miércoles, 20 de septiembre de 2023

DOS HERMANAS


He vuelto a subir Peñalara.

Ya he puesto diversas entradas de mis ascensiones a la más alta cumbre de Madrid y de Segovia. Hoy quiero rendir homenaje a las Dos Hermanas que, por estar en el camino de subida hacia la cima más alta, pasan las más de las veces desapercibidas.

La senda desde el aparcamiento de Cotos es muy clara en todo su recorrido. Los pinos acompañan a los montañeros desde el inicio mismo del camino, pinos vigorosos protegidos de las inclemencias por las mismas faldas de la montaña. Atrás queda la inmediatez de la Fuente Cubeiro y el malogrado mirador de La Gitana, que en su día parece que tuvo hermosísimas vistas hacia la Cuerda Larga con las dos cumbres de Hierro frente a nosotros; hoy la vista está apagada  por la frondosidad de los inmensos pinos.


Subiendo a Peñalara. Atrás quedan los pinos, al fondo la Cuerda Larga baila con las nubes que pasan.

Poco más allá saldrá el desvío hacia la Laguna de los Pájaros, la Hoya de Pepe Hernando y otros lugares de belleza asombrosa. Se va estrechando el sendero, van aumentando las piedras en este pausado ascenso que se retuerce formando zetas para relajar la subida de los seiscientos metros que faltan hasta la cumbre de Peñalara.


En la cima de La Hermana Mayor entre restos de antiguas trincheras.

Entre letreros indicadores de zonas de reforestación, de “no pises fuera del sendero”, vamos ganando altura y perdiendo el pinar. Diferentes familias de piornos de robusto tronco, enebro de apariencia austera y serena, el vivaracho cervuno acompañan a los montañeros hasta el desvío hacia el refugio Zabala apenas superados los dos mil metros de altura.

A dos mil doscientos setenta y un metros hacemos cima en La Hermana Menor, de cumbre redonda y de frondosidad serena; más allá el Collado y después la Hermana Mayor a dos mil doscientos ochenta y cinco metros. Desde aquí también la vista hacia Segovia es brillante, la amplitud de miradas hacia Siete Picos y la Cuerda Larga, hacia el cercano refugio Zabala o la mágica Laguna de Peñalara. La amplitud de la meseta de la Hermana Mayor es fuente de serenidad y armonía, de sosiego y de paz.


En la cima de la Hermana Mayor.

Restos de antiguas trincheras, piedras con dolores antiguos, recuerdos de tiempos dolidos nos entregan hoy un remanso de historia comprometida con la paz y la hermandad entre todas las personas de la tierra. En la Hermana Mayor, me descalzo para pisar sobre la tierra fresca, sobre la hierba humedecida por el suspiro del cielo en este avanzado septiembre.

Después continuaré subiendo los escasos ciento cincuenta metros que faltan hasta la cumbre de Peñalara. Aquí nos saludamos y nos despedimos diferentes grupos de montañeros hermanados por las cumbres… todos sabemos que la montaña es universal y sin fronteras, es libertad y certeza, es salto hacia el alma y hacia el futuro, es corazón solidario y mano tendida y abierta…


Cumbre de Peñalara.

El regreso lo hicimos por Peña Citores y la Senda del Batallón Alpino, con su fuente en el collado, su inmensa alfombra de verdor de enebro, los pinos… pero esa será otra historia.

Javier Agra.

 

 

domingo, 17 de septiembre de 2023

CERRO DE LA OLIVA Y CAÑÓN DEL LOZOYA (III)


Quedé con los pies clavados frente a la ermita de Nuestra Señora de la Oliva. El aire traía cercanías de luz azul tamizada en el blanquecino de las nubes, traía aromas de otros siglos cultivados en estas hoy baldías tierras, traía palabras de otros tiempos lejanos cuando los cistercienses construían sus monasterios desde la austeridad para cultivar los campos en tierras de frontera ausentes a los ejércitos y a las guerras.


