sábado, 30 de julio de 2011

MUNIA SE NOS HA MUERTO


Munia se nos ha muerto.

Tenía los ojos llenos de entusiasmo aprendido después de vivir una larga experiencia de cariño.
Sus patas habían recorrido, incansables, las montañas emblemáticas de Madrid, de Ayllón, de…recogiendo para siempre los olores y los sueños.
Cada día, durante sus prolongados años, compartió sin medida los latidos de su corazón a quienes, muchas veces, escuchamos los sonidos de los árboles junto a su silencio esperanzado.

 Munia en algún lugar de la Pedriza - valdría decir cualquier lugar del mundo - observando en busca de los mejores pasos para continuar siempre la marcha.

Munia, fiel en todos los instantes de su vida.
Fiel a sus principios de libertad en cada momento en los largos paseos por la sierra, en los más reducidos paseos por el Pardo, en los breves momentos del parque – para siempre ya el “Parque de nuestros perros” –
Fiel a quienes sabía cercanos a ella, a quienes compartimos con el pulso caliente de su sangre pesares y esperanzas, muchas veces silenciosas y ocultas.
Fiel a quienes fueron la gente de su casa. Movimientos de rabo y ladridos de gozo en cada instante; paseos y miradas cómplices que eran más entrañables que las mismas palabras; lametones y besos que iban y venían de esta tierra a lo eterno.


 Munia, libre entre las jaras y las rosas.
Libre en las montañas donde reservaba siempre unos minutos para sus búsquedas antes de regresar a contarnos sus ilusiones y sus versos; libre en los paseos sin fronteras de cada tarde cuando salía en busca del calor del sol para repartirlo entre la gente en un intento profético de que todos sintiéramos las caricias dulces del calor de la amistad.

 ¡Tantas veces ha estado ya en las cumbres!

Munia, vuela libre y fiel con la mirada puesta más allá de nuestras sienes, con lo mirada en nuestras mentes para hacer volar las ilusiones que nacen de los corazones y se pregonan por los ojos cada día. Munia sigue siendo libertad y poesía: ¡vuela más allá de las losas, sube hasta donde mana la sonrisa, toma las flores del tiempo y de la dicha!

Munia se nos ha hecho inmensa en la naturaleza y la promesa.

Javier Agra.   

domingo, 24 de julio de 2011

CUCHILLÓN Y TRES MARES (II)

Entre el Cuchillón y el Tres Mares, las águilas tienen un circuito de entrenamiento, donde ensayan con las motos de sus plumas los próximos desfiles violentos entre los conejos y los ratones de campo. Las águilas estudian nuestras intenciones en vuelo veloz y se asombran ante nuestras mochilas y nuestros palos de montaña. Seguramente han decidido que no somos enemigos en esta lucha por la supervivencia y, sigilosas como aparecieron, se van hacia otros horizontes.


Estas piedras, entre carbón y volcán, nos hacen de alfombra para seguir nuestra ruta ahora por la cumbre que enseguida se hace diminuta planicie hasta que encontramos una cortada – infinita barrera para nosotros que no sabemos volar –. Allí, boquiabiertos admiramos los caprichos de la naturaleza y los gozos de la estética. Por fin a Jose se le ocurre proponer buscar una bajada, este no es buen lugar para quedarse a vivir.
- He visto un hito más atrás, dice Jose que observa pistas mientras camina.
- ¡Volvamos! Exclama Elisa, deseosa de continuar la aventura.
- Este sendero nos puede ayudar a bajar a la próxima ladera. Aporta José María.
- Y yo sigo pensando en el musgo y los guijarros. Esto lo digo para mis adentros mientras pongo cara de aportar alguna solución ante mi ineptitud montañera. 

Vista de Tres Mares y Sierra Sagra, desde el Cuchillón.

