sábado, 26 de mayo de 2012

SUBIDA AL MULHACÉN


Tímidas luces de la mañana en el Refugio de Poqueira. Nos hemos desperezado temprano, porque en la montaña comienza toda la vida muy temprano. Hemos desayunado frutas y cereales amén de otras viandas que nos tonifican y de las que confiamos extraer fuerza suficiente para la jornada de ascensión.
Primera vista del Refugio de Poqueira.
Están puestos los crampones. El ánimo está a punto. Salimos. La ilusión nos empuja, también ayuda conocer el camino que no tiene pérdida y las ya conocidas estacas naranjas que marcan el camino hasta el arroyo Mulhacén. Hoy la nieve entierra nuestras botas, son los primeros pasos de esta mañana. Seguramente muy pronto nos superarán otros montañeros que estaban terminando de ponerse las botas.
El Mulhacén no tiene edad y los montañeros que aquí se adentran tampoco tienen límite de tiempo; nunca ha siso una competición, la cumbre pone medalla de campeón a cuantos llegan a la cima; el esfuerzo de cada persona tiene aquí su premio. Uno a uno vamos formando grupos según ritmos pues el ascenso no tiene más dificultad que las fuerzas que vamos dejando entre la nieve y la hermosura.
 Ruta al Mulhacén entre el horizonte y el misterio.
Estamos en el arroyo, desde aquí siempre hacia arriba como en la vida misma; los crampones unas veces, otras el esfuerzo valiente, siempre el aliento del compañero de marcha son los hitos que nos animan a seguir siempre hacia lo alto; aquí estamos montaña adelante porque el sol calienta y quema, anima y hace desfallecer, arropa y abrasa. Mulhacén arriba, descubrimos que los años van transcurriendo entre elecciones, los caminos que hemos tomado nos han acompañado a donde ahora estamos en el tiempo, en la paz, en la palabra, en la ilusionada esperanza.
 Al fondo la Sierra de Lújar marca el límite de las Alpujarras, más allá el mar.
Miramos el camino recorrido y vemos lejano el mar muy abajo y vemos arriba la montaña, muy arriba. A tres mil metros quedan restos de lo que antaño fue una carreta – afortunadamente no prosperó por la oposición de la ecología –; ya estamos más altos que el Refugio sin guarda de la Caldera, hermoso conjunto de lagunas, Collado y Puntal de la Caldera; la cumbre del Veleta enhiesta, vertical, incólume e inconfundible; el Mulhacén II al que sobrepasaremos en más de cien metros.
   Zona del Veleta y los Machos.
A esta altura de la marcha, los crampones ya son imprescindibles, la subida crece en desnivel a cada paso, paramos; respiramos; dos jóvenes nos superan y nos animan; ya estamos cerca, lo sabemos; la nieve en algún punto se mezcla con la pizarra y suena a hierro de crampones, a mineral y agua, suena sueños de poetas de montaña; una ráfaga de nieve entre el viento y la solana.
Otra curva más pronunciada; nuestra subida los últimos trescientos metros ha sido en zigzag para ganar respiración y contentar al tiempo; ahora nos espera una revuelta que nos llevará hacia nuestra derecha, ya cumbre se acerca; hemos superado los tres mil cuatrocientos cincuenta metros; de repente, entre la pausa de una respiración y el aleteo de una ilusión vemos el vértice en la cumbre: tres mil cuatrocientos ochenta metros de sonrisa del Mulhacén. ¡Ven, te espero!
 Cima del Mulhacén

Es la cumbre. La montaña más alta de nuestra península nos abraza entre el sosiego y el cielo. Más allá el Puntal de Siete Lagunas, el Pico Juego de Bolos, La Alcazaba, más cerca a nuestros pies Siete Lagunas, la Loma y el arroyo Culo de Perro, las Chorreras Negras y Trevélez. El abrazo de la cumbre se lleva nuestra fatiga. La vuelta será disfrute ilusionado. Es la cumbre del Mulhacén.
Adiós al Mulhacén
Javier Agra.

lunes, 21 de mayo de 2012

SIERRA NEVADA: AL REFUGIO DE POQUEIRA

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Es la mañana de la nieve y el sol. Diversos caminos son posibles para ascender hasta el Refugio y más tarde al Mulhacén; nuestra primera intención era llegar con el coche hasta la Hoya del Portillo, seguramente el modo más cómodo y corto, pero la nieve impide tal propósito; desde Trevélez ya está descartado pues toda la logística va en otra dirección. Arrancamos desde la Cebadilla en  la Central hidroeléctrica de Poqueira.

