viernes, 10 de febrero de 2017

LOS MONTAÑEROS VIAJAN POR LA TIERRA Y EL AGUA



Como un diminuto barco en el inmenso mar, los montañeros despliegan sus velas hacia el aire sinuoso, miran al cielo de correosas nubes y salen con la mochila surcando senderos de robles y jarales. Saludan sigilosos al naciente  sol amarillo y púrpura que acuna cantos, que acaricia montañas, que despierta bailes en las ninfas de las fuentes.

Los montañeros viajan por la tierra entre el silencio de la vegetación para entregar su corazón a la palabra sin voz, al sentimiento que se expande entre la piedra inmóvil, vigilante, eternamente estancada en su postura y el vegetal lleno de vitalidad bajo la tierra en busca de sustancia viva, sobre la tierra en constante movimiento de atracción y despegue, en el aire donde busca la luz y el viento, en el paisaje donde conversa con las aves y los saltamontes, donde canta con el sonoro viento del atardecer.

Los montañeros entonan himnos al agua porque es límpida y quieren transformar su propio corazón en pura transparencia; himnos al agua que es serena cascada montaña abajo entre colores y brillos de luz y tierra vegetal, veloz como el pensamiento que salta entre las cumbres y llena el horizonte de los deseos; himnos al agua de suave caudal en busca siempre de un remanso donde los pájaros puedan reposar su fatigado vuelo; himnos al agua de una ciudad de pequeño río no desdeñado, de diminuto río que seguramente pondría los ojos como platos si un día pudiera saludar la inmensidad serena del Támesis o la bravura del retorcido Ródano allá en sus inicios de los glaciares Lepontinos.


Hoy los montañeros han llegado hasta el Montón de Trigo y desde su cumbre hablan de paz con el suelo y con las celestes luces.

Javier Agra.