miércoles, 31 de julio de 2013

ESTAR EN BABIA: POBLACIONES DE BABIA DE ARRIBA (no todas)

Se llama Babia de Arriba o Babia de Suso, por su origen de nombre latino, quienes para decir arriba decían sursum o sussum, por eso se llama también Babia de Suso; abajo decían deorsum de donde derivó Babia de Yuso. Vamos entrando en las poblaciones de Babia de Arriba. Paso a paso estamos en Huergas. El verano aquí transcurre lento, entre luces y paseos buscando la sombra. ¡Tendríais que haber venido para las fiestas de San Miguel! Todavía se celebra con morcilla popular, sobre todo si cuadra. Pero los viajeros hemos venido demasiado pronto y nos quedaremos sin probar esas delicias del cerdo.

Tomamos el camino de Riolago pues nos contaron que merecía la pena visitar el Palacio de los Quiñones que lleva presidiendo las construcciones del pueblo desde el siglo dieciséis y forma una plaza hermosa con el caño. Apartado pueblo donde también conviene visitar la parroquia de San Salvador. Dicen que el pueblo lleva ese nombre por el nacimiento de su pequeño río que viene de la laguna del Chao de origen glaciar rodeada de bellísimas cumbres que constituyen una marcha montañera para una jornada. Es este un lugar de notables leyendas: afirman que cerca de la laguna había una cueva con multitud de monedas de oro, que ya encontró hace muchos años un vecino del pueblo y así comenzó su riqueza. Más dolorosa es la conseja que cuanta la historia de una bella moza que andaba por aquellas altas brañas y fue raptado por unos salteadores, quienes como final de su maltrato la tiraron a la laguna; fue tan grande el dolor general que hasta las fuentes lloraron corales y perlas y aún hoy, dicen, que en la noche de San Juan sigue saliendo una perla en la fuente de las Abelgas.
    

Portada del Palacio de los Quiñones que da a la plaza del caño.


Estamos en Babia, comarca que albergó mucho ganado, numerosas merinas y abundante vacuno; después vino la emigración y esta comarca se despobló, ahora vive un poco de la ganadería, podría aumentar su entorno del turismo, algunos meses vienen descendientes de familias emigrantes y el pueblo relumbra vida, pero ¡ay amigo, cuando avanza el otoño…! Con estas meditaciones nos desviamos de la carretera general y subimos a Torre pueblo a los pies mismos del Montihuero. En un altillo… ¿pero qué no está en un altillo en esta comarca?... se levanta el templo de San Vicente con planta de cruz latina, construido en el siglo doce es la iglesia más notable de la comarca.

Montihuero y valle del nacimiento del Sil, desde la cima de Peña Orniz.

Volvemos a la carretera principal y hacemos parada en San Félix de Arce porque queremos ver las calles de gloriosa historia verídica y de leyenda: Cuentan que aquí opusieron contumaz resistencia a los romanos valiéndose de los métodos democráticos de los concejos, que aseguran nacieron en esta localidad para después extenderse por todo León y formar los modos más antiguos de democracia que por estos lugares se conocen. Tiene San Félix de Arce restos de ermitas y tumbas prerrománicas al pie del macizo de los Picos Albos y conserva en su iglesia una representación de San Blas, que es la imagen religiosa más grande de toda Babia.

Subimos hasta La Riera de Babia, pueblo encajonado entre la musicalidad de las montañas cobijada en la palma de la Peña Burón; a este pueblo se le llamó antiguamente San Esteban de la Riera. Es nómada en sí mismo, pues comenzó a ser habitado más hacia el monte para desplazarse con posterioridad hacia el valle. Sobre un altillo se sitúa su Iglesia dedicada a San Esteban, hermosa y mística con su espadaña apuntando al azul del cielo; en la columna izquierda se puede leer que fue restaurada en mil setecientos noventa y cuatro por Don Juan Álvarez, vecino y ministro del Rey en las Cortes de Cádiz. Estamos en Babia, lectores de mis andanzas, entre gentes de abolengo, de ciencia, gentes dedicadas a las leyes, pastores trashumantes… personas todas, las de antaño y las de hogaño, con sentimientos, vida e iniciativa.

Myosotis. Hermosura de flora y fauna pueblan la comarca. Seguramente habríamos ganado admiradores poniendo aquí la foto de un oso que hubiera pasado a Babia en busca de comercio. Amables lectores, no vimos ninguno. De quienes viven en Babia más tiempo, algunos, sí han tenido esa fortuna.