Festones de piedra sobre nuestras cabezas, el eco de nuestros latidos acompañan siglos de latidos que merodean por cuestas de piedra y ribazos de hierba. Paso a paso la frente se llena de gozo y el corazón de libertad. Otra coratada en las piedras nos cierran el sendero, otro descenso… las rocas quieren conversar con nuestra esperanza. Manos y pies para reiniciar el sendero que nos permite transitar por los tajos que rompen la serenidad de la sierra. Hemos superado un vistoso collado y remontado otra cresta de este mar de pétreas olas.

Ya estamos en el Portillo de los Asnos, pegada a la vertiente palentina una enorme pista nos permite pasear con el sosiego de no tener que pensar senderos ni saltos. Es un tiempo breve, pues enseguida sale a media ladera una senda clara que nos llevará a superar el farallón de rocas en su parte más débil. A partir de aquí solamente falta subir, se han terminado las cortadas, los miedos, los sobresaltos… La montaña, que nos ha puesto a prueba, ha pensado que somos dignos de llegar a la meta.

 Monte arriba hacemos una pausa para la foto entre la cruz y la esperanza.

Ahora sí, hemos llegado al Pico Tres Mares. 

Desde aquí las pupilas – que nos han prestado las águilas – se recrean con el verde de Cantabria y con el verde-ocre de Palencia- De aquí arranca el Hijar que, muy pronto, comenzará a llamarse Ebro y lleva nuestros sueños al Mediterráneo; aquí mana el Nansa en cuyas aguas se mecen nuestros deseos hasta el Cantábrico; en esta cuna el Pisuerga tiene sus pañales y su música con nuestra música camino del Atlántico.

Desde el Pico Tres Mares estamos viendo los inicios del río Nansa y la Sagra.

 Collado de la Fuente del Chivo, fotografiado desde una terraza del hotel "La Corza Blanca"

Bajamos al Collado de la Fuente del Chivo. Lugar de encuentro de pensamientos llegados desde  diversas rutas; botas que vienen caminando otros senderos; rutas que aglutinan a quienes venimos de las alturas con sueños de pájaros, violines y eternidad, con los que llegan desde los bajos valles cargados de trompetas, reptiles y deseos. Un poema de Gerardo Diego: Ni una gasa de niebla, ni una lluvia… deja escrita en la piedra la siempre presencia del paso del tiempo… deja apoyado en algún pedestal nuestro suspiro presente para un futuro de libertad y trabajo. La vuelta será solamente tiempo y conversación, esperanza y buenos deseos, mientras atajamos monte abajo hasta llegar al lugar de donde partimos: el aparcamiento del Alto Campoo. Siempre volvemos al lugar de donde salimos, siempre ausentes y siempre soñando el lugar de origen. Nuestra vida es un suspiro de montañas y un rumor de saludos, hasta que algún día exclamemos el definitivo: He vuelto.

Javier Agra.

lunes, 18 de julio de 2011

CUCHILLÓN Y TRES MARES (I)

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Ya estamos surcando el aire entre el Cuchillón y el pico Tres Mares. 

Ahora  volamos por el cielo como aves musicales entre el verde y el ocre, entre el sudor y la sonrisa. Con el sudor de nuestra frente y las palpitaciones vivas de nuestra sangre podemos afirmar –con gritos y oraciones – que el Macizo del Alto Campoo, donde se unen los sistemas Cantábrico e Ibérico, ofrece unas buenas vistas de las cumbres del Alto Carrión y de los Picos de Europa. Más allá de las gotas de sudor que empañan los ojos de los montañeros, la mezcla de colores nos alimenta con esta grandiosa ensalada de vida. 

Habíamos pasado la noche en el Hotel "La Corza Blanca"...

Vista del Cuchillón y el tres Mares desde la terraza del Hotel. Todas la fotografías son instantaneas realizadas por Jose (excepto en las que él aparece, siempre encontramos en la montaña personas con voluntad de inmortalizar nuestra satisfacción)
 

Habíamos pasado la noche en el Hotel “La Corza Blanca” en Brañavieja, casi como únicos huéspedes en estos días de temporada baja, nosotros fantasmas de las cumbres  únicos durmientes en este lugar muy bien preparado todo el año y solamente utilizado por los esquiadores en tiempo de nieve.

