jueves, 23 de junio de 2016

NACIMIENTO DEL RÍO MOROS.



El río Moros oculta su nacimiento en un recoleto valle, anfiteatro de aguas y pinos entre el verdor de la Sierra del Quintanar, la Mujer Muerta y el Montón de Trigo de la Sierra de Guadarrama. En las cercanías cantan las aves melodías de soledades, los conejos saltan sembrando gozo y sueños de feliz futuro. 

Desde el Aparcamiento de Majavilán subimos, como tantas veces, hasta el Collado de Marichiva para encontrarnos con un sendero que, a media ladera, descubre a los montañeros una falda de pinar por la que se adentran pocas personas y muchas aves, pocas pisadas y multitud de trinos.

Los Ojos del río Moros son manaderos de sosiego. Más adelante, cuando la sequía se prolongue saldrá toda el agua de una fuente que se adivina bajo mis pies.

Bajo Cerro Minguete y el Montón de Trigo tiene sus ojos el Río Moros, allí abre sus manaderas fuentes a la tibieza del valle que baja en meditación y recogimiento hasta el bullicio de la zona de ocio de La Panera cerca ya de la Estación del Espinar, allí entrega su aprendido sosiego a los visitantes ávidos de pinares y descanso.

Más tarde llevará su agua, con las aguas del Arroyo de la Tejera que recibe en el Espinar, hasta el Eresma y más allá, ya sin nombre ni pinos, diluidas sus aguas en el Adaja, el río Moros extenderá por las llanuras  que atraviesa el Duero la quietud de las montañas, el silbido del viento que aprehendió en los recodos de la sierra.


Un ligerísimo claro en el pinar lleva nuestra visión hasta el cuenco precioso bajo la Mujer Muerta con sus dos cumbres, La Pinareja y El Oso.


Acaso, ya muy lejos de su nacimiento, cuando se ha perdido su nombre y su recuerdo, el río Moros que nació con ojos (los Ojos del Río Moros se llama su nacimiento) continúa mirando el tiempo de los humanos, las preocupaciones de las personas, el lamento de los corazones y de su agua sin nombre salte alguna sonrisa para limpiar pesadumbres, de su agua sin nombre salte el recuerdo libre de su andadura en el monte hasta las frentes y los corazones.

Desde el Collado de Marichiva una senda nos lleva al Pollal de Majalaosa después de cruzar algunos arroyos que bajan aún con rompedoras aguas hasta remansar armoniosos en el pacífico valle. La fotografía presenta el Pollal de Majalaosa iluminado por la vida.

Hasta esa frondosidad de pinares y manantiales llegamos Jose y yo una mañana de sábado. Regresamos hasta el Collado de Marichiva y nos adentramos por la Senda de Majalaosa hasta el Camino Viejo de Segovia y, más abajo, salimos a la Fuente del Tiempo antes de recalar en el Descanso de los Ceballos y concluir en el aparcamiento de Majavilán donde habíamos dado comienzo. Pero esa es otra historia que acaso nunca extienda en estos papeles, admirado y agradecido como me encuentro a la aventura recoleta y serena del río Moros. 

Javier Agra.

domingo, 5 de junio de 2016

DÍA DE LA NATURALEZA



Camino del Poyal de MAJALAOSA cruzamos diferentes arroyos que se nutren de la nieve de cumbre y de las lluvias de estos últimos meses.

Definitivamente todo ha comenzado.

Nacen el agua y el mirlo esta mañana de junio entre los algodones tenues de los arroyos de la sierra; los pinos mecen nanas para adormecer en sosiego a los madrugadores montañeros silenciosos esta madrugada en la que el mundo celebra el día de la naturaleza, no quieren molestar al zorzal que busca bayas y frutos de temporada entre la brillante vegetación del final de primavera.


Los arroyos balbucean la canción de sus saltos de montaña y sueñan su esperada inmensidad cuando abandonen las montañas y estén más allá avistando el mar; es su música una composición orquestal de brinco y manantial.  He visto en la montaña al pequeño acebo, al robledal sereno, a los enhiestos pinos, a la naturaleza que es múltiple en su unidad, mirarme a los ojos como mira a todos los humanos, he visto a la naturaleza que reclama corazones esforzados para la libertad, que quiere silencio y austeridad para que todos podamos escuchar el latido de la PAZ.



Este árbol solitario de pelada frente apunta hacia las cumbres que alimentan vida en esta hermosa vista de la Sierra de Madrid.

Javier Agra.