Carretera adelante, estamos en Cabrillanes y aún nos parece escuchar el sonido de las merinas retozando por los caminos en busca de su emigración, el mismo lamento de emigración de todos los tiempos y de todos los lugares para buscarse la vida. Cabrillanes es la capital del antiguo Concejo de Suso, la Babia Alta. Honramos su historia en respetuoso silencio y continuamos hacia otros apartados pueblos. Nos acercamos a Mena de Babia que se esconde de los vientos al amparo de la Peña del Castillo, el pueblo está tan cercano a Peñalba de los Cilleros que el sol les saluda con el mismo rayo de luz cada amanecer; al parecer, este pueblo pertenecía a los monjes de Corias (en Cangas de Narcea) y en Peñalba vivía el cillero que era el encargado de la “cedilla” o impuestos; en la fachada de una casa se puede ver el escudo del cillero.

Volvemos a la carretera principal buscando el siguiente desvío… como se verá en la siguiente entrada del blog, pues ésta ya se está dilatando en demasía.


Javier Agra.

domingo, 28 de julio de 2013

ESTAR EN BABIA: PUEBLOS DE BABIA DE ABAJO

Doy… Sonrío… Relajo… Montañas… Praderas… Ganado… Silencio… ¿Vienes? Soy la comarca de Babia y estoy siempre a tu lado. El Sil, el Luna y el Torrestío recorren gran parte de mis verdes valles. ¿Vienes? Volverás con sosiego en el alma, volverás con la mirada calmada de lagunas y de montañas. ¿Vienes? Rebaños de ovejas, manadas de vacas, música de las aves, susurros de cumbres y de collados darán ímpetu a tu vida para otra larga temporada. ¿Vienes? Babia es tierra de sol cálido y de montañas curtidas por las nevadas, de murmullos de estrellas y de visiones cercanas donde la brisa ríe entre las cumbres y las quebradas.

Ya lo sé. Estoy en plena ascensión Sil arriba desde la Cueta que está al otro lado de Babia. ¡Pensar que iba para subir Peña Orniz! Pero Babia anida en el corazón de los viajeros, es un enamoramiento eterno.


Vamos entrando en las poblaciones de Babia de Abajo, desde la vecina comarca de Luna, por Villafeliz, bien gozoso puede ser su nombre pues nos adentra en tierras de sosiego. Aquí la vista se relaja, el caminante no necesita ya el tiempo para otra cosa que admirar el silencio, la luz y las cumbres. Llegamos a San Emiliano donde está el Ayuntamiento de estos lugares que vierten sus aguas al río Luna; impresionantes vistas de las Ubiñas a las que se accede por estos lugares valle arriba entre verdes bosques, inmensos prados donde he visto pastar confiadas vacas rojas, multitud de ovejas madres de corderos y de ricos quesos.

La Majúa en soledad inmensa, conserva el poso de su abolengo; fue tierra libre, sin feudal que la explotara, pagaba tributos directamente al rey; más tarde pasó a pertenecer a los Condes de Luna y aún tuvo tiempo de ser el Ayuntamiento de Babia de Abajo, es hoy una hermosa y diminuta localidad donde el sosiego camina entre sus puentes perfumado por el aroma de vegetación. Viajero, si llegas aquí cansado, bien podrás escuchar la lira musical del arroyo Majúa o recogerte al amparo de la Virgen del Otero.

Desde Peña Orniz. Valle del Congosto con Peña del Congosto, Morronegro y las Ubiñas al fondo.


Pinos en pleno parque de San Emiliano, antes de llegar al puerto de la Cubilla que une con Asturias en cuya provincia encontramos enseguida el pueblo de Tuiza desde donde otra vez ascendimos Peña Ubiña. Candemuela y Villagusán son dos poblaciones que hasta hace no mucho tiempo formaban un solo pueblo. Esta pequeña población, de noble historia y gloriosas leyendas, llegó a ser lugar de moler para la comarca; tal parece el origen de su nombre. Conserva una hermosa iglesia dedicada a Santiago, de planta y retablos barrocos de la primera mitad del dieciocho, pagada por Francisco García Álvarez, un indiano que fue capitán y aún dicen que virrey del Perú. Genestosa      viene a continuación, pueblo diseminado y extendido; tiene iglesia con espadaña que da paso a huertas y arbolado. El monte de la Campana, lo une a Torrebarrio por las cumbres.

