domingo, 17 de octubre de 2010

TORRE BERMEJA - LA CUMBRE

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Atrás habían quedado los valles y sus florestas, atrás los dulces paseos del pasado, atrás las avecillas de enamorados sones, atrás los arroyos de melodía solitaria que cuenta los versos del poeta y almacena los suspiros lánguidos y mansos del amor, atrás los armoniosos prados de animales saltarines y brisa de arrullo al tibio mecer del sol.

Pero en el Collado del Burro, las mochilas eran una realidad sudorosa a las que ya se habían pegado las piedras de las primeras horas de marcha y las botas pesaban con  pesadumbre de siglos entre lamentos por los seres conocidos – cercanos y lejanos – que se nos marcharon más allá de las pupilas, allá donde las yemas de nuestros dedos solamente alcanzan nombres y recuerdos.

Hacia la derecha vemos la cumbre aún lejana. Comienza el ascenso en serio; el ascenso y la búsqueda. ¿Por dónde será mejor seguir para llegar a la meta? – Piensa el corazón.
¿Acaso no has hecho suficiente esfuerzo esta jornada? Déjalo, insensato, mientras aún tienes claro el camino del regreso – Responde el cuerpo. Y así siguen conversando, entre la discusión y el aplomo, mientras tomamos un respiro. Pero como los montañeros somos personas, decidimos que la voluntad del espíritu se impone a la molicie del cuerpo y continuamos.

 ¡Jose, ánimo! ¡Ahora vuelvo a la brecha donde has quedado! ¡La salida es por donde tú estás!

Los Moledizos quedan a la altura de nuestra vista, estamos muy arriba. (Otros montañeros suben hasta su cima y llegan por la cresta, trepando entre las brechas, hasta la cumbre de Torre Bermeja) Continuamos vadeando los Hoyos Cavaos, tres pasos adelante y uno atrás, entre la resbaladiza piedra suelta. Escrutando cada una de las brechas, hasta dar con la que nos parece mejor para subir.


Estamos en la cumbre: suenan los latidos de nuestra sangre gritos de felicidad. Suenan con los nombres de aquellos que años atrás han sido parte de nuestra vida y esta tarde han guiado nuestros pasos hasta la cumbre del sudor y la paz, aquellos que en otros momentos fueron para nosotros la cumbre que nos dieron armonía y sosiego y ahora posan su espíritu sobre nuestras cabezas y nos confirman en la aventura de la unión armoniosa de la tierra: Raúl Pazos, Ana Pelegrín, Ana María Fagundo ¡tan reciente! Y otros más, cuyo nombre estará para siempre entre nuestros latidos.


 Torre Cerredo, El Llambrión, El Canal de Asotín… y tantas otras cumbres, se asoman ante nosotros con majestad de siglos y mansedumbre de sosiego.

Y pensamos, mientras nuestro espíritu baila la danza del amor, en las personas que suben cumbres a diario: las mujeres que nos esperan en casa ¡ellas sí que hacen milagros cada jornada para mantener unida la casa y distribuir el jornal hasta la última jornada de cada mes!; los hijos que saben sonreír aún en tiempos de dura pugna con la vida y sus anhelos; las personas que sacan vida de la tierra y la vuelven alimento para compartir; las personas que, desde el silencio, gritan por la justicia de la tierra.

 El Valle de Valdeón serpentea verde y libre más allá de las preocupaciones, con canciones aldeanas para los espíritus puros de estas montañas y para las conciencias cansadas y etéreas de los visitantes.

Javier Agra.

lunes, 11 de octubre de 2010

PICOS DE EUROPA - EL ROBLÓN

 Vista de Vegabaño desde el final del hayedo de la Cuesta Fría

Desde el refugio de Vegabaño también se pueden proyectar paseos de menos tiempo que ascender cualquiera de las múltiples cumbres que enseñorean el paisaje. El Carombo o la Jocica, son misteriosos lugares a los que se accede por un solazado bosque entre hayas y acebos. Seguramente en algún lugar de aquellos valles está la fábrica hacer nieblas y nubes que, en cualquier momento, sin avisar apenas, envuelven a los montañeros y los relegan a una desazonadora espera.

 Vista de Peña Beza y Canto Cabroneru, desde el hayedo de la Cuesta Fría.

También está El Roblón.

