A quienes leéis
mi blog, quiero contar una cosa grande. Concepto, este de grandeza, que
seguramente no está generalizado pues para cada lector, la grandeza, consistirá
en lo que es grande para su corazón y su espíritu. Dejaré mi primer entusiasmo
aparcado y escribiré asombrado lo que he visto y oído en mi paseo al Chorro
Grande de la Granja. Al que añadimos, para completar la jornada, la ascensión
al Pico del Reventón. Es verdad, no lo quiero negar ni disimular ni ocultar,
que la propuesta, como la mayoría de las propuestas montañeras en las que
participo, también partió de Jose.
No penséis que
es largo el prólogo, pues mientras cuento estos párrafos, llegamos en coche
hasta la Urbanización Caserío de Urgel en la Granja de San Ildefonso y allí
aparcamos en el Camino del Chorro. Estaba en calma la tierra y el mar…lo de la
tierra lo sé porque lo vi, lo del mar porque me fio de quien lo cuenta.
¡Cuántas cosas aceptamos por la confianza del mensajero! ¡Confianza! Muy
avanzado el citado Camino del Chorro, tiene una salida a la izquierda, sin
otras señales que la vista a unos campos de roble rebollo y acaso un arroyo que
sale a llamarnos a nuestro encuentro.
Esta fotografía está tomada desde uno de los miradores mientras subíamos entre pinos y
peñas, después del asombro y contemplación pausada de la cascada.
Cruzamos una
puerta metálica y nos adentramos en el robledal de Navalosar, a nuestra derecha
suena a primavera el arroyo de Peña Berrueco, nombre frecuente en nuestra
toponimia porque abunda el granito al que también llamamos piedra berroqueña. A
sus aguas se asoma el poderoso berro que además de alimentar limpia, dicen, la
sangre; el aromático sándalo; frescas pamplinas en otros lugares llamadas
corujas, para fortalecer las vías respiratorias; tiernas hojas de diente de
león ricas en vitaminas; la meluja de fino tallo y exquisito sabor en la
ensalada.
El robledal se
asienta estos días sobre suelo verde y suave, sus hojas son apenas mil
brillantes puntas donde los brotes duermen. Un canal de riego tiene hoy
semejanza de río; pero no, es solamente un ramal que llega desde el arroyo de
la Fuente del Infante que cruzaremos en breve, antes de atravesar otra pequeña
portilla mientras ascendemos entre la vegetación de monte bajo camino del
pinar. Pero de todo esto no queda registro en el corazón porque deja su espacio
al asombro del Chorro Grande que suena y se ve al mismo tiempo allá arriba
entre los brillos de inmensas láganas o llambrias lamidas por el agua de
siglos.
La orquesta de
agua llena de aromas tibios el pinar esta mañana de abril; mientras caminamos
senda arriba el agua suena con melodías de tuba a nuestra izquierda; las aves
son los violines; el cielo hace de cielo y nosotros de absortos contemplativos
en la base misma del Chorro Grande. La primavera se escribe con asombro de
agua, con algarabía de asombrado corazón; la primavera ha puesto aquí su cetro
de cascada en un inmenso pentagrama de armoniosa naturaleza en continuo cambio
de timbre de sonido, en constante armonioso iris de colores. El Chorro Grande
trae al viajero lo inmutable en un instante, la fortaleza de la montaña en esta
debilidad fugaz, la permanencia infinita se escapa ladera abajo y el agua en
perpetuo movimiento es siempre presencia y distancia. Más abajo remansa en una
pequeña lagunilla de quietud entre los salgueros, tal vez para que el viajero
entienda que pasamos y quedamos al mismo tiempo, que nuestro corazón vuela
espacios mientras abraza presencias.
Los montañeros
se despiden de las ondinas y las náyades.
Los montañeros
saben que estas criaturas del agua necesitan soledad para volver a tomar cuerpo
y continuar su deleitoso juego.
Los montañeros
vuelven al sendero que sube entre las peñas y el pinar, ahora más cansinamente
porque quiere sombra y silbido de hoja verde.
Los montañeros en
el silencioso descanso escuchamos todos los sonidos de la humanidad y de la
naturaleza toda, unidos en incansable y meditativo fluir.
Los montañeros,
curiosos no obstante, se asoman a diferentes alturas en los distintos miradores
que van encontrando; miran la belleza del agua y escuchan el rumor del juego
invisible de las criaturas fabulosas del agua y las tonadas del hada Stromkarl.
Fotografía
hacia el valle por el que subimos. Con la Granja, el embalse del Pontón Alto,
Segovia…
Ciento veinte
metros más arriba estamos en la cabecera de la cascada. A nuestros pies la
Granja, más lejos las llanuras castellanas de Segovia en pleno verdor de
primavera. Más arriba, sobre nosotros, el río canta aleluyas de agua en corrientes
del arroyo y en diminutas cascadas.
Una vez que el
viajero ha gozado de la cascada, puede volver sobre sus pasos y concluir la
jornada en poco más de dos horas. Otra salida es el punto en que nos
encontramos, tras subir un sendero entre perdido y permanente que nos lleva
hasta el final de los pinos; pues bien, a nuestra derecha un cortafuegos o
similar nos pone en una pista que regresa a la Granja haciendo así una ruta
circular.
Continuaré en
otro momento. Calma. Leed siempre y con moderación.
Javier Agra.
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