Atrás, quedó
Madrid, quedaron también Torrelaguna y Patones de Abajo. El mundo cansado en
sombras camina monte arriba en este liviano amanecer abandonado del cambio de
provincia inexistente en la memoria y en las rutas. Apenas aparcamos el coche
superado el río Lozoya, al pie de las casas primeras de la provincia de
Guadalajara, se esparcen los restos del sueño por los olivares y las jaras de
la ladera que nos saluda.
Continúa la
pista, entre atusando y resquebrajando el monte, hasta el Pueblo de Alpedrete
de la Sierra que nosotros pretendemos visitar dentro de un rato. Seguimos
los primeros minutos pista adelante
hasta que gira con violencia hacia la izquierda, los montañeros continuamos por
un marcado sendero entre olivas bien cultivado; pronto encontramos una trocha
que mira a nuestra izquierda como si fuera monte arriba por donde continúa el
GR-10, pero nosotros sabemos que hemos de echarnos por la trocha de la derecha
que nos bajará hasta el barrancal de piedra y arena arcillosa del arroyo de la
Lastra. Así descubrimos que caminar es dudar y elegir, aquel camino que
olvidamos se perdió y nuestro futuro mirará hacia las Cárcavas.
La abundancia de
lluvia de estos días nos hace chapotear entre arcillas y piedras que le dan al
suelo un dorado color mientras ascendemos por la empinada ladera de erosionados
ribazos. Doscientos metros más arriba salta el gozo a nuestra cara porque
estamos viendo la mayor de las Cárcavas que estos viajeros han contemplado;
absortos nos acercamos, el sendero se ha hecho llanura y la llanura nos habla
de hechizos y palabras sinceras. Continúa la senda hasta alcanzar la parte más
alta, a nuestra derecha un desvió nos hace pensar… (porque en medio de la
contemplación también se puede pensar) que seguramente es posible bordear muy
cerca de las Cárcavas.
Desnuda para los
viajeros tenemos delante la era Terciaria: hermosas formaciones de crestones,
llamativos pináculos que pudieron cantar en finísimas églogas antiguos
endriagos en nuestra evolución primera. ¿Qué emolientes depositó en estos
montes el empíreo eterno para conseguir estas bellas formaciones que vemos un
millón de años más tarde? Otra explicación es la que se escribe según la
erosión desde las lluvias, el badlands y otros conglomerados.
Vuela en
libertad la imaginación del paseante, del montañero, del visitante, mientras
estamos bordeando las cárcavas y llegamos a su máxima altura, estamos un poco
por debajo de los mil metros. Puedes leer hasta aquí, asombrado lector y darte
la vuelta para el coche. Habrás hecho una preciosa y descansada excursión de
menos de tres horas. Te sientas en el Bar La Chopera a tomar un caldo caliente
o una dilatada comida y te vuelves a casa seguro de haber pasado una bella
jornada.
Jose y yo
queremos hacer una marcha circular y continuamos. Nos alejamos de este paisaje
de fragancia de hadas, por una senda sin posible pérdida que llanea entre las
jaras. ¡Curioso nombre! – Comenta Jose – ¡a este punto le llaman Cerro Guadarrama!
Continuamos entre lo que hoy son montes de jara y algún tiempo fueron tierras
de labranza que dejaron plantados dos pinares distantes pero que nosotros vemos
de cerca pues al lado de ambos pasa la larga y muy bien trazada senda. Ha
quedado atrás el Cerro de Mingo Negro, ganamos profundidad cuando estamos en la
Hoya de la Cañada donde no hace mucho parece que abundó el ganado y acaso
pasten hoy algunas ovejas y muy pocas vacas, pues encontramos una alberca o
abrevadero.
Abrevadero de la
Hoya de la Cañada. Podría estar en muchísimos paisajes del interior de España,
pero esta foto pertenece al lugar que dicho tengo.
Dejamos este
sendero y tomamos otro nuevo a nuestra izquierda, ni más ancho ni más estrecho
pues en este recorrido todos tienen muy buena hechura. Frente a nosotros acaba
de aparecer, cabalgando monte arriba sobre el Cerro de la Torrecilla y regado
por el Jarama, Valdepeñas de la Sierra pueblo al que no iremos en esta ocasión,
dejamos para otro día la cueva del Destete, su profusión de colmenas y su Plaza
del Olmo con el crucero nuevo. Contemplando, desde la distancia, el citado
pueblo llegamos a la carretera o lo que de ella queda que habíamos abandonado
ya hace rato y que nos permitirá subir la última cuesta desde donde se divisa
el pueblo de Alpedrete de la Sierra a nuestros pies. Previamente hemos pasado
por un servicio del Canal que transporta agua desde el Jarama hasta Madrid, en
esta zona su construcción se monta sobre unos arcos visibles y bien conservados
que llevan el relumbrante nombre de El Partenón.
Hoy la vieja
casilla del canal de Alpedrete está abandonada y su techumbre derruida, como
muchas situaciones, recuerdos y sensaciones del pasado. Seguramente todo se
mueve a la velocidad de cada generación y así la novedad es siempre efímera.
Alpedrete de la Sierra se ve desde la parte alta del cerro y dejamos la
viejísima y cansada carretera y tomaremos un camino que nos lleva hasta el
corazón del pueblo. El montañero se llena los ojos de poesía, el montañero se
busca en la ciudad y se encuentra sentado en el campo hablando despacio con el
verdor brillante de la jara.
Nota del autor:
Por razones que la razón dicta y el corazón aconseja, firmo esta parte del
paseo y amanecerá el sol otro día.
Javier Agra.
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