Los nombres se
confunden o se funden por remedos de la historia. Se pueden llamar de
diferentes modos y mantener la belleza única del asombro. Varias veces había
subido a la Cebollera Vieja o Pico Tres Provincias y de cada subida conservo vivencias
diversas, porque la montaña es nueva a cada instante, a cada mirada, a cada
respiración.
En el Puerto de
Somosierra encontramos la sencilla Ermita de la Virgen de la Soledad, con una
inscripción en recuerdo del general San Juan; en el interior una vidriera con
la Virgen de Czestochowa patrona de Polonia; allí recordamos la fiereza inútil de
cualquier guerra; allí recordamos las tropas españolas conteniendo a los
franceses de Napoleón hasta que los valerosos polacos asaltaron y destruyeron a
las cuatro baterías de cañones de las tropas españolas, las derrotaron y los
franceses entraron vencedores en Madrid; allí recordamos nuestra incomprensión
dolorida ante la guerra.
Nosotros, montañeros
que compartimos con cualquier nacionalidad y persona el amor por respirar
alturas, llegamos en coche hasta la gasolinera de la vieja Nacional I y
continuamos casi mil metros. Hacia la derecha sale un camino muy bien marcado.
Botas, mochila… y a caminar.
Dejamos atrás una
puerta metálica, nos encontramos el Arroyo de las Pedrizas que, sin permiso de
los viajeros, ha invadido (como los franceses de antaño) el camino que era
paseo, lo sorteamos sin necesidad de gran astucia sobre unas piedras colocadas
sabiamente para tal menester. Cien metros más adelante encontramos el Arroyo de
la Peña del Chorro, aún no lo pasaremos porque nuestro primer objetivo del día
es precisamente el Chorro del Duratón que también se llama Chorrera de los Litueros.
Sendero arriba nos
acercamos a la Cascada, la emoción puede impedir ver los matojos de rascaviejas…los
montañeros entienden de inmediato que es necesario prestar atención al gozoso
objetivo del día pero también a la sencillez de cada paso. En breve se disfruta
de la magnífica vista de la Chorrera, del sonido vivo de su arremolinada agua,
de la algarabía dócil de la naturaleza que allí se asienta, se extiende, se
comunica, se dilata, se entrega entre el resplandor y el brillo opaco de la
mañana.
Regresamos entre el
gozo y la prudencia, cruzamos el Arroyo de la Peña del Chorro…unos metros más abajo,
antes de la vieja carretera se juntarán los dos arroyos para formar el río
Duratón. Ya estamos caminando hacia la cumbre por una pista que asciende en amplísimos
zigzag. Caminamos algo más de un kilómetro, allá arriba frente a nosotros está
el pinar y hacia él se dirige una senda que gana altura rápidamente y que
nosotros haremos nuestra monte arriba, escoltados por los cambrones ahora
llenos de vida y explosión vegetal de primavera.
Curva, curva, curva. Ya
estamos metidos en un inmenso cortafuegos. Pensamos que tenemos que llevar
saludos de los pinos de nuestra derecha a los de nuestra izquierda y hacemos
una perfecta diagonal, porque sabemos que allí está una pista que tenemos que
cruzar para continuar cortafuegos arriba. Aquí hubo una señal de prohibido el
paso a vehículos…sobre el suelo duermen indolentes los restos de lo que hace
algún tiempo debió ser una cadena bien colocada por manos humanas. ¡Ay, cuánto
despojo encontramos en nuestros viajes! ¡Cuánto abandono! Imagino que estamos
perdiendo un importante potencial en agricultura y ganadería en la inmensidad
de nuestros despoblados entornos.
Más arriba nos topamos
con la alambrada que delimita las provincias de Madrid y Segovia. Por el lomo
del cordal cabalgamos la montaña. Desde aquí las vistas son de una solemnidad
asombrosa, pero hoy la niebla nos mantiene en un recoleto y cartujo misticismo
interior; hoy la montaña nos convida al reflexivo silencio, a contemplar la paz
y la belleza de lo inmediatamente cercano.
La nieve ha dejado
atrás los últimos esfuerzos retorcidos de los pinos. El mismo sendero que, en
otras condiciones, no presenta ninguna duda, es hoy un pequeño reto.
Continuamos porque la cumbre está trescientos metros más arriba y nosotros
vamos a su encuentro. ¿La montaña juega a defenderse o a probar el tesón de los
montañeros? Manda unas primeras gotas de nieve…resistimos; lanza ventolera “cortaorejas”…
nos abrigamos y resistimos; oculta con nieve vieja y nueva nieve cualquier
atisbo de sendero…concentramos la atención y resistimos; la fatiga… ¡está muy
cerca la cumbre! Resistimos.
La fotografía de
cumbre es para Jose. No llegó nadie que nos retratara a los dos juntos. Y para
mí es una satisfacción poder decir en cualquier momento que yo debo mis
montañas a Jose.
Visitamos también el
gran bloque de piedra con una placa homenaje a los Agentes Forestales. Tocamos
el vértice geodésico. Estamos a dos mil ciento veintinueve metros. Estamos
felices. Estamos congelados. Estamos eufóricos. Estamos poéticos. Estamos…
Estamos buscando nuestras pisadas (nuevos pulgarcitos entre la nevada) para
regresar sin desviarnos mientras conversamos con la niebla, con el compañero y
con nuestra alma.
Regresamos al pinar,
más abajo de la intensa niebla y la cerrada nevada. Terminada la breve
aventurilla, nos sentamos a comer las viandas. El resto coser y cantar…cantar
sobre todo de las aves que acompañan nuestros paseos y no necesitan esconderse
porque saben que los montañeros formamos, como su canto y su vuelo, una
estrecha unión con la naturaleza.
Javier Agra.
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