lunes, 21 de abril de 2014

CHORRO GRANDE DE LA GRANJA Y PICO DEL REVENTÓN (II)

En la anterior entrada dejé constancia del asombro ante la vista del Chorro Grande la Granja. Jose y yo, pensamos que podemos subir hacia el Reventón por un camino no escrito, mientras caminamos hacemos un recuerdo a Machado y a tantos otros que han trazado senderos novedosos. Nuestra aventura de hoy no merece tal nombre, apenas cruzamos el arroyo del Chorro Grande en este alto lugar donde las aguas ya están plácidamente contemplando alturas y navas, sabemos que hemos de continuar por esta planicie de hierba entre el chapoteo de los charcos que hace una semana fueron nieve y en breve serán mullido verdor.

Además de El Chorro Grande de la Granja, aquí fotografiado, vemos, arroyo arriba, otras múltiples, aunque menores, cascadas.


A nuestra izquierda quedan las Peñas Buitreras. Los montañeros ya hemos visto, allá arriba en la distancia, el vértice geodésico al que pretendemos llegar. Hace tiempo que no tenemos más senderos que los que hacen las vacas en su incesante devaneo tras la hierba más apetitosa, pero ya tenemos experiencia de su poco interés por las cumbres…las vacas buscan alimento y sus trazos llenan el estómago de modo que pocas veces podemos seguir sus senderos: sencillamente tenemos diferentes objetivos, por eso ponemos medios distintos. Se trata solamente de aprender de las vacas a poner los medios necesarios para llegar a nuestro destino.

Desde la cima del Pico Reventón se domina la Cuerda Larga, Peñalara, Cerro Morete, La Mujer Muerta, La Flecha…En esta fotografía queda constancia de Hierro, Peñalara y el inicio de subida del Cerro Morete.

Nos sentamos a beber un buen trago de agua y nos comemos una barrita energética, mientras contemplamos la anchurosa Castilla, la Granja de San Ildefonso que se construyó Felipe V para retirarse y olvidar los asuntos de gobierno y el hermoso valle por el que hemos subido aguas arriba del arroyo del Chorro Grande. Nosotros opinamos que mejor que visitar las cascadas “de mentira” del Palacio es preferible seguir calzando botas y ser montaraces para ver lo que hoy hemos visto. 
Un buitre llega desde la cumbre y nos despierta de ensoñaciones.

De modo que damos los últimos pasos y, tras reconocer unas antiguas trincheras de las que abundan en diferentes lugares de la Sierra, tocamos el vértice geodésico en el Pico del Reventón. Durante la subida no encontramos muchos lugares con nieve, desde aquí la vemos con abundancia en la Cuerda Larga y sobre todo en Peñalara. La cumbre es meta, de modo que hoy hemos alcanzado dos metas. ¡Perseguimos tantas metas a diario!



Estamos bajando hacia el Collado del Reventón. Pasa por aquí el antiguo camino de Rascafría en Madrid a la Granja de San Ildefonso en Segovia. Hoy queda solamente como ruta verde deportiva, antaño tenía que ser muy duro superar estos pocos más de dos mil  metros para comunicarse. Saludamos a tres ciclistas que están realizando esta magnífica travesía y comenzamos el descenso por un sendero que, tras un desnivel de doscientos metros y veinte minutos de camino, nos llevará a la Fuente del Infante.

En este lugar nace el arroyo de la Fuente del Infante, aquí nos sentamos en unas piedras a comer. Hace ya cien años que se construyó aquí un Chozo de piedra de gordo muro; todos los montañeros y los esforzados paseantes que hasta aquí llegan, agradecemos la limpieza y conservación del interior y del entorno. Estos arroyos riegan sosiegos, saltan brañas se adentran en los corazones, vuelan con los espíritus de los montañeros y no tienen melancolía de nombre porque unos kilómetros más allá se llamarán Eresma y sabrán que aparecen en la geografía con sello y nombre propio mientras reposan su pensamiento y su energía montaraz en el embalse del Pontón Alto, pasada ya la Granja.