Ermita Virgen de la Oliva

Corría la primera mitad del siglo XII cuando entre ladrillos y entre mampostería fueron configurando la sencillez del románico, columnas lisas de capitel simple sin ornamentos vegetales para ir formando el templo en la unión del ábside y la nave. El ábside era para representar la presencia de Dios que es Santísima Trinidad por eso la luz entra a través de tres sencillas aberturas que difícilmente se pueden llamar ventanucos en medio de las hileras bien sustentadas en ladrillo.

Allí rezaban los monjes el oficio divino antes de salir el sol cualquier mañana de Pascua de Resurrección con el salmo 149:

¡Aleluya, ha resucitado el Señor!         ¡Aleluya, resurresit Dominus!

Alabad su nombre con danzas             laudent nomen eius in coro

cantadle con tambores y cítaras           in timpano et psalterio sallant ei

porque el Señor ama a su pueblo         quia beneplacitum est Domino in

y adorna con la victoria a los humildes.                                populo suo

                                                             et exaltabit mansuetos in salute.

El canto que nació en monodia gregoriana, fue compuesto siglos más tarde como motete por el grandioso Bach. Y así el salmo siguió su sonora melodía por todas las tierras del mundo, aún hoy resuenan sus voces en timbre gregoriano y en melodiosa polifonía.

 


Olivo con sus aceitunas a punto de madurar.

 

Plantaron los monjes tres hileras cada una con tres olivos para obtener sombra en las horas de siembra del trigo y de su cosecha en la solana de los veranos futuros. En aquellas tierras trabajaron los hermanos cistercienses y en ellas trabajaron también los labradores del pueblo de Patones. Hasta allí portaban el agua del cercano Lozoya para el sustento de la comunidad y los animales de leche y trabajo, para la huerta y los olivos que eran tres veces tres. Lo llamaremos –se dijeron– el Santuario de Nuestra Señora  de La Oliva pues con el aceite nuestra almazara mantenemos la lámpara del sagrario encendida.

 


Río Lozoya poco antes de la Presa del Pontón de la Oliva.

 

Años y siglos más tarde se fueron todos los monjes a fundar el templo de San Pedro Apóstol en la cercana población de Torremocha de Jarama, sino un hermano lego que quedó para hacer la oración de las horas en el templo. Dicen que una banda de forajidos lo asesinó una madrugada, mientras rezaba maitines a la brigada de un olivo.

 

Los campesinos lo vieron cuando iban a cosechar los sembrados al rayar el alba, con una rama de olivo en una mano, en la otra el breviario. Lo enterraron entre oraciones y canto gregoriano en el ábside circular de ladrillos en hileras de mampostería, bajo la luz de la ventana central en el subsuelo del presbiterio.

 

FOTO


Ábside de las ruinas del Santuario de Nuestra Señora de la Oliva.

 

El resto de los monjes se repartieron en ermitas por los cercanos pueblos viviendo de dos en dos atendiendo a los nuevos templos que por estos lugares florecieron. Vinieron malos vientos, malas tormentas llegaron que arrasaron los sembrados, las cosechas y los olivos. El tiempo borró la memoria de aquellos monjes del cister que crearon el monasterio de Nuestra Señora de la Oliva del que hoy apenas conservamos el ábside con su bóveda de cuarto de esfera y un inicio casi invisible de la nave que otrora albergara liturgias y cantos, escuela y biblioteca.

 

Puede que la historia del Santuario de Nuestra Señora de la Oliva sea así o puede que sea de otra manera.

 

Javier Agra.

 

  

 

 

martes, 12 de septiembre de 2023

CERRO DE LA OLIVA Y CAÑÓN DEL LOZOYA (II)


Habíamos visitado la Dehesa de la Oliva con su pasado romano y estamos descendiendo los escasos metros desde la cerrada boca de la cueva del Reguerillo, como dicho tengo en el anterior texto.