El camino está bien marcado. Inmediatamente hacemos una fuerte subida entre encinas, pero como nosotros somos observadores vemos también no pocos castaños y algún nogal; antes de nosotros han pasado por aquí riadas de humanos, está muy trazado en serpiente fornida y accesible; será suficiente seguir los postes con las señales PR-A 23 y dentro de tres horas llegaremos al refugio. 

Pero los montañeros seguimos, además, otras señales: Vemos el suelo verde de la primavera y escuchamos el silencio de las sierras que no cesan de conversar entre los pájaros y el agua; algún grillo despistado vive por esas latitudes aprovechando los prados que antaño fueron fincas prósperas. Hoy vemos diversos tejados ajados por el tiempo y el olvido; cortijos donde el sueño de prosperidad conversó en árabe y acaso en latín primero. 

El sendero sigue la linde del río, sube una loma y baja hasta cruzar el Naute entre puentes de piedra de madera, puentes que llevan muchos años escuchando el rumor de la nieve que narra las historias de las cumbres. Los puentes detienen a los viajeros sin recordar cuándo fue la última vez que les contaron las consejas de las alturas; los puentes detienen siempre a los viajeros y son estos quienes piensan que se detienen para hacer fotos. A nuestra izquierda la Loma Púa, al fondo enhiesto y conversador el Mulhacén: nos cuenta leyendas sobre el origen de los pueblos, sobre las lágrimas de la Virgen de las Nieves que fueron inicio de regadío… 

El Naute se cruza de lado a lado varias veces, sobre puentes firmes y consistentes.

Aguas arriba del Naute nos sorprende la hermosa visión rojiza del Tajo de Cañavate, una bellísima pared donde habitan las águilas y seguramente hasta los corzos tendrán difícil la escalada; de asombro en asombro veremos cascadas y llegaremos al Cortijo Nuevo entre cerezos: conserva el nombre, pues hogaño está entre la ruina y el sueño. Nos sentamos a esperar el arroyo que baja del Veleta. Con estos suspiros de gozo nos retrasaremos sobre el horario que habíamos ideado al iniciar la marcha, ¡pero la hermosura puede trastocar tantos planes a lo largo de la vida!


Hace rato que vemos la cumbre menor del Mulhacén; estamos ascendiendo hacia el Cortijo de las Tomas, seguramente sería un lugar estratégico para controlar las acequias de regadío que cruzan la amplísima ladera entre los dos mil y los dos mil doscientos metros de altitud. A ese punto llegamos con la fatiga en la mochila, en las botas y en el cuerpo entero. Aquí se terminan los postes y comienza unas altas balizas que nos llevarán hasta el Refugio. Hoy nos toca abrir trocha sobre la nieve.

¿No llegará nunca? ¿Nos desanimará la niebla que susurra cuentos de apariciones, lobos y fantasmas? Seguramente los lobos – que otros tiempos recorrieran estos montes seguirían hoy temiendo a los humanos – y para fantasmas nos bastamos a nosotros mismos. Llegamos a la plataforma, al fondo está el Refugio de Poqueira, podremos comer caliente y descansar. Mañana nos espera más nieve y más victoria.


Por cierto, El Refugio está atendido con primor, cuidado y esmero. Las personas que lo guardan son atentas y amables en todo punto y dimensión.