En el Chozo de la Fuente del Infante


Los dos montañeros han reiniciado la marcha. El descenso es veloz por esta pista tan amplia. Pueden saludar a la flor de los cerezos, a los pinos encendidos de brillo verde, a las rebollas que recuerdan el tiempo frío con las hojas del suelo y anuncian el calor en sus nuevos brotes…Solamente han de cuidarse de acertar con el ramal que baja hacia donde han dejado el coche, al que llegan pasadas seis horas del inicio y cien mil caricias de la naturaleza.


Javier Agra. 

domingo, 20 de abril de 2014

CHORRO GRANDE DE LA GRANJA Y PICO DEL REVENTÓN (I)

A quienes leéis mi blog, quiero contar una cosa grande. Concepto, este de grandeza, que seguramente no está generalizado pues para cada lector, la grandeza, consistirá en lo que es grande para su corazón y su espíritu. Dejaré mi primer entusiasmo aparcado y escribiré asombrado lo que he visto y oído en mi paseo al Chorro Grande de la Granja. Al que añadimos, para completar la jornada, la ascensión al Pico del Reventón. Es verdad, no lo quiero negar ni disimular ni ocultar, que la propuesta, como la mayoría de las propuestas montañeras en las que participo, también partió de Jose.

No penséis que es largo el prólogo, pues mientras cuento estos párrafos, llegamos en coche hasta la Urbanización Caserío de Urgel en la Granja de San Ildefonso y allí aparcamos en el Camino del Chorro. Estaba en calma la tierra y el mar…lo de la tierra lo sé porque lo vi, lo del mar porque me fio de quien lo cuenta. ¡Cuántas cosas aceptamos por la confianza del mensajero! ¡Confianza! Muy avanzado el citado Camino del Chorro, tiene una salida a la izquierda, sin otras señales que la vista a unos campos de roble rebollo y acaso un arroyo que sale a llamarnos a nuestro encuentro.

Esta fotografía está tomada desde uno de  los miradores mientras subíamos entre pinos y peñas, después del asombro y contemplación pausada de la cascada.


Cruzamos una puerta metálica y nos adentramos en el robledal de Navalosar, a nuestra derecha suena a primavera el arroyo de Peña Berrueco, nombre frecuente en nuestra toponimia porque abunda el granito al que también llamamos piedra berroqueña. A sus aguas se asoma el poderoso berro que además de alimentar limpia, dicen, la sangre; el aromático sándalo; frescas pamplinas en otros lugares llamadas corujas, para fortalecer las vías respiratorias; tiernas hojas de diente de león ricas en vitaminas; la meluja de fino tallo y exquisito sabor en la ensalada.

El robledal se asienta estos días sobre suelo verde y suave, sus hojas son apenas mil brillantes puntas donde los brotes duermen. Un canal de riego tiene hoy semejanza de río; pero no, es solamente un ramal que llega desde el arroyo de la Fuente del Infante que cruzaremos en breve, antes de atravesar otra pequeña portilla mientras ascendemos entre la vegetación de monte bajo camino del pinar. Pero de todo esto no queda registro en el corazón porque deja su espacio al asombro del Chorro Grande que suena y se ve al mismo tiempo allá arriba entre los brillos de inmensas láganas o llambrias lamidas por el agua de siglos.

La orquesta de agua llena de aromas tibios el pinar esta mañana de abril; mientras caminamos senda arriba el agua suena con melodías de tuba a nuestra izquierda; las aves son los violines; el cielo hace de cielo y nosotros de absortos contemplativos en la base misma del Chorro Grande. La primavera se escribe con asombro de agua, con algarabía de asombrado corazón; la primavera ha puesto aquí su cetro de cascada en un inmenso pentagrama de armoniosa naturaleza en continuo cambio de timbre de sonido, en constante armonioso iris de colores. El Chorro Grande trae al viajero lo inmutable en un instante, la fortaleza de la montaña en esta debilidad fugaz, la permanencia infinita se escapa ladera abajo y el agua en perpetuo movimiento es siempre presencia y distancia. Más abajo remansa en una pequeña lagunilla de quietud entre los salgueros, tal vez para que el viajero entienda que pasamos y quedamos al mismo tiempo, que nuestro corazón vuela espacios mientras abraza presencias.



