lunes, 28 de enero de 2013

LOMA CIMERA DEL MULHACÉN


Endechas y ternuras de la tierra llana suben hasta las piedras dormidas bajo la nevada. Cerca están los techos de Sierra Nevada  / qué lejos me has traído madre  / cómo podré alegrarme / tan distante de las playas de la mar amada.

Era la voz lejana de algún ave que pasaba en la comitiva familiar desde la costa hacia tierra adentro, seguramente buscando alimento. Porque todas nuestras migraciones son en busca de alimento y vida más sosegada; otra cosa se denomina turismo o cualquier sinónimo de ocio.  Cuando quise conversar con el ave quejosa ya se había alejado y su llanto era una brisa de viento entre la nieve y la llamarada azul del cielo.


Pero yo que había visto desde el Albaicín de Granada el Mulhacén, La Alcazaba y el Veleta, lancé una palabra al viento para que se la llevara a las aves que no querían salir de la mar; desde la terraza del bar de Granada sabía que tendría que subir algún día hasta las cumbres, era irremediable…yo sabía que en cuanto el pájaro viera la cumbre transformaría su endecha en canción de libertad. Porque todas nuestras migraciones son en busca de libertad, y en busca de libertad son nuestros sueños y los versos del atardecer también buscan la libertad, cada respiración y cada golpe de sangre es un peldaño hacia la paz y la libertad.

Desde los múltiples valles y barrancos, los cerezos y los olivos, las viñas y los naranjos buscan las cimas del Mulhacén; hasta las acequias que riegan las alturas parece que suben, desafiando la gravedad, hasta las cumbres nevadas; el aroma de la jara y la genista perfuman de vida la nieve en las montañas. ¡Caramba! -me digo a mi misma mismidad solitaria- ¡los diferentes servicios que hacen las plantas de apariencia más baladí!: Ahí está la genista perdida entre los libros de botánica y hoy tan viva a la vera de nuestro camino; ahí está dispuesta siempre a formar colores de belleza ilusionada en el taller de algún “tintoretto”, o para adornar le entrada de alguna casa en el recuerdo permanente de la vida bucólica donde las genistas son perfume y color.


En las lomas cimeras del Mulhacén me recuerda Jose, como quien lee mis pensamientos, la importancia de agradecer las pequeñas cosas, de agradecer el calor a los guantes y a la gorra ese punto de sombra, de agradecer a la camisa rota el tiempo que nos dio cobijo. Hacemos una parada y, agradecidos, bebemos agua de la cantimplora mientras contemplamos las cumbres que parecen la misma y son diversas; parecen iguales pero cada una tiene su historia, su vida y su permanencia en la memoria.

Mientras bebemos el líquido sustento, un acentor, robusto y brillante, se ha acercado a nosotros y nos pregunta por la fatiga de la ascensión, por las impresiones y la vida misma; conversamos con el ave de bellísimo canto y así se nos sosiega el alma. Ya sé para qué es necesario subir a las montañas: conversar con un acentor alpino es un vuelo para el espíritu, es una liberación de los fárragos de la vida…conversar con toda la vida de la naturaleza, ese es el sentido de las cumbres y su ascensión lenta. ¡Puedes estar seguro lector, solamente bebemos agua!

Loma Cimera del Mulhacén.

Le conté las endechas primeras del ave que venía del mar y salió volando en su busca para recordarle que la montaña tiene vida y gozo de cumbres… Estábamos en la loma  cimera del Mulhacén cuando regresó el colorido acentor y nos contó que había encontrado a la familia migratoria en un descanso de su vuelo, entre un campo de estrellas de las nieves – en la búsqueda le había ayudado un eslizón desde tierra –; el pájaro emigrante había transformado su endecha en canto de fiesta y entusiasmo ante la belleza de éxtasis de la loma cimera del Mulhacén.

Javier Agra.

miércoles, 16 de enero de 2013

EL PINO DE LA CADENA

Seguramente Don Quijote y Sancho Panza se estarían asombrando toda una vida de la hermosura de los pinares de Guadarrama, ellos que son de tierras llanas por más que vivieron experiencias entre arbolados y peñascos de montaña. Lo escribo aquí como venido a cuento porque parecíamos tales personajes buscando la cadena por cada uno de los pinos que ante nosotros tenían apariencia de poderosa figura.

 Una imagen del pino de la cadena, para recordarnos que somos pinos nuevos en permanente ascensión hacia el momento eterno.

