También la
Pedriza tiene su cáliz.
No es tan
historiado como el Santo Grial tal vez construido con una pieza de olivo del Monte
de los Olivos, venerado por una parte importante de la humanidad desde aquellos
acontecimientos conocidos: “…si es posible, que pase de mí este cáliz…” y aún
antes pues de sus aceitunas se extraía el aceite de ungir a los antiguos reyes.
Dejo estas consideraciones para ocasión más propicia. Por cierto aquel Huerto está
situado a una altura de ochocientos ocho metros nada más. Pasó después el Santo
Grial a la fantasía literaria y al cine en múltiples versiones.
Nosotros salimos,
como es acostumbrado, desde Canto Cochino (algún día tendré que poner una
fotografía del canto o mole de piedra que tanto se cita). Está bravo el
Manzanares, sus aguas son rabiones con las lluvias y nevadas de estos días; los
montañeros tenemos puente para pasar al otro lado.
Seguimos en
dirección al Collado del Cabrón para, antes de llegar, desviarnos hacia el
cáliz. En el silencio de la marcha voy recordando las leyendas entre poéticas y
sangrientas, entre literarias e históricas alrededor del Santo Grial. Converso
con Parsifal y aquellos antiguos caballeros de la mesa del rey Arturo, platico
con José de Arimatea de quien dice la tradición que recibió el cáliz de la mano
misma de Jesús resucitado. Lectores amigos, más de quince grandes leyendas
ramifican estas historias en diversos momentos y lugares, converso con la
catedral de Valencia que me asegura que recibió el cáliz en el siglo quince
después de pasar por diversos lugares, entre otros el hermoso y recordado San
Juan de la Peña en Huesca. Escucho entre el cercano susurro de las aguas del
Manzanares las historias de terribles sucesos en unos cuantos castillos de
Francia, recuerdo el doloroso final de los cátaros en el castillo de Montsegur al
que subí desde el Prado de los Quemados para sentarme un rato a la sombra de sus
ruinosos recuerdos, aunque fue el castillo de Queribus donde se refugió y
terminó la resistencia de los cátaros a mediados del siglo trece.
Apenas llevamos
media hora por este sendero muy bien trazado, nos topamos con una inmensa roca
a nuestra derecha. Subimos pinar arriba dejando a nuestra derecha un conjunto
nutrido de gruesas rocas, el sendero se aclara en algún momento pero nosotros
ya hemos visto, en la cima, el cáliz
brillando en oro a esta hora inicial de la mañana; tomillos, jaras y
pinos construyen una alfombra de comunión con la naturaleza en la que nos
integramos junto con unas asombradas cabras que no esperaban encontrarse a ningún
animal humano en este apartado lugar. La vista se extiende desde la Cuerda de los
Porrones, hasta La Maliciosa y la Cuerda Larga. Vi llorar a los oprimidos y no
había quien los consolara; vi que apiñar riqueza es tener sed y beber agua con
sal insaciable hasta el momento de reventar; vi que correr tras el éxito es también
absurdo porque lo arrebata el viento; vi un viento como suave susurro de ánimo
uniendo esfuerzos y esperanzas hacia la paz de mañana.
Pinar abajo
rastreamos nuestras pisadas para adelantar la salida en otro punto más allá, en
la bien trazada senda del ICONA por la que ya veníamos hace rato. Conversaciones
de pinos y aves serranas impiden que nuestro corazón se duerma… ¡si
Schopenhauer supiera que aquí me siento saliendo de mí mismo y formando parte
del todo! Aquí somos voluntad de universalidad y de construcción, el destino
anda por aquí errante y le negamos el dominio sobre las cosas y sobre las conciencias
porque si el destino baraja las cartas, somos nosotros quienes las jugamos.
Llegando al Collado del Cabrón somos voluntad de ser. Diré con Schopenhauer que
el placer del arte supera el dolor de vivir cada instante y tal vez la ascesis
de sentirse vívido en el conjunto de la naturaleza sea una manera confiada de
ser parte de un todo que duele y ríe, que avanza o se rompe en comunión. La
experiencia estética saca del anonimato todas las cosas para darles nombre y
música, para darles vida y palabra. Schopenhauer fue un filósofo artista.
Carámbanos
entre las púas de un pino que aún bosteza entre el calor y el sueño.
A poco más de mil
trescientos metros de altitud, este Collado que conserva su nombre desde la Edad
Media cuando aún las cabras alimentaban a nuestros antepasados, quedó
despoblado de tales animales desde el principio del siglos veinte; desde hace
pocos años es frecuente compartir sustos, montañeros y cápridos, cuando el
encuentro resulta “de sopetón”. Advierto que no es necesario visitar este lugar
para admirar a tan lustrosos animales que hoy se han extendido por la mayor
parte de la Sierra de Guadarrama.
En nuestro viaje
hacia Cuatro Caminos, hacemos un desvío para ver de nuevo el Puente Poyos y sentarnos
al sol sobre alguno de los hermosos asientos que allí nos esperan por encima del
tiempo y las tormentas. Parten de Cuatro Caminos cuatro grandes sendas… (De
otro modo su nombre sería de otra manera). Por la Gran Vía de la Pedriza
adelante la vista se recrea entre la magia de las aves y la lumbre de la
naturaleza que baila con las rocas y con las hadas. Cerramos el círculo de
nuestra marcha sobre el puente de madera del Manzanares donde canta su espejo y
colecciona su agua miradas de amores de siglos, esfuerzos de siglos de lucha
por construir una tierra más libre.
Javier Agra.
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