¡Los cinco ayes de los cinco dioses celtas! Los lamentos de todas las guerras de la historia siguen aferrados a sus milenarias raíces. Seguramente, si os habéis acercado hasta el roblón en medio de la Cuesta Fría camino del Collado del Frade, habréis escuchado entre misterios un lamento de sigilo y poemas; tal vez os cuenten que se trata del murmullo de las hojas – no digo que no sea ese el origen – mas sabed que el mismo murmullo sonoro de los siglos de espadas y los rezos monótonos de los barbados druidas clamando, a través de los siglos, la vuelta de su era dorada. Aquel momento en que subían desde las chozas que han dado lugar al valle de Sajambre para decidir, en democracia mística, las cuestiones el gobierno y el reparto de las tierras.

 Jose, atusa con cariño las guedejas cálidas del Roblón, para que nos sea propicio en los avatares de la vida.

Allí llegaban – nunca supieron los druidas cómo venían – los dioses Dagda y Lugh con sus cestas de alimento para todos los pueblos de la comarca; allí compartían silencio y misterio después de una caminata; allí, arrebujados junto a la Fuentona, bebían el frescor de las aguas y retornaban a los poblados con un par de páginas más de sabiduría.

A la sombra del Roblón de la Cuesta Fría afinaban su puntería con la honda y la jabalina para cazar algún venado con que festejar la inspiración poética de la diosa Brigid. Allí participaban por igual hombres y mujeres pues eran iguales en fortaleza, en destreza y en dignidad. Así en la comida de lo que habían cazado unían a los reyes y al pueblo artesano; así, bajo el Roblón, el mundo celta soñaba con una misma vida y una sola clase social, mientras aprendían de la luna que la vida tiene sus días más llenos y otros más tristes.

¡Mirad! Somos poca cosa frente a los siglos de recuerdos de este mágico tronco.

Cuchulain y el mismo Arturo, llegarían a caballo hasta Vegabaño, por entre las hayas de rizosas hojas, y pasarían a pie, río Dobra arriba, para conversar con Merlín mientras compartían una ensalada de bellotas recién asadas a la lumbre, bajo la tupida sombra del Roblón. ¡Eran otros días y otras glorias! Hoy apenas le quedan hojas que lucir, pero muestra la fiereza de su tronco igual que antaño, llama a la igualdad social igual que antaño, aspira a ser sabio igual que antaño.

A su sombra, apenas un reposo y un abrazo silencioso; con su fuerza será posible la empresa de llegar a la cumbre de Torre Bermeja. ¡Ay! Quien fuera un antiguo bardo para cantar entre las sombras de las hayas los misterios de esta mañana de luz.

Javier Agra

sábado, 2 de octubre de 2010

PICOS DE EUROPA - TORRE BERMEJA

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Sorprendemos a las hayas en sus primeros bostezos cuando estamos saliendo del Refugio de Vegabaño. Jose tiene estudiado el trayecto. Yo bajo entre los caballos de la pradera sin mayor preocupación, porque Jose es un mapa vivo en la montaña y en cada momento sabe el sendero oportuno para llegar a la cumbre. ¡Ay la cumbre! ¡Cuán lejos queda! Pero la cumbre es siempre – también este agosto de lumbre – nuestra meta.
Hemos atravesado un par de arroyos, la humedad es constante pero nada que no pueda superarse con las botas secas y la sonrisa en el rostro. Suena el agua canciones de antaño y melodías nuevas. Hemos cruzado el Dobra, el abrazo del agua nos sitúa en los bajos de la Cuesta Fría. Innumerables hayas dan cobijo a los austeros robles que han decidido quedarse a vivir entre el baile risueño de los poblados bosques, tan tupidos que el sol es allí una bendición cuando atraviesa tenue entre la maraña de las ramas.
 Desde el Refugio contemplamos los Moledizos al fondo y el tupido bosque de la Cuesta Fría.

