Me llamo Pipa.
Algunas veces me repito a mí misma mi nombre pues la memoria de mi presente se me va con
frecuencia al pasado en un juego de ida y vuelta. Así se me juntan los años
vividos con las campanadas de año nuevo. Ahí fue, entre campanada y campanada,
mientras comía los doce trozos de salchicha, cuando me hice consciente de lo
grande que se me puede hacer este año que comienza.
Después vinieron
los petardazos para recibir al dos mil trece y me acordé de mis compañeros
perros. Porque a mí no me hacen daño en los oídos ni en el corazón esos
terribles sonidos inventados por hombres ¿de escaso corazón?, pero me acuerdo
de la cantidad de perros y otros muchos animales a quienes los sonidos estruendosos
les agreden. Nosotros somos más amantes del silencio, pues es en ese momento
cuando podemos respirar en común con la naturaleza entera; es en ese momento de
pensamiento universal cuando unimos nuestro espíritu al espíritu común de todas
las cosas.
Me llamo Pipa la
abuela.
En el parque con el hombre al que paseo. La foto es de Indiana Forti, una gran amiga que tiene muy buenas fotografías (buscad sus fotos por su blog y veréis que digo verdad) y muy buenas vibraciones con la vida.
Esta mañana – recién
estrenados mis doce años y medio – salí como todas las mañanas a pasear y no
conseguí ver ni la Sierra de Madrid, ni el más cercano Cerro San Pedro, ni
siquiera el monte del Pardo – donde ayer paseé por espacio de tres horas y me
percaté de que aún estoy fuerte –; la niebla vuelve a cubrir la ciudad por
cuarto día consecutivo. Es como si el tiempo estuviera caminando a mi ritmo y
le costara arrancar. Volví despacio hacia casa – ahora camino despacio para
sentir más cercana la sintonía con la vida a mi alrededor – y me acerqué al
rosal del patio de la vivienda común. Cuando le pregunté al oído cómo hace para
tener siempre alguna flor en pleno esplendor – hoy tiene tres – me respondió
que es una ofrenda de belleza permanente para que los humanos se sientan más
queridos y arropados por la naturaleza, porque están demasiado presurosos y
angustiados. Me comentaron las rosas que ofrecen su perfume y su color para que
las personas se detengan, respiren y vean belleza en las pequeñas fuentes de
vida, en los pequeños rescoldos de lumbre…
Me llamo Pipa. He
llegado al año nuevo.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario