miércoles, 22 de marzo de 2023

CERRO SAN BENITO


Nuestra tierra, el planeta Tierra en su conjunto tiene suficiente magia como para inventar fantasías sin término; infinidad de caminos siempre nuevos a través de los siglos, pues cada vez que una persona los transita tienen la novedad del corazón que los habita.

Salir del pueblo de la Paradilla entre laderas de verdor inmenso de esta naciente primavera es un gozo para el alma y una respiración de inmensidad para la mente y para la fatiga que los años van acumulando en el corazón. Llegar a la cumbre del San Benito, llegar a cualquier cumbre llena de vigor y ensancha el sosiego.

El aparcamiento del coche, delante del edificio que a mi entender fue la antigua escuela de cuando el pueblo tenía niños y escuela abierta a la sabiduría, a las risas y carreras infantiles, es el inicio de un sendero que sigue tras una cancela de hierro hasta el depósito de agua, para trazar una ligera curva hacia la izquierda a veces entre roderas a veces entre recuerdos de carros de antiguos trabajos de labranza. Más adelante, encontraremos otra cancela que nos adentra en un cercado de piedra por donde continúa la senda.


Al fondo los molinos de la Sierra de Ojos Albos. En el pueblo del mismo nombre tuve en mis manos un incunable Catastro de Ensenada de los primeros que se hicieron en España a mediados del siglo dieciocho.

La subida al Pico San Benito no tiene pérdida, pues asciende entre enebros frondosos y algunos roquedos que son como llamadas al descanso entre las ascendientes praderas, siempre cercanos a la línea de cumbre desde la que se divisa la cercana población de Santa María de la Alameda y otros pueblos más lejanos, cerrados en el horizonte por los inconfundibles molinos de la Sierra de Ojos Albos.

En medio de la marcha, como si la naturaleza quisiera poner algún tropiezo, nos encontramos “el paso de las Termópilas”, un curioso paraje de poderoso roquedal con una encina en mitad de su paso, guardián que parece asentado en el mismo lugar durante siglos resistiendo los embates del tiempo desde el frescor brillante de sus hojas verdes.


El paso de la encina.

Más arriba, camino ya de la cumbre, se extiende la vista hacia Gredos y, más cerca, la Almenara con su puntiaguda y alargada cumbre y los montes que saltan como carneros entre la tierra y el cielo, entre las nubes que dibujan mares de olas y sueños, entre la bruma y los suspiros que van dejando los siglos en el recuerdo del tiempo.

Y la cumbre, hasta arriba todo es pradera y mullido suelo. Solamente en la cima, como un tupido moño de duro cabello, una mole de roca exige escalar con atención los últimos metros para abrazar el vértice geodésico.


Hemos llegado a la cumbre para divisar alrededores de paz y de silencio.

El regreso puede hacerse por el sendero que sale, loma adelante, entre roquedos agrestes y frondosos enebros para descender más adelante buscando senderos trazados y regresar al pueblo.

Javier Agra.   

 

 

 

martes, 7 de marzo de 2023

CONCIERTO DE VIOLÍN Nº 5 MOZART


Cuando Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo 1756 – Viena 1791) compuso su Concierto para Violín nº 5 en 1775 ya lucía el sol sobre las llanuras del valle del Lozoya donde las aves surcan cada mañana como un concierto casi operístico que dura como veinticinco minutos, parecido al tiempo en la que las aves despiertan en algarabía feliz sobre las aguas y los árboles mientras el sol apuntala sus rayos para calentar a la naturaleza.


Desde la Senda Ortiz se contemplan espectaculares vistas.

Suena el aire entre las ramas como timbales y trompas de este concierto de violín majestuoso y formidable, el concierto de las aves y del viento es un aperto allegro capaz de despertar a las sendas cercanas de la Pedriza. Es un dialogo en sonido creciente montaña arriba conversando con los arroyos y los roquedos, como dialoga el violín solista con la orquesta buscando el adagio en un trenzado de sonidos que envuelven de paz y sosiego el corazón del montañero esta mañana de marzo buscando las cumbres y los escondidos acebos que brillan de gozo al sol de esta mañana que avanza en sosegada armonía.


Cima de Cabeza Mediana con Peñalara al fondo.

Trompetas y timbales, violines, cuerdas y trompas estallan en innumerables ecos sobre las paredes del circo de Peñalara en un rondó infinito que se interrumpe al galope del viento jugando al escondite entre las frondosas encinas de la cima de Cabeza Mediana. Es la cima, es el frenético allegro que se extiende por la orquesta y por la naturaleza entera cuando va llegando a su final el Concierto para violín nº5 de Mozart, es el frenético gozo del alma cuando los montañeros abrazan el vértice geodésico de la cumbre mirando siempre a la altura, escuchando siempre con el corazón inmensamente expandido por la tierra, por sus llanuras, sus arroyos, sus montañas…

Javier Agra.

 

lunes, 6 de marzo de 2023

CANCHO DE LA CABEZA


 

Es invierno.

El termómetro marca tres grados bajo cero.

