miércoles, 15 de abril de 2009

RÍO MOROS (UNAS HORAS)


¿Bosques de Canadá en enero?
¡No! Subiendo hacia el Puerto de Pasapán desde el río Moros, un día de abril - domingo de Pascua - del dos mil nueve.

Pinares magníficos.
Soledades de ensueño.

El río Moros canta el entusiasmo de vivir. Las laderas se contagian de ánimo y empuje, de silbidos de pájaros, de sonrisas de pinos. Desde el refugio del Puente Negro, ascendemos entre la nevasca hasta el Alto del Casetón. Buscamos el Puerto de Pasapán, pero no lo encontramos; nuestro entorno es la oscuridad pese a la blancura nívea en que caminamos; nubes, nieblas y calma rodean nuestros pasos. ¿Dónde estamos? ¿Qué será de nosotros? ¿Qué ruta elegir? Son aquí preguntas que me asaltan: es cierto que la montaña tiende su mano como un cuenco que nos protege.

- Mientras queráis permanecer aquí, estaréis seguros - nos dice.
- ¿Qué será de nuestros sueños? Las tinieblas se los han llevado.
- No tembléis, hombres pusilánimes. Regresará la luz.

Desde el Alto del Casetón caminamos, sin tregua, hasta el Cerro Pajoso. A escasos mil ochocientos metros de altura, la nieve se hace noche y la noche lumbre; paso a paso, a nuestra izquierda la cumbre, por debajo el cauce del río, silencioso y lejano; miradas hacia dentro; respiración cansada; paso a paso. Pipa y Munia permanecen atentas a nuestro lado, no dicen nada; seguramente estarán pensando que estamos como cabras y es su obligación cuidar de estos dos montañeros que se han descarriado esta mañana.

No importa. En medio de la nieve, todos los caminos de bajada son iguales, hacia el río Moros esquivando los pinos. ¡Huellas! Sigamos, pues, anteriores pisadas. Silencio... aves... canto del agua. Ya estamos, de nuevo, junto al río en el refugio de las Tabladillas. Los pinos siguen paseando, solemnes, por la ribera del río. Ha dejado de nevar. El cielo rasga su blancor de hechizo y nos muestra un breve azul con sol iluminado. Ahora es la comida. Pan, ensalada y unos chorros de calor soleado.

Han pasado seis horas. Despedimos al rió Moros (donde hemos pasado unas horas) hasta pronto, pues volveremos para subir a las cumbres que hoy siguen dormidas bajo las nubes de sonrisa blanca.

Javier Agra.

viernes, 10 de abril de 2009

CUERDA DE LAS CABRILLAS

Peña Pintada... Peña Horcón... al fondo la ladera de Guarramillas o Bola del Mundo. La Cuerda de las Cabrillas está jalonada de la respiración de tantos montañeros que, el paseante, puede conversar con el aire; hablar de tiempos remotos o de lo que ha visto esta mañana.
Jose y yo, aparcamos, temprano como es nuestra costumbre y la de todos los montañeros, en la Barranca: creo que ya lo he escrito más veces... Carretera de Colmenar Kilómetro cincuenta y siete doscientos, sale a la derecha desde Madrid - a la izquierdas si se accede desde Villalba - (pero tanta explicación me pierde y me acogota; y miro el mapa; y me aseguro; y digo, es cierto; y guardo el mapa; y recuerdo).
¡La Barranca es tan hermosa fuera de los mapas! Aquí estamos, pues, con la mochila calzada y la mirada paseando de las altas cumbres a las gotas del agua. En la Fuente de Mingo, Munia y Pipa apenas dan un lametón, no tienen sed, aún está comenzando la jornada. Salimos de la casi-carretera para continuar el muy marcado sendero que sube hacia las cumbres atajando curvas. Nieve a nieve, vista a vista, gozo a gozo, llegamos hasta el mirador de Las Canchas después de hora y media de silenciosos comentarios mantenidos entre los dos montañeros.

Desde aquí, la vista se dilata hasta el infinito, porque más allá de lo que dibujan las pupilas, imaginamos... recordamos... esperamos... (Seguramente, amigo lector, habrás reconocido en esta foto "La Maliciosa". Poco importa si no la has reconocido, pues te basta saber que es una montaña que reclama admiración y silencio, camino y esfuerzo; sube... sube... no cortes tus alas).
Desde el mirador, comenzamos, montaña arriba, a recorrer la Cuerda de las Cabrillas. No es difícil... Casi todas las cosas de la vida dependen de las decisiones que tomamos y el empeño en conseguir unos objetivos. Casi siempre llegamos hasta donde ponemos nuestro esfuerzo, en la vida y en la montaña.
Javier Agra.

martes, 7 de abril de 2009

CUMBRES

Las cumbres solemnizan nuestra marcha por la vida. Desde el Collado Chistau, contemplamos cimas verdes y blancas de futuro luminoso. (Al fondo el macizo del Bachimala, Pirineo de Huesca)

(Cumbre del Cerrón, Sierra de Ayllón)
Aquí estamos. ¿Recuerdas cuando el Cerrón nos parecía tan lejano? ¡Ánimo, la cumbre y su nieve nos esperan!


¡Cumbres!
Dicho así resulta incierto.

Acaso no era esa mi intención primera.

Pero una vez que lo vi escrito, me senté a meditar.

Es verdad, me dije, a mi misma mismidad. ¿Qué cumbres? Acaso las de la vida, después de un largo caminar; tal vez las de la dedicación personal, al finalizar un esfuerzo de conquista; pueden ser las del amor, que, ya sereno, camina por cimas a manos llenas y corazones sonrientes; imaginad las montañas, al inicio del paseo lejanas y solemnes, se hacen de vuestro tamaño (¿o el que las asciende del tamaño de la montaña?) cuando abrazas su vértice geodésico.