Los montañeros se despiden de las ondinas y las náyades.
Los montañeros saben que estas criaturas del agua necesitan soledad para volver a tomar cuerpo y continuar su deleitoso juego.
Los montañeros vuelven al sendero que sube entre las peñas y el pinar, ahora más cansinamente porque quiere sombra y silbido de hoja verde.
Los montañeros en el silencioso descanso escuchamos todos los sonidos de la humanidad y de la naturaleza toda, unidos en incansable y meditativo fluir.
Los montañeros, curiosos no obstante, se asoman a diferentes alturas en los distintos miradores que van encontrando; miran la belleza del agua y escuchan el rumor del juego invisible de las criaturas fabulosas del agua y las tonadas del hada Stromkarl.

Fotografía hacia el valle por el que subimos. Con la Granja, el embalse del Pontón Alto, Segovia…


Ciento veinte metros más arriba estamos en la cabecera de la cascada. A nuestros pies la Granja, más lejos las llanuras castellanas de Segovia en pleno verdor de primavera. Más arriba, sobre nosotros, el río canta aleluyas de agua en corrientes del arroyo y en diminutas cascadas.

Una vez que el viajero ha gozado de la cascada, puede volver sobre sus pasos y concluir la jornada en poco más de dos horas. Otra salida es el punto en que nos encontramos, tras subir un sendero entre perdido y permanente que nos lleva hasta el final de los pinos; pues bien, a nuestra derecha un cortafuegos o similar nos pone en una pista que regresa a la Granja haciendo así una ruta circular.

Continuaré en otro momento. Calma. Leed siempre y con moderación.


Javier Agra.

miércoles, 16 de abril de 2014

POR LA PEDRIZA CON LA DILIGENCIA

Si fuera dado a inventar adivinanzas, propondría ésta: ¿Qué reducida montaña produce más sensaciones y más grandes que su tamaño? Respuesta: La Pedriza. Pero como solamente soy aprendiz de montañero, cruzo el puente sobre el Manzanares (en esta época del año se ha ganado el sonoro nombre de río) en compañía de Jose y otros buenos compañeros y nos dirigimos hacia el Collado del Cabrón. Por si la inercia del inicio no fuera suficiente, los diferentes caminos a seguir están bien señalizados con cartelería para distribuir a los montañeros, paseantes o quienes deseen relajar un breve tiempo su espíritu. La Pedriza ofrece muchos niveles de relajado solaz.

Por el valle queda cantando el Arroyo del Risco, mientras nosotros paseamos nuestra vida entre garridos pinares, sabinas con aire de ancianidad, enebros que calzan sus ramas desde el suelo, cogolludas jaras, escondidos torviscos. Cuesta arriba repite el eco sonoro el pica pinos, el carbonero extiende su canto a nuestro paso. Tal vez llevamos caminando veinte minutos cuando una enorme roca llega hasta nosotros (queda inmóvil a una prudente distancia para no aplastarnos) por la derecha y nos indica el sendero por donde se sube a ver El Cáliz. Se lo agradecemos pero continuamos hasta el Collado del Cabrón.

El Collado del Cabrón tomó este nombre por algún episodio ocurrido siglos atrás entre machos y hembras de cabra. De modo, amigos lectores, que es un nombre tan inocente como cualquier otro nombre.

