lunes, 30 de marzo de 2015

LA PEDRIZA: LAS CUATRO DAMAS



Misterios y rincones juegan al escondite en la Pedriza.
Un agateador común revolotea entre las zarzas de la pradera donde aparcamos entre el sol y el brillo de las piedras. El Canto del Berrueco está llorando ausencias pues se siente prisionero amurallado en propiedad privada. Emprendemos el camino con la ópera musical del Arroyo de Santillana a nuestro lado.


Entrada de la mina abandonada de La Gran Cantera.

Los puñales de la historia se han clavado en las entrañas de la sierra. Hoy no sabré cantar su llanto, hoy me sentaré ante la inmensa grieta de la Gran Cantera de granito para recordar con los sauces que ahora crecen los cuchillos que segaron vidas, la sangre derramada de la naturaleza, de las personas, de los risueños animales… ¡Mira al futuro! Me comenta una gineta que hace un buen rato se ha sentado a mi lado para intentar dar color a mis duelos. ¡Mira al futuro!

Los montañeros nos adentramos por los suaves ribazos del Hueco de Coberteros entre el trino suave de algún escondido petirrojo. El sendero sube monte arriba buscando el Collado de la Dehesilla, sortea brillantes pinos, cantuesos sedosos salpicados en diminutas praderas, punzantes enebros de jóvenes acículas, desnudos robles de añosa corteza con pequeñísimas luces verdes de esta nueva primavera. Las rocas de la Pedriza,  impertérritas ante el vendaval del invierno que se ha ido, inmóviles en esta mañana de sol, se acurrucan en gavillas o explosionan en mística soledad para dar la bienvenida al grupo de montañeros que llega al Collado de la Dehesilla con respiración de fatiga y sonrisa de sosiego.


La encrucijada del sendero que continúa hacia el Yelmo. Ese hermoso mar pétreo se llama Canto del Berrueco -el mismo nombre que la emblemática piedra desde donde iniciamos la marcha allá abajo- 

Cien metros más arriba llegamos a la encrucijada del sendero que sigue hacia el Yelmo y es más frecuentado; y el más escondido que nos acerca hasta la formación de La Cara y Las Cuatro Damas. La Pedriza tiene misterios sonoros, es un concierto de violines de Brahms que palpita cercanías táctiles y alejados sueños; es una flor de primavera que destella luces en la corola y es bullicio de vida y alimento en las anteras.


Llegamos a la planicie donde sonríen Las Cuatro Damas y La Cara. El conjunto de piedras y sosiego lleva siglos contemplando las llanuras de Madrid y más lejos las esperanzas de paz para la tierra toda.

Las Cuatro Damas, fisuras de piedra y volátil tisú al viento, se agrupan en esta breve meseta de éxtasis y seducción; llaman al reposo antes de continuar sendero; los montañeros contemplamos pliegues de luz y sosiego, nos sentamos en silencio a comer un bocado; entre asustado y curioso asoma y se esconde presto un lirón careto, menos precavido vuela airoso un herrerillo haciendo hilvanes y juegos con el pausado buitre.


Una vista más cercana de Las Cuatro Damas y La Cara. La piedra de la derecha semeja tal mente un rostro humano.

Volvemos por la loma de Las Peñas Sordas y el Jaralón, para un asiduo paseante por la Pedriza seguirán apareciendo cada jornada escondidos y nuevos senderos; no importa adentrarse otra vez más en este laberinto que es toda la Pedriza porque también hoy salgo con el alma dando saltos como joven comadreja. Más abajo nos esperan las abejas que ignoran nuestro paso pues atienden a engalanar sus colmenas; y otra vez el amplio sendero que nos llevará hasta el coche entre la conversación y el silencio.

Javier Agra.

domingo, 29 de marzo de 2015

SIERRA DE HOYO DE MANZANARES: PEÑALIENDRE



Desde el aparcamiento junto al depósito de agua en Hoyo de Manzanares, transita un sendero bajo por entre las encinas y las jaras de sosiego pasear para quienes desean tener un tiempo de solaz en medio de la naturaleza. Los montañeros inician esta ruta una mañana lluviosa; hasta superar la caseta del canal tendrán que esquivar senderos que vienen y van. Aquí conviene estar avisado de la cercanía del chorro o cascada del Covacho en la caída del Arroyo de Peña Herrera.

La Cascada del Covacho es un oasis lírico esta mañana bajo la llovizna. Los montañeros nos empapamos más de encinas y sosiego que de agua.