Torrebarrio Desde esta localidad ganadera se accede a Peña Ubiña entre hermosos prados y altas brañas. Sobre una colina la iglesia y detrás la inmensidad de Peña Ubiña. Su historia está construida entre la luz y el temor a diferentes invasores a través de los siglos; desde una calzada romana pasando por peleas entre moros y cristianos; gentes de nobleza de corazón, nunca fueron vasallos más que de Dios y del Rey (pero esta lírica afirmación es válida para todos los habitantes de Babia). Pasearse por las inmediaciones de su ermita es una costumbre que aumenta el sosiego.

Si nos acercamos al Puerto de Ventana, podemos desviarnos al pueblo de Torrestío donde el arroyo juega saltando entre las piedras a esconderse y pulir caliza a lo largo de los siglos; podremos detenernos a conversar con una buena colección de hórreos. La iglesia está de nuevo en un alto con su espadaña apuntando a Peñarredonda, pueblo, templo, valles, roca, nieve forman una mezcla de fantasía de color que haría temblar emocionado a un pintor de la naturaleza.

Vista desde Peña Orniz. Las Fuentes del Sil, Laguna Las Verdes y Montihuero.



Carretera de Babia adelante llegamos a Truébano, el pueblo que fue monasterio. Aquellos trabajadores son hoy los que conservan la reliquia convento, molino…y han hecho de ellos sus actuales viviendas. En Villasacino ante las piedras de sus firmes muros, me detuve a contemplar la torre de la iglesia que plantea a los viajeros símbolos de vida. Desde la cercanía de Cospedal, vemos Montihuero. En los soportales de la iglesia de Robledo aún resuenan ecos de cuando los vecinos se juntaban en Concejo.

Javier Agra.

martes, 23 de julio de 2013

ESTAR EN BABIA: CUMBRES DEL SIL

Vencida está la tormenta del sueño, los vendavales de la noche calurosa se han hecho plácido sosiego en la Posada Real “El Rincón de Babia” cuando desayunan los montañeros calderos de ilusión, manjares de esperanza. El río Sil ha cambiado las endechas por cantes de alboreá cuando el sol alumbra por Montihuero y Peña Orniz bailando bodas con el naciente Sil. En la cima de la montaña es siempre el alba y siempre es medio día, cabalgan las horas entre el fuego luminoso y la neblina; caminan los montañeros ardiendo bajo la luna en los collados y los techos de ojos inmensos hasta que los reinos se agrupan sin nombres y sin fronteras.

En la zona de las fuentes del Sil.


Breve nombre y larga historia, entre águilas celestiales y diminutas hierbas el Sil aprende su nombre entre montañas, allí donde el cielo se recorta con la tierra. Claras aguas al nacer, entre las manos cálidas de los montes que te rodean, vete pradera adelante a contar a las auroras sueños de amanecer en las tierras de pastores; camina mi buen Sil por terreno sin pisadas a descubrir nuevas rutas, a cantar entre cascadas y a volar con los halcones en las tardes de remanso y de cacerías de supervivencia; donde poses tus ojos, buen Sil, allí se detendrá mi mirada para contemplar lo que fuimos en la lejana infancia que yo vengo, igual que tú, de los brazos de la tierra hasta el misterio del mar donde el agua se hace azul y se mezclan los nombres y las palabras.

Manantiales del Sil en las faldas verdes de la pedregosa montaña de Peña Orniz.


Desde las cumbres saltan los ojos por las montañas de Babia y sus valles, desde las cimas de San Emiliano hasta Carrasconte queda en la retina la tierra leonesa repleta de himnos e historia, navío entre el mar y la llanura que expande por el mundo el canto de las aves y los colores de las flores. Mezcla de aves y violetas, todas las cumbres cantan al aire libre con las tubas de pluma y el espacio de la vista hace presente al mundo entero en la música y los colores, la plenitud de la tierra corteja al día hacia el lecho de la luna. Valles, lagos, collados y cumbres, respiración de vida y silencio, surgen desde el suelo hasta las cumbres donde sueña el espíritu de los montañeros.

Instantes antes de llegar a la cima de Peña Orniz, nos desplazamos a la derecha de la cima para contemplar laguna, valle y montañas.


La claridad del día trae destellos de horizonte, en la cima de Peña Orniz se reúnen las montañas del Sil para hablar de estrellas y nubarrones; forman un solo bloque desde la raíz hasta la inmensidad de las cumbres; la pausa de la noche ha dado paso al bullicioso encuentro de las horas del día, en el valle cantan los grillos respuestas veloces al croar de las ranas que ponen acento verde a las invisibles lagartijas y a la lentitud de los peces. Cumbres de cerviz calva sobre las barbas de los collados de nieve blanca; las montañas susurran presente, conversan de lo que fueron… de lo que serán cuando tengan que enfrentarse otra vez a los días de luz y a las jornadas de tormenta; las montañas hablan del mañana porque tienen experiencia de siglos bajo sus cumbres talladas; han visto la fragilidad de la roca caliza, gastada siglo a siglo por la constante gota del agua.