Javier Agra.

domingo, 20 de mayo de 2012

SIERRA NEVADA: BARRANCO DE POQUEIRA


Granada tiene nombres de sueño y aceituna, planos de luz y toronjas. Granada la de las siete lunas, llenas de sabor a violines y guitarras, suena barranco arriba entre las ramas de pino y encina, pinceles pintando algún cerezo y pellizos de castaños. El coche ha vuelto a nombrar con los nombres de siglos las piedras que ahora miramos desde el silencio y la emoción.


El Barranco de Poqueira sabe historia de mil nombres y dos mil historias de guerras, traiciones, amores y desvelos. Guarda, una a una, las vidas pasadas de gentes obreras que han construido el verde y regado los surcos cercenados por macabras pendencias. Tres mil soles, cuatro mil victorias más allá del miedo y la pobreza están creciendo desde la raíz hasta las flores entre las faldas de los montes el Barranco de Poqueira. Sabe hablar en latín dese los días que fue asentamiento romano, habló después con el acento de los godos y aprendió árabe hasta que llegó el castellano del siglo de oro con la repoblación trágica.

Hoy se han callado los gritos de guerra; ahora suena la música de la concordia y la espera. Amanece el día cuando el sol se coloca a la puerta del Poqueira y canta, con armonía de agua, a las visitas que se adentran en sus pechos y en sus entrañas. Tal vez cuando llegues ¡oh viajero! esté lloviendo entre sus verdes arbolados; acaso ¡oh viajero! te saluden entre soles y guitarras; más adentro de la meteorología quédate con el calor permanente de sus entrañas; cierra los ojos y verás una comarca de luz y de abrazo.


El Barranco de Poqueira recoge las aguas del Naute, el Mulhacén entre las nubes pone su agua infinita a disposición de los regantes, de la electricidad, de la vida. 

Bubión, estamos en el conjunto histórico del Barranco de Poqueira. Calles y casas construidas por los árabes y conservadas por los habitantes del pueblo, los tejados construidos con launa – parece que es complicado conseguir tejas por la calidad de la arcilla de la zona – con el tejado plano formando los terraos que acumulan la nieve y así está más libre la puerta de las casas, paseamos por sus coloridas calles florecidas con la hermosura del adorno de sus macetas brillando de luz bajo la nieve y el agüilla que va cayendo a intervalos. Visitamos la iglesia de Nuestra Señora del Rosario con la campana de San Sebastián y el famoso Campanillo, construida en estilo mudéjar y cuya torre aún resuena con los alaridos de dolor de Abén Humeya al que sirvió de baluarte durante la revuelta de este terrateniente contra Felipe II cincuenta años antes de la expulsión definitiva de los moriscos; nos paramos a la puerta del museo en una casa del tiempo de la reconquista.

 Desde Capileira se ve grandiosa toda la comarca.

Pampaneira, pueblo blanco con su central hidroeléctrica; pueblo colgado en las faldas de los montes; araña el coche con sus uñas de metal la carretera ascendente mientras nos cuentan que las fiestas de estos pueblos se repiten cada año en agosto porque es el mes en que el turismo y los antiguos habitantes acuden a triplicar la población. Aquí la fiesta del Entierro de la Zorra tiene más boato en agosto que durante el momento original del día de la Santa Cruz el tres de mayo. 

Llegamos a Capileira, aquí haremos noche. Estaremos más horas para ver su templo de Santa María la Mayor, admirar en ella la torre campanario y su imagen de la Virgen de la Cabeza – que hoy está engalanada para salir en procesión – entregada por los Reyes Católicos en el siglo quince. Aquí nos dieron indicaciones precisas y alentadoras para acercarnos, mañana, hasta el refugio de Poqueira. Permitidme un gracias a la mujer que atiende con dedicación y acierto el centro de información de Capileira.

Templo de Capileira con la imagen de Santa María de la Cabeza.

El río Poqueira recoge las aguas del Mulhacén y del Veleta a través de arroyos que van al Naute y mañana recorreremos; está aprovechado con diversas centrales hidroeléctricas y para el regadío; pierde su nombre en el río Trevélez que a su vez llega al Guadalfeo antes de llevar, entre quebradas y múltiples curvas, el abrazo de estas tierras hasta el Mediterráneo entre Salobreña y Motril. 

