Tímidas luces de la
mañana en el Refugio de Poqueira. Nos hemos desperezado temprano, porque en la
montaña comienza toda la vida muy temprano. Hemos desayunado frutas y cereales
amén de otras viandas que nos tonifican y de las que confiamos extraer fuerza
suficiente para la jornada de ascensión.
Primera vista del
Refugio de Poqueira.
Están puestos los
crampones. El ánimo está a punto. Salimos. La ilusión nos empuja, también ayuda
conocer el camino que no tiene pérdida y las ya conocidas estacas naranjas que
marcan el camino hasta el arroyo Mulhacén. Hoy la nieve entierra nuestras
botas, son los primeros pasos de esta mañana. Seguramente muy pronto nos
superarán otros montañeros que estaban terminando de ponerse las botas.
El Mulhacén no tiene
edad y los montañeros que aquí se adentran tampoco tienen límite de tiempo;
nunca ha siso una competición, la cumbre pone medalla de campeón a cuantos
llegan a la cima; el esfuerzo de cada persona tiene aquí su premio. Uno a uno
vamos formando grupos según ritmos pues el ascenso no tiene más dificultad que
las fuerzas que vamos dejando entre la nieve y la hermosura.
Ruta al Mulhacén
entre el horizonte y el misterio.
Estamos en el arroyo,
desde aquí siempre hacia arriba como en la vida misma; los crampones unas
veces, otras el esfuerzo valiente, siempre el aliento del compañero de marcha
son los hitos que nos animan a seguir siempre hacia lo alto; aquí estamos
montaña adelante porque el sol calienta y quema, anima y hace desfallecer,
arropa y abrasa. Mulhacén arriba, descubrimos que los años van transcurriendo
entre elecciones, los caminos que hemos tomado nos han acompañado a donde ahora
estamos en el tiempo, en la paz, en la palabra, en la ilusionada esperanza.
Al fondo la Sierra
de Lújar marca el límite de las Alpujarras, más allá el mar.
Miramos el camino recorrido
y vemos lejano el mar muy abajo y vemos arriba la montaña, muy arriba. A tres
mil metros quedan restos de lo que antaño fue una carreta – afortunadamente no
prosperó por la oposición de la ecología –; ya estamos más altos que el Refugio
sin guarda de la Caldera, hermoso conjunto de lagunas, Collado y Puntal de la
Caldera; la cumbre del Veleta enhiesta, vertical, incólume e inconfundible; el
Mulhacén II al que sobrepasaremos en más de cien metros.
A esta altura de la
marcha, los crampones ya son imprescindibles, la subida crece en desnivel a
cada paso, paramos; respiramos; dos jóvenes nos superan y nos animan; ya
estamos cerca, lo sabemos; la nieve en algún punto se mezcla con la pizarra y
suena a hierro de crampones, a mineral y agua, suena sueños de poetas de
montaña; una ráfaga de nieve entre el viento y la solana.
Otra curva más
pronunciada; nuestra subida los últimos trescientos metros ha sido en zigzag
para ganar respiración y contentar al tiempo; ahora nos espera una revuelta que
nos llevará hacia nuestra derecha, ya cumbre se acerca; hemos superado los tres
mil cuatrocientos cincuenta metros; de repente, entre la pausa de una
respiración y el aleteo de una ilusión vemos el vértice en la cumbre: tres mil cuatrocientos
ochenta metros de sonrisa del Mulhacén. ¡Ven, te espero!
Cima del Mulhacén
Adiós al Mulhacén
Javier Agra.
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