Hasta este punto resulta un descansado paseo. Desde aquí la vista goza, el espíritu vuela, el corazón se dilata enamorado, se silencia la palabra…Cruce de caminos. Hoy vamos hacia El Pajarito; se ha quedado con ese nombre pues su homónimo El Pájaro es más grande y se ve desde más cerca del inicio de la marcha. Ahora empieza la senda a ser más montañera, la dificultad aumenta por la inmensidad de rocas, la fatiga…Pero es nuestra ruta. Por aquí hemos pasado varias veces todos cuantos paseamos con mochila y botas la Pedriza de Madrid. Recordamos el paso más arriesgado, la pared que más conviene tener cerca, la encina que nace en medio de la roca…

Subimos por la Canal del Pajarito.


Las cumbres de la Vela, el Pajarito y la Campana rodean un paraíso conocido como Jardín de la Campana, oasis de pinos nacidos en mullida tierra. Otra parada para el éxtasis de los sentidos y continuamos la ruta calmada entre las informes rocas y las rocas con nombre en busca del siguiente escalón, allá arriba en la base del Carro del Diablo. En esta altura está hoy nuestra cota. Estamos llaneando cumbres, bajo el hermano sol, sobre la hermana tierra, en la naturaleza hermana; en estas montañas entendemos las palabras del águila, de la cabra, del ratón, de la lagartija, del aire y del agua.


Frente a nosotros se ha detenido La Diligencia, un cochero la conduce; sobre la baca están los bultos de los invisibles viajeros; los caballos se han ido a pacer porque es la hora de su descanso.

Nosotros también nos detendremos enseguida, en el camino de vuelta apenas abandonemos el Collado de la Romera. Los pinares se han cerrado sobre nuestras cabezas, los senderos son ahora plácidos con el mullido de sus cien mil hojas. Hoy podemos recorrer la Pedriza sin peligros diversos, sin más problemas que la fatiga; nuestras marchas llegan hasta donde la valentía hace frontera con la temeridad, ahí se detienen y regresan. Esta mañana queremos hacer un homenaje a los antiguos “descubridores” de la Pedriza y visitamos, con unción y respeto,  la Majada de Quila: aquí pernoctaban aquellos pioneros que no tenían más transporte que alguna mula hasta el pueblo, entonces pequeño pueblo, de Manzanares el Real, sin más senderos ni rutas marcadas que su intuición y su constancia en comenzar de nuevo.

Fotografía de la Majada de Quila, desde el homenaje y el respeto.

Llegamos a Cuatro Caminos. Una hora más de marcha y estaremos en el coche. A la derecha, sobre la cumbre, el Cancho de los Muertos; a nuestra izquierda, en el fondo del valle, el Arroyo de la Majadilla; a nuestra derecha, escondido entre rocas y olvidado por el tiempo, el Refugio Kindelan; a nuestra izquierda, cercana a nuestro paso, la Charca Kindelan, pegada al cielo Peña Sirio y la Cueva de la Mora. La Pedriza produce más sensaciones y más grandes que su tamaño.


Javier Agra.

domingo, 13 de abril de 2014

CHORRERA DE ROVELLANOS

Terminaba mi anterior narración en el pueblo de Canencia. Un breve paseo por la plaza para escuchar el silencio festivo de esta mañana avanzada, trae a mi recuerdo diferentes explicaciones en torno al origen del pueblo: no me atrevo a elegir entre el topónimo “canecer” de las canas blancas de sus montañas de nieve o la derivación de la ninfa semidiosa Canente, diosecilla del canto, amante feliz del rey Pico al que Circe, celosa en grado superlativo, convirtió en ave; desde entonces Canente lo busca entre el agua de los arroyos y los matorrales de las montañas. Tal vez del latín “cadere” que nosotros decimos caer, por la abundancia de sus fuentes y arroyos que caen de las cumbres a los diferentes valles.

Nada más dejar la plaza del Ayuntamiento, sale a la derecha la calle Toriles que nos lleva hasta una pista de tierra, cortada al paso de vehículos no muchos metros más allá. A esta hora el sol nos hace señas para que pongamos la gorra: ¡Se ha terminado el bosque! ¡Cuidad vuestras cabezas! En conversaciones con el sol, con los pinos y las aves, llegamos por la bien trazada pista hasta que vemos allá abajo la presa del Batán donde se juntan los arroyos Ortigal que baja por nuestra izquierda y el Matallana que llega brincando montes y riscos desde la zona de Cabeza de la Braña.