Javier Agra.

sábado, 12 de mayo de 2012

SIERRA NEVADA: ALPUJARRAS


El coche suena a sirenas y osos por estas curvas azules y verdes. Seguramente las hadas y las poderosas garras de los osos habían marcado los primeros senderos por donde ahora culebrea, sin tiempo, la carretera. Aún oímos los cuchicheos de los seres fabulosos de al-andalus comentar impresiones sobre la última tormenta.
Hoy vuelve a nevar en estas Tahas por las que nos estamos adentrando. El misterio del agua y de la nieve está contando las últimas peleas al Darro y al Genil; probablemente saben que hace muchos siglos se extinguieron las tahas como divisiones administrativas de un reino que fue dicha y creación, pero los ríos que pasean cada día entre Sierra Nevada y el mar no quieren saltar a través de los años pues en el siglo veintiuno ya no se paran los enamorados a escuchar sus palabras de sueños. Los ríos continúan narrando las mismas historias más allá del calendario.


Me he sentado a la vera del río bajo un chopo, a cubierto de la nieve que cierra abril, y me susurra entre la brisa que este fértil lugar de tierras y pastos llegó a contar con catorce Tahas: era cuando los árabes construían rutas de comunicación entre las poblaciones de su reino, cuando comerciaban con el vino y el aceite, cuando tenían acequias y regadío en sus alquerías. Esta tierra de alturas indomables y de nobles gentes, fue amansada a través de los siglos y el orgullo guerrero de sus gentes se orientó hacia la creación y la convivencia armoniosa. ¿Cómo no escuchar las palabras de los poetas? ¿Cómo no vibrar con la música de estos instrumentos?
Avanza la marcha de nuestro coche por esta tierra fortificada entre farallones de piedra y cortadas de agua. La Alpujarra es un laberinto de imposible conquista. Nosotros, que no llegamos con ánimo de guerra, estamos admirados ante tanta diversidad y belleza. Los ojos quedan henchidos de calma y misterio allí donde reposan la mirada, desde la inmensa Sierra blanca de nieve y lumbre hasta la placidez de sus playas  desde donde las Alpujarras mandan mensajes de paz y concordia, a todos los puntos de la tierra, palabras vibrando en consuelo y esperanza; siguen recitando poemas de igualdad y de calma. Las montañas por donde canta el agua hasta encontrarse con el mar, en un abrazo de siglos, siguen siendo palabras de libertad.


Ríos Guadalfeo y Andarax, agua de las Alpujarras, para el riego de los frutales y de la calma; agua de sabor a bellota y jamón, que pregonáis en silenciosas romanzas la belleza de sus pueblos: Trevélez lugar de truchas y jamón donde continúan haciendo la romería de la Virgen de las Nieves hasta la cumbre del Mulhacén, salen el cuatro de agosto para rezar en la cima el día cinco y Lanjarón agua, balneario, historia y la iglesia de la Encarnación; Albuñol de la que cuenta la cueva de Los Murciélagos que ya era buen lugar para asentarse allá en el Neolítico cuando el mar besaba el agua de las montañas y Canjayar antaño dedicada a cultivar trigo y hoy el vino le da prestigio y trabajo; Cadiar la que hereda su nombre dicen del cadí o juez árabe que eligió el lugar como residencia y Nevada, que mantiene en su escudo una apetitosa granada abierta para alimentar a toda la tierra, un uso que es oro para el trabajo, la luna de su historia y de su brillo junto al anagrama de María; ¡cúantos pueblos, nombres, historias y leyendas entre los siglos de las Alpujarras!

Puntal de la Caldera desde la subida al Mulhacén.

El coche recorre, entre sueños, nieve y azul dormido de cielo rasgado los primeros pasos que nos acercan al barranco de Poqueira donde esta noche velaremos mochila y botas esperando la ruta hacia el Mulhacén. Por el camino construimos nuevos trovos para conversar con los almendros y con las aves, con las rocas y las praderas. Nos asomamos a Pampaneira en el inicio del barranco de Poqueira. Pero ese episodio será otra entrada.