En el valle que nace el Sil hacen cálido cuenco las montañas sobre el Collado de la Cueña y la Laguna Las Verdes.


Y de repente, el mar pone visillos blancos para ocultar las olas, el horizonte resbala su luz que es transparencia con forma de cumbres y desde aquí adivinamos un mar mientras el púber Sil se está anegando en otro mar distinto, en las cumbres caben todos los mares y todos los pueblos. El horizonte moldea las palabras: los montañeros, sentados sobre unas piedras, conversan sin levantar la voz ni bajar la mirada para fijar en la mente las cumbres del Sil, aquel río de la escuela que hoy se ha hecho adulto mientras mojaba, a nuestro paso, las botas.

Hacia el norte, paseamos sueños sobre Somiedo hasta los Picos Albos, más al fondo lejanas cumbres conversan con las nubes que quieren llegar al mar entre sueños de sirenas, de pulpos gigantes y de barcos hundidos con tesoros de ultramar.



Javier Agra.

sábado, 20 de julio de 2013

ESTAR EN BABIA: REGRESO DE PEÑA ORNIZ

Cuando no existían los nombres ya estaba Peña Orniz cumbre de Somiedo, señora de Babia, cima de Laciana respirando los primeros hervores de las tierras planas. Nosotros admiramos más allá del tiempo, por encima de las espadas de los siglos y los odios de generaciones, descubrimos grandes afectos de montaña y roca, de verde y promesa.

La Mortera, donde se inicia Somiedo en Asturias. Con nombres de Picos vistos desde la cima.


Bajamos pues de la cumbre… Para dar algún dato montañero, señalo que toda la ruta es azúcar dulce, con el único limón de la fatiga que cada viajero pueda almacenar. La subida final y, ahora, el descenso tienen trabajo. No obstante, estamos descendiendo de una montaña amable. La siguiente fotografía es una vista del canalizo por el que bajamos, desde el collado Orniz al que hemos de llegar para iniciar el regreso por otro camino.



Entramos a Somiedo, regresar por otro camino es sembrar fantasía bajo las zapatillas; es mirar con otros ojos lo que has visto y con el primer asombro lo que no has visto; es alimentar el corazón con sensaciones y gozos diferentes. Inmensa litografía de las Morteras, donde entramos en conversación con las piedras porque cada una tiene una historia de persecución de osos y rebecos, de milanos y ratones. Las palabras de piedra nos recuerdan que las riquezas no son nada comparado con la libertad y la paz de espíritu: las mayores riquezas no permiten desayunar más que una vez al día, ni cenar dos veces cada jornada – la injusticia es cuando muchas personas no pueden desayunar ni cenar la primera vez cada jornada, añaden las rocas conversadoras –; la felicidad tiene igual potencial en cada persona, pues no ocupa más que el espacio desde los pies al final alto de la cabeza; la felicidad aumenta su siembra cuando es capaz de imaginar y de crear, este espíritu feliz pertenece al corazón, no a la billetera.

Pasamos por el karst de la Mortera hacia el Collado de la Mortera, al fondo se ve El Cornón sembrado de nieve.

Están parlanchinas estas rocas en lixiviación natural. Para ellas no es capricho tener formas “caprichosas”, ha sido la naturaleza y el tiempo quien las ha separado en elementos minerales. De frente salen senderos hacia los Lagos de Saliencia, nosotros regresamos por las Morteras del Couto en busca del collado que nos permita cruzar los Picos de Las Morteras hasta unirnos al camino de esta mañana. Ahora el sol está sobre nosotros, que gozamos esta inmensa luz con la que agrandamos el espacio y la vista; aquí los montañeros agradecemos el día despejado, pues con niebla este lugar parece insalvable tan iguales son las dolinas de diferentes tamaños que están a ambos lados de nuestro camino, tantas cubetas endorreicas de minúsculas proporciones.




Ente retazos de nieve y fantasías en verde, hemos regresado al sendero de esta mañana. En el entronque de la Majada de Covalancha y los Picos de la Mortera, tras un breve descenso, hacemos parada y fonda: agua y alimentos de Babia para reponer energías hasta el final de la caminata.

