domingo, 26 de febrero de 2023

PEÑA DEL ÁGUILA, EL REGRESO


El día ventoso arrecia hasta ventisca en las zonas alta de la Sierra de Guadarrama, no obstante pienso que más trabajosa fue la octava sinfonía de Bruckner tan exitosa con el andar del tiempo. Porque el tiempo anda, no corre, con la lentitud de los asuntos de la naturaleza que va llegando a su plenitud con una cadencia casi imperceptible.

En la montaña aprendemos a ser respetuosos con el clima, con las amenazas de tiempo cambiante, con las personas, con la naturaleza en su totalidad diversa. De modo que con abundancia de ropa y de precaución avanzamos monte arriba desde el aparcamiento de Majavilán mientras escuchamos el cuchicheo del arroyo a nuestra derecha, el bisbiseo del viento entre las ramas con tal monotonía que parece querer ocultar el arrullo de las aves a esta primera hora de la mañana.


Hemos entrado en la Vereda del Infante para ascender hacia Peña del Águila.

Poderosa repetición misteriosa con escalas ascendentes, nuestra subida por la empinada cuesta hasta el Camino Viejo de Segovia parece reproducir el inicio de la sinfonía de Bruckner que hoy resuena en mi corazón. El Camino Viejo de Segovia serpentea con levedad y relajación en permanente ascenso hasta que encontramos la cerrada curva de subida buscando el Collado de Marichiva.

La nieve va en aumento. El pico carpintero martillea monótono en la distancia y su eco envuelve al montañero con el mismo remanso de paz y fortaleza que emana el lento scherzo del segundo movimiento de la octava sinfonía de Bruckner. Una parada sobre una pequeña ampliación en la reducida vereda de subida para poner los necesarios cramponcillos que ayudan a caminar sobre la nieve por momentos suave por momentos helada en las umbrías.


Vereda del Infante hacia arriba, al fondo a la espalda de Jose reluce la montaña y cumbre de Peñalara.

El Collado de Marichiva es, también hoy pese al viento que aumenta de volumen, lugar de cruce de montañeros, de ciclistas, de gente aguerrida que entrena a la carrera por estas alturas de sosiego y libertad. La cancela de hierro tantas veces atravesada sigue en su lugar, silente y casi espiritual, entregando su entraña y su accesibilidad para que crucemos y comencemos el ascenso definitivo por la Vereda del Infante hasta la cumbre de la Peña del Águila.


Al fondo se ve la antecima de Peña del Águila. La nieve, cuando se controla el ambiente, resulta una canción de serenidad y sosiego.

Como un ensueño apenas perceptible, el Adagio del tercer movimiento se agarra al corazón del montañero para acompañar en la subida. Pronto terminará la zona de pinos, el viento será más poderoso como queriendo tragarse los pasos del montañero y hacer retroceder; pero el Adagio suena sublime y aún retumba en el corazón silencioso del montañero con la música de los clarinete, las tubas, el arpa… juntos llegan a las rocas que envuelve la nieve en remolinos, juntos continúan por la amplia arista abierta al ventarrón que suena como aullidos, pero el Águila de las cumbres anima los pasos del montañero con el poderoso crescendo del comienzo del cuarto y último movimiento de la octava sinfonía de Bruckner.


En la cima. Recuerdo en alguna otra subida el hito de piedra grande y bien construido. Hoy queda el recuerdo desparramado de los peñascos.

Ahora tenemos la certeza de llegar a la cumbre, ya tenemos la fotografía del momento, ya tenemos la sonrisa del logro, ya tenemos el azote de la nieve enfurecida en el rostro, ya tenemos el alma caliente de ilusión y conquista. Termina la octava sinfonía de Bruckner en una extensa coda de trece compases en los que se escucha una especie de resumen final de toda la sinfonía. Termina nuestro esfuerzo en un batir de brazos y de saltos porque hemos conseguido concluir esta jornada en la cumbre, siempre respetada y amada, pese a la oposición feroz del viento y de la nieve.

Javier Agra.   

 

viernes, 24 de febrero de 2023

ÁRBOL SECO Y VIDA NUEVA


He aquí que el sendero de la vida me llenó de agujeros el alma y el corazón entre los dientes del tiempo y sus lamentos; hasta el sol inmenso del mediodía estaba acostumbrado a darme la espalda cada atardecer mientras las estrellas eran lágrimas vertidas por el insomnio y la desesperanza.

He aquí que la ciénaga de la existencia arrastraba lamentos de otras ruinas acumuladas en cada bolsillo de mi raído chaquetón mientras deambulaba por el tiempo y la nostalgia como un pájaro sin pasado ni existencia liberada, como una antigua alimaña huidiza escondida en la maleza que no tiene ni madriguera propia.

He aquí que el tronco de mis días estaba seco y carcomido por los siglos de golpes en la espalda y en los tuétanos más profundos de mis oquedades, el tronco se había reducido a las arrugas ya vacías de recuerdos y de nombres compartidos entre el miedo y la furia de los vendavales.


