viernes, 8 de marzo de 2024

CARCASA

 


No puedo asegurar si fue pesadilla, ensueño o realidad. 


De pronto comprendí que los humanos habíamos metamorfoseado durante la última noche. Ya no éramos personas, habíamos mutado a carcasas y no teníamos los órganos interiores del corazón y sus arterias, ni teníamos ya cerebro ni conexiones neuronales.


Nuestro interior tenía un órgano nuevo que se llamaba teléfono móvil del que los humanos sólamente éramos carcasas; era él quien nos movía como autómatas por las calles de la ciudad, con el rostro inexpresivo y el semblante siempre fatigado; era él quien conducía nuestros pasos hacia los sótanos del metro, hacia los comercios de las patatas… luego al llegar la noche, acostados en camas aisladas y frías, enchufaba a la electricidad el teléfono que nos movía para su recarga.




Me desperté. Los patos seguían buscando con su cadencioso meneo el agua del estanque.


Nuestros sentimientos habían sido sustituidos por imágenes de plasma, por colores hijos de la inteligencia artificial; la palabra, incluso, se había borrado de nuestro recuerdo y nos comunicábamos por una especie de teclas que se disparaban solas en nuestras pupilas donde la mirada y la sonrisa habían dejado paso a unas figuras que recibieron el nombre de emoticonos.


Ni pensamiento, ni imaginación, ni fantasía, ni creación… éramos solamente carcasa de un órgano llamado teléfono móvil que dirigía nuestra vida vacía para siempre de sentimientos y de imaginación.




Almendros florecidos en La Quinta de los Molinos, en Madrid.


Me desperté agitado, salí a la calle… lucía el sol una mañana de febrero, la brisa dibujó una sonrisa en mi rostro que salió desde el fondo del corazón. Habían florecido los almendros y los cerezos apuntaban los primeros brotes, en el cielo cruzó una bandada de grullas buscando las encinas de algún monte cercano, en el parque jugueteaban los mirlos y los patos seguían husmeando entre la hierba y corriendo con su cadencioso meneo en busca del agua del estanque…


Javier Agra.


lunes, 4 de marzo de 2024

COLLADO DE LA ENCINA



De nuevo regreso a la Pedriza.




Pasarela sobre el Río Manzanares en Canto Cochino.


Con frecuencia me ocurre en este umbral de mis setenta y dos años la sensación de haber vivido la misma situación como en un tiempo cíclico, una vez y otra vez… Y sin embargo, pese a la repetición incesante, no me sobra un gramo de tiempo vivido, tampoco añoro otras estructuras de pasado que las que he vivido; algunas ocasiones he tenido que sortear adversidades otras he cantado gozos personales, familiares o comunitarios, pero siempre he mantenido un grado estable de felicidad. Tal vez porque nunca he deseado más allá de las sencilleces de cada día. Y así encaro el futuro con sosiego hasta donde se me conceda vivir en esta tierra antes de perpetuarme en la casa del Padre.




La explanada del Collado de Tres Coronas camino de la Gran Cañada. Me parece que estoy sentado al lado una enorme seta de millones de años.


Canto Cochino es, otra vez más, el punto de inicio de esta jornada. La pasarela sobre el Manzanares es un lugar común para diferentes grupos de montañeros. Hoy la niebla es compañera de guantes y bufanda. Esta mañana Jose y yo salimos por el sendero de la derecha hasta cruzar el Arroyo de las Majadillas y enfilar de inmediato una fuerte pendiente hasta el Collado de las tres Coronas. La explanada del Collado se viste de misterio y niebla, allá al fondo donde otras veces estaban Las Torres de la Pedriza y el Cerro de los Hoyos revolotea un tumulto de niebla, parecía Cidemo en plena confusión de una batalla antigua entre peñascos y cascadas.



Sentado en la Fuente de Prado Pino


Apenas apuntamos Las Cerradillas con la suavidad de su extensión que permite a los montañeros caminar reposados por un tiempo, comenzamos el ascenso en busca de la Fuente de Prado Pino escondida entre las tupidas jaras; la fuente comunica su presencia por la abundancia de agua que se expande por los senderos, anuncia su cercanía en el sonido del agua saliendo en constante monotonía del caño que lleva instalado desde un tiempo desconocido.



Al fondo, entre la niebla se esconden Las Torres de la Pedriza y el Cerro de los Hoyos.


Más arriba, superados Los Conejitos, la niebla queda por debajo de los montañeros en una alfombra de algodón y nata que oculta la tierra y el camino por el que pasamos hace un momento, una alfombra que esconde las llanuras y los pueblos… seguirán los conejos buscando sus madrigueras, los zorros de cola larga dormirán aún en sus guaridas, las aves de plano vuelo están por debajo de esta capa blanca, pero mi corazón sabe que la tierra de la que vengo no es un sueño dormido bajo la tupida alfombra de hebras blanquecinas.



En algún lugar del Collado de la Encina estas rocas forman figuras y entregan ventanas a los montañeros.


Sigo en escansión serena entre riscos y encinas hasta llegar al Collado de la Encina entre rocas de figuras insinuantes, de nombres ya establecidos por el tiempo y de nombres puestos por el montañero que hoy las visita, nombres que ayer fueron tal vez otros y acaso otros nombres serán mañana. Más arriba están las Praderas del Yelmo con el majestuoso pico que le da nombre, allí la torre de la Valentina, el Falso Acebo, El Arco de Cuchilleros… la Pedriza que se expande más allá de lo que yo puedo hacer en una jornada… la Pedriza que estará ya para siempre en mis recuerdos…


Javier Agra.