Entre Madrid de donde partimos… también en las excursiones salimos de un lugar y llegamos a otro distinto. La Montaña es, como la vida, una multitud de rutas que se entrecruzan y mezclan, cada persona esperamos elegir siempre el mejor sendero que nos lleve a la cumbre donde la visión y la dicha llegan a su máximo regocijo. Entre Madrid y el alojamiento de Brañavieja disfrutamos del Valle de Campoo – torre de Proaño, castillo de Argüeso –. Hicimos una parada en Cervatos que tiene una de las cuatro Colegiatas de Cantabria, sus canecillos y capiteles están esculpidos con motivos denominados eróticos, su contemplación nos deja absortos – tal vez somos viajeros de otras épocas y otros modos remotos de sentir el arte –. También resulta original encontrar en Cervatos una portada con su tímpano esculpido con motivos orientales, además quedamos maravillados de la riqueza de los capiteles interiores. Una mujer del pueblo llegó con la llave y nos acompañó durante un buen rato, nos contaba la historia y sus historias con esa cadencia donde los relojes no tienen agujas y las horas las marca el canto de la alondra y de los gallos.

 En el ábside, entre otras maravillas, quiero llamar la atención sobre los tres ventanales por los que entre la luz, cómo símbolo de cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo.

Henos ya, con las botas calzadas y las mochilas prestas. Tomamos como punto de partida el aparcamiento de la estación invernal de Alto Campoo, a veinticinco kilómetros de Reinosa, pero muy cerca de donde pasamos la noche. Comenzamos la marcha cruzando el río Híjar (estamos a 1650 metros) y elevándonos por una verde loma que nos conducirá (OSO) al rellano del Descanso a mil novecientos metros después de una hora de ascensión. Es inevitable topar con remontes mecánicos, este soleado lugar que hoy es para nosotros lugar de paso, será el final de la ascensión para los esquiadores en invierno – seguramente las perspectivas y las esperanzas son distintas para cada persona, en la montaña como en la vida –. Continuando el ascenso con el mismo rumbo, el mismo entusiasmo y decisión, ahora por terreno pedregoso, alcanzamos las características llambrias de la cima del Cuchillón a dos mil ciento setenta y nueve metros. Estamos en la cúspide del macizo y no ha pasado aún las dos horas desde nuestro inicio. ¡Ha merecido la pena el calor y el esfuerzo, aquí se han tornado en fuego y ascensión!

 Desde el Cuchillón estamos viendo la montaña Palentina del Alto Carrión; sobresalen el Curavacas y Peñaprieta.
Javier Agra.

sábado, 16 de julio de 2011

LA SERROTA (III)

La Serrota tiene manos de lumbre.
Con sus dedos pausados va empujando, entre caricias, a los montañeros.
Música y sudor praderas arriba, más allá del Canto de la Oración. 

Chapoteos de humanos, perros y tritones entre los charcos de lo que fueron y aún son lagunas sin nombre, aguas de riego fértil en la montaña de estas cumbres donde las vacas pastan entre el silencio y la calma, donde se puede escuchar el correteo de las lagartijas. Flanquean nuestros esfuerzos el rabilargo y la tarabilla común mientras juegan al escondite entre los piornales.

Y nosotros, aventureros descaminados, arañamos nuestras piernas entre el brezo y las retamas. Deberíamos haber subido hasta la loma y continuar por la cresta que une el Cerro del Santo con la Serrota. Pero no tomamos la senda buena y zigzagueamos entre el misterio y la búsqueda, entre el sudor y la desesperanza. ¿Cómo afrontar nuestros errores, nosotros personas de la llanura metidos entre montañas?

Miraremos hacia arriba, hacia lo alto donde la cumbre susurra siempre su llamada. Otros han realizado estos caminos de esfuerzo antes que nosotros. ¡Vamos! ¡Un paso y otro más! Seguramente las dificultades han existido siempre, pero notros tenemos un lugar al que llegar, nos acompaña el canto del roquero y tal vez el del conocido ruiseñor.

