La verdad es que la
vida me ha dado muchos regalos. Seguramente más de los que pueda agradecer a lo
largo de mi existencia. Sabéis – pues lo he contado muchas veces –que no llegué
a trabajar para la ONCE, como era el destino de mi nacimiento, por una lesión
congénita: displasia se llama. Pero he sido y soy profundamente feliz, además
de llevar desde mis primeros recuerdos una vida absolutamente “normal” por la
montaña y por la ciudad, por los pueblos y por los rastrojos.
Siempre he sido
austera. La austeridad es algo que aprendí en casa aunque seguramente estaba
impresa en mi mente animal; pues si vivimos con lo mínimo necesario, la riqueza
natural de la tierra se repartirá de un modo más equitativo. Por eso esta
mañana salí al parque y desparramé diez pelotas para que otros las encuentren,
se pongan felices y las utilicen: yo no las necesito ¡tengo más de las que
seguramente usaré en mucho tiempo!
Además, con los años,
me doy cuenta de que cada día necesito menos la pelota. Solamente me queda la gula
de la comida y el frescor del parque. ¡Ay, salir estas noches calurosas!
Tumbarme durante el día a la sombre de los chopos en la hierba verde recién
regada: contemplar la lejana sierra y las cercanas gentes que pasean…tumbarme a
reposar después de un dilatado paseo meditativo es mi mayor delicia.
Javier Agra.
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