Recuerdo en mi infancia cuando
estudiaba a Averroes, Ibn Tufail (en la escuela lo llamábamos Aventofail y nos
lo aprendíamos igual), Santo Tomás de Aquino… de aquellos tiempos medievales de
antaño, digo, me llegaron también muchas leyendas como aquesta que narro
hogaño.
Era en la tierra Segoviana,
ciudad rural y romana,
habitaba un fornido segoviano
que la piedra filosofal buscaba
pues eterno modo de vivir deseaba,
no sabía que lo que tocamos con
la mano
tiene un eterno modo de vivir
más allá de este permanente morir.
Nuestro joven amigo, entró en
contacto con sabios y alquimistas, con estudiosos y chantajistas. Finalmente
diz que dio con el diablo que siempre anda enredando almas para engrosar su
cosecha. Como él acostumbra, propuso a nuestro segoviano un trueque –que tal
era la moneda en aquella antiquísima época–.
Et in Segoviae civitas estabat in
via juven autem Malum diabolus, et dixit Malum: “si vis eternat juventutem dona
mii animam tuam”.
A lo que el aguerrido joven
contestó: “Vale” (palabra latina que significa “de acuerdo”, también traducida
al castellano como “vale”).
(El anterior texto es igualmente
sencillo: Y en la ciudad de Segovia estaba en la calle un joven y también el
Demonio y dijo el Malo: “si quieres la eterna juventud dame tu alma”)
También puede ser que mi latín no
sea del todo correcto y haya cometido más de un error, agradecería una buena
traducción…y continúo.
Desde las inmediaciones de
la Cueva, el monje Gerinaldo contempló más de una vez el Moño de la Tía Andrea
mientras reposaba a las frescas aguas de la Fuente del Milano.
Es pues el caso que el joven, muy
satisfecho algún tiempo con lo que consideraba como ganancia lograda por su
pacto con Belial, vino a caer en la cuenta de las aviesas intenciones del
astuto Satanás. Ya los amigos de su generación estaban envejecidos y aún
difuntos, lo que le movió a pensar cuán neciamente había obrado. Intentó romper
su alianza acudiendo a confesión, pero a la puerta de la catedral le rechazó
una ensordecedora carcajada que dejó a la ciudad atónita y sumida en oscuros
colores sulfurosos. Durante breves segundos volvió a ver y escuchar la hueca
voz del satánico Samael:
¡No lo intentes, joven segoviano;
te quedan diez decenas de años y después vendré por tu alma para cumplir el
pacto!
Gerinaldo – pues así se llamaba
el arrepentido mozo – imaginó una vida de penitencia para volver a ser el dueño
de su alma, de su vida y de sus actos. Aquella Pascua de Resurrección decidió
imitar a los antiguos anacoretas y permanecer, el tiempo de vida que había
pactado con el Malo, recluido en las montañas sin más ayuda que sus manos ni
más compañía que las aves y las fieras. Puesto su pensamiento en acto, repartió
sus posesiones entre los que tenían más necesidad según opinión de la vecindad;
y después de oír misa y comulgar en la madrugada del veinticinco de septiembre,
fiesta grande de la patrona de Segovia “la Virgen de la Fuencisla”, salió por
los bosques de Valsaín en dirección a Peñalara…
Aquí presentamos la entrada
de la Cueva del Monje como puede contemplarse hoy.
Aconteció que, al final de la
jornada, cansado del camino y con el estómago sin fuerza, un ave llamó su
atención, con fuerte canto y voz atemperada. Gerinaldo sorprendido encontró un
nido con cuatro huevos pese a no ser temporada; y al pie de una roca una fogata
caliente. Cenó agradecido a la providencia, a las aves y a la tierra y echose a
dormir pues ya era noche cerrada.
Apenas se despertó, encontró sentado
a su lado al Acusador Belcebú mirándole con sangre en los ojos y llamas en la
mirada:
Gerinaldo, Gerinaldo
que por el monte venías,
el pacto que me has firmado
bien guardado yo lo había.
No huyas por las praderas
ni las majadas baldías
pues tu alma está en aprieto
y con mis manos firmes ceñida.
Gerinaldo de Segovia en la
angustia del momento acordose de María, hincando la rodilla en tierra deste modo
rezaría:
Madre de Dios, ¡mamá María!
Libra mis penas de antaño
que yo tomé en mis alforjas
por mis males y mi cabeza sin
seso.
Sé mi ayuda pues yo prometo,
vivir en retiro y en silencio
con solo agua y alimento montero
ni más casa quel suelo y el
cielo.
Sobre la Cueva del Monje
situó una cruz que allí permanece para eterna memoria de su agradecimiento.
La respuesta a su plegaria fue
que al instante se libró una batalla entre Lucifer y la Virgen María.
Gerinaldo, asustado, se escondió tras unas rocas que allí había. Fue tan dura
la disputa, tan agresiva y con tanta furia que saltaron chispas y relámpagos,
fuego y pedradas había; ahora se abajaba un árbol, ahora unas rocas subían...
Mas, como no puede ser de otra manera, la victoria fue de la Virgen María. Allí
veréis al Maligno gruñir por su derrota y por el alma de Gerinaldo perdida;
pérdida que fue victoria para nuestro segoviano.
Entre las rocas removidas se
habían levantado unas piedras, reubicado otras…de tal ventura que se había
formado una oquedad que Gerinaldo tomó por cueva y acogió como morada hasta el
final de sus días. Allí colocó algunas pieles para protegerse del viento del
norte, allí unas hojas secas que el otoño le regalaba cada día. Contemplando el
sosegado vuelo de los milanos encontró, en un lugar muy cercano, una fuente
cristalina. La pelea le había proporcionado un terreno despoblado de árboles,
donde cultivar algunos cereales y recibir la visita de los animales. Sobre la
cueva puso una cruz – que allí permanece como eterna memoria agradecida –.
Vista desde el interior de
la Cueva del Monje.
Allí vivió Gerinaldo, los años
que el cielo quiso, contemplando inmensos pinares y más allá las montañas sobre
las que cada noche bajaban las estrellas para acompañarle a completar el rezo
de vísperas.
Javier Agra.
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