El coche suena a sirenas y osos por estas curvas
azules y verdes. Seguramente las hadas y las poderosas garras de los osos
habían marcado los primeros senderos por donde ahora culebrea, sin tiempo, la
carretera. Aún oímos los cuchicheos de los seres fabulosos de al-andalus
comentar impresiones sobre la última tormenta.
Hoy vuelve a nevar en estas Tahas por las que nos
estamos adentrando. El misterio del agua y de la nieve está contando las
últimas peleas al Darro y al Genil; probablemente saben que hace muchos siglos
se extinguieron las tahas como divisiones administrativas de un reino que fue
dicha y creación, pero los ríos que pasean cada día entre Sierra Nevada y el mar
no quieren saltar a través de los años pues en el siglo veintiuno ya no se
paran los enamorados a escuchar sus palabras de sueños. Los ríos continúan narrando
las mismas historias más allá del calendario.
Me he sentado a la vera del río bajo un chopo, a
cubierto de la nieve que cierra abril, y me susurra entre la brisa que este fértil lugar de
tierras y pastos llegó a contar con catorce Tahas: era cuando los árabes
construían rutas de comunicación entre las poblaciones de su reino, cuando comerciaban
con el vino y el aceite, cuando tenían acequias y regadío en sus alquerías.
Esta tierra de alturas indomables y de nobles gentes, fue amansada a través de
los siglos y el orgullo guerrero de sus gentes se orientó hacia la creación y
la convivencia armoniosa. ¿Cómo no escuchar las palabras de los poetas? ¿Cómo
no vibrar con la música de estos instrumentos?
Avanza la marcha de nuestro coche por esta tierra
fortificada entre farallones de piedra y cortadas de agua. La Alpujarra es un laberinto
de imposible conquista. Nosotros, que no llegamos con ánimo de guerra, estamos
admirados ante tanta diversidad y belleza. Los ojos quedan henchidos de calma y
misterio allí donde reposan la mirada, desde la inmensa Sierra blanca de nieve
y lumbre hasta la placidez de sus playas desde donde las Alpujarras mandan mensajes
de paz y concordia, a todos los puntos de la tierra, palabras vibrando en consuelo y esperanza; siguen recitando poemas de
igualdad y de calma. Las montañas por donde canta el agua hasta encontrarse con
el mar, en un abrazo de siglos, siguen siendo palabras de libertad.
Ríos Guadalfeo y Andarax, agua de las Alpujarras, para
el riego de los frutales y de la calma; agua de sabor a bellota y jamón, que pregonáis
en silenciosas romanzas la belleza de sus pueblos: Trevélez lugar de truchas y
jamón donde continúan haciendo la romería de la Virgen de las Nieves hasta la cumbre
del Mulhacén, salen el cuatro de agosto para rezar en la cima el día cinco y
Lanjarón agua, balneario, historia y la iglesia de la Encarnación; Albuñol de
la que cuenta la cueva de Los Murciélagos que ya era buen lugar para asentarse
allá en el Neolítico cuando el mar besaba el agua de las montañas y Canjayar
antaño dedicada a cultivar trigo y hoy el vino le da prestigio y trabajo; Cadiar
la que hereda su nombre dicen del cadí o juez árabe que eligió el lugar como
residencia y Nevada, que mantiene en su escudo una apetitosa granada abierta
para alimentar a toda la tierra, un uso que es oro para el trabajo, la luna de
su historia y de su brillo junto al anagrama de María; ¡cúantos pueblos, nombres, historias y leyendas entre los siglos de las Alpujarras!
Puntal de la Caldera desde la subida al
Mulhacén.
El coche recorre, entre sueños, nieve y azul
dormido de cielo rasgado los primeros pasos que nos acercan al barranco de
Poqueira donde esta noche velaremos mochila y botas esperando la ruta hacia el
Mulhacén. Por el camino construimos nuevos trovos para conversar con los
almendros y con las aves, con las rocas y las praderas. Nos asomamos a
Pampaneira en el inicio del barranco de Poqueira. Pero ese episodio será otra
entrada.
Javier Agra.
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