domingo, 12 de junio de 2022

SENDA ALAKÁN


Cualquiera que haya caminado más de treinta y tres minutos por la Sierra de Madrid, sabe que la Senda Alakán es un paseo de gran sencillez física pues se puede recorrer en treinta y tres minutos sin mucha exigencia; pero, amigo lector, si decides emplear el corazón y la mente en esta tarea, puedes ocupar todo el tiempo que desees. Recuerda que el abad Virila del Monasterio de Leire pasó trescientos años en éxtasis ante la contemplación y la escucha de un pájaro cantor y le pareció un instante, según asegura la leyenda.

 

El gran montañero Anatoli Boukreev (Cheliávinsk 1958 – Annapurna 25 diciembre 1997) decía que la montaña no es un estadio donde satisfacer la ambición deportiva, sino una catedral donde practicar la religión.  Yo voy a las montañas como las personas van a la oración. Desde sus majestuosas cimas veo mi pasado, sueño el futuro y, con una inusual agudeza, experimento el momento presente...mi visión se aclara, mis fuerzas se renuevan. En las montañas yo celebro la creación. En cada viaje (a ellas) nazco de nuevo”

 


La Senda Alakán está tamizada de frondosos helechos.

 

Yo recorrí la Senda Alakán desde el aparcamiento de La Barranca. Crucé con mis compañeros el segundo embalse, muy próximo al aparcamiento, conocido como embalse del ejército del aire y entramos al pinar por una portilla de hierro. Los pinos en esta parte de la sierra son derechos y altos, de una sencilla altivez como la naturaleza misma de las gentes que se saben buenos vecinos y necesarios colaboradores para el mejor desarrollo común.

 

La senda que encuentro al comenzar la marcha me lleva hasta el cruce del arroyo de la Maliciosa y ya entro en la Senda Alakán, austera y sencilla, tamizada de helechos frondosos donde el corazón puede reposar durante mucho tiempo mecido por la ternura de la brisa, acurrucado entre el brillo sedoso de sus firmes hojas.

 


El sendero ha colocado un pino ciempiés para que yo me siente a contemplar la naturaleza y la vida.

 

Suena en mi corazón el dúo de Las Flores de Lacmé: esta es la hora / en que te veo sonreír,/ la hora bendita / en que yo puedo leer /en el corazón siempre cerrado …de los montes y de las aves. Y me detengo. El sendero ha colocado un pino ciempiés en medio de la ruta para que yo espere bajo la placida cúpula espesa de los pinos donde susurra el tiempo palabras de eternidad.


El río Navacerrada paredaño a la Senda Alakán.

 

Paso a paso, llaneo la brevedad de la distancia que me separa del río Navacerrada que suena con cadencia musical a mi izquierda, entre las piedras de su seno redondeadas por siglos de caricias de agua entre las dulces notas de las aves y la música: en esta cálida mañana vayamos a la orilla florecida donde el pájaro canta invocando la paz y el futuro en libertad.

El agua camina indiferente a nuestro paso, entretenida en su propio pensamiento de siglos ladera abajo; el agua sirve de espejo a los saltarines conejos de la sierra y a los corzos que acuden a abrevar su sed; el agua toma formas de humanidad atenta cuando los montañeros se acercan a su cauce y entona una canción distinta para acoplarse a nuestra conversación y para que yo pueda sincronizar con el rumor de su poesía y su caminar ladera abajo hasta incluir mi corazón en otras aguas, en el mar entero de los corazones que cantan unidos a la tierra y a la vida, a la esperanza y a la paz.

 


La Senda Alakán se ensancha y desemboca en una amplia pista desde la que podremos partir en diferentes direcciones.

 

La Senda Alakán se ensancha más adelante entre el pinar para llevarnos hasta la pista desde la que nos distribuiremos en diferentes direcciones: más yo no sé qué alegría súbita se apodera de mí junto al arroyo cuando los pájaros cantan reflejos de agua y esperanza. Las plantas, el agua, las aves, la luz, los aromas y los sonidos han cautivado mi alma en esta breve e intensa Senda Alakán en estos primeros treinta y tres minutos de la marcha montañera de esta mañana.

 

Javier Agra.

 

sábado, 11 de junio de 2022

PASO CAGALERA


A mi entender, se merece un nombre más preciado. Se ha quedado con El Paso Cagalera ¡Qué le vamos a hacer!

Desde el aparcamiento de La Barranca, cuando el sol florece entre las cumbres de la Maliciosa y el sueño del pinar, comenzamos a caminar en el envolvente silencio de la montaña, el musitar de las aves, el sereno cascabel imperturbable del agua en sus arroyos. Muy cerca está el segundo embalse pequeño y de serenas aguas, lo conocemos como el embalse del Ejército del Aire.


Estamos cruzando el pequeño embalse conocido como del ejército del aire. Es el comienzo de nuestra excursión.

Cruzamos a la otra orilla sobre el mordido paso de cemento y hierros, brilla el agua entre la luz matinal y las hojas de la abundante vegetación que nos acompañará durante toda la jornada. Los pinos son altos, derechos como galantes mensajeros que anuncian una jornada feliz. El sendero entre la claridad y la fantasía nos va llevando por la margen del Arroyo de la Maliciosa.