En conversación con el Arroyo de Peña Herrera, sube un sendero acaso de trazas nuevas; puede ocurrir que esté naciendo un camino entre las urces florecidas este inicio de primavera. Con ser sencilla la ruta, a partir de la cascada se endurece un poquillo para las piernas al tiempo que se libera el alma. Subimos hasta las faldas del Cerro Lechuza para encontrarnos con una anchurosa senda muy bien trazada que nos lleva valle arriba. Hemos de caminar un rato entre la contemplación y el canto de la perdiz.

Apenas superamos el Arroyo de Peña Herrera casi en su nacimiento en lo alto del valle, sale hacia las cumbres una senda que nos llevaría hasta la Silla del Diablo; pero nosotros tenemos la mira puesta en Peñaliendre con su Mirador y su misteriosa casa que ya asoman muy cerca ante nosotros.

El Mirador

El relajante panorama desde el Mirador nos permite recorrer de un vistazo la marcha de hoy. Al fondo fuera de nuestro objetivo está el inicio de nuestro paseo, fuera queda la Cascada del Covacho con diversos puntos de caída. Esas dos montañitas que vemos son los picos del Cerro Lechuza por donde llagamos a esta meseta que hasta aquí nos trajo por un valle a nuestra derecha; regresaremos por el valle que está oculto a nuestra izquierda.

La casa en ruinas sobre la cima del Cerro de Peñaliendre. No termino de entender el sentido del nombre del cerro.

Un lugar hermoso y donde está aposentado el sosiego entre siglos de naturaleza. El diccionario cuenta que aporrearle a alguien las liendres es argüir con vehemencia. Tal vez sea entonces este espacio un buen lugar para la reflexión y la palabra, para el reto dialéctico y la argumentación pausada aunque vehemente. Tal vez esta casa ruinosa donde el tejado ya es un derrumbado amasijo de pizarra y carcomida madera, habitado por silencios y fantasmas de otro tiempo, sea un lugar de sabiduría proveniente del temor.

La sabiduría se apunta desde el temor.
¡Estás loco! me dirá el lector de estas mis aventuras y tendrá razón, si acaso la razón es capaz de sostenerse sin la locura, una locura de lanza en ristre capaz de emprender constantemente iniciativas desconocidas en este camino que es la busca de una tierra de libertad para todas las personas y para la naturaleza entera. La locura que provoca carcajadas sin necesidad de contar ni un solo chiste, porque la produce quien desmonta la seguridad de la sociedad organizada y se sale de sí mismo para verse desde fuera que es la más complicada forma de mirar. La locura es creación de nuevas estructuras y diferentes formas de mirar para distorsionar el mundo y volver a crearlo.

Había hablado de la sabiduría y el temor. Las personas nos enfrentamos con temor a las diferentes cuestiones desconocidas y de esta aproximación que es curiosidad nacen los experimentos con sus errores y aciertos; y estos aciertos los anotamos en la libreta del saber durante el tiempo de nuestra vida que es historia y sabiduría que añadimos al almacén de la sabiduría y la historia de nuestros ancestros. La sabiduría es la vida colectiva que se hace personal. A punto estoy de contradecir a Descartes y afirmar que existo y me afirmo y tal afirmación de mi existencia es mi pensamiento que se va expandiendo y mezclando con los múltiples millones de pensamientos que ha producido la humanidad y la naturaleza entera. Así pues la sabiduría es temor que es sorpresa y curiosidad.



En los alrededores de la destechada casa  de Peñaliendre, las floridas loníceras llaman a las abejas; el enhiesto ailanto y la luminosa robinia se dirigen a los dioses de la montaña y piden protección para los aventureros; la arracimada ferula y la jara brillante saludan nuestro camino de bajada para regresar por el camino del la Casa del Monte entre el musical sonido del agua libre de Arroyo de Peñaliendre. Sale el sendero a encontrarse con el amplio camino que transcurre por la hoya baja, muy cerca de la caseta del canal.

Los montañeros hacen una parada para comer la manzana y escuchar al colorido rabilargo que intenta formar su propia agrupación familiar en alguna cercana encina.

Javier Agra.

Nota de ortografía.- La planta llamada ferula también ha pasado al castellano como férula. Seguramente la pronunciación llana deviene directamente del latín, idioma que no ponía tildes. Bien podemos, por tanto, pronunciarla como llana o como esdrújula. Y no digo más.

jueves, 19 de marzo de 2015

CABEZA MEDIANA



El viejísimo Camino del Palero une el Puerto de Cotos con el Paular en un camino de conexión entre las dos mesetas. Era cuando el tiempo se media en pasos humanos o pisadas de caballerías. Alguna vez había recorrido la distancia entre Cotos y la Sillada de Garcisancho.

