sábado, 22 de diciembre de 2012

CERRO DEL MOÑO DE LA TÍA ANDREA


Con este doméstico y casi familiar nombre en la mochila nos calzamos las botas. Tenemos el coche cerca del Centro de Montes de Valsaín en el pueblo de Pradera de Navalhorno. Hoy queremos hacer una senda circular por pista bien marcada y sencilla.


Irreverente y osado, salto sobre los troncos preparados para llegar a ser maderas de alguna mesa, mondadientes o puertas de seguridad de alguna inmensa mansión. Continuamos. Sensaciones de sosiego entre los madrugadores cantos de los pájaros. En el puente del Vado de los Tres Maderos nos detenemos a escuchar los sonidos del final del otoño: son melodiosas conversaciones de agua y hojarasca que nos transportan más allá del espacio que hoy recorremos; melodías de siglos y vida en todos los rincones de la tierra.

Pista adelante…hemos recorrido carreteras en peor estado. Siempre adelante, digo, sin posible pérdida, vamos ascendiendo lentamente…Hoy si podremos reproducir nuestra marcha en kilómetros más que en desnivel que es la medida natural de las marchas por la montaña. Estamos llegando a mil seiscientos metros y la nieve se asienta en la pista. A partir de aquí, el monte se defiende con más fuerza; nuestras botas se ayudan de los palos para llevarnos en volandas. Se abre la montaña en el Collado entre susurros del arroyo de los Neveros. Subimos otro breve desnivel hasta llegar a peinar el moño del Cerro de la Tía Andrea.

Sentado en la silla del rey imagino un imperio de igualdad y libertad.

Estamos en el Moño, antaño bello mirador sobre la Granja, hoy encerrado entre hermosísimos pinos brillantes de nieve y bruma, pinos de inmenso tronco y sonrisa naranja. Nos sentamos en la silla del rey. Yo –que normalmente voy unas horas por detrás de todas las noticias– me entero ahora que se llama así porque Francisco de Asís Borbón, primo y rey consorte de Isabel II, mandó construir este trono en piedra para admirar las iluminadas vistas que desde la cumbre se perciben. Más allá de chismes de la realeza, el lugar estaba bien seleccionado.


Nuestra ruta continúa entre la nevada de días pasados y el tibio sol que bosteza pausas de brillo y agua. Así llegamos a la Fuente de La Chorranca, queremos continuar unos metros entre los acebos que han puesto tienda en su ribera; en ese intento andamos pisando nieve, cuando nos llama un perro con cierto desconsuelo. Al trote ha llegado un labrador joven al que acompañamos de vuelta a la pista; el labrador corretea entre inquieto y agradecido por la presencia cálida de humanos. Jose y yo comenzamos a componer una sinfonía al perro labrador, pero no podemos concluir con éxito, enseguida llega su dueño con asomo de preocupación; el perro – es una hembra joven llamada Luca – sigue su agradecimiento natural para buscar a su dueño después de agasajarnos con un lametón.

En la Fuente de La Chorranca nos acaeció la bien ponderada aventura del perro labrador, donde se podrá oír más de invención que de ciencia.

Dejamos atrás la Majada Hambrienta, tal es el nombre que recibe el entronque de ese lugar con las faldas de Peñalara y, sin más aventuras dignas de ser reseñadas en los libros de caballerías, estamos volviendo y perdiendo altura a buen ritmo siempre siguiendo la pista. Pasamos de largo por la Fuente de la Cruz de Abastas, porque ya estamos buscando la Cueva del Monje. Ha desaparecido la nieve de la pista. Ahora es cuando yo me resbalo y me doy la única culada del paseo en un lugar imposible – el lugar imposible del espacio geográfico por el que transitamos, el golpe lo recibo en las partes glúteas me mi anatomía –.


Dejo esas menudencias pues estamos ya admirando la Cueva del Monje. Visión solemne que contaré en otro momento – para mantener la intriga de la narración –; esta solemnidad del paisaje, amable lector, imagínala con tus ojos cerrados y dibuja un espacio abierto entre brillantes pinos y hierba verde, al fondo Peñalara entre nieve y arriba el cielo de Castilla a medio día cuando la luz reverbera en azul y música, añade sonido de agua y trinos de aves o de ángeles: estás en medio de la Cueva del Monje.


La Fuente del Milano está en el camino de regreso. Agradecidos a la hermosura del entorno, al sosiego del día, al renacer del espíritu en estos remotos paisajes, caminamos en silencio hasta llegar a la vista del coche.

Javier Agra.

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