Las retamas y las urces tienen aquí casa, que comparten con las ovejas de Covalancha (un pastor nos indicó que el nombre correcto es Covalancho); el silencio y la pausa de todos los siglos ha realizado prodigios de convivencia feliz. Más abajo, entre los arroyos y las praderas de Cebolléu, pasamos por entre estas orquídeas saúco que destacan como la más alta vegetación en estos valles donde los árboles no han aprendido a llegar, estos prados húmedos son su hogar desde los albores de los tiempos. Dicen los botánicos – y ellos dicen verdad – que el nombre orquídea se debe justamente a lo que no se ve de la planta, pues sus dos tubérculos subterráneos son el origen de tal nombre: la palabra “orchis” en griego designa al castellano “testículo”. Muchas veces ocurre que lo escondido y desconocido encierra hermosuras y fuerza.

Campo de orquídeas saúco. El nombre se lo puso el botánico y ecológico griego Teofrasto, allá en el siglo cuatro antes de Cristo.


Y poco más. Descendemos conversando, ahora con el pequeño río Sil; nos pregunta por su futuro. Le hablamos de Villablino y el embalse de las Rozas, del Bierzo y el río Burbia que le dará más adelante su agua, de Quiroga…no le contamos nada del Miño, él mismo descubrirá la belleza de Galicia. El sol calienta las vilortas de los sauces junto a sus aguas, cuando entramos de nuevo a la Cueta. El Coche avanza para llevarnos a la Posada Real “El Rincón de Babia”… En otro momento me sentaré a recordar otras maravillas de estar en Babia.


Javier Agra. 

jueves, 18 de julio de 2013

ESTAR EN BABIA: PEÑA ORNIZ

Las estrellas aplauden desde las gradas del Pico Orbia para agradecer el concierto de las madrugadoras aves, cuando posamos la vista sobre el sigiloso Sil desde la ventana donde pasamos la  noche en la Posada Real “El Rincón de Babia”. Un buen desayuno. Ya estamos en el aparcamiento de la Cueta con las botas calzadas, la mochila puesta, el espíritu animado y la mente dispuesta.



Entramos y salimos de la Cueta con los dos primeros cruces que hemos de hacer sobre el Sil, un poco más allá lo cruzaremos por tercera vez, insistimos para asegurarnos de su nombre y de su agua. El risueño niño Sil aún no sabe de poblaciones bulliciosas, ni embalses… acaso ha oído hablar del Océano Atlántico y tiene nerviosismo en sus aguas por llegar; poco a poco pequeño, el camino es siempre para disfrutar del lugar en que estás. Por un amplio sendero donde la conversación puede ser animosa, porque la respiración es aún pausada, nos acercamos a la Majada de Bustusil, cuando aún el sol anda brincando por la cumbres y no necesitamos gorra: aquí más de diez perros están atentos a un bellísimo conjunto de ovejas y piedras que semejan un único color madrugador; los perros mueven el rabo a nuestro paso porque saben que no constituimos ninguna amenaza.

En la Majada de Bustusil, los perros otean el horizonte, las ovejas rebuscan hierba y vida entre las rocas. La mañana camina cuesta arriba llevando entre sueños a los montañeros.  


Aguas arriba el Sil aumenta su cauce con el caño de Bocanegra. Nosotros no lo vadeamos pues nuestro camino continúa vereda arriba buscando las Praderas del Cebolléu. Tenues rumores del Sil hacen nido en nuestro espíritu entre las flores de la pradera y las gotas de esperanza, el alma tiende puentes al futuro y quiere luz verde de felicidad para toda la naturaleza; montañas en derredor y los montañeros, sudor y felicidad, admiran la lumbre de todos los tiempos que se ha eternizado en esta roca de poesía imperecedera. Se ensancha la vista, más allá de los farallones montañosos de los Picos de la Mortera adivinamos Somiedo al otro lado de aquella puerta que se abre a nuestra izquierda, adivinamos el mar lejano y la multitud de tierras y mares que han crecido libres y no se adaptan a la falacia de las fronteras.

Praderas del Cebolléu, al fondo los Picos y el Collado de la Mortera.


Paso a paso entre arroyos, humedales y multitud de flores, escuchamos batir de alas y trinos del pequeño escribano, del hábil alcaudón tan familiar y cazador; hasta nosotros llega el aroma de los rebecos, las palabras de vida de la naturaleza entera… paso a paso Majada de Covalancho arriba bordeamos entre dulce brisa el Pico Cuetalbo, entrado en años según están encaneciendo sus puertos, su rostro y su cumbre donde apenas asoman unas hileras verdes entre el brillo inmenso de su frente calva.
   
En este Valle nace el río Sil, con Peña Orniz al fondo.


