Hoy resulta
sencillo llegar hasta la Pedriza. Apenas cincuenta minutos de coche y ya estás
plantado en el aparcamiento de Canto Cochino. En unos momentos estás viendo el
Manzanares bajo el puente de madera y comienzas uno de los múltiples caminos
que de allí parten. Puedes escoger otros senderos desde diversos lugares del interior
de la Pedriza, a donde has llegado con la comodidad del coche. ¡Pero ay amigo,
hace más de cien años…!
Esta mañana,
mientras ajustábamos el altímetro en el puente de madera sobre las aguas de
cristal del libre Manzanares, pensamos que nuestro paseo sería un recuerdo
constante a aquellos primeros montañeros de la Pedriza que tenían que dedicar
diversas jornadas para acercarse y recorrer sus ignotas entrañas. A esas horas
primeras en que el Parus ater aún hace los primeros vuelos, somos pocos los
montañeros que recorremos la autovía Pedriza adelante buscando Cuatro Caminos
con el alma sosegada y limpia de la madrugada, el vaho interior se hace uno con
la escarcha de la naturaleza y así ya no hay diferencia entre nuestros pies y
las raíces milenarias de los bosques y las sierras. Comienza la jornada que
agrupa en un solo ser a toda la tierra.
El Grupo
(acaso debería darle nombre de Sierra) de los Pinganillos es una delicia para
los montañeros de escalada y cuerda. Jose y yo la admiramos desde la base en
nuestros diferentes paseos.
La Cueva de la
Mora, Sirio…van quedando atrás entre sueños de cristales y sonidos de aguas
ciertas: ¡ya está despierta la cima, la cumbre espera! Vienen cantando los
arroyos que nombran robles, pinos y mil matorrales de esperanza verde. Con el
invierno los bigotes se llenan de cencellada y las sienes de libertad, mientras
los montañeros buscan la Majada de Quila y encuentran una cueva, una roca, un
árbol encaramado entre la magia y la vorágine del precipicio.
Por estos
parajes anduvieron Juan Meliá y José Tinoco hace más de cien años entre
tormentas y ventiscas, por aquí construyeron la conocida como “Majada de Quila”
que ahora se puede observar y aún tocar con respeto y llanto de reconocimiento
a aquellos primeros montañeros que fueron marcando posibles senderos y hoy
hacen más fácil caminar por la difícil Pedriza. Nosotros ponemos esta
fotografía de una cueva que está en un cercanísimo lugar.
Volvemos a la
senda del Icona. Nuestro siguiente intento es subir hasta el Puente Poyos…no
queremos entrar en la común divergencia que el nombre provoca y seguiré escribiendo
su nombre de esta manera pues además de puente es un hermoso poyo donde
descansar, y allí mismo se dan otros muchos bancos o poyos para el sosiego, la
meditación…y cuantas tareas se quieran realizar en esa dilatada soledad
montañera.
Llegados al
reino del roble, encontramos un herrerillo de plumaje brillante e iluminado;
anda, estos días, silencioso pues no tiene hembra que convencer y se dedica a tareas
de estómago y pitanza. El Puente Poyos sobre nuestra cabeza es una maravilla de
colores y de luz. Pasaremos bajo tus impetuosas rocas con el silencio que los
siglos te deben, con la prudencia que la montaña enseña, con la alegría que la
conquista iguala. Tus llambrias…en Acisa de León decíamos láganas a estas
piedras lisas y recuerdo aquellos remontes más allá de la Mata Reguera cuando
nos servían de tobogán los días posteriores a las nevadas…son otros lugares y
otros sentimientos. Tus láganas, digo, Puente Poyos ¿nos permitirán acceder al
otro lado?
Nos
permitiste, hermano Puente, pasar a tu lado norte desde donde estas vistas son
inmensas. Desde aquí a Tres Cestos sale un atajo montañero de fácil seguimiento
que nos lleva hasta el PR.
En este punto,
conseguido el más alejado lugar de nuestra presente jornada, cuando era momento
de iniciar la vuelta, fue el Destino cruel con mis costillas y no pudiendo
darme una pedrada, porque aquí las rocas pesan mucho, pensó que sería más fácil
dar a las piedras una “costillada” y me lanzó con furia contra una de las mas
enormes que por allí se asientan. De este modo, malherido, gozoso y aquejado
hicimos el camino de regreso entre miradas a la hermosura de la montaña y
reojos a los moratones doloridos de mi cuerpo.
La Pedriza es un
lugar de fantasía milenaria, de sorpresas ¿infinitas?, de lumbre, sosiego y
calma.
Javier Agra.
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