Cuesta arriba, la fuente grande y más allá la fuente chica, surten de agua corriente a los animales y las aves que tienen morada perpetua entre los misteriosos montes de esta parte leonesa de Picos de Europa y, tal vez, a algún aventurero montañero que quiera coger agua por estas cuestas; nosotros – por si las fuentes se agostan – traemos llenas las cantimploras. Saludamos a un ciervo – se ha quedado tan sorprendido que huyó veloz antes de responder al saludo –, inclinamos la cabeza reverentes ante una reunión familiar de árboles de acebo. Y así, abrazos poéticos aparte, llegamos sudorosos al despoblado Campillo.
Más arriba, el sosegado remanso del Collado del Frade, que permitirá llegar a la Fuente Fría, nos asoma al refugio –recién remodelado y sin guarda – llamado Del Frade, al tiempo que dos grupos de montañeros recogen las tiendas en las que pernoctaron, antes de continuar su travesía de varias jornadas por Picos de Europa. Jose y yo nos sentamos – calma y lumbre de agosto – a beber un sorbo de agua y contemplar la primera visión del Valle de Valdeón.  
 He aquí el Refugio del Frade en medio de un impactante valle.
La pedrera que bordea los Moledizos está muy bien marcada y no supone ningún susto añadido. Ya estamos en el Camino del Burro – subiendo entre sudor y esfuerzo la Canal del Perro –. La visión se agranda. El cielo entra en nuestras mochilas. La tierra está llena de hermosura. Dicen que desde estas cumbres comenzó Dios a formar la Tierra, allá cuando todo era paraíso lleno de frutales y de fiesta, antes incluso de que le sorprendieran las tormentas.
 Tal vez el paso más complicado del Camino del Burro sea este paso de La Canal del Perro.

Llegamos al Collado del Burro. Frente a nosotros Peña Santa – ¡tal vez en otra vida! ¡Cuando nos crezcan alas! No estamos para escalar – admirable y noble; hacía ella van otros montañeros con cuerdas y aperos de escalada. Aquí termina la poesía y comienza la duda y el temblor de la lucha final. ¿Venceremos? 
 Agosto mantiene pinceladas de nieve en Peña Santa, vista desde el Collado del Burro

 ¿Por dónde subimos a Torre Bermeja? Para llegar a la cumbre, tenemos que superar esa dificultad pedregosa.


Hicimos cumbre — ahora es fácil deducirlo, de otro modo seguramente hubiera pasado otro mes antes de escribir – el gozo aumentó hasta el grito – casi aullido – de satisfacción; casi aullido, pues ahora somos uno con el lobo y con la flor, con el águila y con el viento. Arañando la tierra para cruzar más arriba de los Hoyos Cavaos y subir hacia la cumbre por la antepenúltima cortada, vencimos muchas dudas, saltamos más allá de algún miedo, bordeamos los límites del respeto, aprendimos que la montaña está enamorada de los montañeros y los cuida con mimo en todo momento, aprendimos que somos parte de la tierra. 
   ¡La cumbre! El cielo aplaude con palmoteos de nubes nuestro trabajo de hoy.
Javier Agra

viernes, 1 de octubre de 2010

PICOS DE EUROPA - VEGABAÑO

La luz.

Revuelo de arcángeles y gorriones, la luz avanza agosto adelante buscando el alba. He plantado renuevos de madrugada para que nazcan días azules sobre las sierras calladas. 

Queda el coche bien resguardado en Soto de Sajambre donde pasamos la noche. Ya estamos caminando por las calles dormidas de la mañana. Pueblo arriba no tardamos en encontrar el camino que sube hacia el refugio de Vegabaño. Un poco más atrás, a nuestra izquierda hemos dejado la Senda del Arcediano.


La luz se cuela como un misterio de olas entre las hayas, monte arriba el silencio nos acompaña. Años de soledad y espera han hecho de estos árboles un mar de calma. Y aquí estamos, entre la respiración y las olas, navegando sin palabras. Paso a paso, el corazón se ha hecho rama entre la arboleda verde y las reducidas praderas. 

La luz hace nido entre las hayas. Quiero permanecer para siempre en estos recodos dormidos, dormido como las hojas con el arrullo de las ramas. Es imposible perderse esta mañana de lumbre entre el pensamiento y la palabra. Abajo queda la piedra, abajo el remanso del agua, abajo los prados dormidos y el canto de las cigarras. Monte arriba los pasos de los montañeros se están confundiendo con el aire de Picos de Europa y los rebecos saltarines roca a roca buscando equilibrios de luz y de paisajes con siglos en la mirada.


El refugio está ante nosotros. Hemos llegado cuando aún teníamos dibujada la sonrisa en el rostro y la esperanza en el alma. Aún es temprano. La hayas de los alrededores nos guiarán las próximas horas por la luz de los alrededores más allá del arroyo Truégano donde las hayas dan paso a las vacas.


 Javier Agra