La Sierra de Guadarrama tiene
diversas cascadas en sus antojadizos arroyos que en esta época de primavera se
engalanan de sonido y fulgor, brillo y música temporal antes de retornar al
silencio del verano. Estos días estamos, pues, aprovechando la ocasión de
realizar estas rutas entre la vegetación y el agua.
Carretera de Colmenar adelante,
sobrepasado Soto del Real y Miraflores de la Sierra, llegamos al Puerto de
Canencia para visitar la Chorrera de Mojonavalle. Tal vez aunque fuéramos sin
mochila, volveríamos al punto de partida sin demasiada necesidad de agua. No
obstante, sabemos que la prudencia acompaña al montañero; además de prudencia
llevamos agua y algún alimento.
Unos metros antes del kilómetro
ocho, nos encontramos con una pista muy bien trazada que sale a nuestra
izquierda, hace recodo con una cuidada fuente y continúa plácida entre el
bosque. Cuentan los expertos que hemos entrado en un bosque oromediterráneo
relicto. Yo entiendo que se debe tratar de un lugar con clima de montaña donde
las coníferas, que son la vegetación más abundante, tienen que soportar climas fríos
con frecuentes heladas y rigurosos calores según toque en cada estación. Aquí se
ha reducido a endemia local o reliquia (por eso lo de relicto) el bosque que
hace muchos, pero muchos años y siglos, se daba en áreas más abundantes.
Poco sabemos de botánica
general, de modo que nos centraremos en identificar un abedul como diferente de
un pino o de un abeto de Duglas o de los preciosos acebos. En estas
meditaciones hemos superado la barrera que impide el paso a vehículos y de
inmediato nos desviamos para acercarnos a un chozo que reproduce antiguas
viviendas humanas. El asombro aumenta al descubrir junto a unas cercanas peñas
los primeros tejos que veremos durante esta jornada entre montañera y botánica.
La pista es muy transitable y
me atrevo a recomendarla a personas que no se sientan con mucho ánimo de hacer
montaña. Llegar a la Cascada es una empresa sencilla. Dejamos a la derecha un desvío con escalera de piedra
(por el que regresaremos cerrando la marcha en un círculo) y continuamos, sin
más preocupación que conversar con las diferentes clases de árboles, hasta
encontrarnos con el edificio que fue Aula de Educación Ambiental el Hornillo; aún conserva en muy buen estado un grupo de mesas y sillas cómodamente situadas
bajo techado. Conversamos con un anciano abedul indolente en medio de la
pradera que está a la espalda de la edificación y nos indica, amable y soñador,
que continuemos a nuestra izquierda por el sendero que no tiene pérdida.
El piso está menos trabajado pero
sigue la tónica del paseo placentero. A estas alturas del lluvioso abril
cruzamos un regato mientras escuchamos las encrespadas aguas del cercano Arroyo
del Sestil del Maíllo. De inmediato, un sonido, que es más bramido indica, que
estamos muy cerca de la Chorrera de Mojonavalle a la que llegamos antes con la
vista que con el pie, antes con el corazón, que con la cámara de fotos, antes
con la palpitante emoción que con la serenidad del paseo.
La Chorrera de Mojonavalle se recorta sobre el cielo y parece que cabalga entre invisibles nubes antes de caer, como una orquesta de trompetas, hasta nuestros pies en un instante entre colores de luz. La Cascada de Mojonavalle es, con el agua de esta primavera, un ballet armonioso de la naturaleza.
Una cerrada curva a la derecha
conduce hasta un cruce de cuatro caminos, seguimos el que baja a nuestra
izquierda en diagonal descendente para cruzar sobre un puente el Arroyo del
Sestil del Maíllo. Un sendero nos puede conducir hacia arriba de la montaña,
nosotros descendemos suavemente junto al arroyo. Caminamos entre una alfombra
de hojas de roble, abundan los abedules, descubrimos un brioso tejo…estamos en
el paraje conocido como “Abedular de Canencia”. Que este singular paisaje sea
poco transitado en una sorpresa y es un regalo para el silencioso recogimiento.
Jose domestica
a un brioso tejo.
Los viajeros están viendo de cerca
el Puente de la Posada y sobre él la carretera del Puerto, cuando tienen que
hacer otra parada para admirar embobados el “acebo singular” registrado por la
Comunidad de Madrid con el número setenta y seis. Queda también fotografiado y
queda enmarcado en nuestro semblante atónito. Por la carretera, en dirección al
Puerto de Canencia, caminamos menos de cuatrocientos metros y encontramos una
trocha que sale a la derecha entre abedules y un vistoso acebo, en pocos metros
estamos en el sendero de regreso. El sendero nos conduce hacia nuestra derecha
entre curveos de ascensión suave. A nuestros pies mucho agua, de arroyos y
surgencias impensables… está rezumante y bella la Sierra.
¡Ay, viejo pastor cuidador de los acebos!
Encontramos el cruce del que
antes hice mención. Ahora recorremos hacia nuestra izquierda el cuarto brazo que
nos quedaba. Más abedules, otro grupo de tejos…se aclara el bosque y se
ensancha la vista hasta la nieve de la montaña…el bosque se cierra nuevamente y
vuelven los tejos, a nuestra derecha una piedra caballera capricho de siglos sin
nombre y otro grupo de acebos conversan con los pinos y con los viajeros. Un
par de lazadas a derecha e izquierda y el sendero nos acerca a los escalones de
piedra para cerrar el círculo en la pista forestal del inicio, camino ya del
Puerto de Canencia.
A los viajeros les parece poco
trabajo esta marcha de tres horas para nombrarse montañeros y deciden hacer una
segunda parte con la Chorrera de Rovellanos. Para lo que llegan en coche hasta
el pueblo de Canencia y continúan… Pero eso será otra narración amables
lectores. Para hoy es suficiente el embeleso mágico de Mojonavalle.
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