Javier Agra.

martes, 8 de mayo de 2012

SIERRA NEVADA: EL LLANTO DE BOABDIL

Dicen que el último rey Nazarí lloró cuando dejaba su tierra de Granada.

Pasé hace pocos días por el puerto que recuerda aquel dolor: “El Llanto del Moro” y sentí un temblor que me obligó a mirar hacia las cimas de Sierra Nevada y a entrar con respetuosa unción en la provincia y su conjunto: por aquellos valles y sus montañas continuaba la presencia enamorada de Boabdil y Morayma. No fueron lágrimas por la pérdida de una tierra y una casa – que ya sería suficiente motivo –; sus lágrimas las derramó por su amada, porque con ella se quedó sin fuego su alma ¿a dónde acudirá el amado sin su mujer enamorada? Ha muerto Morayma. Sus sirvientes lavaron su hermoso cuerpo, lo perfumaron con almizcle y otros aromas; lo envolvieron en un sudario blanquísimo, como la nieve de las cumbres, descosido en la cabeza y los pies; participaron en las oraciones del medio día; el silencioso y tristísimo cortejo era interrumpido por frecuentes cantos de versículos del Corán y animado por los ángeles de la muerte, Munkar y Nankir; entre lágrimas, depositaron su cuerpo en una brillante tumba cercana al castillo de Mondujar

 El barranco de Poqueira, una puerta a Sierra Nevada.

Cruzamos – estos días viajamos en coche – el imperceptible puerto comprendiendo que el último rey llevaba una inmensa carga sobre sus sienes, comprendiendo que ni aún cuesta abajo podría caminar sin arrastrar los pies, el semblante y su compungida alma. Dejadle que llore, que ya no tiene con quién consolar su soledad. Dejadle que llore entre las ruinas del castillo de Mondujar cada noche de luna cuando los enamorados se miran a los ojos por toda la eternidad.

Dicen que lloró cuando dejó Granada.
¿Cómo no llorar al saber perdidas las acequias que habían construido tantos años atrás? ¿Cómo, ay, no llorar por el canto del agua que manaba entre la fragua y el riego matinal? ¿Cómo, ay, no llorar las altas cumbres que llevan los corazones a la inmensidad? Boabdil había recorrido aquel otoño la grandiosidad de Sierra Nevada, mientras luchaba o pactaba contra su padre o contra los Reyes Católicos según requería la ocasión. ¿Cómo no llorar, ay, si en este último viaje por las montañas no estaban sus hijos Yusuf y Ahmed, retenidos por los reyes de Castilla y Aragón para que cada día escuchara el rey Boabdil decir a su corazón que Granada ya no le podía pertenecer?

Cerezos entre la flor y la nieve, camino hacia el Mulhacén.

Pero la muerte no quería abrazar al último rey Nazarí. Cuenta la leyenda que había de vivir largamente para sufrir largamente. Esta situación, amigos míos, puede ser la de cualquier persona; yo animo a que hagamos de nuestra mente un fortín y sembremos en el corazón ilusiones que vayamos regando a diario con pequeños momentos de silencio y sonrisa, con breves momentos de silencio en los que sintamos crecer la planta de nuestro corazón.

La Alcazaba desde la cumbre del Mulhacén.

Aún el último invierno era el rey de toda Sierra Nevada, la anterior primavera había visto los cerezos nevados que pujaban por la vida con sus nuevos brotes en flor. Hoy… eran los primeros días de enero de mil cuatrocientos noventa y dos, Capitulaciones de Santa fe…Exilio. ¿Cómo, ay, no iba a llorar el último rey Nazarí cuando dejaba su tierra de Granada?

Dice la leyenda que cuando Boabdil abandonó España, camino del exilio, por mar desde el puerto de Adra, lanzó su espada al agua con la promesa de que algún día volvería a recogerla. Una vez lo intentó sin éxito, de modo que allí continúa la espada en el fondo del Mediterráneo entre la sal del mar y el amargor del llanto.

Javier Agra.