sábado, 12 de mayo de 2012

SIERRA NEVADA: ALPUJARRAS


El coche suena a sirenas y osos por estas curvas azules y verdes. Seguramente las hadas y las poderosas garras de los osos habían marcado los primeros senderos por donde ahora culebrea, sin tiempo, la carretera. Aún oímos los cuchicheos de los seres fabulosos de al-andalus comentar impresiones sobre la última tormenta.
Hoy vuelve a nevar en estas Tahas por las que nos estamos adentrando. El misterio del agua y de la nieve está contando las últimas peleas al Darro y al Genil; probablemente saben que hace muchos siglos se extinguieron las tahas como divisiones administrativas de un reino que fue dicha y creación, pero los ríos que pasean cada día entre Sierra Nevada y el mar no quieren saltar a través de los años pues en el siglo veintiuno ya no se paran los enamorados a escuchar sus palabras de sueños. Los ríos continúan narrando las mismas historias más allá del calendario.


Me he sentado a la vera del río bajo un chopo, a cubierto de la nieve que cierra abril, y me susurra entre la brisa que este fértil lugar de tierras y pastos llegó a contar con catorce Tahas: era cuando los árabes construían rutas de comunicación entre las poblaciones de su reino, cuando comerciaban con el vino y el aceite, cuando tenían acequias y regadío en sus alquerías. Esta tierra de alturas indomables y de nobles gentes, fue amansada a través de los siglos y el orgullo guerrero de sus gentes se orientó hacia la creación y la convivencia armoniosa. ¿Cómo no escuchar las palabras de los poetas? ¿Cómo no vibrar con la música de estos instrumentos?
Avanza la marcha de nuestro coche por esta tierra fortificada entre farallones de piedra y cortadas de agua. La Alpujarra es un laberinto de imposible conquista. Nosotros, que no llegamos con ánimo de guerra, estamos admirados ante tanta diversidad y belleza. Los ojos quedan henchidos de calma y misterio allí donde reposan la mirada, desde la inmensa Sierra blanca de nieve y lumbre hasta la placidez de sus playas  desde donde las Alpujarras mandan mensajes de paz y concordia, a todos los puntos de la tierra, palabras vibrando en consuelo y esperanza; siguen recitando poemas de igualdad y de calma. Las montañas por donde canta el agua hasta encontrarse con el mar, en un abrazo de siglos, siguen siendo palabras de libertad.


Ríos Guadalfeo y Andarax, agua de las Alpujarras, para el riego de los frutales y de la calma; agua de sabor a bellota y jamón, que pregonáis en silenciosas romanzas la belleza de sus pueblos: Trevélez lugar de truchas y jamón donde continúan haciendo la romería de la Virgen de las Nieves hasta la cumbre del Mulhacén, salen el cuatro de agosto para rezar en la cima el día cinco y Lanjarón agua, balneario, historia y la iglesia de la Encarnación; Albuñol de la que cuenta la cueva de Los Murciélagos que ya era buen lugar para asentarse allá en el Neolítico cuando el mar besaba el agua de las montañas y Canjayar antaño dedicada a cultivar trigo y hoy el vino le da prestigio y trabajo; Cadiar la que hereda su nombre dicen del cadí o juez árabe que eligió el lugar como residencia y Nevada, que mantiene en su escudo una apetitosa granada abierta para alimentar a toda la tierra, un uso que es oro para el trabajo, la luna de su historia y de su brillo junto al anagrama de María; ¡cúantos pueblos, nombres, historias y leyendas entre los siglos de las Alpujarras!

Puntal de la Caldera desde la subida al Mulhacén.

El coche recorre, entre sueños, nieve y azul dormido de cielo rasgado los primeros pasos que nos acercan al barranco de Poqueira donde esta noche velaremos mochila y botas esperando la ruta hacia el Mulhacén. Por el camino construimos nuevos trovos para conversar con los almendros y con las aves, con las rocas y las praderas. Nos asomamos a Pampaneira en el inicio del barranco de Poqueira. Pero ese episodio será otra entrada.

Javier Agra.

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