      ¡Ya podemos buscar que esta parte de la Sierra tiene pinos para hacer más de tres sombrajos!
      ¡Y mirad mi señor que son pocos! Pues a ojo de buen cubero se despliegan ante mi vista más de milenta.
      Ruégote amigo Sancho que me dejes en silencio con mis meditaciones.
      Con pan y vino, bien me sentara yo y dejaría a vuestra merced con la búsqueda.
      ¡No desmayes y husmea que la montaña está limpia de maleza y solamente la quietud de los pinos anida en estas soledades!
      Diera yo un dolor de muelas por encontrar el añoso pino y desplegar las viandas a su sombra.
      Tente amigo Sancho, que con el ímpetu de la busca no has visto esta maravilla.
      De árboles en flor, poco sé. Pero este queso que aquí traigo exhala un perfume…


Y aquí estamos ante el monumento vivo al amor que un hijo quiso perpetuar a su padre muerto. Apenas hemos caminado no muchos minutos desde el Ventorrillo, cuando nos encontramos con este solemne pino y su cadena con la leyenda: “A su querida memoria 1840 - 1924” Cuando él se fue, el hombre al que homenajea la memoria, sigue el árbol con su ramaje de vida, allí donde la memoria se pierde, son hojas prendidas al corazón de la Sierra. A través del pino sigue lozano el árbol dorado de la vida, más allá del olvidado tiempo y de las ideas que pasan de la ebullición al gris diluido en la memoria.

Pino entre los pinos. Ved la leyenda en la base del frondoso tronco.

Del pino de la cadena aprendemos que más allá del tiempo, las ramas de la vida siguen habitadas por las ninfas; allí cada mañana seguirán bailando las palabras de amor que un padre y una madre han cantado a sus pequeños; allí en la permanencia de la hoja verde más fuerte que el vendaval y la tormenta sinfónica del viento, continúa presente el amor como una orquesta de quietud y respiración universal; allí vendrán las aves y pondrán su casa de canción y de rumor de mar; allí ante el paisaje húmedo de brillos y de sombras continúa brotando invisible la vida que sube, tronco arriba, hasta engalanar de gotas de rocío las estrellas azuladas de la noche y la luz infinita de la primera aurora; allí está el pino de la cadena cantando himnos al sol naciente para recordarnos que somos pinos nuevos en permanente ascensión hacia el momento eterno.


Desde aquí, por senderos inventados y trochas ya trazadas, subimos en silencio y meditación hasta la Pradera de las Vaquerizas, donde la vista se amplía sobre las montañas del fondo, sobre la nieve de Siete Picos. De este lugar, tal vez pudiera escribir muchos sonetos y alguna endecha, pero el sol estaba en su cumbre ya superada y nos llegó la hora del yantar que es placer de estómagos y gaznates secos; tales momentos no están hechos para la pluma, sino para la conversación más llana y para otear el horizonte en busca de alguna que otra cabra que son las fieras más audaces que actualmente se adentran en la Sierra de  Guadarrama.

Javier Agra.

lunes, 7 de enero de 2013

LOS COGORROS


Una tarde de conversación descubrimos, Jose y yo, que en la vida no es todo caminar, también está la belleza, el asombro, el compañerismo, la delicadeza y la dureza de la montaña que ablanda el sentimiento, el gozo de la fatiga que nos llena el espíritu de sencillez y compromiso con la tierra…de modo que sin la existencia de minas en las cumbres y los senderos, cada jornada de montaña encierra tesoros y riquezas por ella misma. Hace años que estamos convencidos de aquella antigua reflexión.

De este modo, cuando decidimos hacer el sendero de los Cogorros, sabíamos que era una jornada dirigida al goce más que a la fatiga. Con estas premisas, y con las botas puestas, dejamos el coche en el Puerto de Navacerrada. Eran las primeras luces sobre las colinas, eran los primeros rayos bostezando en las cumbres, eran los primeros bostezos de trinos de las aves, eran las primeras aves despertando a la montaña, era… cuando pasamos por delante de la Cafetería Dos Castillas a buscar el nacimiento del Camino Schmid al que saludamos a nuestra izquierda, nosotros continuamos unos metros más hasta adentrarnos entre los edificios de la residencia del ejército.

Mirador Gallarza.

Seguimos un sendero de ligerísima subida y ya estamos en la loma de los Cogorros. El primero tiene un hermoso mirador: Gallarza se llama. Sobre una balconada de granito se construyó el mismo año que nací yo (este dato puede sonar a acertijo y tal vez lo sea para quien quiera investigar, pero ninguno de los dos acontecimientos tienen la más mínima importancia para la historia de la humanidad). Sin embargo tal vez fuera un buen argumento teatral: todos recordamos grandes obras de teatro de Buero Vallejo y de otros notables creadores, a partir de un dato nimio. Pero cono no quiero desviarme del mirador Gallarza, continúo presentando mis respetos a este piloto que fue quien realizó la primera travesía entre Madrid y Manila. Hermoso por él mismo, el citado mirador abre el espíritu a la Bola del Mundo y gran parte de la Cuerda Larga con la Loma del Noruego en ascenso hacia la cumbre de Guarramillas y hace volar sobre los pinares de Valsaín en un sosiego de permanente vivencia.  

Continuamos. La nieve brilla intensa sobre nuestros rostros en conversación permanente con el silencio que es aroma de la montaña, con el silencio que es viento de medio día, con el silencio que es camino del mañana, con el silencio que es lumbre del alma y requesón tierno de la mirada, con el silencio que es sorpresa de los animalillos que no esperan visitas a esta temprana hora.

