domingo, 11 de octubre de 2015

ESCOCIA: CALLES DE EDIMBURGO



Pocas ventajas puedo señalar de no tener casa.
Seguramente de esa carencia resulte la posibilidad de ir de acá para allá sin otra preocupación que gozar del viaje y de los diferentes lugares a los que va llegando el desposeído viajero.
Así me encontraba yo en Edinburgh.
Ciertamente ni aún esos días estaba yo desesperado ni temeroso, pues tenía la referencia de un Holster apalabrado con anterioridad a mi viaje.

En la arteria de la Milla Real de la vieja ciudad de Edinburgh se eleva esta belleza para la contemplación y la meditación, es la catedral de Saint Giles.


Pero un Holster, es para dormir y descansar. De modo que, las más de las horas, las pasé al aire entre el sol y la lluvia en la belleza de los rincones de esta ciudad de sueños, prosperidad, leyendas, avances…

La Gran Iglesia de Saint Giles es el templo de referencia de Escocia. Nosotros la llamamos catedral, la Iglesia de Escocia no tiene esa nomenclatura. Desde el siglo doce espera siempre a los viajeros con las puertas abiertas y las vidrieras encendidas; muchas horas suena el órgano para deleite de quienes se sientan en el sosiego de su iluminada penumbra.

Las vidrieras de todas las catedrales son una catequesis bíblica y una lección de historia que entretienen y educan durante largo tiempo.

Continúo con lentitud para disfrutar con cada palpitación del corazón la respiración de la ciudad. Me siento en Elephant House, entre estas mesas nació Harry Potter a través de la pluma y el tiempo. Continúo en la búsqueda de Lady Strair’s Close, bajo las escaleras para llegar hasta el Museo de los Escritores de Escocia; pero las bajaría y volvería a subir por el placer de adentrarme en siglos pasados entre sus silenciosas y bellísimas plazas.

Entrada al Museo de los Escritores de Escocia.

Al final de la calle, el Castillo plantea al viajero siglos de luchas y de gloria, de pactos y de peleas. Gran Bretaña ha hacho un camino posterior de siglos de paz y cultura; ahora ofrece teatro, música, creación, prosperidad… El Castillo se levanta en una colina de origen volcánico; por las noches las hadas conversan susurros de viento entre las almenas y las ramas de la arboleda, durante el día los viajeros y los habitantes de la ciudad pasean entre la calma y los sorbos lentos del café cálido y familiar y conversan sobre si es mejor visitar sus salas antes de graduarse, si conocen el destino oculto de la piedra del destino o cualquiera de las diferentes anécdotas o leyendas de la sugerente y mágica ciudad.

Explanada del Castillo, preparada para un acontecimiento musical.

Desde las altas almenas del Castillo de Edimburgo, la ciudad extiende su magia. Desde las escaleras, los habitantes de este mundo sabemos mirar a la tierra y disfrutar sosiego y libertad.

De entre las muchas posibilidades de paseo por esta belleza, me siento un momento en una librería de segunda mano a disfrutar añosos volúmenes en un idioma del que me siento ausente; las letras y el tacto me permiten disfrutar en medio de tanto libro antiguo. Salgo a las calles, elijo un área menos transitada y entro en Greyfriars Cemetery. Bajo los árboles, diferentes personas pasean o leen, mientras busco el mausoleo de Mackenzie; su fantasma ya no asusta con encerrar a los visitantes, ahora espera y conversa, tal vez el tiempo le ha convencido de la necesidad de libertad y de paz.

Mausoleo de Mackenzie en el Cementerio de Greyfriars.

Va cayendo la tarde y yo, que no tengo casa pero sí una habitación en un Holster de Edimburgo, paseo nuevamente por sus calles camino de una habitación relajada donde pasar la noche.

Javier Agra.     

jueves, 8 de octubre de 2015

ESCOCIA: COLINAS DE EDIMBURGO



Dicen que Edimburgo es la Atenas del norte, dicen que recuerda a Roma la de las siete colinas, dicen que…
Edimburgo es belleza sin necesidad de más comparaciones.

Hermosa vista de Edimburgo desde Carlton Hill hacia el Castillo.

Yo recorrí la grandeza de Carlton Hill tan llena de turistas y lectores en cualquier ocasión. La ciudad muestra sonriente su brillo desde esta colina, desde aquí recuerda su pasado y vive el presente a cada instante entre embelesos de sosiego y lectura que mezcla sin ningún rubor con las aceleradas visitas organizadas y los tranquilos minutos de miradas hacia el infinito, hacia el mar, hacia el fondo del alma de quien ha llegado por casualidad y quisiera sembrar aquí huertos para recoger la cosecha dentro de varios meses.

El paseo desde Carlton Hill hasta las faldas de la colina volcánica de Salisbury Crags es una alfombra que baja y sube entre el verdor y la vida. Decido ascender por su alfombra hasta lo más alto. Aquí se termina el turismo, son aún muchas personas quienes pasean su primer asombro o su acostumbrado corazón por esta amplia penillanura del antiquísimo volcán que hoy guarda calurosos abrazos de lo que fue magma violento hace millones de años.

Sobre la Colina de Salisbury Crags la visión se agranda, viene y va entre fantasías y recuerdos. Observad el cuervo con el que conversaré dentro de un momento, ya se acerca, me llama y me invita a sentarme en esa fértil ladera.

Edimburgo descansa en este lugar; hace deporte en este lugar; se enamora en este lugar. Y yo paseo y observo absorto la ciudad, pienso el mar al alcance de mi mano y de mis piernas, converso con un cuervo que se sienta a mi lado por si de mis bolsillos saliera un trozo de pan (no sabe que hace un rato compartí con una gaviota el último zoquete duro que me quedaba), me detengo con un perro que responde a mis querencias porque el lenguaje zalamero de los perros es cálido e igual en todas las latitudes de la tierra.

Delante está la colina de Arthur’s Seat, mi próximo destino.

El sol está avanzado cuando enfilo colina arriba Arthur’s Seat, la más emblemática de las colinas de estos lugares. Llegar hasta la cima es un paseo dilatado en la tarde y en la historia; desde hace más de trescientos millones de años hasta hoy compartimos sueños de eternidad con el magma que formó estás onduladas cumbres, con el rey Arturo y sus aventuras; paso a paso, en la cima se reducen los visitantes, se detiene el tiempo en un atardecer de embelesado recuerdo. La vista se aleja y navega más allá de los fiordos y las islas, más allá de las rompientes olas del inmenso mar sin horizonte ni ocaso, la vista regresa a Edimburgo y se detiene en la colina del Castillo a soñar intrigas y juglares narraciones.

Primer plano de la colina volcánica Salisbury Crags desde el Parlamento de Escocia.

Edimburgo es belleza, ensoñación, búsqueda…

Javier Agra.