A nuestra izquierda asoma el sol como una antorcha gigante sobre la majestuosidad de Peña Orniz; valle adelante canta sus primeras nanas el Sil entre el verde y la nevada. Los montañeros subimos su cauce con silenciosa unción, aguas arriba el vapor caliente de todos los siglos se adentra en nuestro espíritu porque aquí está naciendo el agua, aquí surge la vida entre el verdor del suelo y el ánimo valiente de Peña Orniz; alguna lagartija de discreto recorrido nos lleva hasta diferentes surgencias, las ranas entonan sinfonías concertantes con los instrumentos agrestes de la artística naturaleza.

Una de las diversas surgencias del Sil. Dado que este texto ha de ser breve, tampoco vamos a exagerar con las fotografías.


Laguna y Valle de Congosto.


Antes de hacer cima, nos asomamos a la Laguna y el valle de Congosto; a veces es preferible aumentar un momento el esfuerzo, la recompensa es una belleza casi exagerada: bajo nosotros la Laguna inmenso ojo que reclama admiración y contento, ante nosotros el valle abierto, melodía de paz. Y la cima… Peña Orniz, anterior a los sueños y la fantasía; cuando no existían los nombres, dormía tu nombre en tu noble adusta frente; aguas y milenios; tormentas y misterios; antorcha viva del tiempo; estás hecha con una inmensa paleta, cortada y profunda para Asturias y hacia León sosegada y austera, permítenos abrazar tu vértice y con él a la tierra entera.

En la cima de Peña Orniz. No encontramos a ninguna persona que nos “retratara” a los dos, de modo que inmortalicemos a Jose, que preparó estos días de montaña con mimo y acierto.


El regreso… pero eso es otra parte de esta historia.


Javier Agra. 

viernes, 5 de julio de 2013

CABEZA DE HIERRO MAYOR, DESDE COTOS


Vista desde el Puerto de Cotos del camino de esta jornada.


Desde hace algún tiempo bullía en nuestra cabeza la visita a aquella Cabeza. Galopaba junio con su nieve y las torrenteras en crecida por el deshielo. Así pues una tarde de paseo, en el parque de los perros, nos dijimos desde el silencio mientras pasábamos frente a la Cuerda Larga que contemplamos y admiramos a diario. “Mañana es el día”.

En el Arroyo de las Cerradillas.


Hoy somos tres. Viene también otro Jose. El coche quedó en el Puerto de Cotos, caminamos por el asfalto hacia Valdesquí… diez minutos conversando con los pinos sobre la soledad de la noche entre estrellas y luna llena… ya nos hemos adentrado por el camino que salta a la pradera en dirección al Refugio del Pingarrón. Pero nosotros estamos buscando el Arroyo de la Angostura por una ladera protegida de inclemencias tempestuosas; esa es la versión que nos dan los altos pinos con su melodía de profunda quietud que sube desde la mística raíz hasta los solemnes solos de violín de sus ramas más altas.

Desde el mismo Arroyo de aguas multicolores, los pinos en glorioso aleluya nos marcan la línea de cumbre y el intermedio calvario del Tubo con sus Pulmones respirando permanente espera. Pero aquí, sobre estas ramas primeras tiene su casa la estrella que se refleja en el agua y nos alienta, camino arriba, por la sombreada senda hasta un diminuto collado que nos cambia de valle; ahora, entre trinos de aves y juegos de limpia hierba atravesamos el Arroyo de las Cerradillas. Todo está resultando un paseo de poeta, entre sombras, pinos y puentes de madera; en estas meditaciones bucólicas, llegamos al tercer arroyo – el pobre no tiene nombre siquiera –, no tiene nombre pero tiene fortaleza.

Estamos subiendo. Ved, ligeramente hacia arriba a la izquierda, el Tubo y sus dos pulmones. Cuando los montañeros están en harina, comienzan los sudores y las dudas, queda un rato, queda mucho rato, queda… ¡ufff cuánto queda!


Este arroyo dejará de nombrarse tal cuando el deshielo termine, hoy baja en torrentera la nieve del deshielo de las dos Cabezas de Hierro. Duda el tiempo si marcar minutos o dejar que fluya según la improvisación del montañero. Hemos salido del pinar, sobre nosotros rocas de desperdigada mole y en sus lomos los buitres dibujan sombras de vuelo y pensamiento, los montañeros en silencio seguimos la intuición, el lecho del agua, los hitos y al mirar a los alados buitres del decimos que no pensamos dejar por aquí nuestro esqueleto.

