viernes, 8 de julio de 2011

LA SERROTA (II)

La Serrota está allí arriba, no tiene pérdida. Frente al cementerio, lugar donde aparcamos, sale un camino al que acedemos nada más abrir una portillera. Seguimos la senda-camino hasta adentrarnos en las Hoyuelas, prados y lugares de pastores y ganado… Y de pronto me imagino la infancia en Acisa cuando salíamos a cuidar las burras (ignoro por qué lo decíamos así, en femenino) cada casa un día guardando la vez… Vecería se llamaba entonces y supongo que será porque íbamos según la vez que nos correspondía. Es un término conocido en jardinería; el diccionario también lo recoge como manada.

Sea como fuere, allá estábamos los niños de la casa con un hermano mayor a cuidar el ganado asnal de todo el pueblo. Y no era mala tarea, pues se dejaba para estos trabajadores de la familia de los équidos (Equus africanus asinus), familiares y domésticos, unos prados comunales con suficiente verdor para su alimento y amplio espacio para su solaz. En estos menesteres me retrotraigo a la infancia varias veces, entre sueños y magias de recreación de la mente. Allí teníamos tiempo de aprender las técnicas de buscar nidos; subir a los árboles sin peligro; correr entre las peñas sin temor a las raspaduras; distinguir unos de otros los diversos cantos de las aves y hasta acertar con la hora por la posición del sol o la velocidad con que las sombras ganaban terreno entre los matojos y las parameras.
Esta fotografía se la debemos a María River. Pertenece a un pueblo de Soria, no es de la Serrota. Pero la traigo aquí porque las llanuras castellanas son muy similares y porque el paisaje me agrada.
El burro siempre estuvo entre los compañeros domésticos de la casa. Animal pacífico y literario. Símbolo doliente de aquel medio rural donde la vista caminaba hasta el infinito mientras veíamos cada trigal intermedio, cada peñasco y cada cardo; donde el tiempo tenía aún la lentitud de siglos; donde el sol surcaba calmado el cielo en toda su extensión mientras los labradores lo estudiaban esperando ver algún signo de agua para emprender la sementera. ¿Y qué sería de la literatura sin Platero o el asno de oro o el noble burro del Sueño de una noche de verano o el animoso burro que inició el grupo musical de Bremen? No podemos imaginarnos a don Quijote sin Sancho llorando la ausencia de su burro robado por Ginés de Pasamonte o saltando de gozo ante los triunfos de su rucio: referencia a la elegante textura de su piel. Así el burro en la historia ha sido siempre humilde, confiado, emprendedor, filósofo.
Recuerdo el burro camino de Belén, cuando María embarazada y José el artesano tienen que desplazarse para cumplir con el censo, o cuando poco más tarde huyen, emigrantes a Egipto – ¡cuántos romances han nacido al albur de estos apócrifos! –, para librarse del orgulloso Herodes; el mismo burro que entra en Jerusalén, llevando a Jesús, en lo que hoy recordamos cada Domingo de Ramos. Así plantean una variedad de momentos estelares todas las culturas, siempre con el asno presente.

La Serrota es un inmenso helado – en estos días calentito – de bolas superpuestas. Coronamos un montículo y aparece otro sin interrupción. Subimos hacia el Canto de la Oración por caminos muy claros a través de manchas de roble, entre piornos y enebros que tamizan en colores de luz y risas las amplias laderas que vamos dominando cada vez a más altura. Aquí me asalta, de nuevo, el recuerdo de Acisa de las Arrimadas: allí a estas plantas les decíamos escobas, pues tal uso hacían nuestros padres de estos matojos, para barrer las calles antes de que pasara la carretera por el pueblo; también las utilizaban para limpiar los corrales y, sobre todo, para limpiar los últimos granos de la era después de trillar cuando ya estaba cumplida la sementera.

Acompañan nuestro paso el rabilargo y la curraca, la codorniz y la paloma. Con sus cantos avisan a las otras aves, mientras nosotros queremos oír: ¡bienvenidos a nuestra morada! Nosotros nos detenemos en medio de la ascensión para admirar el paisaje, respirar y contestar: ¡gracias, no temáis, no haremos maldades!

 Estamos en la cumbre del Canto de la Oración. Pipa se muestra feliz por cada superación; Blanca – impulso y fortaleza – quiere seguir siempre adelante en busca de la paz. Nosotros bebemos y comemos una barra energética mientras saludamos al sol y a las montañas lejanas.

Javier Agra.

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