Los que paseamos por la montaña, aprendemos la filosofía del agua: no
todas las aguas van al mar, pero sí parece que todas van a la vida…y no añado
más conceptos porque entraría en el terreno filosófico, me quedaré cantando
romanzas a los ríos que para eso es válida la poesía. Mi corazón soñaba apoyado
en las piedras del pórtico de la Colegiata de Cervatos, mientras viajaba
ausente por los montes de Reinosa a donde nos dirigíamos esta tarde de sol y
sosiego.
Aquí estamos, absortos ante el tiempo, reviviendo antiguos siglos,
despertando al románico que hiberna en la historia como el sedoso tejón que
despierta a diario únicamente para alimentarse o como el escondido murciélago
de abundante nutriente en su cuerpo que se pone a la fría temperatura del
ambiente y resiste dormido lo que sea preciso; el dormilón mapache profundamente
inmóvil durante su letargo en algún profundo hueco de árbol. Aquí estamos
contemplando siglos de maravilloso canto gregoriano a la puerta de la Colegiata
de Cervatos.
Es el medio día, hora de cenit y de siesta. Pero el románico se ha
despertado de pronto porque ha llegado el tiempo de la lucha y de la libertad;
el románico pone su piedra en movimiento para llamar a las conciencias desde el
pasado místico al futuro monástico de oración y trabajo. Es el tiempo de las
ardillas y las abejas despiertas. Es tiempo de arrancar temores y cantar, desde
el recogimiento, por un futuro de esforzada confianza porque se acercan tiempos
de paz y libertad. Silenciosa espera a la sombra del pórtico románico de
Cervatos mientras llega a mujer que va a abrir el templo solamente para que lo
veamos dos personas. Solamente para nosotros que mañana estaremos subiendo a la
cima del Tresmares. Pero así es el románico, capaz de esperar varios siglos en
la soledad de una aldea y ofrecer todo su esplendor a dos viajeros entre
curiosos y agradecidos.
¡Oh lomas cálidas de Cervatos, aldea de luz románica entre el río y la
cumbre! Dejad que mi espíritu se despoje de las maletas de sobrecarga y entre a
tu santuario con la alforja vacía para tomar entre tus frescos muros colores y
dulzura. Mi ausencia vendrá conmigo, muros de Cervatos, y podré cantar
silencios, ilusiones y esperanzas.
Seguramente durante aquellos siglos del románico, por estas tierras se
cosió la cultura musulmana y cristiana en torno a las agujas del inicial río
Ebro, lo mismo que se entrelazan la aridez de las tierras castellanas y los
vegetales verdores de Cantabria. Aquí el río que dio nombre a Iberia unió
diferentes culturas desde los ¿desconocidos? Iberos, a los griegos que por aquí
fueron poco más que turistas, los asentados romanos que hicieron de estos
lugares cruce de comercio y de calzadas. Mojé mis manos en las brevísimas aguas
del brevísimo río –seguramente arroyo– Marlantes tan agradecido al castro
romano y a la Colegiata románica.
El exterior de bellísimos canecillos y múltiples imágenes en relieve,
fueron seguramente esculpidas entre martillos de canteros anónimos, tal vez
alguna figurilla llegó con el vuelo de las águilas que se posaron a descansar y
continúan hoy, después de novecientos años, dormidas en los muros románicos; el
exterior vuelve al silencio cuando entramos bajo el tímpano mozárabe, vuelve al
silencio nunca roto por los viajeros asombrados ante el bellísimo ábside que
parece inventar juegos con columnas, contrafuertes y sillería de hermosura
desbordante.
Los
tres cuerpos del interior conducen hacia el ábside del presbiterio emplazado
hacia el sol naciente símbolo de Cristo, luz que inicia el tiempo definitivo;
con sencillos y claros símbolos cristianos como las tres ventanas por donde
entra la luz de las tres personas de la Santísima Trinidad o los tres pilares
que sostienen la piedra del altar.
En su
interior se conserva el coro con su viejo y silencioso órgano; imágenes de
colorido románico; en su interior el recogimiento oracional del románico está a
punto de hacernos olvidar que nuestro destino continúa más allá de esta
placidez, el destino inmediato es la montaña que separa las aguas al
Cantábrico, Mediterráneo y Atlántico, por eso se llama Pico Tresmares en la
Sierra de Peña Labra. Tal vez la experiencia del final de nuestra biología no
tiene el monopolio de la realidad y más allá de lo científicamente comprobado sigue
algún apunte de realidad personal. Dejamos a la filosofía conversando con el
románico de la Colegiata de Cervatos y continuamos hacia el hotel donde
pasaremos la noche antes de nuestra marcha de montaña.
Ante esta imagen de la Inmaculada, casi como se esculpe según el primer versículo del capítulo doce del Apocalipsis de San Juan, me quedé tan anonadado por la hermosura del conjunto y cada una de sus partes de la Colegiata de Cervatos que no conseguí moverme durante largo rato, en el que me dio por pensar que la belleza como aspiración ideal será una amalgama bien conseguida de diferentes propuestas, seguramente será intemporal y universal pues, aún encarnada en cada espacio y tiempo, presenta la realidad no como es sino como debería de ser.
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