Paso largos ratos dedicada a la lectura que es creación y libertad; me lleva entre vuelos y fantasía a valles y personas que nunca hubiera imaginado.
Invierno.
Se acerca el
invierno y me cuesta ver las crestas de la Sierra de Madrid, en mi paseo por el
parque, a través de las nubes. Estas largas tardes, en que se mezclan
somnolencia y vitalidad, son las hojas compañeras de conversación en los
momentos de sosiego cuando escucho su sinuoso susurro; converso con las hojas,
con el baile despierto de las aves y con el silente e imperceptible caminar de
las estrellas.
Pronto llegará
el invierno. Hace pocos días celebré mi cumpleaños y cinco meses más; lo
celebré, sí, porque a partir de cierta edad conviene celebrar cada jornada que
amanece; conviene contar los suspiros de las hojas que cayeron anoche entre la hierba
y se duermen entre algodones de escarcha en estas horas en que el termómetro
duda si ponerse bajo cero.
Invierno. Llama
a la puerta el invierno.
En mi dilatada
vida nunca me he aburrido, nunca he padecido esta tan común enfermedad acaso
producida por la abulia tecnológica. En mi dilatada vida he gozado los largos
períodos de soledad, gozo con la soledad en la soledad; he experimentado
grandes momentos de compañía, entonces he gozado de la compañía. Siempre he
comprendido que la vida es goce entre la amplitud luminosa de la montaña y la
profundidad en la sombra de las simas. En mi prolija vida he gozado con el
disfrute de quienes me conocen y con la esperanza gozosa de un mundo más feliz
para todos los seres animados e inanimados.
¿Animados e
inanimados? Yo Pipa, perra de doce años y cinco meses, estoy convencida de que todas
las criaturas somos animadas, pues tenemos ánima que nos impulsa y ánimo de
mejorar y construir un mundo mejor para quienes caminen por estas tierras cuando
dejemos esta fatigosa respiración.
Invierno.
Preludio de primavera.
Javier Agra.
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