Hemos llegado a la senda buena, ahora no necesitamos explorar, es tiempo de silencio, de ascetismo y recogimiento. Blanca y Pipa nuestras perras acompañantes están sentadas a los pies del vértice geodésico, han llegado las primeras y saben que esta cumbre era nuestro objetivo; nos miran y sonríen de felicidad: ¡enhorabuena, ha vencido la esperanza!

¡Enhorabuena, habéis llegado! - exclaman Pipa y Blanca.

La cumbre es un mirador privilegiado. Estamos más allá del dolor y de la angustia. Hasta aquí hemos subido la paz y la sonrisa. Desde la cima de La Serrota, de izquierda a derecha, se intuye la Sierra de Guadarrama, y se ven La Paramera de Ávila con el Pico Zapatero; el Gredos Oriental; el Puerto del Pico; el grupo de La Mira; el Puerto de Candeleda (sólo para personas); el Alto Gredos: el Morezón, Los Hermanitos, el Peñón del Casquerazo, el Cuchillar de las Navajas, la Portilla Bermeja, el Almanzor, el Cuchillar de Ballesteros, el Venteadero, La Galana,...; la zona de la Covacha y la Sierra de Béjar o de Candelario. Esta visión circular la puedo nombrar, recordar y aún aprender de memoria sin miedo a equivocarme porque Jose la ha descrito y aún escrito para que yo la transmita a todos los lectores y siglos futuros que la precisen.

Entre nosotros y el Alto Gredos se extiende a nuestros pies – en la pequeña medida que se puede expandir un pueblo castellano – el pueblo de Garganta del Villar en la vega del Alberche. Habla la historia que en esta localidad residió el sexmero después de la reconquista, cuando en la lejana edad media, los pueblos de Castilla, repartían los terrenos comunales a través de esta figura elegida entre los labradores pecheros – que eran los que tenían que “pechar” con las cargas, aunque en castellano decimos más “apechugar” –. 

 En la cumbre de la Serrota. Más arriba que nosotros, solamente el cielo de un azul musical.

A la derecha de nuestra visión, el valle del río Corneja que mantiene su nombre durante cuarenta kilómetros antes de besar con sus aguas el Tormes… Aquel pueblo entreverado es Navacepedilla de Corneja localidad enclavada entre hermosos robledales, merece la pena visitar su iglesia de San Martín construida en las primeras décadas del siglo diecisiete con una sola nave de un precioso artesonado y retablo barroco: tres calles y dos cuerpos superpuestos, rematado en ático semicircular con la imagen de Dios Padre. Bajo nuestros pies inicia sus primeros borbotones el río Adaja que llevará choperas y maizales por las llanuras de Castilla hasta asentarse en el Duero, después ya de serenar su corriente con la visión de las murallas de Ávila.


Comemos en la cumbre, entre la calma y los trinos, custodiados por águilas y buitres, y comenzamos la bajada. La forma más directa es por la cima del Cerro del Santo, nosotros lo bordeamos por su ladera izquierda entre lirios silvestres, valles de origen glaciar y morrenas del Pleistoceno. El sol había recorrido un gran trecho de su cielo y nuestro cielo cuando llegamos al coche más felices que fatigados, más medio vivos que medio muertos. En nuestro corazón anida la historia entera de estas tierras, desde aquellos vetones del siglo cinco antes de Cristo con sus verracos y su cerámica, bajo nosotros quedan – sin duda – castros celtas enterrados y más abajo inexploradas cuevas.

