domingo, 31 de enero de 2016

POR EL COLLADO DE LOS EMBURRIADEROS



La marcha de esta mañana de enero, bien pudo haberla pintado Joachim Patinir, belga que vivió parte de la segunda mitad del siglo quince y de la primera mitad del dieciséis. Este pintor flamenco deja extasiado con la exquisita vista de sus paisajes y la fortaleza de su pintura religiosa.

Desde la Barranca parten múltiples caminos para sentirse montañero, para hacer breves recorridos o para admirar la naturaleza sin necesidad de ponerse botas y mochila. Esta mañana de enero los primeros montañeros nos saludamos y nos dispersamos por diferentes senderos de la Sierra; nosotros Senda Ortiz adelante entre el silencio vegetal, llegamos hasta el Antiguo Sanatorio del Guadarrama con el cielo limpísimo y la tierra brillante de luz y de vida.

Como en un sueño del pasado llegamos al lugar del Antiguo Sanatorio del Guadarrama.

El camino asciende levemente entre palabras añosas de viejos pinos y de aves fugaces, nuestro lento caminar se ve sorprendido por el paso de un ciclista que nos saluda entre la sonrisa por la magia del lugar y la mueca del esfuerzo; también para los ciclistas, la montaña es lentitud y sosiego, constancia y fortaleza. Llegamos a la llanada del Mirador de las Canchas. Los montañeros hacemos una parada, más necesaria para el asombro que para el descanso.

Estamos en el Mirador de las Canchas. ¿Cómo no vamos a soltar el alma y los sentidos todos ante esta belleza? Como la quilla de un ave gloriosa, destaca el brío poético de la Maliciosa.

Nuestro caminar continúa sereno por la Senda de la Tubería. Es este sendero uno de más bellos recorridos por la Sierra, a media ladera bajo la Cuerda de las Cabrillas, de sereno ascenso sobre un suelo de fácil caminar. Las vistas son hermosas en todo momento. Los montañeros disfrutan de la mutua compañía, de la suave conversación, del silencio, del piar relajado de multitud de pájaros. 

Frente a nosotros, como si hubiera sido  suavemente posada sobre la ladera, la Peña del Cuco muestra un lugar de sosiego para la convivencia de aves y animales de diversas especies. La brecha que parte monte arriba en dos laderas nuestra vista, es la Garganta del Infierno que hemos recorrido en diferentes ocasiones en subida o en bajada.

Senda de la Tubería adelante, observamos la Peña del Cuco, la Garganta del Infierno y la Bola del Mundo allá en la cima.

Paso a paso llegamos al collado del Los Emburriaderos donde la nieve ha conseguido asentarse por algún tiempo estos días en que el invierno nos esquilma la nevada. Aquí nos encontramos diferentes grupos de montañeros llegados con la sonrisa puesta desde diferentes caminos. Contemplamos la pausa del tiempo que se ha quedado en la geología y la vida, en el esfuerzo de la piedra, en la brisa y la retama. Hacia aquí la Bola del Mundo y la Cuerda Larga, en aquella dirección el Montón de Trigo y la Pinareja, por doquier la quietud silente y luminosa llevan el pensamiento del montañero en vuelos de brisas hasta el mar y las lejanas cordilleras, hasta el susurro de otros siglos y el futuro libre de paz compartida.

Los seis compañeros encontramos sosiego en el Collado de los Emburriaderos. A nuestra derecha la brecha de la Garganta del Infierno; montaña arriba numerosos grupos de montañeros buscan el Alto de Guarramillas o Bola del Mundo.

Después será el descenso. Todavía otra parada para compartir la fruta y la palabra. Pasamos por la Fuente de Mingo antes de llegar de nuevo al coche que nos traerá a Madrid con el espíritu sosegado y el ánimo emburriado, empujado hacia adelante siempre, empujado y fortalecido.

Javier Agra.

martes, 19 de enero de 2016

POR COLLADO VENTOSO



Aún estaba la aurora buscando su acomodo sobre las montañas y ya habíamos salido los montañeros del aparcamiento de Majavilán en las Dehesas de Cercedilla. Era silencio en el valle y viento en las cimas cercanas, era dulce música de arpas y fogosa orquesta de trompetas.

Así entramos al camino viejo de Segovia, recorrido tantas veces que pongo más cuidado en cada pisada para que no se repita el mismo camino cada jornada, para que sea nuevo el mismo pinar, para conversar en paz con los helechos, para que  los dos puentes de madera me sorprendan cada vez que los descubro.

