lunes, 30 de diciembre de 2013

POR LA PEDRIZA: EL CÁLIZ

También la Pedriza tiene su cáliz.
No es tan historiado como el Santo Grial tal vez construido con una pieza de olivo del Monte de los Olivos, venerado por una parte importante de la humanidad desde aquellos acontecimientos conocidos: “…si es posible, que pase de mí este cáliz…” y aún antes pues de sus aceitunas se extraía el aceite de ungir a los antiguos reyes. Dejo estas consideraciones para ocasión más propicia. Por cierto aquel Huerto está situado a una altura de ochocientos ocho metros nada más. Pasó después el Santo Grial a la fantasía literaria y al cine en múltiples versiones.



Nosotros salimos, como es acostumbrado, desde Canto Cochino (algún día tendré que poner una fotografía del canto o mole de piedra que tanto se cita). Está bravo el Manzanares, sus aguas son rabiones con las lluvias y nevadas de estos días; los montañeros tenemos puente para pasar al otro lado.

Seguimos en dirección al Collado del Cabrón para, antes de llegar, desviarnos hacia el cáliz. En el silencio de la marcha voy recordando las leyendas entre poéticas y sangrientas, entre literarias e históricas alrededor del Santo Grial. Converso con Parsifal y aquellos antiguos caballeros de la mesa del rey Arturo, platico con José de Arimatea de quien dice la tradición que recibió el cáliz de la mano misma de Jesús resucitado. Lectores amigos, más de quince grandes leyendas ramifican estas historias en diversos momentos y lugares, converso con la catedral de Valencia que me asegura que recibió el cáliz en el siglo quince después de pasar por diversos lugares, entre otros el hermoso y recordado San Juan de la Peña en Huesca. Escucho entre el cercano susurro de las aguas del Manzanares las historias de terribles sucesos en unos cuantos castillos de Francia, recuerdo el doloroso final de los cátaros en el castillo de Montsegur al que subí desde el Prado de los Quemados para sentarme un rato a la sombra de sus ruinosos recuerdos, aunque fue el castillo de Queribus donde se refugió y terminó la resistencia de los cátaros a mediados del siglo trece.



Apenas llevamos media hora por este sendero muy bien trazado, nos topamos con una inmensa roca a nuestra derecha. Subimos pinar arriba dejando a nuestra derecha un conjunto nutrido de gruesas rocas, el sendero se aclara en algún momento pero nosotros ya hemos visto, en la cima, el cáliz  brillando en oro a esta hora inicial de la mañana; tomillos, jaras y pinos construyen una alfombra de comunión con la naturaleza en la que nos integramos junto con unas asombradas cabras que no esperaban encontrarse a ningún animal humano en este apartado lugar. La vista se extiende desde la Cuerda de los Porrones, hasta La Maliciosa y la Cuerda Larga. Vi llorar a los oprimidos y no había quien los consolara; vi que apiñar riqueza es tener sed y beber agua con sal insaciable hasta el momento de reventar; vi que correr tras el éxito es también absurdo porque lo arrebata el viento; vi un viento como suave susurro de ánimo uniendo esfuerzos y esperanzas hacia la paz de mañana.



Pinar abajo rastreamos nuestras pisadas para adelantar la salida en otro punto más allá, en la bien trazada senda del ICONA por la que ya veníamos hace rato. Conversaciones de pinos y aves serranas impiden que nuestro corazón se duerma… ¡si Schopenhauer supiera que aquí me siento saliendo de mí mismo y formando parte del todo! Aquí somos voluntad de universalidad y de construcción, el destino anda por aquí errante y le negamos el dominio sobre las cosas y sobre las conciencias porque si el destino baraja las cartas, somos nosotros quienes las jugamos. Llegando al Collado del Cabrón somos voluntad de ser. Diré con Schopenhauer que el placer del arte supera el dolor de vivir cada instante y tal vez la ascesis de sentirse vívido en el conjunto de la naturaleza sea una manera confiada de ser parte de un todo que duele y ríe, que avanza o se rompe en comunión. La experiencia estética saca del anonimato todas las cosas para darles nombre y música, para darles vida y palabra. Schopenhauer fue un filósofo artista. 

Carámbanos entre las púas de un pino que aún bosteza entre el calor y el sueño. 


A poco más de mil trescientos metros de altitud, este Collado que conserva su nombre desde la Edad Media cuando aún las cabras alimentaban a nuestros antepasados, quedó despoblado de tales animales desde el principio del siglos veinte; desde hace pocos años es frecuente compartir sustos, montañeros y cápridos, cuando el encuentro resulta “de sopetón”. Advierto que no es necesario visitar este lugar para admirar a tan lustrosos animales que hoy se han extendido por la mayor parte de la Sierra de Guadarrama.

En nuestro viaje hacia Cuatro Caminos, hacemos un desvío para ver de nuevo el Puente Poyos y sentarnos al sol sobre alguno de los hermosos asientos que allí nos esperan por encima del tiempo y las tormentas. Parten de Cuatro Caminos cuatro grandes sendas… (De otro modo su nombre sería de otra manera). Por la Gran Vía de la Pedriza adelante la vista se recrea entre la magia de las aves y la lumbre de la naturaleza que baila con las rocas y con las hadas. Cerramos el círculo de nuestra marcha sobre el puente de madera del Manzanares donde canta su espejo y colecciona su agua miradas de amores de siglos, esfuerzos de siglos de lucha por construir una tierra más libre.


Javier Agra.   

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