Javier Agra.

viernes, 8 de julio de 2011

LA SERROTA (II)

La Serrota está allí arriba, no tiene pérdida. Frente al cementerio, lugar donde aparcamos, sale un camino al que acedemos nada más abrir una portillera. Seguimos la senda-camino hasta adentrarnos en las Hoyuelas, prados y lugares de pastores y ganado… Y de pronto me imagino la infancia en Acisa cuando salíamos a cuidar las burras (ignoro por qué lo decíamos así, en femenino) cada casa un día guardando la vez… Vecería se llamaba entonces y supongo que será porque íbamos según la vez que nos correspondía. Es un término conocido en jardinería; el diccionario también lo recoge como manada.

Sea como fuere, allá estábamos los niños de la casa con un hermano mayor a cuidar el ganado asnal de todo el pueblo. Y no era mala tarea, pues se dejaba para estos trabajadores de la familia de los équidos (Equus africanus asinus), familiares y domésticos, unos prados comunales con suficiente verdor para su alimento y amplio espacio para su solaz. En estos menesteres me retrotraigo a la infancia varias veces, entre sueños y magias de recreación de la mente. Allí teníamos tiempo de aprender las técnicas de buscar nidos; subir a los árboles sin peligro; correr entre las peñas sin temor a las raspaduras; distinguir unos de otros los diversos cantos de las aves y hasta acertar con la hora por la posición del sol o la velocidad con que las sombras ganaban terreno entre los matojos y las parameras.
Esta fotografía se la debemos a María River. Pertenece a un pueblo de Soria, no es de la Serrota. Pero la traigo aquí porque las llanuras castellanas son muy similares y porque el paisaje me agrada.
El burro siempre estuvo entre los compañeros domésticos de la casa. Animal pacífico y literario. Símbolo doliente de aquel medio rural donde la vista caminaba hasta el infinito mientras veíamos cada trigal intermedio, cada peñasco y cada cardo; donde el tiempo tenía aún la lentitud de siglos; donde el sol surcaba calmado el cielo en toda su extensión mientras los labradores lo estudiaban esperando ver algún signo de agua para emprender la sementera. ¿Y qué sería de la literatura sin Platero o el asno de oro o el noble burro del Sueño de una noche de verano o el animoso burro que inició el grupo musical de Bremen? No podemos imaginarnos a don Quijote sin Sancho llorando la ausencia de su burro robado por Ginés de Pasamonte o saltando de gozo ante los triunfos de su rucio: referencia a la elegante textura de su piel. Así el burro en la historia ha sido siempre humilde, confiado, emprendedor, filósofo.
Recuerdo el burro camino de Belén, cuando María embarazada y José el artesano tienen que desplazarse para cumplir con el censo, o cuando poco más tarde huyen, emigrantes a Egipto – ¡cuántos romances han nacido al albur de estos apócrifos! –, para librarse del orgulloso Herodes; el mismo burro que entra en Jerusalén, llevando a Jesús, en lo que hoy recordamos cada Domingo de Ramos. Así plantean una variedad de momentos estelares todas las culturas, siempre con el asno presente.

La Serrota es un inmenso helado – en estos días calentito – de bolas superpuestas. Coronamos un montículo y aparece otro sin interrupción. Subimos hacia el Canto de la Oración por caminos muy claros a través de manchas de roble, entre piornos y enebros que tamizan en colores de luz y risas las amplias laderas que vamos dominando cada vez a más altura. Aquí me asalta, de nuevo, el recuerdo de Acisa de las Arrimadas: allí a estas plantas les decíamos escobas, pues tal uso hacían nuestros padres de estos matojos, para barrer las calles antes de que pasara la carretera por el pueblo; también las utilizaban para limpiar los corrales y, sobre todo, para limpiar los últimos granos de la era después de trillar cuando ya estaba cumplida la sementera.

Acompañan nuestro paso el rabilargo y la curraca, la codorniz y la paloma. Con sus cantos avisan a las otras aves, mientras nosotros queremos oír: ¡bienvenidos a nuestra morada! Nosotros nos detenemos en medio de la ascensión para admirar el paisaje, respirar y contestar: ¡gracias, no temáis, no haremos maldades!

