jueves, 23 de enero de 2014

POR LA BARRANCA: SENDA ORTIZ


Acaso estas mañanas de enero se enfríen en demasía las orejas, pero el corazón permanece cálido y el espíritu robusto cuando dejamos a nuestra espalda el aparcamiento último de la Barranca y estamos caminando por el amplio sendero que se desliza entre los pinos sin más música que la de los pájaros y el río.

Enero tiene paseos de sigiloso sosiego. Entre el agua de pequeños embalses y la canción de su libre correr dejamos esta senda principal; cuando ella sigue en un brusco giro a la derecha, entramos por la Senda Ortiz que se inicia con un poste metálico y continúa de frente en ligerísima subida; el sol viene con nosotros buscando con la vista las lejanas torres de Madrid; el pinar se extiende majestuoso y libre por encima, más abajo, a todos los lados y nos llena de brillos y de música. El sol posa su ternura sobre la gayuba que moldea el suelo de tonos verdes y moldea de suavidad el espíritu. Decían los griegos que la gayuba era uva de oso, hoy es alimento de mil aves y de invisibles roedores. Los montañeros tenemos guardado en el tacto, en la vista, en el olfato el aroma azucarado y áspero de esta planta soñadora.

Se hace silencio en las ramas y en el tiempo, para que suene a nevada el trino de un mirlo viejo que vuela desde la ladera hasta el cielo; y va llevando con mis pasos los sueños antiguos y los versos nuevos entre las escorrentías del monte y la quietud del pensamiento; paso a paso, los montañeros en silencio, se han dormido los pinos entre la tibieza del aire de invierno. En la explanada cimera crece una cosecha de ilusiones, entre el verde de la hierba y los sedantes majuetos; crecen los recuerdos en el muro de la ausencia mientras el corazón late palabras de esperanza y de promesa.

Sentados en el Mirador de la Barranca o de las Canchas.


Llegamos al Mirador de la Barranca, también conocido como Mirador de las Canchas. Aunque los pies montañeros no se han fatigado por ser serena esta jornada, sus corazones se sientan  a contemplar la placidez de Guadarrama: Alto de Guarramillas con las antenas vistosas, La Maliciosa con su Peñotillo… Y mientras la mirada se posa en la seda de la distancia surca el aire una pregunta de ignorada respuesta sobre el personaje Ortiz que antaño diera nombre  a esta sosegada senda.

Por la Cuerda de las Cabrillas


El camino baja por la amplísima senda hasta llegar al coche. Nosotros vamos por media ladera Senda de la Tubería adelante entrecruzando la Cuerda de las Cabrillas. La vista se nos va siguiendo un juego de pájaros que entran y salen dibujando la silueta de Peña Horcón. Sin subir a los Emburriaderos tomamos ladera abajo hasta encontrar el arroyo de Peña Cabrita, donde hacemos un repaso a las viandas mientras contamos recuerdos de otras jornadas ante la visión de Siete Picos y otra perspectiva de la sierra.

Salimos a la Fuente de Mingo, recuerdo a quien fue un ilustre cuidador de estos montes (Ricardo Domínguez) que abrió con su puño y su pico un primer surgente de la tierra que hoy ha evolucionado hasta ser una construcción donde coinciden a beber los paseantes de domingo y los montañeros que regresan de los más variados escondrijos. Por estas cercanías se saludan el arroyo de Peña Cabrita y el regajo del Pez del que seguramente se surtirá al Fuente de la Campanilla a la que hoy no llegaremos, pues seguimos al encuentro del aparcamiento donde el coche espera desde hace menos de cinco horas.


Fuente de Mingo

En los primeros párrafos conté que subimos por el camino Ortiz; pues bien, al final desembocamos en una explanada de leyendas que se ha dado en llamar Sanatorio Walpurgis, porque allí se rodó, en parte, la famosa película “La noche de Walpurgis”. Yo no reconocí a ninguna de las brujas que celebraban al dios del fuego Belenos para entrar en la primavera renovados: dicen que las brujas eran personas aparecidas de otros mundos de ultratumba y personas convocadas en vida que usaban para transportarse un mágico ungüento confeccionado con grasa de diferentes animales, leche de burra y otras delicadezas y volaban risueñas montadas sobre escobas. ¡Claro! Nosotros transitamos por estos montes con plena iluminación y no se daban las condiciones.

NOTA DE AGRADECIMIENTO: Amigos míos, quiero agradecer a todos los que leéis mis textos y a quienes comentáis, vuestra amabilidad. Quisiera contestar a cada uno, pero soy un analfabeto tecnológico (además de otras analfabetías que me dominan y limitan) y no acierto a pulsar las teclas necesarias. Algún día aprenderé y entonces…Mientras tanto gracias y abrazos.  

Javier Agra.

jueves, 9 de enero de 2014

LAS CÁRCAVAS DEL PONTÓN DE LA OLIVA (II)

Acordaos, amigos lectores, que venimos de las Cárcavas del Pontón de la Oliva y había quedado asomado al pueblo de Alpedrete de la Sierra.



