martes, 31 de enero de 2017

OTRA VEZ SIERRA DE HOYO DE MANZANARES



Cualquier día de nuestras vidas puede amanecer de mil modos diferentes por nimiedades de difícil manejo. La jornada que comienza con esta fotografía, apuntaba limpia y soleada entre el rosicler recién amanecido y la serenidad de la montaña bajo el luminoso cielo donde las naves del mar del mundo venían a navegar sobre el plácido pueblo de Hoyo de Manzanares en cuya sierra tenemos intención de adentrarnos. Esta montaña primera se llama El Picazo, sirve de orientación para llegar hasta el depósito de agua donde existe un recogido aparcamiento de coches, al mismo tiempo es la primera vista montañesa hacia cualquier ruta que los montañeros inicien.


Los montañeros se cubrieron con su morrión de tela para que el piélago vegetal no llenara de viento y helada sus canosas cabezas, avanzaron después entre encinas y ramajes en los caminos que bien pudieron ser en pasados siglos lugares de tránsito para escualos y otros marrajos; más hoy, los montañeros no necesitan especial bravura pues ni siquiera ovejas de quietud absoluta ni inquietas cabras merodean por estos llanísimos caminos que nos conducen hasta la pequeña cascada del Covacho en el arroyo de Peña Herrera.

Los montañeros posan felices ante la cascada del Covacho, sin ningún arnés de guerra ni otra pieza cobrada a la naturaleza más que su propia sonrisa compartida con el viento y con el agua.

Apenas salimos en nuestro ascendente camino monte arriba, el cielo entonó una sutil carcajada y tornó en oscuridad la luz que había traído la aurora. ¿Acaso temían los cielos que atacáramos sus plateadas portaladas? ¿Por ventura confundieron nuestras mochilas de supervivencia con algún carcaj para el ataque? Se nubló y descargó algún copo de nieve sobre los montañeros mientras caminábamos más allá de Cerro Mirete y Cerro Lechuza buscando, con pesados pasos, el Collado que nos dejara cerca de la Silla del Diablo. 

La nieve se amontona bajo nuestras pisadas en un espectáculo que agranda el corazón y hace más pausada la marcha.

Desde el Collado, regresamos después de conversar con la nube que nos cerró el paso; regresamos para no turbar el sosiego de la oscurecida montaña; regresamos para que las encinas pudieran gozar de la paz y de la nevada. Nos sentamos en el Mirador de Peñaliendre para alimentarnos del fruto de la tierra (ya lo llevábamos preparado en las mochilas, que la modernidad no es tiempo de recolección entre los árboles de esta pequeña Sierra). Bajamos después, como acostumbramos hacer cada vez que subimos a la montaña. La nieve había entrado en nuestras botas, en los calcetines, en los bajos de los pantalones hasta empapar buena parte de la pernera. Pero no nos ofendió ninguna de estas astucias que usa la montaña como defensa. La Sierra de Hoyo de Manzanares nos había entregado, como hace siempre la montaña, sosiego y pausa, entusiasmo y fortaleza, libertad y paz para la vida.

Desde el Mirador de Peñaliendre se agiganta el mundo desde los cercanos copos de nieve hasta las alejadas montañas de Abantos, hasta unir nuestros espíritus con otros espíritus aventureros más allá de las cordilleras y de los océanos.

Javier Agra.       

jueves, 19 de enero de 2017

DESCANSO EN LA SILLA DEL DIABLO



Los montañeros han llegado al pequeño huerto mirador de la Silla del Diablo. Allá abajo están los vallejos que cruzan los Arroyos Cuchillar, Peñaliendre y Peña Herrera. Los montañeros los han visto muy de cerca en otras ocasiones, hoy bajarán junto a uno de sus cauces. Desde esta cumbre miro hacia abajo y me parece que soy magnífico en altura y proporción superior a gran parte de la naturaleza.



Pero qué es la magnificencia, qué es la altura y la libertad. Palabras feraces unas veces, vacuas otras; sentimientos que el corazón entiende y llena de lágrimas en unos momentos, que grita gozoso en otras ocasiones. Las palpitaciones del corazón necesitan la fuente de la naturaleza para entender de libertad y de paz, los latidos de la sangre tienen que estar engendrados de piedra y de tierra, de viento y de tormentas para cantar a la paz.

Cercanas montañas cuyos nombres he puesto en mis labios, montañas que he adherido a mis pisadas superan ahora mismo mi altura; y más allá de mis ojos otras cumbres también han sido magníficas en otras ocasiones, sus ríos han refrescados mis pies cansados, sus marmotas y muflones han transformado las heridas de la vida en risas llenas de sosiego. La naturaleza susurra el inmenso valor de las personas desde la pequeñez.

Sobre la Peña del Diablo, primer plano del montañero en conversación con el rostro humano de la Silla del Diablo. La naturaleza, la nieve y la vida envuelven la tierra con respiración de paz.

