De las cumbres de
Guadarrama, en sus entrañas de misteriosa vida, brota el río Eresma que muy pronto se hará quietud y meseta.
Desde los Cogorros hasta Siete Picos, la Sierra va llamando a sus aguas con voz
de madre y la acaricia entre pinares por Valsaín para dar de beber a los
pájaros, a las plantas de diferentes formas, a la diversidad de animales.
Aquí plasmo un plácido paseo por Los Cogorros, en la Sierra de Guadarrama.
En la Boca del
Asno, brillante espacio entre pinares, se apacigua nuestro río pues está
llegando al frescor del llano. Y aquí se divierte, se expande y reparte
sonrisas que vienen monte abajo con las familias humanas que llegan a mojar sus
manos una tarde de domingo. Aquí el pequeño río conserva la dulzura del ajetreo
y los vaivenes de la vida. Reflejos de otoño entre colores de hojas y rostros,
musicales primaveras entre tonos de niños y besos enamorados sobreviven al
tiempo entre los robles centenarios y se mezclan con el vuelo de las chovas y
los grajos en invierno y con los bocadillos a la sombra del verano.
Circular Río
Moros, llegada al alto de Pasapán. El río Moros formará muy pronto parte del Eresma.
Veintiséis bramidos
de hermosa armonía surgen en las fuentes de la Granja de las entrañas humedecidas
por las aguas del Eresma, que es río del pueblo y noble río en su misma
estructura; se mueve entre el graznido de los cuervos y la armonía musical de
los palacios. Nos desviamos un poco, entre violines de silencio, para entrar en Torrecaballeros
y recordar a los antiguos herreros, a los que trabajaron en la casa de esquileo
de las ovejas y nombrar la actual luz que desprende la remodelada iglesia de
San Nicolás de Bari; vamos camino de Sotosalbos, en el pórtico románico de su
templo de San Miguel recordaremos el libro de Buen Amor allá por el verso
novecientos cincuenta.
Desde la cumbre
de Peñalara divisamos el Eresma a su paso por la Granja, divisamos la llanura
segoviana.
Pero volvamos al
río Eresma, ya estamos en Segovia y recorremos con unción silenciosa sus antiguos
recuerdos, en silencio digo para no molestar el abrazo amigo entre nuestro río
y el Clamores que le lleva recuerdos del pueblo de Hontoria y los últimos
cuchicheos del barrio de labradores del Mercado de Segovia en el recodo donde cierra su quilla el barco del Alcázar Seguiremos, sin
entrar en Zamarramala, camino de Hontanares que muestra con orgullo el río en
su escudo y en su bandera.
Adelante siempre,
mientras conversamos con los espíritus de los antiguos vacceos por los llanos
de Castilla, los mismos lugares donde aquellos antepasados soportaron los rigores de la vida con tantos calores entre las tareas agrícolas, tan importantes para ellos según se
desprende de los hallazgos arqueológicos actuales; entre sus trabajos de
ganadería; entre sus trabajos de alfarería y artesanía varia, seguramente
dedicada al intercambio más que a la
decoración. El río Eresma, acaso escondido entre los juncos y los chopos,
guarda en alguna sombra, lágrimas de sangre de los antiguos vacceos durante la
conquista de Roma. Diodoro de Sicilia y otros escritos romanos describen estos
amplios campos dedicados a la agricultura y como tierra desarbolada. Añadía el
citado autor cómo cada año, los vacceos distribuían la tierra arable a los
labradores y repartían los frutos según las necesidades de cada familia y
pueblo por lo que eran considerados como una sociedad ejemplar.
Por estas
llanuras, el Río Eresma se acuerda de sus amistades, conversa con los trigales
y pregunta a las aves por aquel viejo árbol solitario que le mandaba besos
desde la Sierra de Guadarrama.
Hoy en Coca el río
Eresma pregona que es agua donde se han bañado juntos vacceos y romanos,
arévacos, betones, lusitanos y acaso también los astures. Agua que nos indica
que todas las formas de vida son compatibles en la coexistencia, no siempre
pacífica en otras épocas, pero nos abren a una paz duradera porque somos un
planeta unido por el agua y por el aire, por la luz y por la tierra, así las
ideas y la cultura de producción individual será para la educación colectiva.
De Coca, dicen, le viene el nombre al río “Iri-sama” “rodea a la gran ciudad”; en
verdad el Eresma trabaja retorcidos paisajes por esta bella población que llegó
a contar con cerca de veinte mil habitantes cuando los romanos entraron a saco
por estos lugares.
En Matapozuelos de
Valladolid, el Eresma entrega sus místicas e históricas aguas al río Adaja que
ha construido la ermita de Nuestra Señora de Sieteiglesias entre recogido
vergel de vegetación, para acoger sus aguas en silenciosa oración.
Javier Agra.
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