 

Mas he aquí que el sol se me acercó una mañana clara entre las hojas vibrantes de las ramas nuevas más allá de las montañas por donde el aire baila libertad y mece el tiempo en el sosiego y la calma sin miedos ni fronteras; fue entonces cuando los jilgueros se posaron sobre mis hombros con una melodía que sonaba a oboes y cuerdas de Vivaldi; fue entonces cuando los arroyos de tenue recorrido musical entraron entre mis pisadas y florecieron con la PAZ.

Mas he aquí que la vida floreció en ramas de árbol nuevo con senderos de vida y palabras compartidas con las aves, con los animales que saltan, con los que reptan, con la naturaleza entera y con la humanidad de respiración serena en caminos de frutos y de eternidad.

Javier Agra

jueves, 16 de febrero de 2023

SENDA DEL ICONA


El cielo se mide en estrellas esta madrugada de febrero cuando aparcamos en Canto Cochino de la Pedriza para comenzar nuestra marcha esta mañana. Descendemos la suave pendiente hasta el puente sobre el río Manzanares y yo recuerdo a Julio Cesar y el Rubicón. El Manzanares será nuestro Rubicón esta mañana, después solamente podremos ir hacia adelante aunque nosotros tenemos la casi certeza de que regresaremos al punto de partida después de una fatigosa e ilusionada marcha.


El Río Manzanares es un baile de agua y rocas a su paso por la Pedriza.

En la encrucijada inicial decidimos comenzar a subir por nuestra izquierda para hacer una ruta circular comenzando por el quebradizo sendero hacia el Collado Cabrón, entre las aves que despiertan con algarabía festiva como si quisieran animar a los montañeros en su andadura. Un grupo de cabras montesas observan nuestra marcha desde unas rocas, son las manadas que abundaron antaño y hoy vuelven a verse nuevamente las que dan tan sonoro nombre a este collado en el que descansamos unos minutos después de numerosas curvas ladera arriba.


Collado Cabrón. Nombre topónimo de los machos cabríos y las manadas de cabras que abundaron en la zona y que de nuevo regresan en abundancia.

El agua suena en riachuelos esta mañana de febrero cuando ya el sol ha decidido apoderarse del pinar y las encinas con su cálido abrazo. El Collado Cabrón es otra encrucijada de senderos…alguna vez en la entraña de la Pedriza recuerdo aquellos jóvenes años en los que estudiaba los enlaces químicos en las moléculas se comunicaban unas con otras a través de senderos para formar un conglomerado de vida y novedad; siempre me fascinó la creatividad de la química.

Los montañeros nos decidimos por la Senda del Icona que asciende entre rocas de sencillo paso, entre pinos y pequeñas encinas, entre piornos y pájaros sonoros, entre peñascos que sobresalen en la altura de las cuerdas de la Pedriza y entre sombras de tupida vegetación; la lentitud del montañero permite admirar la grandeza de la naturaleza, la inmensidad de lo diminuto, la vida entera entregada en un soplo de viento, la eternidad vivida en el instante.


Sobre estas elevadas rocas nos sentamos a comer la fruta y el queso.

Llegados al punto más elevado de la Senda, comemos el queso sentados entre peñascos mientras admiramos el brillante roquedo del Puente Poyos, Las Torres, numerosas formas rocosas de curioso nombre que llevan siglos de sueños y canciones en la Pedriza esperando la visita de los montañeros que aquí llegamos entre el sudor y el sosiego.


En la ruta nos detenemos en diferentes miradores. Este nos asoma a la Cuerda de Las Milaneras, ya en el tramo del descenso pasado Cuatro Caminos.

Descendemos en busca de los Cuatro Caminos. A nuestra izquierda descubrimos el sendero que se desvía hasta el Puente Poyos, primero, y después el sendero que llega hasta la Majada de Quila. El silencio es aquí como la música de piano de César Franck (Lieja 1822 – París 1890) melodiosa y de finos contrastes, silencio donde escuchamos nuestras pisadas en el suelo endurecido por la resistente helada, el musitar del aire entre las ramas de diferentes árboles, el entrecruzado canto de variedad de aves…


Desde el aparcamiento una mirada hacia las altas cumbres de la Pedriza.

Cuatro Caminos también permite elección para el regreso de los montañeros. Esta mañana de sol y brisa elegimos la más directa senda que en pindio descenso nos dejará después de una hora en la explanada frente al refugio Giner donde las arizónicas ponen venas al suelo con sus rugosas raíces saliendo entre la tierra y adornando el sendero de figuras curvas. Los arroyos se van uniendo unos a otros hasta verter sus aguas comunes al Manzanares de sonoro nombre y musical agua este mediodía de febrero cuando apenas despuntan las yemas en sus brotes nuevos.

Javier Agra.