En la Silla del Diablo encuentro una gota del océano infinito de la brisa serena que envuelve cada poro de la naturaleza entera que respira uniforme en cada hálito de humanidad.

Javier Agra.    

domingo, 15 de enero de 2017

MIRADOR DEL DIABLO



El conjunto formado por la Silla y la Peña del Diablo forman un acogedor y recóndito mirador.

La naturaleza entera es maravillosa y está llena de hermosos rincones. Esa es la realidad también de la Sierra de Hoyo de Manzanares que permite variadas búsquedas y encuentros gozosos. Llegamos en coche, una vez más, a las inmediaciones del depósito de agua de Hoyo de Manzanares para iniciar la ruta camino del Mirador del Diablo.

Senderos muy bien marcados, encinas, jaras entumecidas por este invierno sediento que no arranca, retamas con la savia escondida en troncos y raíces esperando el calor de la primavera caminan a nuestro lado mientras superamos, en la distancia, el conjunto de El Picazo y Peña Alonso, la Peña del Búho, canchales sin nombre que hacen de este paseo una mañana de magia y libertad.

Nos detenemos ante el vivac para contemplar el entorno y participar del reparto del oro de vida que extiende el sol a esta hora sobre la naturaleza entera.

Los senderos nos dejan en la pradera del Estepar, punto culmen de esta sierra. Lo miramos reverentes y continuamos la marcha sin perder nunca los caminos bien trazados por las  pisadas que menudean estas livianas alturas. Tal vez algún jabalí estuvo esta noche buscando raíces, abundan regueros de tierra removida bajo las encinas.

Suave ascensión hacia la Silla del Diablo.

Hacia la Peña del Diablo suben muchos senderos, acaso para complicar la tarea de la suave ascensión; estamos ya a punto de bordearla cuando encontramos la que nos parece más marcada de todas las veredas. Ciertamente el conjunto de la Silla y la Peña del Diablo forman un acogedor y recóndito mirador con su pradera que convida al reposo y a la merienda.

Ante la Silla del Diablo. Los montañeros saben que pueden superar las dificultades; por más que ante la dureza de muchas crueles realidades se agosten y terminen secando algunos troncos, la vida saldrá vencedora.

La Peña del Diablo sí fue conquistada con alguna dificultad después de varios laberínticos intentos. Aún entre estas imponentes rocas, la vida se abre paso por las grietas; hierbas diferentes, cantuesos, tomillos, graciosos ombligos de Venus tejen diminuta vida que observamos a nuestro paso.

La marcha continuó sendero adelante hasta encontrar una bajada sosegada hasta la Cascada del Covacho en el Arroyo de Peña Herrera. Primero fue un lejano arrullo del agua en el fondo del valle; más tarde, superado el Cerro Lechuza, fue creciendo el rumor y mezclándose con el bullicio de las personas que había llegado a contemplar esta pequeña y limpia hermosura de agua. La Cascada del Covacho es una puerta de entrada a la llanura, es un descansillo en la continua escalera ascendente y descendente de la recogida sierra de Hoyo de Manzanares.

La Cascada del Covacho suena a libertad y remanso.

Javier Agra.

domingo, 8 de enero de 2017

CUATRO CALLES EN LA NAJARRA



Se rompieron las nieblas que aterecían los cielos mientras los montañeros ascienden con el alma libre por la Senda Santé camino del Pico Najarra. Multitud de miradores asombran su corazón, se detienen en diferentes balcones de piedra y los fatales sentimientos de la vida se diluyen entre la vegetación y la nieve para llenarse de trémula esperanza que vuela con sublimes alas más allá de los escollos de las desgarradas nubes. 

La tierra entera respira memoria libre que salta entre las montañas que dominamos desde este espacioso mirador de Cuatro Calles donde el céfiro alado batalla frente al exultante sol. Los dos han elegido el rostro de los montañeros como escenario de combate mientras la brillante luz blanca de la nieve enciende los corazones de los montañeros esta hora camino del medio día.

Desde Cuatro Calles la multitud de montañas y valles son una sinfonía de sosiego.

A nuestros pies se encienden los colores de la naturaleza, del agua, del baile de las nubes, de la variedad de vegetación donde saltan animalillos de multitud de especies, vuelan aves de diferentes trinos y observan el sosiego de la piedra, de la nieve, del musgo, de los milenarios siglos de atardecer y de auroras serenas.

Cuatro Calles, camino de la Najarra, es un mirador de rosas frescas, de caballos trotones, de corazones saltarines, de pensamiento pacífico donde los montañeros descubren el instante contenido en una respiración que explosiona en la eternidad de todas las respiraciones de la naturaleza entera.

Los montañeros caminan ahora hacia la cumbre del Najarra en austera conversación con las cortantes cimas de la cercana Pedriza que avanza a su lado más allá del silencio y de los pinos, más allá del vuelo de las aves y de la nevada ladera.