Es la misma senda la que nos indicará por donde cruzar el arroyo para continuar por la serena senda Alakân, entre la afable sombra y el brillo luminoso de la mañana, entre la brisa y los helechos. Caminamos saludando alguna lagartija o algún sigiloso pájaro que rebusca desayuno. Ahora es el río Navacerrada el que baja a nuestra izquierda canturreando El dúo de Las Flores de la ópera Lacme de Lêo Délibes.


Esta roca vivac marca el inicio de la ascensión.

Desemboca la senda Alakân en una pista un poco más delante de la Fuente Mingo, la seguimos por nuestra derecha durante pocos metros y nos encontramos con una cerrada curva. De allí mismo sube una senda monte arriba entre la pendiente de pinos y hierba, una gruesa roca que contiene un amago de vivac nos servirá de orientación definitiva. 

Un sendero apunta monte arriba entre los pinos y la imaginación; un sendero que el tiempo y las pisadas han sembrado de sudor y de gayubas entre peñascales y raíces asombradas de ver alguna persona madrugadora, de escuchar el jadeante respirar de estos montañeros en busca de la senda por momentos imperceptible pero siempre en ascensión reflexiva. Suena entre la vegetación y las rocas el trío para piano, violín y viola de Schubert, acompasamos nuestras pisadas a la sosegada fortaleza de sus notas en un andante más moderato que el que marca el autor, pero siempre allegro.


El sendero monte arriba está sembrado de sudor y gayubas abierto a gozosas vista, en este caso el sol acaricia la Cuerda de Las Cabrillas.

A nuestra izquierda, un frondoso pino alarga una gruesa rama hacia nuestra dirección y nos llama con silenciosa cadencia. Es la señal de que hemos de ir hasta su tronco para recuperar el camino escondido entre rocas sin huella del pasado, sin pisadas asentadas entre sus oquedades y sus desniveles. El pino nos impulsa hacia una pequeñísima pradera al pie mismo de la altura solemne de las rocas que cierran nuestro paso más arriba. Estamos en la base del Paso Cagalera.


Estamos en la base del Paso Cagalera. Si aguzas la vista, amigo lector, verás la cadena y más arriba la escalera que nos servirán de ayuda.

Un sendero hacia la derecha, pegado a la alta roca, nos lleva tras unos metros de descenso hasta el inicio de la ferrata Vía Cuervo que está jalonada de grapas de hierro roca arriba hasta depositarnos en una repisa y más arriba hasta terminar en una cruz construida con varas de hierro sobrantes. Entre rocas tiene una salida que desemboca en la senda por la que bajaremos.


Vía Ferrata Cuervo.

Ahí queda la vía ferrata para otra ocasión más propicia. Hoy regresamos para comenzar a ascender el afamado Paso Cagalera. Nos ayudamos de una cadena colocada muy sabiamente, más arriba una escalera nos termina de posar en lo alto de las rocas después de superar el hueco mágico formado por formaciones rocosas.


Desde arriba estamos viendo el Paso Cagalera.

Aquí el asombro y el gozoso espectáculo se aúnan para engrandecer el corazón. El pedregal, la vegetación, las oquedades, la luz, el silencio, la serenidad, la paz, el musitar de las aves, la vista en derredor…son manantial de amistad, entusiasmo para el corazón, calma para la mente, sosiego para el espíritu…

El regreso lo hicimos por la senda local hasta encontrar la senda Alakân, el pequeño embalse del ejército del aire y el aparcamiento de La Barranca.

Javier Agra. 

 

sábado, 4 de junio de 2022

BARRANCO DEL INFIERNO


Existen diferentes nombres que se repiten con insistencia en diversos lugares de nuestra geografía. Así me he encontrado con “La Cueva de la Mora” en multitud de viajes montañeros o de mero turismo. Algo parecido sucede con “El Barranco del Infierno” que también lo tenemos en la Sierra de Guadarrama en Madrid y que he subido y bajado en diferentes ocasiones.


Vista de la Garganta del Infierno desde el Mirador de Las Canchas. Esa brecha que recorta la montaña, a la derecha se destaca La Maliciosa, a la izquierda la prolongación de la Cuerda de Las Cabrillas culminada por la Bola del Mundo.

A mí me parece una gloria, tal vez se haya decidido el nombre de Barranco del Infierno por lo inhóspito del pedregal de su cauce, acaso por le nieve que se acumula en su oquedad o por la ventisca que azota su desfiladero montaña arriba. Por lo demás, en primavera goza su ladera de un colorido floreado de amarillos piornos, de verdores en breves praderas, de la variedad de las gencianas de amarillenta flor y tallo con amplias hojas verdes, del morado brezo que se extiende acá y acullá buscando intermitencias.

