Dicen que el último rey Nazarí
lloró cuando dejaba su tierra de Granada.
Pasé hace pocos días por el
puerto que recuerda aquel dolor: “El Llanto del Moro” y sentí un temblor que me
obligó a mirar hacia las cimas de Sierra Nevada y a entrar con respetuosa
unción en la provincia y su conjunto: por aquellos valles y sus montañas
continuaba la presencia enamorada de Boabdil y Morayma. No fueron lágrimas por
la pérdida de una tierra y una casa – que ya sería suficiente motivo –; sus
lágrimas las derramó por su amada, porque con ella se quedó sin fuego su alma
¿a dónde acudirá el amado sin su mujer enamorada? Ha muerto Morayma. Sus
sirvientes lavaron su hermoso cuerpo, lo perfumaron con almizcle y otros
aromas; lo envolvieron en un sudario blanquísimo, como la nieve de las cumbres,
descosido en la cabeza y los pies; participaron en las oraciones del medio día;
el silencioso y tristísimo cortejo era interrumpido por frecuentes cantos de
versículos del Corán y animado por los ángeles de la muerte, Munkar y Nankir;
entre lágrimas, depositaron su cuerpo en una brillante tumba cercana al
castillo de Mondujar
El barranco de Poqueira,
una puerta a Sierra Nevada.
Cruzamos – estos días viajamos
en coche – el imperceptible puerto comprendiendo que el último rey llevaba una
inmensa carga sobre sus sienes, comprendiendo que ni aún cuesta abajo podría
caminar sin arrastrar los pies, el semblante y su compungida alma. Dejadle que
llore, que ya no tiene con quién consolar su soledad. Dejadle que llore entre
las ruinas del castillo de Mondujar cada noche de luna cuando los enamorados se
miran a los ojos por toda la eternidad.
Dicen que lloró cuando dejó
Granada.
¿Cómo no llorar al saber
perdidas las acequias que habían construido tantos años atrás? ¿Cómo, ay, no
llorar por el canto del agua que manaba entre la fragua y el riego matinal? ¿Cómo,
ay, no llorar las altas cumbres que llevan los corazones a la inmensidad? Boabdil
había recorrido aquel otoño la grandiosidad de Sierra Nevada, mientras luchaba
o pactaba contra su padre o contra los Reyes Católicos según requería la
ocasión. ¿Cómo no llorar, ay, si en este último viaje por las montañas no
estaban sus hijos Yusuf y Ahmed, retenidos por los reyes de Castilla y Aragón
para que cada día escuchara el rey Boabdil decir a su corazón que Granada ya no
le podía pertenecer?
Cerezos entre la flor y la
nieve, camino hacia el Mulhacén.
Pero la muerte no quería
abrazar al último rey Nazarí. Cuenta la leyenda que había de vivir largamente
para sufrir largamente. Esta situación, amigos míos, puede ser la de cualquier
persona; yo animo a que hagamos de nuestra mente un fortín y sembremos en el
corazón ilusiones que vayamos regando a diario con pequeños momentos de
silencio y sonrisa, con breves momentos de silencio en los que sintamos crecer
la planta de nuestro corazón.
La Alcazaba desde la
cumbre del Mulhacén.
Aún el último invierno era el
rey de toda Sierra Nevada, la anterior primavera había visto los cerezos
nevados que pujaban por la vida con sus nuevos brotes en flor. Hoy… eran los
primeros días de enero de mil cuatrocientos noventa y dos, Capitulaciones de
Santa fe…Exilio. ¿Cómo, ay, no iba a llorar el último rey Nazarí cuando dejaba
su tierra de Granada?
Dice la leyenda que cuando
Boabdil abandonó España, camino del exilio, por mar desde el puerto de Adra,
lanzó su espada al agua con la promesa de que algún día volvería a recogerla.
Una vez lo intentó sin éxito, de modo que allí continúa la espada en el fondo
del Mediterráneo entre la sal del mar y el amargor del llanto.
Javier Agra.
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