sábado, 29 de diciembre de 2012

LA CUEVA DEL MONJE


Recuerdo en mi infancia cuando estudiaba a Averroes, Ibn Tufail (en la escuela lo llamábamos Aventofail y nos lo aprendíamos igual), Santo Tomás de Aquino… de aquellos tiempos medievales de antaño, digo, me llegaron también muchas leyendas como aquesta que narro hogaño.

Era en la tierra Segoviana,
ciudad rural y romana,
habitaba un fornido segoviano
que la piedra filosofal buscaba
pues eterno modo de vivir deseaba,
no sabía que lo que tocamos con la mano
tiene un eterno modo de vivir
más allá  de este permanente morir.
 
Nuestro joven amigo, entró en contacto con sabios y alquimistas, con estudiosos y chantajistas. Finalmente diz que dio con el diablo que siempre anda enredando almas para engrosar su cosecha. Como él acostumbra, propuso a nuestro segoviano un trueque –que tal era la moneda en aquella antiquísima época–.
Et in Segoviae civitas estabat in via juven autem Malum diabolus, et dixit Malum: “si vis eternat juventutem dona mii animam tuam”.
A lo que el aguerrido joven contestó: “Vale” (palabra latina que significa “de acuerdo”, también traducida al castellano como “vale”).
(El anterior texto es igualmente sencillo: Y en la ciudad de Segovia estaba en la calle un joven y también el Demonio y dijo el Malo: “si quieres la eterna juventud dame tu alma”)
También puede ser que mi latín no sea del todo correcto y haya cometido más de un error, agradecería una buena traducción…y continúo.

Desde las inmediaciones de la Cueva, el monje Gerinaldo contempló más de una vez el Moño de la Tía Andrea mientras reposaba a las frescas aguas de la Fuente del Milano.

Es pues el caso que el joven, muy satisfecho algún tiempo con lo que consideraba como ganancia lograda por su pacto con Belial, vino a caer en la cuenta de las aviesas intenciones del astuto Satanás. Ya los amigos de su generación estaban envejecidos y aún difuntos, lo que le movió a pensar cuán neciamente había obrado. Intentó romper su alianza acudiendo a confesión, pero a la puerta de la catedral le rechazó una ensordecedora carcajada que dejó a la ciudad atónita y sumida en oscuros colores sulfurosos. Durante breves segundos volvió a ver y escuchar la hueca voz del satánico Samael:
¡No lo intentes, joven segoviano; te quedan diez decenas de años y después vendré por tu alma para cumplir el pacto!

Gerinaldo – pues así se llamaba el arrepentido mozo – imaginó una vida de penitencia para volver a ser el dueño de su alma, de su vida y de sus actos. Aquella Pascua de Resurrección decidió imitar a los antiguos anacoretas y permanecer, el tiempo de vida que había pactado con el Malo, recluido en las montañas sin más ayuda que sus manos ni más compañía que las aves y las fieras. Puesto su pensamiento en acto, repartió sus posesiones entre los que tenían más necesidad según opinión de la vecindad; y después de oír misa y comulgar en la madrugada del veinticinco de septiembre, fiesta grande de la patrona de Segovia “la Virgen de la Fuencisla”, salió por los bosques de Valsaín en dirección a Peñalara…

Aquí presentamos la entrada de la Cueva del Monje como puede contemplarse hoy.

Aconteció que, al final de la jornada, cansado del camino y con el estómago sin fuerza, un ave llamó su atención, con fuerte canto y voz atemperada. Gerinaldo sorprendido encontró un nido con cuatro huevos pese a no ser temporada; y al pie de una roca una fogata caliente. Cenó agradecido a la providencia, a las aves y a la tierra y echose a dormir pues ya era noche cerrada.

Apenas se despertó, encontró sentado a su lado al Acusador Belcebú mirándole con sangre en los ojos y llamas en la mirada:
Gerinaldo, Gerinaldo
que por el monte venías,
el pacto que me has firmado
bien guardado yo lo había.
No huyas por las praderas
ni las majadas baldías
pues tu alma está en aprieto
y con mis manos firmes ceñida.

Gerinaldo de Segovia en la angustia del momento acordose de María, hincando la rodilla en tierra deste modo rezaría:
Madre de Dios, ¡mamá María!
Libra mis penas de antaño
que yo tomé en mis alforjas
por mis males y mi cabeza sin seso.
Sé mi ayuda pues yo prometo,
vivir en retiro y en silencio
con solo agua y alimento montero
ni más casa quel suelo y el cielo.

Sobre la Cueva del Monje situó una cruz que allí permanece para eterna memoria de su agradecimiento.

La respuesta a su plegaria fue que al instante se libró una batalla entre Lucifer y la Virgen María. Gerinaldo, asustado, se escondió tras unas rocas que allí había. Fue tan dura la disputa, tan agresiva y con tanta furia que saltaron chispas y relámpagos, fuego y pedradas había; ahora se abajaba un árbol, ahora unas rocas subían... Mas, como no puede ser de otra manera, la victoria fue de la Virgen María. Allí veréis al Maligno gruñir por su derrota y por el alma de Gerinaldo perdida; pérdida que fue victoria para nuestro segoviano.

Entre las rocas removidas se habían levantado unas piedras, reubicado otras…de tal ventura que se había formado una oquedad que Gerinaldo tomó por cueva y acogió como morada hasta el final de sus días. Allí colocó algunas pieles para protegerse del viento del norte, allí unas hojas secas que el otoño le regalaba cada día. Contemplando el sosegado vuelo de los milanos encontró, en un lugar muy cercano, una fuente cristalina. La pelea le había proporcionado un terreno despoblado de árboles, donde cultivar algunos cereales y recibir la visita de los animales. Sobre la cueva puso una cruz – que allí permanece como eterna memoria agradecida –.

Vista desde el interior de la Cueva del Monje.

Allí vivió Gerinaldo, los años que el cielo quiso, contemplando inmensos pinares y más allá las montañas sobre las que cada noche bajaban las estrellas para acompañarle a completar el rezo de vísperas.

Javier Agra.

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