 Estamos en la cumbre del Canto de la Oración. Pipa se muestra feliz por cada superación; Blanca – impulso y fortaleza – quiere seguir siempre adelante en busca de la paz. Nosotros bebemos y comemos una barra energética mientras saludamos al sol y a las montañas lejanas.

Javier Agra.

miércoles, 6 de julio de 2011

LA SERROTA (I)

LA SERROTA

El motor del coche va marcando la distancia entre las estrellas y el amanecer. Madrid queda en el sueño de una madrugada. Suena el piano del alba carretera adelante camino de la Serrota. Pasado Ávila nos dirigimos inicialmente hacia Plasencia., nombres de gloria y de historia – incluso en la estrechez de mi vida frente a los anchurosos siglos de toda la historia, podría contar avatares y anécdotas de ambas poblaciones de dorado misterio – 

Después tomamos la carretera que va a Arenas de San Pedro por el Puerto del Pico, que divide – o tal vez agrupa – a la meseta norte de la meseta sur, grandioso mirador en su derredor. A nosotros no nos hará falta como observatorio pues dentro de un rato tendremos la amplitud de la Serrota. Pasamos, sin detenernos, por Solosancho: un recuerdo para Ulaca, Castro de la edad de Bronce; Robledillo, población que puede estar orgullosa de muchas situaciones entre las que merece mención la construcción de la iglesia de Santa Teresa por los moradores del pueblo; La Hija de Dios, localidad que celebra las fiestas de San Miguel y desde el que la Diputación de Ávila estudia las galaxias y las estrellas; Mengamuñoz, aldea castellana – olvidada como tantas otras –pero que puede decir orgullosa que fue lugar de importancia para la trashumancia pues por aquí pasa la Cañada Real Leonesa. 


En el Canto de la Oración. Ya camino de la Serrota.

Y ya estamos en el puerto de Menga, altura irrelevante visto desde nuestros ojos y nuestros vehículos de cuatro ruedas. Aquí cierro los ojos unos segundos… mil quinientos sesenta y cuatro metros de altitud: sudor y ampollas antaño cuando los labriegos cruzaban del Valle de Amblés al valle del Alberche, al paso lento de las caballerías, más allá de los calores y las heladas de estas resecas tierras inmóviles a través de siglos de historia; esperanza y tañidos de esquilas cuando la trashumancia comunicaba dichos y canciones, poemas y noticias, ¡Tantos días fuera de casa! ¡Tantos sueños de progreso bajo las mantas al caer la noche en la montaña!; escucho el lamento ronco de las pisadas militares en la viejísima calzada romana, cuando los habitantes de aquellos valles morían sin saber si eren hispanos libres, romanos manumitidos, esclavos de algún lejano imperio… Se ha detenido el tiempo, al ronquido de la gasolina le preguntamos las mismas dudas sobre el corazón humano, sobre la esperanza de la tierra, sobre la libertad sin muros, sobre el aire sin fronteras. El coche nos responde detenido cuando avistamos el pueblo de Cepeda la Mora, justo frente al cementerio donde se hacen oración las preguntas y las respuestas.

La actual población de Cepeda la Mora es “reciente” en el tiempo. Seguramente ha nacido de la síntesis de las múltiples guerras ocurridas por estos términos: parece su nacimiento en la repoblación de los inicios del siglo catorce. Al recordar la historia podemos pensar que nunca hemos dejado de ser nómadas, siempre vamos de un terruño a otro, de un corazón a otro como afluentes constantes de la gran laguna donde mana la paz. Vida a vida en cada instante, en cada latido; así ahora es la síntesis – ontogénesis – de todo el pasado, de todas las aspiraciones, de todas las dudas de la historia – cuevas pintadas, verracos, conquistas – hasta llegar al momento en que yo pienso, siento y palpito en comunión con el pasado. 


 Multitud de prados rodeando el Cerro del Santo. Montse y Blanca nos invitan a gozar la hermosura de la luz hecha naturaleza.