Es momento de recorrer otro tramo. Llegamos con el coche hasta el Mirador de los Robledos, por una pista asfaltada que sale de la carretera de Cotos a Rascafría en el kilómetro treinta y dos y trescientos metros. Las primeras luces asoman su despertar entre las ramas desnudas de los abundantes rebollos de la zona. El Mirador es amplio; entretenemos un rato nuestro inicio de marcha entre las vistas panorámicas y el monumento a la Guardería Forestal.


En el amplio Mirador de los Robledos, se erige este monumento a la Guardería Forestal.

La continuación de la marcha, o casi su inicio, es con suave inclinación de bajada, por una pista, hasta el Arroyo de la Umbría donde suena el agua remolinos del tiempo pasado bajo un puente del presente tiempo. Nada más cruzarlo, sube por su margen izquierda la Senda del Palero, otro ramal del GR10 muy presente en diversos lugares de esta sierra; durante un buen trecho llevaremos el arroyo a nuestro lado.

Los pinos, la vegetación entera se aclara para nosotros. Es como si antes no existiera el frescor verde de esta parte de la sierra; ¿las piedras, las ardillas de estos pinos, llevan siglos esperando la mirada atenta de unos ojos que den vida a la naturaleza? Ahí están palpitando la misma luz el corazón y el aire, los pies y las ramas que crecen entre la nevada, respiración unida de sangre y de savia.



Junto a un recodo del camino está la Lagunilla que mantiene agua en los crudos días de verano porque sabe que los animales necesitarán de su existencia cuando aprieten los calores y la naturaleza cuida la vida. Más allá, los montañeros siempre queremos subir un poco más arriba, se redondea el valle, poco a poco se cierra en una última pendiente que nos acerca a la Sillada de Garcisancho.

La vida es nueva en cada instante pero también es constante brote de recuerdos. Aquí nos miramos los dos montañeros en silencio y sentimos el mismo dolor ausente: Munia y Pipa vinieron hasta aquí con nosotros en nuestra última visita a la Sillada de Garcisancho, donde llegamos por otro sendero. Continuamos. Llegamos al Cerrito Sarnoso. Impropio nombre propio para este bello Cerrito desde donde las vistas y el asombro saltan entre Peñalara y la Cuerda Larga, entre los bosques de pinos y la luz del cielo. Cerrito, tu nombre será el que ponen los mapas; pero en el sosiego de nuestro corazón siempre serás un cerrito de bellas vistas.


Desde el Cerrito Sarnoso contemplamos al fondo parte de la Cuerda Larga y la hermosa cumbre de Peñalara. ¿Cómo no llamar bellas vistas a este gracioso Cerrito?

Baja un sendero entre pinos hasta la Silla de Malabarba, una amplia zona despoblada de árboles que nos lleva hasta la explanada de Cabeza Mediana. Es este lugar un sueño de paz, cantan los ángeles murmullo de árbol con la música de los pájaros; el sol mira por mis ojos y sopla por mi respiración el viento en la serenidad de las cumbres; cuando yo me vaya esta tarde, las estrellas dormirán sobre la amplia cima; cuando yo me vaya otra tarde más allá de las montañas, la montaña me amará como saben amar las madres.

Sentado sobre las peñas converso con mis años, mis palabras son años y espíritu que se agrupan y vuelan entre las encinas y los pájaros, mis pensamientos son quietud y vaho y así juegan desde mi corazón al infinito, desde el silencio al canto armonioso de la naturaleza entera.


Sentado sobre la cima de Cabeza Mediana...

Desde la pista por la que descenderemos dentro de un rato, sale un sendero bien visible hasta una caseta de vigilancia de incendios en la cercana zona de Los Cuchillares. Nos acercamos y contemplamos. En verdad se pueden ver los montes más alejados, hoy descubrimos tres columnas de humo que no sabemos distinguir si están sirviendo para aderezar el cocido o significan destrucción, con todo sospechamos del humo que revolotea por el collado de Malagosto.


La caseta de vigilancia está en un enclave hermoso y más despejado. Algún día dedicaré otra entrada a este lugar.

En el camino de regreso que es circular, aún pasamos por otra laguna. También será reposo de animales y aves en los calurosos días de futuros meses. Estamos sobre el valle del Lozoya, enseguida llegaremos al Mirador de los Robledos en esta jornada circular.

Javier Agra.