El pueblo tiene más de mil años de historia y vida escondida entre sus silenciosos valles. Hoy recuerda que es emigración y está apenas habitado por treinta personas, mantiene reconstruidas una buena parte de sus casas porque es frecuente el goteo de quienes descienden del pueblo y a él regresan unos días, pero la mayor parte del año está viva de romanticismo entre sus desiertas calles; antes de llegar al pueblo, viniendo desde Valdepeñas de la Sierra estuvieron las eras donde hace tiempo dejaron de dar vuelta los trillos sobre la sementera. Los dos viajeros aspiramos el silencio porque queremos que nuestra alma se llene de su mística quietud sosegada. Cuando van a emprender el camino del descenso han comido trino nuevo en las alas de la golondrina viajera, han descubierto las otras miradas que todos los humanos llevamos por dentro.



Por un bien visible camino bajamos al pueblo por la ladera donde antaño hubo un nutrido número de bodegas, hoy son cuevas abandonadas que contrastan con los bien cuidados huertos que a nuestra derecha marcan la senda de bajada hasta el pueblo de asfaltadas calles y reforzados edificios de piedra. A nuestra espalda dejamos un frontón y por la calle que sale a la izquierda no tardamos en dar con una pequeña iglesia románica dedicada a Nuestra Señora de la Concepción, adosada a sus muros el cementerio poblado de silenciosas cruces. Los huertos que están a su derecha nos indican que por allí pasa el GR-10 que ahora seguiremos otro rato mientras escuchamos las bien nutridas aguas del arroyo de Reduvia, superamos un diminuto collado que nos deposita en una senda donde no sabremos nunca si domina la grava o la arena, caminamos alegrando la vista, metidos en la atmósfera de otros tiempos donde abundaba la calma. Nos acercamos a un puente sobre el bravo Reduvia.

Antes de acercarnos hemos visto una senda que sale hacia la izquierda, senda dormida bajo una nogal añeja. Estamos en el camino de la Lastra o del Ceño subiendo aguas abajo del Reduvia musical y risueño en estas fechas de enero. Tal vez sea un camino de lastras en el suelo y en los paredones que estás ejerciendo de pequeñas y simpáticas montañas a nuestra izquierda, aquí ha desaparecido la arcilla que está presente en la margen derecha del río y nos escoltan rocas calizas que juegan a hacer figuras variadas frente a la armonía redonda de la otra orilla.

Acaso el nombre de ceño lo toma esta senda porque es el entrecejo de la tierra, sendero bien trazado y señalado con los colores del GR entre las dos cejas de montaña que parecen poderosas desde la profundidad del valle. Se despide el arroyo Reduvia buscando el embalse del Atazar...
Jose, ¿llega hasta el embalse el arroyo Reduvia?
Y Jose responde: "Sí, el arroyo quiere acercarse al embalse, pero el Lozoya se bebe sus aguas y ya ha dejado atrás la presa. Amigo mío, la corriente del Reduvia nunca halla el sosiego del Atazar"
Yo me quedo atónito, con la boca abierta, meditando en su lírica respuesta y pienso si no será mejor que continúe él la narración...
La senda se va empinando hacia la cumbre; dubitativa tal vez se bifurca en dos opciones que más arriba se volverán a encontrar, tomamos la de la derecha porque las vistas son más abiertas al horizonte. Despacio, siempre adelante entre la pausa y la palabra, llegamos a la carretera que hemos dejado y tomado varias veces esta jornada.



Desde este punto ya solamente será caminar carretera adelante en lento descenso hasta el coche. Pero la jornada aún tiene riquezas gozosas para la vista y la poesía. Pasamos muy cerca del gran acantilado gris del Pontón de la Oliva, lugar de escalada, lugar de grandes caídas de la roca sobre los meandros del río Lozoya, lugar donde el asombro canta con voz de olivos al rostro de la madrugada, donde los almendros tienen rostros humanos y rostros de animales, lugar donde anidan las águilas y el silencio recóndito se asienta en el alma. Pero hemos de caminar no vayamos a enraizar en este paisaje como un regadío que canta primaveras.



Nosotros nos acercamos en varios puntos pues las vistas son hermosas. Aquí encontramos ruinas de lo que fueron prósperas casas; allá un águila sorprendida inicia el vuelo con su metro largo de punta a punta de las alas y nos sorprende más que nos asusta; desde este mirador vemos a lo lejos una salida de la cueva del Reguerillo que se extiende por debajo del cerro de La Oliva; desde aquí vemos la belleza de toda la tierra entre colinas, meandros y aves de ligero despegue, asombro y camino entre los olivares cargados de aceituna.

Cerramos el círculo. Llegamos al coche. Asombro. Silencio. Respiración pausada.


Javier Agra. 

martes, 7 de enero de 2014

LAS CÁRCAVAS DEL PONTÓN DE LA OLIVA (I)

Atrás, quedó Madrid, quedaron también Torrelaguna y Patones de Abajo. El mundo cansado en sombras camina monte arriba en este liviano amanecer abandonado del cambio de provincia inexistente en la memoria y en las rutas. Apenas aparcamos el coche superado el río Lozoya, al pie de las casas primeras de la provincia de Guadalajara, se esparcen los restos del sueño por los olivares y las jaras de la ladera que nos saluda.