Así van pasando los días. Yo soy una sombra de mi mismo: a veces me proyecto hacia el futuro, a veces me recuerdo en el pasado. De este modo tan silente y sencillo se va consolidando mi presente, entre mi sombra y la luz del sol que me calienta. Recuerdo la primera vez que estudié aquel axioma de la Biología que decía: la Ontogénesis es el compendio de la Filogénesis. Me dio para meditar, entre la sombra y la luz, durante tres jornadas. Y concluí - aún hoy ignoro si acertadamente - que tamaña definición resulta válida para englobar muchos aspectos de la existencia. Pues hoy somos parte de la historia pasada, social y personalmente; nuestros actos pasados se levantan con nosotros cada mañana (yo aseguro que es posible ir borrando los errores cometidos y proyectar más luz hacia el futuro: confía y date una oportunidad).

Yo... ¿cúantas veces ha aparecido ese término? Mas no es por egoísmo individual, esa palabra quiere personalizar la existencia. Yo... me estoy personalizando... volveré a leer a los poetas- filósofos (¡Unamuno, qué solo me has dejado!) que nos juntaron el final del siglo diecinueve con las primeras décadas del veinte.

Javier Agra.

domingo, 5 de abril de 2009

CASCADAS DEL MANZANARES

La foto, nuevamente, la aportó Jose con su pericia. Disfruta con la vista e intenta encontrar la cabra. (Si pinchas dos veces en la foto, la visión se agranda. Creo)

Hoy el sol está en todo su esplendor. El azul del cielo muestra la multiplicidad de los caminos. Vamos a dar una vuelta por la Sierra de Madrid y, al regresar, esperamos pasar por las Cascadas del Manzanares. Seguramente, durante estas jornadas de nieve y deshielo, la vista será allí un descanso y un palpitar en la misma fuerza que nos empuja más allá de nuestras humanas fuerzas. Seguramente podremos continuar la lucha ¿programada, improvisada? para que esta tierra sea más feliz para todos.

En esa propuesta andamos monte arriba, monte abajo, caminando sobre el mundo, siempre con el alma puesta en el horizonte... porque más allá de nuestra miseria... de nuestra limitación... más allá...
Desde Canto Cochino, inmediatamente después de dejar atrás Manzanares el Real, pasamos las barreras que nos conducen al aparcamiento, más allá del Collado de Quebrantaherraduras. Río arriba: seguir la pista es más cómodo, remontar la corriente por el sendero paralelo al Manzanares más "explorador". Desde cualquier sitio se observa la calma de la charca verde, el sosiego de las breves curvas por donde el cauce busca las piedras más blandas para bajar cantando desde la sierra. Primero a saltos, cuando nace en ventisquero de la Condesa, después con sonriente calma cuando llega a las lindes del valle y la montaña.
Los montañeros, o acaso simples paseantes, subimos por la pista; llegamos al puente; ascendemos la escalera de piedra que da inicio al sendero; cruzamos el Manzanares, cantando con la canción del agua, sobre el robusto puente de madera; comienza el desnivel, río arriba, bajo el sol, hasta que los pinos nos dan su abrazo fresco. No podemos pasar de los mil quinientos metros por el altímetro - artilugio que no todos los paseantes llevan encendido -. A la izquierda de nuestra marcha, entramos sobre unas peñas y allí mismo se nos cae la baba de la emoción de las cascadas.
Están, yo las he visto. ¡He aprendido a fiarme de tántas cosas que no he visto y he creído! También estába - ellas nos vieron primero - un rebaño de cabras, que nos miraban diciendo: "nosotras las vimos antes, engreídos". Las respetamos, a las cascadas y a las cabras, también a las lagartijas y a los pinos. Así formamos parte de la respiración pausada de la tierra.
Javier Agra.


miércoles, 1 de abril de 2009

PORREJÓN


Escondido.
El Porrejón es una mantaña silenciosa y escondida.
¿Has hablado con ella?
Silencio...
Pasea y sueña.

Escondido.
El Porrejón esta escondido en medio de la Sierra de la Puebla. Y su soledad nos mueve a posar allí el espíritu y volar sobre los pesares. Mirar más allá de los problemas y contar a las aves nuestros sueños, ellas pondrán la música al poema de la vida; las notas a la letra de la esperanza; el azúcar a la tarta de los sueños.

Aquí, sentados, seremos soñadores privilegiados. Hemos llegado desde el Puerto de la Hiruela, pero podríamos haber venido desde el Puerto de la Puebla... o acaso desde el sueño... o desde la esperanza... El Porrejón está escondido ¡y tan cerca!

El horizonte está cercano - lo alcanzo con un suspiro -, está lejos - más allá de todos los problemas -. Desde mis pies camino, con la mirada lenta, con el paso del sol y de las piedras, hasta la Sierra del nevado Guadarrama, cuando la primavera mezcla la nieve y los colores.



Esta foto nos muestra Peña La Cabra, sublime en medio de la Sierra de la Puebla, situada como baluarte y lanzadera hacia el Guadarrama. Así vamos, desde estos límites de Guadalajara, cruzamos Madrid en un vuelo visual y entramos en Castilla por Segovia, más allá de la Mujer Muerta; y entramos en Ávila y su sierra grande; y pensamos Extremadura.

Silencio escondido. Estoy sentado en esta cumbre, como si fueran todas las cumbres de la tierra. Y con mi mano voy dando palmadas a todas las montañas y a cuantos montañeros las visitan. El Porrejón, sembrado de luz, amanecido en paz, está escondido.

Javier Agra.