sábado, 2 de octubre de 2010

PICOS DE EUROPA - TORRE BERMEJA

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Sorprendemos a las hayas en sus primeros bostezos cuando estamos saliendo del Refugio de Vegabaño. Jose tiene estudiado el trayecto. Yo bajo entre los caballos de la pradera sin mayor preocupación, porque Jose es un mapa vivo en la montaña y en cada momento sabe el sendero oportuno para llegar a la cumbre. ¡Ay la cumbre! ¡Cuán lejos queda! Pero la cumbre es siempre – también este agosto de lumbre – nuestra meta.
Hemos atravesado un par de arroyos, la humedad es constante pero nada que no pueda superarse con las botas secas y la sonrisa en el rostro. Suena el agua canciones de antaño y melodías nuevas. Hemos cruzado el Dobra, el abrazo del agua nos sitúa en los bajos de la Cuesta Fría. Innumerables hayas dan cobijo a los austeros robles que han decidido quedarse a vivir entre el baile risueño de los poblados bosques, tan tupidos que el sol es allí una bendición cuando atraviesa tenue entre la maraña de las ramas.
 Desde el Refugio contemplamos los Moledizos al fondo y el tupido bosque de la Cuesta Fría.

Cuesta arriba, la fuente grande y más allá la fuente chica, surten de agua corriente a los animales y las aves que tienen morada perpetua entre los misteriosos montes de esta parte leonesa de Picos de Europa y, tal vez, a algún aventurero montañero que quiera coger agua por estas cuestas; nosotros – por si las fuentes se agostan – traemos llenas las cantimploras. Saludamos a un ciervo – se ha quedado tan sorprendido que huyó veloz antes de responder al saludo –, inclinamos la cabeza reverentes ante una reunión familiar de árboles de acebo. Y así, abrazos poéticos aparte, llegamos sudorosos al despoblado Campillo.
Más arriba, el sosegado remanso del Collado del Frade, que permitirá llegar a la Fuente Fría, nos asoma al refugio –recién remodelado y sin guarda – llamado Del Frade, al tiempo que dos grupos de montañeros recogen las tiendas en las que pernoctaron, antes de continuar su travesía de varias jornadas por Picos de Europa. Jose y yo nos sentamos – calma y lumbre de agosto – a beber un sorbo de agua y contemplar la primera visión del Valle de Valdeón.  
 He aquí el Refugio del Frade en medio de un impactante valle.
La pedrera que bordea los Moledizos está muy bien marcada y no supone ningún susto añadido. Ya estamos en el Camino del Burro – subiendo entre sudor y esfuerzo la Canal del Perro –. La visión se agranda. El cielo entra en nuestras mochilas. La tierra está llena de hermosura. Dicen que desde estas cumbres comenzó Dios a formar la Tierra, allá cuando todo era paraíso lleno de frutales y de fiesta, antes incluso de que le sorprendieran las tormentas.
 Tal vez el paso más complicado del Camino del Burro sea este paso de La Canal del Perro.

Llegamos al Collado del Burro. Frente a nosotros Peña Santa – ¡tal vez en otra vida! ¡Cuando nos crezcan alas! No estamos para escalar – admirable y noble; hacía ella van otros montañeros con cuerdas y aperos de escalada. Aquí termina la poesía y comienza la duda y el temblor de la lucha final. ¿Venceremos? 
 Agosto mantiene pinceladas de nieve en Peña Santa, vista desde el Collado del Burro

 ¿Por dónde subimos a Torre Bermeja? Para llegar a la cumbre, tenemos que superar esa dificultad pedregosa.


Hicimos cumbre — ahora es fácil deducirlo, de otro modo seguramente hubiera pasado otro mes antes de escribir – el gozo aumentó hasta el grito – casi aullido – de satisfacción; casi aullido, pues ahora somos uno con el lobo y con la flor, con el águila y con el viento. Arañando la tierra para cruzar más arriba de los Hoyos Cavaos y subir hacia la cumbre por la antepenúltima cortada, vencimos muchas dudas, saltamos más allá de algún miedo, bordeamos los límites del respeto, aprendimos que la montaña está enamorada de los montañeros y los cuida con mimo en todo momento, aprendimos que somos parte de la tierra. 
   ¡La cumbre! El cielo aplaude con palmoteos de nubes nuestro trabajo de hoy.
Javier Agra

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