Continúa la pista, entre atusando y resquebrajando el monte, hasta el Pueblo de Alpedrete de la Sierra que nosotros pretendemos visitar dentro de un rato. Seguimos los  primeros minutos pista adelante hasta que gira con violencia hacia la izquierda, los montañeros continuamos por un marcado sendero entre olivas bien cultivado; pronto encontramos una trocha que mira a nuestra izquierda como si fuera monte arriba por donde continúa el GR-10, pero nosotros sabemos que hemos de echarnos por la trocha de la derecha que nos bajará hasta el barrancal de piedra y arena arcillosa del arroyo de la Lastra. Así descubrimos que caminar es dudar y elegir, aquel camino que olvidamos se perdió y nuestro futuro mirará hacia las Cárcavas.



La abundancia de lluvia de estos días nos hace chapotear entre arcillas y piedras que le dan al suelo un dorado color mientras ascendemos por la empinada ladera de erosionados ribazos. Doscientos metros más arriba salta el gozo a nuestra cara porque estamos viendo la mayor de las Cárcavas que estos viajeros han contemplado; absortos nos acercamos, el sendero se ha hecho llanura y la llanura nos habla de hechizos y palabras sinceras. Continúa la senda hasta alcanzar la parte más alta, a nuestra derecha un desvió nos hace pensar… (porque en medio de la contemplación también se puede pensar) que seguramente es posible bordear muy cerca de las Cárcavas.

Desnuda para los viajeros tenemos delante la era Terciaria: hermosas formaciones de crestones, llamativos pináculos que pudieron cantar en finísimas églogas antiguos endriagos en nuestra evolución primera. ¿Qué emolientes depositó en estos montes el empíreo eterno para conseguir estas bellas formaciones que vemos un millón de años más tarde? Otra explicación es la que se escribe según la erosión desde las lluvias, el badlands y otros conglomerados.



Vuela en libertad la imaginación del paseante, del montañero, del visitante, mientras estamos bordeando las cárcavas y llegamos a su máxima altura, estamos un poco por debajo de los mil metros. Puedes leer hasta aquí, asombrado lector y darte la vuelta para el coche. Habrás hecho una preciosa y descansada excursión de menos de tres horas. Te sientas en el Bar La Chopera a tomar un caldo caliente o una dilatada comida y te vuelves a casa seguro de haber pasado una bella jornada.

Jose y yo queremos hacer una marcha circular y continuamos. Nos alejamos de este paisaje de fragancia de hadas, por una senda sin posible pérdida que llanea entre las jaras. ¡Curioso nombre! – Comenta Jose – ¡a este punto le llaman Cerro Guadarrama! Continuamos entre lo que hoy son montes de jara y algún tiempo fueron tierras de labranza que dejaron plantados dos pinares distantes pero que nosotros vemos de cerca pues al lado de ambos pasa la larga y muy bien trazada senda. Ha quedado atrás el Cerro de Mingo Negro, ganamos profundidad cuando estamos en la Hoya de la Cañada donde no hace mucho parece que abundó el ganado y acaso pasten hoy algunas ovejas y muy pocas vacas, pues encontramos una alberca o abrevadero.



Abrevadero de la Hoya de la Cañada. Podría estar en muchísimos paisajes del interior de España, pero esta foto pertenece al lugar que dicho tengo.

Dejamos este sendero y tomamos otro nuevo a nuestra izquierda, ni más ancho ni más estrecho pues en este recorrido todos tienen muy buena hechura. Frente a nosotros acaba de aparecer, cabalgando monte arriba sobre el Cerro de la Torrecilla y regado por el Jarama, Valdepeñas de la Sierra pueblo al que no iremos en esta ocasión, dejamos para otro día la cueva del Destete, su profusión de colmenas y su Plaza del Olmo con el crucero nuevo. Contemplando, desde la distancia, el citado pueblo llegamos a la carretera o lo que de ella queda que habíamos abandonado ya hace rato y que nos permitirá subir la última cuesta desde donde se divisa el pueblo de Alpedrete de la Sierra a nuestros pies. Previamente hemos pasado por un servicio del Canal que transporta agua desde el Jarama hasta Madrid, en esta zona su construcción se monta sobre unos arcos visibles y bien conservados que llevan el relumbrante nombre de El Partenón.

Hoy la vieja casilla del canal de Alpedrete está abandonada y su techumbre derruida, como muchas situaciones, recuerdos y sensaciones del pasado. Seguramente todo se mueve a la velocidad de cada generación y así la novedad es siempre efímera. Alpedrete de la Sierra se ve desde la parte alta del cerro y dejamos la viejísima y cansada carretera y tomaremos un camino que nos lleva hasta el corazón del pueblo. El montañero se llena los ojos de poesía, el montañero se busca en la ciudad y se encuentra sentado en el campo hablando despacio con el verdor brillante de la jara.



Nota del autor: Por razones que la razón dicta y el corazón aconseja, firmo esta parte del paseo y amanecerá el sol otro día.


Javier Agra.