Apunta la primera claridad del sol detrás de algún collado del fondo, pasaremos de puntillas camino del Cancho de la Cabeza para no despertar a Patones de Arriba aún dormido.

 


Desde la cumbre del Cancho de la Cabeza la vista es grandiosa.

 

Unos metros antes del Pueblo hay un pequeño aparcamiento donde apenas cabe una decena de coches, para nosotros no es problema pues estamos entre los primeros montañeros en llegar.

 

Con las orejas cubiertas, los guantes ajustados y calzadas las botas, comenzamos la marcha por la carretera que entra al pueblo, para verlo a estas primeras horas de sombra y sosiego. Pasado lo que fue templo y hoy es oficina de turismo, nos echamos escaleras abajo buscando el Arroyo de Patones para cruzar el pequeño y coqueto puente que nos deja en la senda de Genaro, sendero que recorreremos durante mucho rato.

 


A la vera del Arroyo de Patones está muy conservado el ANTIGUO LAVADERO Y LA FUENTE DE LOS TRES CAÑOS. El que se ve en la fotografía y su paralelo, fuera de foco, son permanentes surgencias de agua; ved arriba, en el centro de los dos, la ausencia del tercer caño. El tiempo es una guadaña afilada que va borrando los recuerdos y los trabajos de generaciones.

 

La Senda de Genaro coincide con la ribera del arroyo, seco en su mayor parte. De entre la abundancia de pedregal, destaca la pizarra; nos explica Luis que se trata de rocas metamórficas formadas hace quinientos millones de años, en el periodo Ordovícico en el Paleozoico cuando la vida animal aún estaba en ebullición en el agua y no había conquistado la tierra que comenzaba a prepararse con diversidad de vegetales y plantas.

 


Esta fotografía está sacada desde la cumbre. Vemos gran parte del camino de nos lleva hasta la cima.

 

Encajonada en el valle entre dos hileras de montaña, bien podemos parecer una tribu nómada buscando el collado, Senda de Genaro adelante; el espacio se ensancha por breves momentos para volver a encajonarse en desfiladero; el suelo endurecido por la piedra y por la helada del lugar umbrío hasta bien adelantada la mañana, por momentos se torna en mullido sendero acolchado por la humedad.

 

Abundancia de salgueros que calman el espíritu y alivian los músculos cansados flanquean nuestra marcha, resistentes y vistosos enebros en gran cantidad también nos acompañan y cubren montaña arriba en una algarabía de colores adornados por el sol que ya ha abrazado buena parte de las cumbres y sus laderas; jaras y romeros entrecruzan sus aromas y sus ramas como abrazos vegetales para acompañar la marcha de los montañeros; también destaca acá y acullá el torvisco, que tiene nombre de mitología griega (Daphne gnidium) y es planta atractiva a la vista y sedosa al tacto.

 

Se abre el valle a la altura de Peña Escrita hacia los Llanos de San Román, abandonamos el arroyo. La vegetación cambia para hacerse pinar y hierba. Los montañeros avanzamos montaña arriba, ahora ya bajo los rayos calientes del sol de marzo; escucho a mi corazón y el piar suave de algún ave con su melodía de ánimo mientras revolotea en idas y venidas para endulzar la lentitud del caminar.

 


Estamos en Peña Escrita. Entre cumbres y nieves. Abajo el embalse de El Atazar

 

El valle se abre y amplía en una circular visión de cumbres y nieve, de valles enroscados entre las venas de arroyuelos seguramente hoy sin agua, entre surcos arados por los siglos de silencio y soledad; allá abajo el embalse de El Atazar como un dragón medieval recorre sus meandros entre las bajas laderas para coser cumbres y pueblos. El aire se siente libre para expandir su dominio sin fronteras. 

 


Vista desde el Mirador de Braña Grande.

 

Continuamos la marcha hacia Braña Grande, primero monte arriba, después en ligero descenso y nuevamente hasta su explanada que hace de mirador: allá el embalse continúa recogiendo las aguas del río Lozoya muy cerca de la presa, parece que está descansando eternamente como guardián del pequeño pueblo del que toma el nombre, la Cabrera a aquel lado, los Montes Carpetanos con diversas cumbres y nombres, con nieve como paletas de algún pintor, Peña La Cabra y la Sierra del Rincón que se pierde hacia Peña Cebollera.

 


En la cumbre

 

Admirados por la belleza serena de esta parte de la montaña caminamos meditando y silenciosos hasta la cumbre del Cancho de la Cabeza que culminamos entre un pequeño laberinto de piedras sin posible pérdida. Tiempo de respiración, de sonrisas, conversación, bocadillo, fotografías, vuelos de la fantasía, lumbre en el alma, serenidad en el corazón y en la mente el mundo entero y sus problemas, el universo en su totalidad y el deseo de PAZ.

 

Regresamos por el Barranco del Hierro en un retorno circular, nuevamente por la Senda de Genaro y entramos a Patones de Arriba en una bajada pindia entre las derruidas paredes que delimitan antiguas eras y edificaciones de antaño para el ganado y para las familias que hoy permanecen en el murmullo del aire y en el vuelo de los pájaros.

 

Javier Agra.