A nuestra izquierda desciende, para remontar nuevamente, la inmensidad de tubería del Canal de Isabel II; continuamos caminando a la sombra del Cerro de la Oliva hasta un ensanchamiento que sirve de aparcamiento para media docena de coches, a la vista ya de una barrera desde la que comienza la bajada de tierra que seguiremos buscando el río Lozoya; allá en la distancia se divisa la brecha del terrero por donde discurre.


Regresamos entre vegetación y alguna edificación antaño próspera y hoy arrumbada entre el tiempo y el olvido.

El Cerro de la Oliva se presenta a nuestra consideración en toda su belleza de pinares serenos y dibujados valles más bajos que la pista pedregosa por la que caminamos entre filosofías de la vida y de la pequeñez de las personas frente a esta dilatada montañita, un par de curvas adelante asoman ante nosotros los cortados acantilados del Pontón de Oliva  a cuyo pie imaginamos los juegos del Lozoya, más allá las Cárcavas con su paisaje espectacular y sinuoso hasta el éxtasis.


Junto al río Lozoya.

Un cartel nos recomienda hacer un atajo para evitar unas colmenas; obedientes desembocamos en una casa solitaria antaño próspera granja y hoy arrumbado abandono entre el tiempo y el olvido. Continuamos sendero adelante, bajo nosotros ya está el amable sonido del río Lozoya con su abundante arbolado. Una revuelta más y entramos en la senda del río que se cierra en un Cañón de lírica expectación, de esperado sosiego, de anhelado místico misterio natural.

El sendero se estrecha, está muy bien trazado y visible en todo momento; el sendero lleva a los montañeros, hoy solamente senderistas, a una altura cercana a los diez metros sobre el seno de agua del Lozoya, entre la canción de arpa de las ramas de los enebros, chopos, abedules, fresnos, salgueros… entre el violín del agua y la flauta travesera de las aves.


Vegetación llena de vida y de caídos troncos.

Dos veces detuvimos nuestro caminar para mirar despacio unas pequeñas grutas construidas por el Canal, aquí llamado Ramal de la Parra, para asuntos relacionados con el agua, más adelante encontramos una especie de presa hoy en desuso y más allá otro trozo de tubería visible con su caseta de registro. Dos veces nos detuvimos embelesados por la desbocada naturaleza en forma de troncos de imposible posición. Dos veces nos detuvimos para admirar el brillo del sol entre el agua y las ramas de los árboles. Dos veces para reponer energías y respirar silencio musical del entorno mágico. Dos veces fascinados por árboles frondosos y de aspecto gigante que ofrecen abrazos y consuelo a la humanidad entera.


Los últimos metros los recorrimos por un pasillo escavado en la roca.

Sin darnos cuenta, asombrados y absortos, se abren las márgenes del río y disminuye la vegetación entre praderas breves; los cortados cerros del Pontón de la Oliva, siglos de piedra y de quietud, bisbisean eco al silencioso vuelo de algunos buitres que planean el cielo y buscan alimento en el suelo, ausentes a los tres escaladores que hacen cordada en alguna de las múltiples vías hasta las cumbres.


Vista atrás desde la Presa del Pontón de la Oliva.

Las cercanías de la presa del Pontón de la Oliva llenan de encandilado embeleso a los montañeros al volver la vista hacia atrás y contemplar un amenísimo valle cerrado por el circo natural del fondo y cerrado delante de nosotros por la fallida presa, los últimos metros los recorremos por un pasillo escavado en la roca.

Superada la presa, el camino se hace pista y en suave ascenso siempre hacia la derecha llegamos en muy pocos minutos a la ruinosa ermita de Nuestra Señora de la Oliva y al aparcamiento henchido de vehículos a esta hora recién superado el mediodía.

Javier Agra.

 

lunes, 11 de septiembre de 2023

CERRO DE LA OLIVA Y CAÑÓN DEL LOZOYA (I)


Salimos de Madrid en el coche por la Nacional I hasta la salida 50 en dirección a Torrelaguna, población que cruzamos por su mitad para seguir hacia Patones de Abajo y después hasta la fallida Presa del Pontón de la Oliva en su amplio aparcamiento último.