Sentado junto a la presa del Batán. 

Hasta hace pocos días, esta maravilla de Rovellanos era desconocida para nosotros; hoy no necesitamos más indicaciones para tomar la dirección correcta. Ahora lo complicado es encontrar un sendero que nos lleve hasta sus aguas. Rastreando Jose y yo, sabuesos de montaña, encontramos una senda que inicia su recorrido apartándose un poco del arroyo para ir ganando altura, después la perderá y la volverá a ganar…el sendero es un tobogán de la naturaleza…es el tobogán de la vida…sensaciones y sentimientos que construyen las olas del corazón.

Desde la distancia, descubrimos con claridad el ronco golpeo del agua sobre el rocoso cauce, el brillo fogoso de la cascada al medio día. Este constante subir y bajar por la ladera, entre espinas y arañazos de zarza se diluye por la llamada a voces del agua entre las peñas. Estamos cerca de nuestro objetivo y pensamos, los dos montañeros al mismo tiempo, que habría sido mejor comenzar la subida unos cientos de metros antes de la presa del Batán y llegar hasta la cascada por la cumbre que ahora descansa sosegada a nuestra derecha. Habría sido mejor…pero ahora ya hemos llegado por este intrincado sendero.



Para visitar con sosiego, la cascada de Mojonavalle que vimos esta mañana; ésta otra a la que acabamos de llegar y en la que estamos mojando los pies es más trabajosa. Acaso, por lo mismo, es también más desconocida y solitaria. El esfuerzo tiene muchos premios: la soledad, el silencio… ¡ah, el silencio! Sentados con los pies en la pequeña laguna donde remansa la Cascada de Rovellanos podemos meditar largamente sobre la vida y filosofar incluso sin miedo a ser interrumpidos si no es por algún curioso pájaro o algún sediento animalillo que se llega hasta estas espesuras a buscar vivienda y agua.

La cascada se remansa en una poza escondida entre amplia vegetación despreocupada, protegida y adornada por sauces y fresnos. Aquellos sauces de mi infancia, de donde cortaban nuestros mayores las vilortas para construir con ellas las cestas tan útiles y necesarias en las tareas domésticas. Con los pies frescos en el agua, me doy cuenta que cuando hablo de mis pueblos no puedo recordar otra cosa que no sea mi infancia. Los años posteriores seguí naciendo a la vida y sus experiencias en otros diferentes y lejanos lugares, no volví a Acisa de las Arrimadas sino en contadas y separadas ocasiones. Y ahora que la nieve de los años deposita serenidad sobre mis sienes recuerdo… y pienso que seguramente tendría que volver alguna temporada por aquellos pueblos donde comencé a nacer.



El regreso pudo haber sido plácido y sin inventar senderos…pudo. Pero los montañeros pensaron que saliendo por la otra orilla a media ladera encontrarían algún apacible sendero. Allí entendimos el abandono de nuestros montes, allí padecimos la ausencia de referencias, allí prorrumpimos en lamentos de la vida endurecida; allí creímos que alguna serpiente acabaría con nuestras vidas; allí imploramos al sol que se detuviera y alumbrara nuestros pasos; allí…allí veo un claro que baja hasta el arroyo…llegamos hasta su orilla y saltamos como mejor pudimos; allí fue nuestro gozo y emocionada alegría; allí dio fin la singular aventura del regreso de los dos montañeros inventando senderos entre espinos fieros y violentas retamas.

Entrados ya en la amplia pista de tierra, solamente quedaba llegar hasta unos cercanos pinos y sentarnos a comer a la caricia de la sombra. Los violines de las aves ponían música a nuestro almuerzo, allá abajo ronroneaba cadente el arroyo del Batán momentos antes de llegar al molino del Morote, también llamado molino del Gollote. Apenas nos percatamos de la presencia de la ninfa Canente quien nos preguntó por su amado Pico, el rey de los laurentes. No pudimos apagar su sed.