La nieve juega a hacer carámbanos goteando entre las rocas.

Con el silencio acariciando a los nevados pinos y el suelo cubierto de limpieza blanca, pasamos el segundo de los Cogorros y llegamos al tercero, llamado Cogorro de las Maravillas (por las maravillosas maravillas que él muestra, como dice Cervantes en el Retablo de las Maravillas). En este retablo que aquí se nos muestra, no es necesario otro condicionante que estar dispuesto a mirar y ver. Después de varios años de subir y bajar montañas, de éxitos y de fracasos en muchas jornadas y cumbres, llego a la conclusión de que con el corazón limpio y el espíritu sereno se gozan vistas, respiraciones, olores de montaña, tactos delicadamente suaves o impactantemente ásperos: todo el ser es pleno goce en la quietud de la montaña.

Aquí estamos en el mirador de Maravillas, púlpito levantado por la naturaleza sin más retoques humanos, en las rocas que están a la derecha de nuestra llegada. Por añadir un dato a tener en cuenta siempre en la montaña – seguramente valdrá también para las aceras de la ciudad – es necesario pisar con mucha precaución allí donde la nieve se ha transformado en helada. Todos sabemos del poder traidor del hielo sobre la roca. ¡Cómo poder traidor! ¿Por qué no valoras la naturaleza salvadora del hielo sobre los fondos marinos y la vida en las profundidades del océano? ¡En fin, no hagamos asertos absolutos! Pues el bien y el mal están mezclados en una dialéctica permanente de tesis, antítesis y síntesis.

Aquí estamos, sobre el mirador de Maravillas.

Dejaré las consideraciones filosóficas o científicas para otros ámbitos y continuaré absorto en la amplia visión que ofrece el mirador de Maravillas: más allá de la fantasía de pinares de Valsaín, Peñalara; volvemos la mirada hasta la Mujer Muerta, Montón de Trigo, Siete Picos…y nosotros flotando entre los tres puertos Cotos, Navacerrada y Fuenfría donde el Eresma nace entre suspiros de hadas e incesante búsqueda de gnomos.

Por si quieres seguir esa ruta, te diré oh noble lector, que en menos de tres horas puedes estar nuevamente en el coche, salvo que quieras emplear horas o días en aquel hermosísimo lugar. También estuvimos en el Pino de la Cadena y en la Pradera de la Vaqueriza. Eso lo dejaré para otra escritura; el texto tiene su propia longitud, más allá ya languidece.

Javier Agra.

martes, 1 de enero de 2013

PIPA: UNO DE ENERO. HOY CUMPLO MESES


Me llamo Pipa.

Algunas veces me repito a mí misma mi nombre pues la memoria de mi presente se me va con frecuencia al pasado en un juego de ida y vuelta. Así se me juntan los años vividos con las campanadas de año nuevo. Ahí fue, entre campanada y campanada, mientras comía los doce trozos de salchicha, cuando me hice consciente de lo grande que se me puede hacer este año que comienza.

Después vinieron los petardazos para recibir al dos mil trece y me acordé de mis compañeros perros. Porque a mí no me hacen daño en los oídos ni en el corazón esos terribles sonidos inventados por hombres ¿de escaso corazón?, pero me acuerdo de la cantidad de perros y otros muchos animales a quienes los sonidos estruendosos les agreden. Nosotros somos más amantes del silencio, pues es en ese momento cuando podemos respirar en común con la naturaleza entera; es en ese momento de pensamiento universal cuando unimos nuestro espíritu al espíritu común de todas las cosas.

Me llamo Pipa la abuela.

En el parque con el hombre al que paseo. La foto es de Indiana Forti, una gran amiga que tiene muy buenas fotografías (buscad  sus fotos por su blog y veréis que digo verdad) y muy buenas vibraciones con la vida.

Esta mañana – recién estrenados mis doce años y medio – salí como todas las mañanas a pasear y no conseguí ver ni la Sierra de Madrid, ni el más cercano Cerro San Pedro, ni siquiera el monte del Pardo – donde ayer paseé por espacio de tres horas y me percaté de que aún estoy fuerte –; la niebla vuelve a cubrir la ciudad por cuarto día consecutivo. Es como si el tiempo estuviera caminando a mi ritmo y le costara arrancar. Volví despacio hacia casa – ahora camino despacio para sentir más cercana la sintonía con la vida a mi alrededor – y me acerqué al rosal del patio de la vivienda común. Cuando le pregunté al oído cómo hace para tener siempre alguna flor en pleno esplendor – hoy tiene tres – me respondió que es una ofrenda de belleza permanente para que los humanos se sientan más queridos y arropados por la naturaleza, porque están demasiado presurosos y angustiados. Me comentaron las rosas que ofrecen su perfume y su color para que las personas se detengan, respiren y vean belleza en las pequeñas fuentes de vida, en los pequeños rescoldos de lumbre…

Me llamo Pipa. He llegado al año nuevo.

Javier Agra.