La Senda de Cospes entre la finísima nieve y la cencellada.

Finísimos copos de nieve sobre la cabeza libre del montañero. No necesitamos cubrir el cuerpo de este frío de invierno, caminamos entre los pinos con el sosiego musical de las notas que se han posado en las púas y las ramas entre el invisible baile constante de la nieve y la cencellada de esta madrugada.

El cielo nos regala sonrisas blancas para aliviar los senderos y acunar las pisadas de la vida; el montañero sueña sosiego en cada corazón mientras suenan las voces melodiosas de la brisa fresca de la mañana en juegos de escondite por los senderos misteriosos de Guadarrama.

El montañero se detiene a poner los crampones para superar unos metros de sendero helado. Más arriba, la música truena solemne para asustar al montañero, pero aquí están los árboles, las aves, los piornos y las retamas que son arpas musicales y acallan con sus caricias la gélida mañana de enero.

En Collado Ventoso suena la música entre la furiosa trompetería y el sosiego del arpa. 

Late el corazón con pausado ritmo.
Silencio.
Un ave conversa con mi sosiego.

Así llegamos a la Fuente de la Fuenfría y al Collado Ventoso después de caminar por la Senda de los Cospes, donde suenan con furia las musicales trompetas del viento. Después la bajada es cuerda vibrante de arpas y respiración pausada hasta llegar a la Fuente Antón Ruiz de Velasco, lugar elegido esta mañana para una pausa y unas viandas. El descenso es música de arpas hasta el aparcamiento de Majavilán.

Javier Agra.

jueves, 7 de enero de 2016

ABANTOS, MONTE DEL ESCORIAL



Amanece. Mis esperanzas están llenas de vigor. Mi espíritu está unido a todos los lugares de la tierra porque en todas las partes amanece con el primer resplandor del mismo sol que compartimos. Mientras calzo las botas recuerdo que no puedo dar esta tierra por destruida, el sol que vi apagarse en la nada está levantándose de su desolación y anuncia una nueva oportunidad de ser más creadores.



Estamos en el Escorial. La Avenida de Carlos Ruiz termina en un abundante aparcamiento a los pies mismos del embalse del Romeral. Aquí nos esperará el coche algunas horas. Los montañeros damos los primeros pasos sobre el camino que sube nada más sobrepasar el muro del embalse. Continuamos el recorrido sin necesidad de elegir sendero, la valla metálica es un mapa clavado en la tierra que nos conduce hasta un camino amplio que permite a los montañeros avanzar en cercanía paralela y sigilosa conversación porque el murmullo del arroyo del Romeral está cercano a nuestras palabras.

Muy visibles las señales del GR 10 nos mandan montaña arriba ligeramente a nuestra izquierda; sobrepasamos una asfaltada carretera para continuar siempre sendero adelante. Los montañeros callamos y escuchamos a la nieve que conversa en ligerísimos copos sobre nuestras cabezas, escuchamos a la tierra que susurra aliento al tronco caído, al viento que llama con voz entre bronca y mezzosoprano a las peñas que están allá arriba a nuestra derecha donde otrora anidaran los abantos que dan nombre a este pico.

Conversamos con los troncos que agonizan, con la vida que canta futuro.

Hemos llegado a una especie de collado. Desde aquí el sendero se desliza por media ladera en sosegado ascenso; los pinos son arrullo entre la brisa; la nieve ha dejado blanco el suelo, se posa en nuestras mochilas, en nuestra cabeza, en las orejas, está juguetona la nieve. Allá abajo el arroyo del Romeral sueña, entre breves risas de viento, aumentar su caudal con las nieves del invierno; allá arriba el viento despierta carcajadas en la loma de la montaña; los montañeros pensamos que es bucólico el sonido del viento cuando estamos resguardamos por el pinar en nuestro caminar por media ladera; los montañeros llegamos a la Fuente del Cervunal.

Fuente del Cervunal. Tal vez alguna vez hubo ciervos, seguramente en la actualidad salten por aquí animales de esa especie. Pero el nombre parece que se debe a la planta herbácea que abunda en estos collados y en otros muchos lugares de la península, resistente a los vientos y los fríos.