Javier Agra

viernes, 11 de abril de 2014

CHORRERA DE MOJONAVALLE

La Sierra de Guadarrama tiene diversas cascadas en sus antojadizos arroyos que en esta época de primavera se engalanan de sonido y fulgor, brillo y música temporal antes de retornar al silencio del verano. Estos días estamos, pues, aprovechando la ocasión de realizar estas rutas entre la vegetación y el agua.

Carretera de Colmenar adelante, sobrepasado Soto del Real y Miraflores de la Sierra, llegamos al Puerto de Canencia para visitar la Chorrera de Mojonavalle. Tal vez aunque fuéramos sin mochila, volveríamos al punto de partida sin demasiada necesidad de agua. No obstante, sabemos que la prudencia acompaña al montañero; además de prudencia llevamos agua y algún alimento.



Unos metros antes del kilómetro ocho, nos encontramos con una pista muy bien trazada que sale a nuestra izquierda, hace recodo con una cuidada fuente y continúa plácida entre el bosque. Cuentan los expertos que hemos entrado en un bosque oromediterráneo relicto. Yo entiendo que se debe tratar de un lugar con clima de montaña donde las coníferas, que son la vegetación más abundante, tienen que soportar climas fríos con frecuentes heladas y rigurosos calores según toque en cada estación. Aquí se ha reducido a endemia local o reliquia (por eso lo de relicto) el bosque que hace muchos, pero muchos años y siglos, se daba en áreas más abundantes.

Poco sabemos de botánica general, de modo que nos centraremos en identificar un abedul como diferente de un pino o de un abeto de Duglas o de los preciosos acebos. En estas meditaciones hemos superado la barrera que impide el paso a vehículos y de inmediato nos desviamos para acercarnos a un chozo que reproduce antiguas viviendas humanas. El asombro aumenta al descubrir junto a unas cercanas peñas los primeros tejos que veremos durante esta jornada entre montañera y botánica.


La pista es muy transitable y me atrevo a recomendarla a personas que no se sientan con mucho ánimo de hacer montaña. Llegar a la Cascada es una empresa sencilla. Dejamos a la derecha un desvío con escalera de piedra (por el que regresaremos cerrando la marcha en un círculo) y continuamos, sin más preocupación que conversar con las diferentes clases de árboles, hasta encontrarnos con el edificio que fue Aula de Educación Ambiental el Hornillo; aún conserva en muy buen estado un grupo de mesas y sillas cómodamente situadas bajo techado. Conversamos con un anciano abedul indolente en medio de la pradera que está a la espalda de la edificación y nos indica, amable y soñador, que continuemos a nuestra izquierda por el sendero que no tiene pérdida.

El piso está menos trabajado pero sigue la tónica del paseo placentero. A estas alturas del lluvioso abril cruzamos un regato mientras escuchamos las encrespadas aguas del cercano Arroyo del Sestil del Maíllo. De inmediato, un sonido, que es más bramido indica, que estamos muy cerca de la Chorrera de Mojonavalle a la que llegamos antes con la vista que con el pie, antes con el corazón, que con la cámara de fotos, antes con la palpitante emoción que con la serenidad del paseo.


La Chorrera de Mojonavalle se recorta sobre el cielo y parece que cabalga entre invisibles nubes antes de caer, como una orquesta de trompetas, hasta nuestros pies en un instante entre colores de luz. La Cascada de Mojonavalle es, con el agua de esta primavera, un ballet armonioso de la naturaleza.