Javier Agra.    

viernes, 6 de enero de 2017

NAJARRA POR SENDA SANTÉ



Soy un gran aficionado al queso en sus múltiples variedades. Un buen amigo me trajo un queso artesanal de Miraflores de la Sierra de un sabor profundo: Lo de profundo es porque a medida que se come muy despacio y en mordiscos diminutos, como se debe saborear el queso, su sabor va calando y ocupando el paladar y toda la faringe como haciendo raíz permanente con voluntad de quedarse para siempre. 

Entre Soto del Real y Miraflores de la Sierra, José Luis Santé, que así se llama el artesano de este queso tiene su lugar de trabajo.

Conversaba yo con mi amigo y compañero de montaña, Jose, quien siempre tiene muy buenas iniciativas montañeras: ¡Vayamos a comer un poco de este queso a la Najarra siguiendo la Senda Santé!, me propuso. Me explicó que Santé,  es emprendedor en diferentes  aspectos de la existencia humana. Además de exquisitos quesos, ha dado nombre y forma a una senda que sube desde Miraflores a la Najarra.

La jornada se inicia con los cramponcillos para caminar sobre el hielo, concluye con una interesante nevada.

Nosotros vamos a recorrer la Senda Santé iniciando la marcha en el Puerto de La Morcuera. La mañana oculta el sol tras una nube baja que pone sombrero a nuestras cabezas. Bien pertrechados para el frio y con los cramponcillos calados para que la nieve helada durante la gélida noche, no dé con nuestras narices por el suelo, salimos por el Cordal que va en todo momento muy cercano a la línea de pinos.

El hielo se entremezcla con la nieve dura. El sol consigue descerrajar las nubes y ahora acompaña nuestro caminar. Hemos descendido hasta casi mil seiscientos metros. La pradera está muy húmeda pero el hielo es fácil de superar, de modo que nos quitamos los cramponcillos mientras los guardamos con mimo y agradecimiento.

Cercanos al Arroyo de la Media Luna guardamos los cramponcillos en la mochila.

Estamos cercanos al Arroyo de la Media Luna que baja impetuoso por el deshielo de la Najarra y los peñascales que están sobre nosotros. Una vieja canalización del agua puede servir también de improvisado puente. Enseguida llegamos a una pequeña y abandonada caseta; continúa el camino pecuario del Cordal y estamos avistando los Llanos de la Matanza.

Según el mapa que nos guía, hace pocos metros que superamos el inicio de la Senda Santé; retrocedemos; no la encontramos; enfilamos monte arriba entre el relajado pinar, siguiendo siempre la intuición que nos orienta en la buena dirección pues nos encontramos con aislados hitos. Encontramos la añorada Senda Santé poco antes de los mil setecientos metros de altura y podemos decir que ha sido un oportuno momento, estamos llegando a una zona de piedras y confusión, a un lugar de senderos inciertos y dudas en el camino. La senda de nuestro emprendedor amigo está muy bien trazada.

Desde Cuatro Calles la vista no tiene obstáculos. La Najarra es el punto más alto de las cercanías.

La Senda Santé ofrece unas hermosas vistas sobre el embalse, sobre las montañas circundantes, sobre las nevadas cumbres donde ahora juegan las nubes en un incesante ir y venir que presagia vientos fuertes cuando subamos a más altura. Salimos del pinar y recordamos el paso de la taiga a la tundra, la vegetación de piornos se arrastra entre las rocas de diversos tamaños.

Llegamos a Cuatro Calles. La ventolera no disminuye la admiración que entrega el paisaje en bellísimas panorámicas. La nieve está ahora a nuestros pies construyendo una dilatación luminosa de las pupilas y del corazón. La cumbre de la Najarra está a la vista.

En la cima arrecia el viento y el espíritu integra todo nuestro ser con la naturaleza.

La Senda Santé continúa muy bien trazada. Ligero descenso hasta el cercano collado, subida entre la nieve y la roca. Cercanos a la cima, arrecia el viento, aumenta la cantidad de nieve, pero ya contemplamos en la distancia el vértice geodésico. Tendremos tiempo para las fotografías testimoniales, para la sonrisa del alma, para el silencioso canto a la naturaleza que nos permite formar parte de su misma entraña.

En el descenso la nieve cubre a veces los tobillos, a veces llega hasta la cintura.

El descenso está absolutamente oculto por varios centímetros de nieve que ocultan cualquier sendero; a veces nos hundimos hasta los tobillos, otras hasta la cintura, ahora una culada, ahora nuestros pies quedan ocultos entre la nevada. Los montañeros avanzan pesadamente entre la nevada en busca del sendero que recorre allá abajo la vuelta de la Cuerda Larga al Puerto de la Morcuera; el viento pierde intensidad montaña abajo; los montañeros llegan al sendero cerca del Puerto en esta larga jornada de montaña; los montañeros tienen las botas llenas de agua, pero hacen una breve pausa para saborear el queso.

Javier Agra.