Los dos Pulmones del Tubo de Cabeza de Hierro alientan en silencio y jalean con soleado acento nuestra subida pausada; las piedras nos narran hazañas de otros aventureros de antaño, de aquellos primeros montañeros; las grandes piedras aparentan terrible fiereza pero su corazón late lleno de ánimo y fortaleza ¡Ánimo, montañeros! ¡Ánimo, el triunfo será la meta! Y nosotros, paso a paso, estamos dejando en las sudadas rocas nuestras huellas impresas… tal vez otros montañeros necesiten poner su pie en nuestras pisadas para no desfallecer en el ascenso. ¿Qué anhelos mueve el corazón de la montaña? Estas inmensas rocas se vuelven a levantar cada madrugada, incluso cuando la noche ha sido de tormenta y terrible borrasca: ¡tomad un sorbo de mi fuerza! ofrece la montaña.

Panorámica después de terminar el trecho de mayor dureza.


Está hecho lo más duro. Aquí paramos a gozar las vistas y expandir el alma; aquí la sonrisa es manantial de brillos de nácar. Un mordisco alimenticio y un largo trago de agua antes de continuar hacia la cumbre. Arriba la respiración no jadea, ni quema el sol la sudorosa frente; ahora conversan la respiración y el espíritu, hasta los buitres de media ladera parecen aquí calandrias; aumenta la música de violines, de trompetas, de ninfas y de magia. En las cumbres del Guadarrama no tenemos hadas ni faunos que nos alegren la vista al culminar las cumbres del Guadarrama. No importa, nos contentaremos con imaginar leyendas de osos, leyendas no escritas. No esperan los osos pero en esta jornada nos esperan las cabras, que sestean entre las rocas al abrigo del aire; las cabras duermen con una pata estirada por si tienen que dar un impulso y salir en fuga: éstas, nos miran y piensan que no nos quedan fuerzas –ni necesidad– para dedicarnos a la caza, cierran nuevamente los ojos y retiran incluso a la estaba de guardia.

Hacemos cumbre en Cabeza de Hierro Mayor.


Descendemos por un sendero diferente. La aventura está realizada. Hemos conquistado nuestra estima y aumentado el gozo de la montaña. Entre las dos Cabezas de Hierro, bajamos por el collado por suaves majadas de brevísima hierba pero fuera de la pedrera de Hierro Menor. Aumenta la hierba, disminuyen las piedras, llegan los pinos, cantan las aves y los arroyos vuelven a ser espejo de los feroces animales y de las tímidas vacas. Sendas nuevas y añejos pinos conducen nuestros pasos hasta encontrar el camino desviado de esta mañana. Concluye la jornada. El café de Venta Marcelino aguarda.

Esta fotografía, para fardar de nieve y de que hemos concluido la tarea. Ya es el descenso cuando los grillos cantan en el corazón y el pensamiento decide que la montaña quiere compartir su firmeza (ahí se mantiene con la frente muy alta cuando se desgarra el alma), sus ilusiones y su paz con los habitantes de las tierras llanas.


Javier Agra.

miércoles, 3 de julio de 2013

LA PEDRIZA: POR LAS TORRES (3)

En lento descenso.
Siglos de viento y agua, huracanes y heladas han dejado este pasmo de naturaleza para la contemplación. Jose y yo, silenciosos y absortos, descendemos en respetuosa admiración por el bien trazado sendero que nos dirige lentamente hacia la izquierda próximos a encontrarnos sobre el Comedor Termes; peñascos en equilibrio imposible, formas violentas que llevan siglos espantados de la soledad y los trinos canoros de las aves; quejumbrosas rocas que llevan siglos ahogando los gritos de la soledad y la desesperanza de los humanos; hermosísimas formas llevas de paz y sosiego para repartir entre los montañeros.


Sobre la piedra plana del comedor Termes nos detenemos para comer y agradecer a Termes, Maeso y tantos otros pioneros, su paciencia y maestría. Es cierto que requiere una cierta destreza adentrarse por estos parajes soñados, donde el espíritu inventa aventuras y descubre piedras cada vez que uno se adentra en la Pedriza. Pero reitero que aquellos primeros que hicieron los caminos hasta encontrar por primera vez los senderos más acertados, merecen un brindis con el primer trago de agua de este descanso en la ruta.

Vista panorámica desde el Comedor Termes.

Continuamos. El sol nos está superando a esta hora del medio día, cuando aparece ante nosotros el Ventanillo; me parece a mí que el asombro fue mutuo, nosotros con los ojos como platos y el ventanillo sin poder cerrar los suyos nos permite ver la luz del otro lado de la compacta roca, a través de su boca abierta. La visión es momentánea,  mientras continuamos el sendero para bordearlo por su derecha, el Ventanillo se sobrepone al asombro y ya está cerrando su boca.