Una cerrada curva a la derecha conduce hasta un cruce de cuatro caminos, seguimos el que baja a nuestra izquierda en diagonal descendente para cruzar sobre un puente el Arroyo del Sestil del Maíllo. Un sendero nos puede conducir hacia arriba de la montaña, nosotros descendemos suavemente junto al arroyo. Caminamos entre una alfombra de hojas de roble, abundan los abedules, descubrimos un brioso tejo…estamos en el paraje conocido como “Abedular de Canencia”. Que este singular paisaje sea poco transitado en una sorpresa y es un regalo para el silencioso recogimiento.

Jose domestica a un brioso tejo.

Los viajeros están viendo de cerca el Puente de la Posada y sobre él la carretera del Puerto, cuando tienen que hacer otra parada para admirar embobados el “acebo singular” registrado por la Comunidad de Madrid con el número setenta y seis. Queda también fotografiado y queda enmarcado en nuestro semblante atónito. Por la carretera, en dirección al Puerto de Canencia, caminamos menos de cuatrocientos metros y encontramos una trocha que sale a la derecha entre abedules y un vistoso acebo, en pocos metros estamos en el sendero de regreso. El sendero nos conduce hacia nuestra derecha entre curveos de ascensión suave. A nuestros pies mucho agua, de arroyos y surgencias impensables… está rezumante y bella la Sierra.


 ¡Ay, viejo pastor cuidador de los acebos!

Encontramos el cruce del que antes hice mención. Ahora recorremos hacia nuestra izquierda el cuarto brazo que nos quedaba. Más abedules, otro grupo de tejos…se aclara el bosque y se ensancha la vista hasta la nieve de la montaña…el bosque se cierra nuevamente y vuelven los tejos, a nuestra derecha una piedra caballera capricho de siglos sin nombre y otro grupo de acebos conversan con los pinos y con los viajeros. Un par de lazadas a derecha e izquierda y el sendero nos acerca a los escalones de piedra para cerrar el círculo en la pista forestal del inicio, camino ya del Puerto de Canencia.

A los viajeros les parece poco trabajo esta marcha de tres horas para nombrarse montañeros y deciden hacer una segunda parte con la Chorrera de Rovellanos. Para lo que llegan en coche hasta el pueblo de Canencia y continúan… Pero eso será otra narración amables lectores. Para hoy es suficiente el embeleso mágico de Mojonavalle.

Javier Agra.

martes, 1 de abril de 2014

CHORRO DEL DURATÓN Y CEBOLLERA VIEJA

Los nombres se confunden o se funden por remedos de la historia. Se pueden llamar de diferentes modos y mantener la belleza única del asombro. Varias veces había subido a la Cebollera Vieja o Pico Tres Provincias y de cada subida conservo vivencias diversas, porque la montaña es nueva a cada instante, a cada mirada, a cada respiración.

La montaña es nueva a cada instante. Aquí la vemos entre la niebla. 

En el Puerto de Somosierra encontramos la sencilla Ermita de la Virgen de la Soledad, con una inscripción en recuerdo del general San Juan; en el interior una vidriera con la Virgen de Czestochowa patrona de Polonia; allí recordamos la fiereza inútil de cualquier guerra; allí recordamos las tropas españolas conteniendo a los franceses de Napoleón hasta que los valerosos polacos asaltaron y destruyeron a las cuatro baterías de cañones de las tropas españolas, las derrotaron y los franceses entraron vencedores en Madrid; allí recordamos nuestra incomprensión dolorida ante la guerra.

Nosotros, montañeros que compartimos con cualquier nacionalidad y persona el amor por respirar alturas, llegamos en coche hasta la gasolinera de la vieja Nacional I y continuamos casi mil metros. Hacia la derecha sale un camino muy bien marcado. Botas, mochila… y a caminar.

Dejamos atrás una puerta metálica, nos encontramos el Arroyo de las Pedrizas que, sin permiso de los viajeros, ha invadido (como los franceses de antaño) el camino que era paseo, lo sorteamos sin necesidad de gran astucia sobre unas piedras colocadas sabiamente para tal menester. Cien metros más adelante encontramos el Arroyo de la Peña del Chorro, aún no lo pasaremos porque nuestro primer objetivo del día es precisamente el Chorro del Duratón que también se llama Chorrera de los Litueros.

