sábado, 1 de diciembre de 2012

CALLEJÓN CIEGO EN LA PEDRIZA


He aquí que nuestros pies están asentados entre brincos de rocas. Así nuestra seguridad se afianza en la búsqueda permanente. En estos momentos buscamos rocas donde posar cada pie, otras veces buscaremos otros apoyos, otras esperanzas…siempre en permanente búsqueda. La meta nunca es definitiva…detrás está otro recodo.

Vista del Callejón Ciego y la Maza

Así descubrimos, en la tercera hora de nuestro sendero por la Pedriza, la recogida belleza del Callejón Ciego desde el Collado de la Vistilla – curioso diminutivo para tan gran espectáculo –. Agarres de roca y roble nos llevan hacia nuevas sensaciones. Ser roble es, seguramente, una experiencia de firmeza y lucha constante, de finura de hoja y de armonía de respiración. Ya estamos en el Corral Ciego. Seguramente son pocos los que se aventuran a gozar de la inmensidad de la paz de su entorno. Hemos llegado al recogimiento donde el palpitar de la Pedriza se acompasa al palpitar de cada corazón.

En el Corral Ciego, baja San Antonio a nuestro encuentro. ¡Miradlo al fondo!

Superamos La Maza, infinito grito de granito contra la estulticia humana; inmenso grito de silencio contra el dolor humano. Y llegamos al Corral Ciego, al que los lugareños llamaron durante muchos siglos La Placilla. Una pausa de sosegado silencio, un espacio respetado incluso por el ventarrón de hace unos metros. Esperad un momento, amigos míos, que converse con San Antonio – acaso veinte metros más arriba, al final de una pared de escalada con cuerda, ha quedado la llamada Bola de San Antonio – que ha bajado a nuestro encuentro:
-          Dime si es cierto, egregio egipcio, que viviste más de cien años como cuenta la leyenda de tu vida.
-          No te inquietes por los años de existencia. Entre estas rocas he aprendido que cada instante es infinito.
-          Dime buen Antonio, ¿por qué te hiciste eremita?
-          Recuerdas por la historia los duros caminos de los primeros cristianos…
-          Los recuerdo, San Antonio.
-          …Pues he bajado a contaros que todos los tiempos son duros para quienes nada poseen y aún su libertad y su contento les son arrancados.
-          ¡Ay, buen Antonio, me cuesta entender tu razonamiento!
-          Practica la ascética del silencio. Y escucharás en tu corazón los llantos de las criaturas de la tierra.
-          ¿Y después, San Antonio?
-          Después busca tu camino para unirte a la lucha de los que buscan el abrazo de la justicia y la paz.


A su lado, escucha la conversación, el Hombre Sentado. Pero continuamos, Corral abajo, entre robles imposibles y múltiples peñascos. Para mí, observador absorto de esta montaña, ha nacido un paraje de libertad y ensueño. Llegados más abajo encontramos un reposo para el trago de agua entre estas rocas llenas de vida y evolución; aquí sentados escuchamos el musitar tenue del aire en conversación diáfana con las resistentes hojas de las diferentes especies que se han escondido en estos recoletos silencios. Las rocas brillantes, voluptuosas de luz otoñal nos cuentan siglos de escondidas alegrías de la naturaleza y nos cuentan ecos de otros mundos extraños donde el odio no deja paso a la poesía. Nosotros, poetas de mochila y diccionario, escuchamos reverentes para no romper los cánticos de la tierra en estos cercanos y escondidos paisajes de leyenda y realidad mágica.

Saldremos de aquí por la Portilla del Predicador. 

Montaña abajo descendemos la Umbría de Calderón; tenemos tiempo para saludar al Hueso, que espera siempre una visita; a Peña Sirio y la Cueva de la Mora entre riscos y alturas; descendemos buscando senderos – porque la vida es buscar sendas que nos van llevando a la meta – hasta el Tolmo.


Hemos llegado al Tolmo. Desde aquí a Canto Cochino somos muchos, todos los caminos se van juntando porque el final se acerca.


Javier Agra.

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