Las estrellas
aplauden desde las gradas del Pico Orbia para agradecer el concierto de las
madrugadoras aves, cuando posamos la vista sobre el sigiloso Sil desde la
ventana donde pasamos la noche en la Posada Real “El Rincón de Babia”. Un buen desayuno. Ya estamos en el aparcamiento de
la Cueta con las botas calzadas, la mochila puesta, el espíritu animado y la
mente dispuesta.
Entramos y salimos
de la Cueta con los dos primeros cruces que hemos de hacer sobre el Sil, un
poco más allá lo cruzaremos por tercera vez, insistimos para asegurarnos de su
nombre y de su agua. El risueño niño Sil aún no sabe de poblaciones
bulliciosas, ni embalses… acaso ha oído hablar del Océano Atlántico y tiene
nerviosismo en sus aguas por llegar; poco a poco pequeño, el camino es siempre
para disfrutar del lugar en que estás. Por un amplio sendero donde la
conversación puede ser animosa, porque la respiración es aún pausada, nos
acercamos a la Majada de Bustusil, cuando aún el sol anda brincando por la
cumbres y no necesitamos gorra: aquí más de diez perros están atentos a un
bellísimo conjunto de ovejas y piedras que semejan un único color madrugador;
los perros mueven el rabo a nuestro paso porque saben que no constituimos
ninguna amenaza.
En la Majada
de Bustusil, los perros otean el horizonte, las ovejas rebuscan hierba y vida entre
las rocas. La mañana camina cuesta arriba llevando entre sueños a los
montañeros.
Aguas arriba el Sil
aumenta su cauce con el caño de Bocanegra. Nosotros no lo vadeamos pues nuestro
camino continúa vereda arriba buscando las Praderas del Cebolléu. Tenues
rumores del Sil hacen nido en nuestro espíritu entre las flores de la pradera y
las gotas de esperanza, el alma tiende puentes al futuro y quiere luz verde de
felicidad para toda la naturaleza; montañas en derredor y los montañeros, sudor
y felicidad, admiran la lumbre de todos los tiempos que se ha eternizado en
esta roca de poesía imperecedera. Se ensancha la vista, más allá de los
farallones montañosos de los Picos de la Mortera adivinamos Somiedo al otro
lado de aquella puerta que se abre a nuestra izquierda, adivinamos el mar
lejano y la multitud de tierras y mares que han crecido libres y no se adaptan
a la falacia de las fronteras.
Praderas del
Cebolléu, al fondo los Picos y el Collado de la Mortera.
Paso a paso entre
arroyos, humedales y multitud de flores, escuchamos batir de alas y trinos del
pequeño escribano, del hábil alcaudón tan familiar y cazador; hasta nosotros llega
el aroma de los rebecos, las palabras de vida de la naturaleza entera… paso a
paso Majada de Covalancho arriba bordeamos entre dulce brisa el Pico Cuetalbo,
entrado en años según están encaneciendo sus puertos, su rostro y su cumbre
donde apenas asoman unas hileras verdes entre el brillo inmenso de su frente
calva.
En este Valle nace el río Sil, con Peña Orniz
al fondo.
A nuestra izquierda
asoma el sol como una antorcha gigante sobre la majestuosidad de Peña Orniz;
valle adelante canta sus primeras nanas el Sil entre el verde y la nevada. Los
montañeros subimos su cauce con silenciosa unción, aguas arriba el vapor
caliente de todos los siglos se adentra en nuestro espíritu porque aquí está
naciendo el agua, aquí surge la vida entre el verdor del suelo y el ánimo
valiente de Peña Orniz; alguna lagartija de discreto recorrido nos lleva hasta
diferentes surgencias, las ranas entonan sinfonías concertantes con los
instrumentos agrestes de la artística naturaleza.
Una de las
diversas surgencias del Sil. Dado que este texto ha de ser breve, tampoco vamos
a exagerar con las fotografías.
Laguna y Valle
de Congosto.
Antes de hacer
cima, nos asomamos a la Laguna y el valle de Congosto; a veces es preferible
aumentar un momento el esfuerzo, la recompensa es una belleza casi exagerada:
bajo nosotros la Laguna inmenso ojo que reclama admiración y contento, ante
nosotros el valle abierto, melodía de paz. Y la cima… Peña Orniz, anterior a
los sueños y la fantasía; cuando no existían los nombres, dormía tu nombre en
tu noble adusta frente; aguas y milenios; tormentas y misterios; antorcha viva
del tiempo; estás hecha con una inmensa paleta, cortada y profunda para
Asturias y hacia León sosegada y austera, permítenos abrazar tu vértice y con
él a la tierra entera.
En la cima de
Peña Orniz. No encontramos a ninguna persona que nos “retratara” a los dos, de
modo que inmortalicemos a Jose, que preparó estos días de montaña con mimo y
acierto.
El regreso… pero
eso es otra parte de esta historia.
Javier Agra.
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