la lejanía entre cantares de ángeles y agua de las cascadas.



Pero las encinas tienen sus pies hundidos en la tierra y llaman a la acción liberadora de esta mañana en que mi corazón las mira entre los pedregales y entre los prados fértiles sin cultivar; las encinas llaman con sosegados gritos y me empujan a ser labrador que transforme esta aridez en frutal cosecha.

Siglos de paciente sabiduría están creciendo en el Monte del Pardo en la savia sabia de la encina; siglos enseñando a cantar a las aves, a correr a las lagartijas, a buscar la sombra a los humanos; y yo recuesto mi asombro en su tronco esta mañana cálida de noviembre, quiero unir el ritmo de mi corazón al palpitar de su paciencia de siglos.



Extienden sus brazos las encinas del Monte del Pardo más allá del silencio, de las canciones, del ruido y del llanto, más allá del dolor y la sonrisa, más allá del miedo, de las lluvias y las tormentas, más allá de los textos y de los abrazos; llega el mediodía y continúo extasiado acariciando sus ramas para que vuelen mis abrazos por el aire de sus brazos.  

Javier Agra.

lunes, 2 de noviembre de 2015

TEATRO EN NAVARREVISCA, ÁVILA




Me siento libre para conversar sobre teatro en un blog de montaña.

El teatro es una montaña alta que nos construye de nubes y poemas voladores, nos impregna en barro y tierra de labranza, nos entronca con la corteza vegetal y con la luz del más allá.

 Vista de una parte del pueblo de Navarrevisca.

Además tengo ocasión de presentar al cálido pueblo de Navarrevisca en Ávila. Cercano ya a Gredos, salta su nombre entre montañas de vegetación y matorral vivaz y entretenido; entrega armonía y calma a los corazones fatigados por los palos de la vida; cuando estamos hartos de cosechar herrumbre y tristeza, ponemos el corazón en las laderas de estas montañas y se llenan de ramaje vivo y musical.

 Pase primero a saludar a los Toros de Guisando.

Temprano llegamos al local de representación, un local que bien pudo caerse y perder para siempre su nombre en el olvido; sin embargo fue acariciado por la voluntad de servir al pueblo reconvertido en nave de variado navegar. Allí hacemos teatro, allí cantan, allí exponen, allí…

Y antes, mientras llega la hora de representar, me acerco hasta su arroyo que está buscando al Alberche para entregarle su caudal de otoño, para entregar el baile amarillento de sus chopos, la palidez poética de sus alisos, el cobre azulado de los robles que baten las huertas entre el aire y la plata vegetal.


Sobre nosotros las cumbres, a veces roca a veces verde bosque, llaman a los pueblos vecinos a la paz; quien visita estas vivas laderas entona sosiego, brinda calma, aprende fortaleza, entre colores, silencios, dulce mirada, canto de la naturaleza que llega al alma por acequias de siglos.


Por cierto, representamos una divertida obra de teatro de Nicolai Gógol, “El Casamiento”. Nos sentimos muy cómodos sobre el escenario, el público se divirtió y aplaudió nuestra entrega. Cuando terminamos y salimos, los nogales cercanos ponían en la tierra brillos verdes de estrellas del cielo.

Javier Agra.