Desde la Barranca llegamos entre pinos y agua hasta la graciosa fuente de la Campanilla y más arriba a la Bola del Mundo desde donde el corazón se extiende a la tierra entera porque el espíritu es capaz de poner la mirada más allá de los ojos, más allá de la cercanía de la visión entrecortada por las montañas, por las lágrimas, por los temores; pero el espíritu humano extiende la luz sobre aquellos lugares que recuerda, que recrea, que inventa, que sueña.



En la primavera avanzada los colores del Barranco del Infierno y su entorno es una fantasía de colorido.

El descenso tiene también muchos caminos. Uno de los más complejos por el pedregal de su recorrido es el Barranco del Infierno. Entre sus piedras se reproduce el musgo, se encuentran resbaladizas piedras, se tropieza con saltos y pequeñas dificultades. Pero la vida es una pelea del barco en alta mar cuando la galerna intenta engullir su botavara y sus velas, allí estamos arañando las olas con las manos para continuar la ruta y salir airosos del envite de su furia.


Recorremos el Barranco del Infierno buscando la fuente de La Caña.

Unos cuantos metros más abajo salimos de su cauce y llegamos hasta la fuente de la Caña y la Peña del Cuco. Desde allí el sendero es más transitado, más llano, más agradecido… de nuevo entramos al pinar y llegamos a la Fuente de Mingo con su constancia de agua.

Continuar hasta la Barranca es una caminata de ensueño y placidez que hemos realizado en diversas ocasiones para concluir una jornada de entusiasmo y solaz, pese al sospechoso nombre de la ruta.

Javier Agra.

 

jueves, 2 de junio de 2022

CALLEJÓN DE ABEJAS


Como un sueño irreal de imposible espacio, se abre una grieta Pedriza arriba buscando cielos y alturas por descubrir. También aquí se esconden senderos entre escondidas rocas y vegetación asombrosa, a desmano de las rutas más visibles y transitadas de la mágica Pedriza los montañeros cosen y destejen senderos antiguos, enigmáticas angosturas.


Desde el Callejón de Abejas estamos viendo, allá arriba el Collado de la U.

Comenzamos el recorrido en el conocido aparcamiento de Canto Cochino desde donde cruzaremos el Manzanares y caminaremos entre las arizónicas de la Autopista de la Pedriza hasta que superamos Prado Peluca. Aquí los cantos de las aves y el riachuelo suenan a metamorfosis, aquí gozamos de las vistas del Pájaro con algún montañero encordado trepando por la verticalidad de su pared mientras ascendemos por la Senda de la Majadilla en dirección al Collado de la Ventana al que llegaremos hoy después de un escudriñador rodeo.


Este es el paso entre el Callejón de la Esfinge y el Callejón de Abejas. Entre estos intrincados vericuetos nos movemos constantemente.

Hoy tendremos que luchar acaso como Sigfrido con las cañas hasta que descubrió un sistema de trompetas para construir armonía musical. Caminamos monte arriba primero al lado del Arroyo de los Poyos  y pronto seguiremos el cauce del Arroyo de la Ventana a nuestra izquierda entre curvas y roquedos, entre pinos, alisos, arces y jaras. Los animalillos se esconden a nuestros ojos seguramente más por pereza que por miedo a nuestra lentitud. Más arriba, donde el sendero se acomoda al arroyo en una pequeñísima pradera cruzaremos el Arroyo de la Ventana para adentrarnos en los misterios del Callejón de Abejas.


Entre la fantasía y el laberinto, el Callejón de Abejas nos obliga a gatear por momentos, a escudriñar los posibles lugares de paso aquí donde los hitos se difuminan entre el brezo, la jara y el majuelo. Estamos en la Pedriza que vive al margen de la mayor parte de los humanos, la que respira siglos de soledad y ancestral recuerdo, la que es reposo de las aves y de las estrellas del cielo.


Las moles del Cocodrilo se recortan entre el cielo y la tierra.

Puede comenzar a sonar Paganini cuando fijamos la vista en las moles del Cocodrilo que aparecen como un ballet ante nosotros, las Nieves se perfilan con alguna rapsodia de Liszt. Continúa la trabajosa ascensión, siempre es esforzado el avanzar para conseguir objetivos deseados y llenos de luminosa felicidad. La Aguja del Sultán mira impávido nuestra lenta subida. Por el angosto Collado de la U salimos al amplio rellano del Collado de la Ventana donde también se habla de los Canchos del Colmenar o los Riscos de la Miel. Antaño acaso estuvo dominado por colmenas, hoy las abejas retozan entre romeros, retamas y enebros mientras alguna cabra pasta ajena a nuestro sudoroso respirar sentados al cobijo de alguna sugerente roca a la que no ponemos nombre.


Collado de la Ventana con el Cerro de los Hoyos.

La vuelta por la senda clásica nos permite recordar con veneración a Casiano del Prado uno de los pioneros de estas rutas que hoy recorremos dibujadas con precisión en la utilidad de los mapas, para recordar las fechorías de de Paco el Sastre y su banda de forajidos escondidos en estos riscos intrincados de difícil búsqueda. Para acordarnos de la paz que deja en el espíritu humano esta ensoñación de la Pedriza de Madrid.

Javier Agra.