domingo, 8 de febrero de 2009

MONTE DE EL PARDO

Aquí pueden enredarse diversas preguntas: ¿Entra en la categoría de montaña, tema sobre el que versa mi discurso general? ¿El nombre de monte es eufemismo, pues la mayor altura no da la talla? ¿Estando, como está, al lado de Madrid puede ser considerado un lugar montaraz sobre el que escribir?
Pero estas cuestiones son preguntas para la filosofía. Estas y otras más profundas, que la filosofía entiende de caminos y de amores, de dudas y de atardeceres, de misterios y de pájaros cantores. Pasemos, en silencio, amable lector sobre estas dudas y comencemos nuestro paseo. Aquí me doy cuenta que el monte del Pardo es como el espíritu, accedes desde múltiples lugares y metido entre sus encinas, la respiración te hace uno con la tierra y con la vida.
Caminando desde casa. Yo tengo esa posibilidad. Veinticuatro minutos desde la cocina al monte. Madrid. Y en un abrir y cerrar de ojos, el monte. Allí recorro sendas surcadas por bicicletas y caminos con las huellas de otras zapatillas. Allí nuestras perras -Munia y Pipa - Siguen el rastro de otros perros o de algún conejo. Allí Pipa, más familiar acaso, piensa mientras camina reposada a nuestra vera y Munia investiga en las distancia.
Hemos formalizado un paseo de tres horas, surcando entre la verde hierba y las encinas ¡cuántos recuerdos encierran las encinas! Las mismas que muchas veces viera Antonio Machado, las marrones, polvorientas... las mismas que le llevaron a recorrer poéticamente las regiones de España. Infancia, paseos juveniles por los pueblos de España, noches durmiendo en saco bajo sus protección.
En medio del monte del Pardo puedes sacar la cámara y fotografiar un safari en el interior de África: faltan los elefantes y los leones. En su lugar puedes añadir un par de conejos saltarines y multitud de aves. Y si miras para el cielo, verás, más de una vez, el vuelo sosegado de los buitres o la celeridad musical de las palomas que te cuentan al oído las noticias de los anteriores viajeros, al tiempo que paseas con tu silencio, la mano metida en el corazón y la caricia soñando ráfagas de amor.
Mirador de la ciudad y de la sierra. Desde Valpalomero, mientras recogemos la fatiga de la marcha y la respiración vuelve a su rutina, admiramos la sierra de Madrid: la potencia de la Maliciosa; la Cuerda larga, sinuosa y mística; el nacimiento del Manzanares en el cuenco cálido del Ventisquero de la Condesa; Las Machotas a un extremo antes de llevar nuestra mirada hacia las puntas de Gredos; al otro extremo Peña La Cabra y el lejano Ayllón. Más cerca Madrid, ciudad de torres, tejados y parques.
Respiramos. La calma es sonrisa en las personas que pasean a nuestro lado. La fuente, Pipa y Munia, refrescan su cuerpo a lametones que salpican, nosotros bebemos unos sorbos y emprendemos el camino de retorno.
Javier Agra.