Ruinas de la ermita de Nuestra Señora de la Oliva

Allí nos encontramos enseguida con una edificación que parece habitada en medio de unas cuantas casas o acaso antiguos corrales en estado de ruina. Apenas comenzamos a caminar buscando la cumbre del Cerro de la Oliva, detenemos nuestros iniciales pasos para contemplar las ruinas de la ermita de Nuestra Señora de la Oliva que solamente conserva el ábside en ladrillo con tres diminutas ventanas y un pequeño arco que sería en su tiempo la unión con la nave. De su interior prefiero no referir ninguna visión por su deprimente estado.


Conducción de agua del Sifón de Valdentales.

Un sendero orienta nuestra marcha hacia la altura, entre hierbas no segadas hace años y matorral diverso; con brevedad alcanzamos una pedregosa pista por la que caminamos hacia nuestra derecha, pronto traza una cerrada curva a izquierda, allí una mole de tubería nos reclama la atención. Dado que Jose y yo vamos sin tiempo y con ánimo de descubrir novedades, nos detenemos para admirar esta ingente obra de ingeniería que se repetirá más veces a lo largo de nuestro recorrido.

Estamos subiendo el único y sencillo desnivel de la jornada y mientras ascendemos, disfrutamos de los valles del Lozoya y del Jarama que se abrazarán poco más allá. Estamos pisando la proximidad de la unión entre Madrid, por donde caminaremos toda la jornada, y Guadalajara hermana cercana.


Edificio de piedra del Sifón de Valdentales, Canal de Isabel II

El Cerro de la Oliva se hace meseta y nos topamos con el camino que sale a nuestra derecha hacia el yacimiento romano de la Dehesa de la Oliva. Lo recorremos con calma y sin tiempo, como es ya mi vida los últimos casi siete años en los que ya estructuro mis actividades adelantando el sosiego de la eternidad sin prisa y sin urgencia.   

Nos parece oportuno hacer otra parada en el sifón de Valdentales, edificio solemne de piedra del Canal de Isabel II. Suena el agua en invisibles cascadas, casi torrenteras cataratas. La vegetación es de matorral con algún colorido espino, amarillento senecio y el piorno que encontramos en cualquier lugar por donde caminamos.

Empleamos tiempo en las ruinas diversas que se concentran en un conjunto de edificaciones seguramente viviendas, acaso algún almacén, diversas estancias… Más allá otro mirador… Acá volviendo encontramos la piedra donde la naturaleza ha mantenido una especie de visera para abrigo y reposo de las gentes de hace siglos y de quienes hoy nos acercamos a estos lugares entre la historia y el presente.


Ruinas romanas de la Dehesa de la Oliva

En el aire permanecen voces antiguas de carpetanos y celtíberos, acaso transformados en romanos con el paso de los tiempos; voces latinas ya en el siglo primero antes de Cristo que bajaron más tarde a la ladera de los valles para escavar en estos cerros sus tumbas en futuros siglos; voces de pastores y pequeños comerciantes que pisaron esta meseta antigua desde donde divisaban a los conocidos y a los enemigos, desde donde suspiraban penas y amores, desde donde contemplaban amaneceres y nevadas; voces que cuentan historias de serenidad y de esperanza; voces…


Entrada de la Cueva del Reguerillo.

Regresamos al camino que desciende hacia el Lozoya. Enseguida encontramos casi disimulada, entre ramas de espinos y de verdes higueras en el altozano, la cueva del Reguerillo. Hoy está tapiada con reja metálica para que se pueda acceder con algún control. La primera fase de la cueva tuvo pinturas rupestres de fácil acceso, hoy destruidas por los humanos que somos muy dados a la destrucción. Tiene la cueva otras dos alturas o estancias de prolongadas dimensiones aptas para expertos espeleólogos. Poco más puedo decir de la historiada cueva de El Reguerillo, pues nunca he visitado su interior.

Con el Cañón del río Lozoya continuaré en otro momento, pues no quiero que los lectores se empapicen de tanta lectura y se vean impelidos a su abandono.

Javier Agra.