Hemos vuelto. He
vuelto.
El Cerro de los Hoyos
atrae con melodías perennes como una infinita sirena del Peloponeso. Su nombre
crece en mi espíritu como un silencioso campo de espigas donde las aves, iluminadas
por la primera luz, se acunan a comer trigo. Llegar al Collado de la Ventana se
convierte ya en una costumbre entre el verde brillante de los prados, el fresco
olor de los pinos y el amarillo nuevo de las retamas.
Lagunilla del Lomo. De existencia efímera, es lugar de encuentro donde los animales de la tierra...
Hemos dejado atrás la
Lagunilla del Lomo, donde los animales de la tierra y las aves del cielo tienen
su inevitable encuentro entre la saciedad y la sed. Resulta ascético percatarse
de lo animada que es la naturaleza inanimada, la grandiosidad de vida que
esconde la materia que no tiene vida: así las piedras, la arenisca…sonríen de
un modo distinto según dónde les acaricia el sol o tienen diferente ritmo de
respiración una mañana de lluvia o cuando la nieve roza con suavidad la
superficie…
Desde la cima del
Cerro de los Hoyos se ve la Cuerda Larga y se respira el mismo aire que reespira toda la Tierra.
Caminamos ya hacia el
Collado de la U. Unos metros antes de llegar al mismo, está la indicación del
GR que nos marca el camino hacia las rocas que, en forma de cueva, nos hacen
subir en dirección hacia el Collado de la Esfinge por la Canal de las Abejas.
Llegados a este punto…llegados este punto, Jose recuerda que es momento de
agradecer la descripción que hace casiano (aparece escrito con minúscula en su
blog) del Cerro de los Hoyos y el modo de llegar a la cumbre. Tiene razón. Jose
se acuerda y me hace recordar con frecuencia a las primeras personas que
abrieron caminos por la montaña: hoy nosotros lo tenemos más fácil, seguimos
los pasos que otros dieron entre dificultades y entusiasmos. ¡Gracias casiano,
gracias a tantas personas!
Dentro ya del
laberíntico recorrido, el espíritu se agranda y los caminos se encogen.
Puestos de espaldas a
la cima del cerro de los Hoyos, descubrimos la entrada donde da comienzo la
maravilla de encrucijadas y caminos que nos llevarán a la cumbre. Piedras que
acogen a los montañeros con recovecos de sombra para el descanso, praderas
escondidas donde el silencio es melodía que reconstruye el espíritu dolorido
por las agonías de la vida: porque ahí arriba, donde el cielo y la tierra se
confunden en el silencio y la hermosura, la agonía que es lucha y esfuerzo
reverdece en victoria y descanso.
Dejamos el PR-M1 y
nos dirigimos pegados al Cerro de los Hoyos, dejando a nuestra izquierda La
Esfinge.
Chimenea de acceso
a la escalada. A la derecha del espectador, izquierda de Jose, está el tramo de
escalada.
La escalada final es
solamente nuestra. Se terminan las teorías y los croquis de los caminos. Los
cuatro metros de segundo grado son solamente nuestros, de nuestro miedo o de
nuestra valentía; siempre con respeto a la montaña, hoy nos atrevemos y
llegamos a lo más alto. Solemnidad del viento en la mirada, la palabra se hace
poesía entrecortada, el tiempo se detiene entre la eternidad y la última pisada.
Aquí están los montañeros diciendo que es posible ver el mundo desde otras
perspectivas, que esta tierra está creciendo para que todos tengamos sitio y
disfrute. Aquí están los montañeros entre la fatiga y la libertad conquistada.
En la cima.
El regreso fue un
invento. Pinar abajo, con dificultades sin cuento. Hasta que llegamos a una
zona que había sido limpiada hace unos años – más de cinco y menos de ciento –.
Monte abajo llegamos al Arroyo de Matasanos; nuestras dificultades se trocaron
en cantos gloriosos cuando encontramos una antigua pista para los recorridos de
limpieza forestal; una vez que llegamos a la pista de tierra continuamos por
otro sendero musical pues siempre estaba a la orilla del Arroyo Matasanos, de
modo que ya parecía que subía a nuestro encuentro el coche en lugar de bajar
nosotros al lugar donde quedó aparcado.
Javier Agra.
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