Amanece sobre las cumbres de Guadarrama
entre sonidos de carboneros garrapinos y pezuñas de cabras montesas, cuando por
las sombras de la madrugada unimos nuestra respiración al palpitar uniforme de
la Sierra. No necesitamos precipitar nuestro paso; en estos días de otoño, la
Lagunilla del Yelmo aún está visible en toda su esplendorosa agua. No puede ser
mucha cantidad porque la Pedriza tiene entrañas de granito y es uno de los
lugares más secos de la montaña de Madrid.
Pero aquí, antes de las primeras nieves, ya
encuentran los cien mil habitantes de la pedriza – animales de mil especies –
su necesario sustento de agua. Porque la Pedriza tiene entrañas de roca pero
late un corazón vivo que le permite formar innumerables diminutas pozas para
recoger lágrimas y suspiros de las nubes y abrevar a la rica variedad de vida
que aquí señorea en todo tiempo.
Hemos dejado atrás el Barranco de los
Huertos. Hemos dejado atrás los problemas y los miedos; hemos dejado atrás –
infinitamente atrás – las congojas y los vientos; hacia adelante solamente el
entusiasmado esfuerzo y la esperanza de tiempos más feraces y de mejor
contento. Allá delante la pared firme y rotunda de la mole del Yelmo. Buscamos
una piedra caballera en eterno equilibrio – ¿la virtud está en el medio? – un
centenar de metros después de coronar el Collado de la Encina. Puesto que el que
busca con tesón encuentra, justo antes de un recodo del sendero encontramos la senda
que nos llevará hasta la Lagunilla.
Este recodo de agua iluminada por la
mañana nos sorprendió graciosamente antes de llegar a la Lagunilla del Yelmo.
Nosotros no hemos experimentado que allí
esté la Lagunilla que buscamos, pero lo “sabemos” porque otros la han visto y
nos lo han contado; nos fiamos de otros viajeros, nos fiamos de la descripción
que nos han hecho y del gusto de su encuentro. Llegamos a una charca y nos
sentimos conquistadores de sueños.
-
¡Mira Jose, la Lagunilla!
-
No puede ser aún. No coincide con lo que he
leído.
-
Está llena de vida.
-
¡Muy pequeña! ¡Continuemos la búsqueda!
Estamos otra vez en camino. ¡El sendero ha vuelto a nuestro encuentro!
Por entre altas hierbas y ramajes, el sendero bordea las rocas y cuenta
nuestros suspiros. Enseguida se abre a nuestra mirada la Lagunilla del Yelmo.
Agua fría en las manos y refrescante en la frente; agua del color del cielo y
del verde del entorno; agua de profunda mirada y de ternura sin cuento. El agua
ha venido a nuestro encuentro.
Lagunilla del Yelmo, lugar de misterio y de juego, de silencio y
de pensamiento.
Sentados junto al agua para recordar que somos ríos de tiempo y agua;
somos espejo de estrellas y auroras, de firmamento y de tierra; y recuerdo
aguas de mi infancia junto a los regueros de flores donde cantan las cigarras,
juntos a los mares inmensos donde las gaviotas pían proyectos de libertad desde
los riscos al cielo; hago un embrujo de agua y le pido a la Lagunilla del Yelmo
que vuelva mis pensamientos a la limpieza de mis primeros años; somos agua
dormida y despierta que se queda en el pasado y salta hacia las horas del
futuro.
Sentados junto al agua estamos viendo, al otro lado de las inmensas rocas
que la protegen y la miman, la Maliciosa lejana y me recuerda la pintura que
trae un cuadro dentro de otro cuadro, y así entra lentamente la extensión del
mundo con un final improvisado por la luz del sol y por el canto de los
pájaros. He visto que en la Pedriza todo es grande: inmenso como el aire que no
se ve y se extiende más allá de lo que vemos, como el sueño que sin ser real
tiene la firmeza de lo concreto.
Titulo: ¿Realidad o sueño?
Sentados junto al agua disfrutamos las lejanas vistas, pero nos recogemos
en la vegetación del entorno y en la cóncava visión de lo cercano y lo
inminente; ha dado fruto tanta búsqueda; el tiempo que empleamos en el trayecto
y en la preparación de la excursión a esta parte de la sierra ha florecido en
esta visión tan pintoresca donde se asoma el paraíso de la vegetación y de la
piedra.
Estamos en las praderas del Yelmo donde el tiempo se ha congelado.
Hemos recorrido en la misma jornada La Lagunilla del Yelmo, El Centinela
y la Mujer y el Hato, el Callejón Ciego, para volver por el Tolmo hasta el Manzanares
en Canto Cochino. De las otras fantasías de la Pedriza escribí en anteriores
entradas. Desde la Lagunilla, por escondidos senderos, entre cabras, peñascos y
setos diversos salimos a las praderas que alfombran el Yelmo: en ese lugar
volvemos a encontrarnos con otros muchos montañeros de los de cuerda al hombro
camino de su escalada; el resto de la jornada será silencioso pensamiento.
Javier Agra.
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