El Ventanillo que como su nombre indica…

Cruzamos el Canal de los Hermanitos, los saludamos desde la distancia; ellos están más abajo que nosotros y les decimos que no nos esperen, nuestra intención es cruzar para rendir pleitesía a la Esfinge. Hemos llegado a su pie y admiramos, desde la distancia, a las Torres: (diré en secreto que aquí me puedo hacer el entendido porque seguí sin perder detalle la dirección que marcaba el dedo de Jose y su explicación. Jose es un maestro de pocas palabras y mucha sabiduría; paseando con él, la Pedriza aumenta su grandeza. En secreto lo digo). Descendemos por el Callejón de la Esfinge, admirados de tanta agreste belleza. Formas dinámicas van cambiando su postura a nuestro paso, mutuamente nos saludamos; llegamos hasta donde nos sale al encuentro la Aguja del Sultán con toda su corte de músicos, poetas, danzantes… y nos invita a sentarnos y conversar ¿Cómo está el mundo? ¿Cómo cambian los tiempos? Son preguntas que recorren las líneas filosóficas de todas las edades.

Desde el Callejón de la Esfinge se observa, grandioso y mágico, el paso hacia el Callejón de Abejas.

Ya estamos metidos en soledad. Esta inmensa belleza solitaria nos permite cruzar hasta el Callejón de Abejas, de dulce nombre y escarpadas rocas escondidas, muchas de ellas, entre los ramajos de urz (erica arbórea, en nombre latino). En estas recogidas soledades y entre tales silvestres flores, bien pueden libar despacio su miel las laboriosas abejas que, según cuentan, abundaban por estos parajes en colmenas preparadas por los habitantes de estos cercanos pueblos. Cuando descendemos unos cuantos metros, nos sentimos exploradores de senderos y nos sentamos a la sombra de una inmensa mole de piedra: aquí las paradas son más necesarias para admirar que para descansar.


Llegamos a lugares cómodos. Ladera abajo, entre los pinos, seguimos el arrullo del arroyo de la Ventana, encontramos la caída en cascada del arroyo de los Poyos y finalmente la autovía de la Pedriza para cerrar el círculo sobre el puente de Madera del Manzanares en Canto Cochino.

Cascada del arroyo  de los Poyos en su abrazo al arroyo de la Ventana.

El café.
El coche.
El regreso.

Javier Agra.

lunes, 1 de julio de 2013

PIPA: CUMPLEAÑOS

Esta fotografía me la hizo, hace algún tiempo, Indiana Forti: es una gran amiga y muy buena fotógrafa. Buscad sus fotografías y descubriréis que digo verdad.

Comienza julio.
Hoy es mi cumpleaños.
Los humanos, entre sigilosos murmullos, dicen que con sus cuentas estaría llegando a centenaria.
No sé.
Ahora mi ritmo es muy pausado y me parece que he vivido todos los siglos de la historia. Estoy sentada – la mayor parte del tiempo ya tumbada – en el parque, mirando de frente hacia la Maliciosa y la Cuerda Larga – montañas de le Sierra de Guadarrama en Madrid – mientras doy la espalda a los edificios. Cada vez necesito más hierba y menos murmullos.

La historia y la montaña, en mis ojos y en mi corazón.

La montaña mira a la historia de los humanos con mimo en las pupilas, con caricia y brillo en los ojos. Sabe la montaña, que la historia toda, desde que los humanos se alzan sobre la naturaleza, es la historia del pueblo condenado a paciencia perpetua, a miedo perpetuo, a desasosiego perpetuo; y la montaña quisiera poder indultar de tanta pena a los humanos. Sabe la montaña, que la historia toda, es oprobio para la mayoría de los humanos que pasan hambre de luz, de vida, de cultura, de pan y peces, de paz y sosiego, mientras muy pocos tienen grasas sobrantes y cerebros oscuros.

Vista desde Siete Picos hacia Peñalara.


Miro a la montaña con pausa de siglos.

Y la montaña, en nuestra conversación, me cuenta sus planes: será lucha perpetua, sosiego perpetuo, esperanza perpetua. Yo, que he paseado tantas veces el esqueleto de la montaña, la amo y la respeto. Hoy empleo mis horas en mirarla, con el mismo candor primero de cuando era niña – cachorra, dicen los humanos –.

Enseguida iré a la montaña y seré aire y seré nevada y sendero para animar a los caminantes y seré luz para iluminar a las águilas y seré sonido del agua.

Hoy es mi cumpleaños.
Comienza julio.


Javier Agra.