Detrás de la espalda de la fuente, un grueso pino a su derecha indica que por allí no continúa el GR. Lo que parecería una desdicha, es un magnífico anuncio porque ese es justamente el sendero que sube hacia nuestro objetivo de hoy. La cumbre del Abantos está cerca. Los montañeros sabemos que salir al descubierto es comenzar a pelear, negociar o tener feroces encuentros con la ventisca que esta jornada está en pleno griterío, por eso nos pertrechamos de ropas, guantes y cuantos escudos de fibra vegetal llevamos en la mochila.

A medio camino entre la nevada ligera y la contumaz cencellada, los pinos se embellecen para los pocos montañeros que aventuran horas y gozo en estas sierras.

En la loma nos asomamos a los precipicios que se cortan sobre el Escorial. A nuestra izquierda está el vértice geodésico. Hacia él nos dirigimos con agradecimiento y precaución. Los montañeros sabemos que las cumbres ponen trabas a los conquistadores; los montañeros amamos y respetamos a la montaña; hoy el viento furioso y los escondidos bloques de hielo nos ponen zancadillas. Con cariño, agradecimiento, ilusión y entusiasmo abrazamos la cumbre. Pero en el Abantos, el punto más elevado, mil setecientos sesenta y tres metros, está cien metros más arriba; los montañeros llegamos hasta él.

Vértice Geodésico del monte o pico Abantos. Por aquí volaron diferentes familias de abantos, de tamaño ligeramente inferior al buitre. Dicen los libros que es un ave tímida, acaso por eso no vimos ningún abanto esta preciosa jornada de paseo.

Javier Agra.  

lunes, 4 de enero de 2016

LAS CÁRCAVAS DE PATONES



¿Acaso son los huesos de la tierra lo que estoy contemplando?


Cárcavas del Pontón de la Oliva

He subido hasta las cárcavas del Pontón de la Oliva desde el embalse más inútil que se haya realizado nunca, pues nunca llegó a embalsar agua este pantano que nació en mil ochocientos cincuenta y siete cuando el Canal de Isabel II era a medio camino entre proyecto y realidad para sustituir a las fuentes naturales y los qanats que abastecían Madrid desde los albores del siglo trece. Las cosas del caminar por la vida no salen a la perfección cuando queremos, necesitan tiempo y sosiego, recomenzar y macerar una y otra vez. Pero en nuestros días prima lo inmediato y lo impulsivo. Busca el tiempo y el sosiego, amigo lector ¡tiempo y sosiego! Ten calma.



Llegar hasta las cárcavas es un paseo apto para la mayoría de las personas. Aparcado el coche frente al viejo Pontón, caminamos lo que fue carretera adelante hasta la primera curva cerrada, nos adentramos en los olivos por un camino de piedra menuda y enseguida abandonamos el GR que continúa hasta Valencia, pues aún sonando lejano el lugar se puede llegar a pie siguiendo las señales blancas y rojas del Gran Recorrido. Nos desviamos por el ribazo hacia lo más profundo del arroyo, desde allí una empinada y breve cuesta con su sendero bien marcado nos deja sobre la meseta de las cárcavas. 



Allá están, al fondo. De modo que el caminante (dudo aplicarle la categoría de montañero) puede emplear el tiempo en conversar con las aliagas de fornidos pinchos y prometerle otra visita a su frondosidad amarilla en primavera. Puedes conversar con el enebro de resistentes hojas y apelmazados gálbulos. Te recordarán que antaño por aquí se movía vida de labradores, la tierra era cultivo y cereal donde hoy solamente campa la jara que se ha comido los senderos y los caminos de otrora. Te recordarán que la vida se puede deshilachar como el terreno lunar que tienes ante los ojos y tú sabrás, caminante, que las cárcavas tienen voz de silencio. 




Continuaré sentado contemplando las cárcavas. El barranco escarpado traerá la noche y su furioso invierno y acaso pueda conversar con los fantasmas de aquellos de construyeron la presa en rigurosas condiciones humanas. Historia de lo que fueron bravas corrientes y hoy apenas llegan a descarnados riachuelos que lamen la arenisca con sueños de otros siglos. Sentado escucho al viento poniendo imposibles cerrojos valle abajo para ocultar el misterio de la descarnada tierra, pero el viento también se cansa de arañar orillas y descubrirá terrenos con vida y riego y valles feraces donde mana el futuro y la libertad.


Continuaré sentado  a la sombra de algún frondoso enebro contemplando las cárcavas. Llegará la primavera, los pliegues de mi soledad se llenarán de jilgueros y de libertad, los arroyos se llenarán de agua y de versos, la tierra se llenará de esperanza y de PAZ.

Javier Agra.