Siglos complicados aquellos del trece y posteriores; siglos de muerte y saña; de lindes desconocidas y ejércitos en continua destrucción. Crisis de alimentos, tiempos de agricultura, la tierra era la despensa; todas las poblaciones necesitaban terrenos de labranza, desde los lugares más llanos fueron llegando a los inicios de la montaña, a las márgenes de los arroyos, haciendo retroceder espacios a las sierras y estableciéndose en “La Mora”, nombre que recibían los terrenos de pasto y vegetación baja, después de ser quemados.

Javier Agra.

martes, 5 de julio de 2011

LAS ZAPATILLAS VIEJAS

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 Preciosas de otro tiempo, la esperanza fluye viva en las venas de vuestras cuerdas

Silenciosas compañeras, avecillas que me lleváis en vuestras plumas al caminar por los montes cercanos y asistís con esmero y sigilo todos mis ratos de reposo en los lejanos lugares. Vuestros agujeros, con los que ahora converso bajo esta encina del monte del Pardo, no son roturas que el tiempo y la huella de los senderos han dejado entre las cuerdas; estos agujeros son vuestros ojos, los mismos con los que vimos juntos tanta liebre y algún jabalí; son los ojos del misterio del amanecer que conservo en mi retina cuando caminábamos hacia el Manzanares por entre las primeras claridades de las veredas del polvo y del barro.

 Con Pipa y Munia también conversaron, muchas veces, mis zapatillas.

Son los oídos con los que distingo el canto mágico de los pájaros, diferentes unos de otros; los que llenan mi corazón de esperanza cuando cierro los ojos para escuchar el conversar musical de las ramas en el paseo; los mismos con los que vosotras, queridas zapatillas, y yo escuchábamos escabullirse alguna lagartija entre desconfiada y previsora.
No son roturas del tiempo que es la boca con la que conversamos tantos días con el viento y con las ramas crujientes del suelo, aquellas bocas que mascaron juntas las tiernas hierbas de primavera y los sabores primeros de los cerezos, cuando su fruto baila entre la dulzura y el misterio; también compartimos algún grano de arena del sendero y la música libre que salía – en la soledad de algún hayedo – de nuestras gargantas felices.

Donde otros verán viejas tiras deshilachadas, yo se que está la pituitaria de vuestro olfato que aún retiene las adelfas y las jaras; que recuerda para siempre el aroma de la hierba mullida y de los trigales antes de la segada, cuando juntos, bajo el sol de cualquier tierra, buscábamos cansinos la sombra buena para la merienda. Y el olor del pan con queso y del agua fresca. ¡Ay, cuántos latidos del corazón compartimos entre los sabores de la tierra!
Tacto interrumpido de vuestro quedo pisar; tacto más allá del viento y de las sierras; tacto de lumbres y de cortezas viejas; de terruño y raíces compartidos para ascender las cuestas. Sois ya parte de mí porque hemos mezclado sudores y certezas, preguntas y desoladas laderas, horas de brillo y mojaduras entre la niebla.
 Gracias por los paseos y por el viento, por la paciencia y por el tiempo.

¡Cuántos latidos saltan desde nuestro corazón al universo! ¿Recordáis los suspiros del mar en las olas de Levante? ¿Recordáis las sierras más allá de Cercedilla? ¿Aquellos sueños de atardecer al pie del Pirineo? Allí nos citamos muchas veces – poesía y paisaje, palabra y viento – respirando por todas nuestras venas, desde el corazón a las lengüetas, pálpito a pálpito entre las flores; por todas partes saltan suspiros del tiempo, recuerdo de sueños recuperados, allá en los sueños azules de la infancia.

 Aquí quedáis. ¡Dad ánimo a todos los viajeros!

Las zapatillas. Mientras eran, se iban haciendo entre las arenas del camino y las hierbas de la sabana; luego se fueron e hicieron lumbre en el recuerdo dolorido de mi corazón viajero. Aquí quedáis. Bajo esta encina joven del monte del Pardo, beberéis siempre paseos soñadores.

Javier Agra.