Sendero arriba nos acercamos a la Cascada, la emoción puede impedir ver los matojos de rascaviejas…los montañeros entienden de inmediato que es necesario prestar atención al gozoso objetivo del día pero también a la sencillez de cada paso. En breve se disfruta de la magnífica vista de la Chorrera, del sonido vivo de su arremolinada agua, de la algarabía dócil de la naturaleza que allí se asienta, se extiende, se comunica, se dilata, se entrega entre el resplandor y el brillo opaco de la mañana.



Regresamos entre el gozo y la prudencia, cruzamos el Arroyo de la Peña del Chorro…unos metros más abajo, antes de la vieja carretera se juntarán los dos arroyos para formar el río Duratón. Ya estamos caminando hacia la cumbre por una pista que asciende en amplísimos zigzag. Caminamos algo más de un kilómetro, allá arriba frente a nosotros está el pinar y hacia él se dirige una senda que gana altura rápidamente y que nosotros haremos nuestra monte arriba, escoltados por los cambrones ahora llenos de vida y explosión vegetal de primavera.

Curva, curva, curva. Ya estamos metidos en un inmenso cortafuegos. Pensamos que tenemos que llevar saludos de los pinos de nuestra derecha a los de nuestra izquierda y hacemos una perfecta diagonal, porque sabemos que allí está una pista que tenemos que cruzar para continuar cortafuegos arriba. Aquí hubo una señal de prohibido el paso a vehículos…sobre el suelo duermen indolentes los restos de lo que hace algún tiempo debió ser una cadena bien colocada por manos humanas. ¡Ay, cuánto despojo encontramos en nuestros viajes! ¡Cuánto abandono! Imagino que estamos perdiendo un importante potencial en agricultura y ganadería en la inmensidad de nuestros despoblados entornos.

Más arriba nos topamos con la alambrada que delimita las provincias de Madrid y Segovia. Por el lomo del cordal cabalgamos la montaña. Desde aquí las vistas son de una solemnidad asombrosa, pero hoy la niebla nos mantiene en un recoleto y cartujo misticismo interior; hoy la montaña nos convida al reflexivo silencio, a contemplar la paz y la belleza de lo inmediatamente cercano.



La nieve ha dejado atrás los últimos esfuerzos retorcidos de los pinos. El mismo sendero que, en otras condiciones, no presenta ninguna duda, es hoy un pequeño reto. Continuamos porque la cumbre está trescientos metros más arriba y nosotros vamos a su encuentro. ¿La montaña juega a defenderse o a probar el tesón de los montañeros? Manda unas primeras gotas de nieve…resistimos; lanza ventolera “cortaorejas”… nos abrigamos y resistimos; oculta con nieve vieja y nueva nieve cualquier atisbo de sendero…concentramos la atención y resistimos; la fatiga… ¡está muy cerca la cumbre! Resistimos.

La fotografía de cumbre es para Jose. No llegó nadie que nos retratara a los dos juntos. Y para mí es una satisfacción poder decir en cualquier momento que yo debo mis montañas a Jose.

Visitamos también el gran bloque de piedra con una placa homenaje a los Agentes Forestales. Tocamos el vértice geodésico. Estamos a dos mil ciento veintinueve metros. Estamos felices. Estamos congelados. Estamos eufóricos. Estamos poéticos. Estamos… Estamos buscando nuestras pisadas (nuevos pulgarcitos entre la nevada) para regresar sin desviarnos mientras conversamos con la niebla, con el compañero y con nuestra alma.

Regresamos al pinar, más abajo de la intensa niebla y la cerrada nevada. Terminada la breve aventurilla, nos sentamos a comer las viandas. El resto coser y cantar…cantar sobre todo de las aves que acompañan nuestros paseos y no necesitan esconderse porque saben que los montañeros formamos, como su canto y su vuelo, una estrecha unión con la naturaleza.


Javier Agra.